lunes, 22 de septiembre de 2014

ÁNGEL LUIS MÉNDEZ [13.388]


Ángel Luis Méndez 

Ángel Luis Méndez nació en Santurce, Puerto Rico, 1944. Participó activamente en el resurgimiento del teatro hispanoamericano en la ciudad de Nueva York, desde fines de la década de los 60 hasta la de los 70, con los grupos El Nuevo Teatro Pobre de América, que dirigía el poeta y dramaturgo Pedro Santaliz; Teatro de Orilla y el Teatro Rodante Puertorriqueño – The Puerto Rican  Traveling Theater. Fue miembro fundador, junto a  otros poetas,  de los  conocidos eventos culturales puertorriqueños La Guagua de la Poesía, la cual  se inicia en la década de los ’70,  y  el más reciente Encuentro  de Poetas que ha celebrado cuatro ediciones. Participa como editor de la antología de poesía lesbia Opus Totus (2008). Obtuvo un  doctorado en Literatura de  New York University. Recientemente, se jubiló como Profesor de Literatura de la Universidad de Puerto Rico. Libros: Breviario de cotorras y jicoteas (1978), Tecnicolor de la gallina blanca (1984),  El hombr e de papel en la Antología de textos En el nido de la gorda (2002), Los poetas puertorriqueños / The Puerto Rican Poets (Antología de Alfredo Matilla e Yván Silén, 1972.)





NINDIRÍ

Esta mujer es distinta
algo de nuestro amor circula por el cuerpo
de una manera diferente sanguínea y ósea
bríndame de su ternura de su piel
algo nuevo y fragante
son sus besos y sus labios pasos sigilosos en el alma
que se escurren y me acechan en todo momento
y no se disipa su presencia con las duras lluvias
grises de la distancia
esta mujer es distinta
me sube por la piel su quebrada canción
de llanto y risa
soy el viejo elocuente pordiosero de sus cantos
mendigo sus palabras y sus gestos como mísero
penitente aterciopelado
por ella cuelgo madrugadas en su sala y mitigo
atardeceres durmiendo en su memoria tierna
en su rostro redondo de naranja nueva
es algo frutal dentro de mí lo que le adora
por eso digo que es distinta esta mujer
me crece desde adentro  me salen sus brazos y sus piernas por los
ojos por la boca
creciendo como crece la obstinación
la milagrosa multiplicación de los peces y los besos.




LA LENGUA DEL AMOR

Relucirá el sol en tu vientre
como un dios inaugurado
con mi lengua
el frío cotidiano de sábanas y espumas
fundará nuestras horas
con mis manos
y se levantará la luz
de todos tus espacios claros
rosas y oscurecidos
con mi lengua
y en el umbral de la puerta
saludaremos al mundo
enmudecido con mis manos
pondremos en fuga coloreada
la luz del agua
con mi lengua
se hará pan del tiempo huesos crujientes
con mis manos
y una sorpresa de colores
irrumpirá como un golpe de fuego
con mi lengua
navegarás a vela desplegada
del mástil ebrio loco y sostenido
con mis manos
se fundirá en un rayo el universo
entre saltos
deliciosas redondeces y momentos
con mi lengua
rehusarás volver.
regresar sería cerrar la vida
con mis manos
reverdecerán pechos
muslos labios y sangre
como agua tibia y dura
con mi lengua
la música que abre el cuerpo
tocará la piel y el alma
con mis manos
color  música de noche y alba
con mi lengua
inventaremos el amor
gozado espacio
para abrazarnos muertemente
con mis manos
vidamente con mi lengua.



ALÍA-ALADA

Tienen estas Yndias tal cantidad de animales y monstruos extraños y fieros que es maravilla y llenan de temor el rostro más duro del hombre más arrojado. Alados reptiles ponzoñosos, inmensas yuanas como escamosos reptiles que caminan sobre las aguas de los muchos ríos y lagunas de estas partes y territorios. Peces de mil formas, algunos llenos de pelos, cuyas hembras dan la teta a sus crías y salen de las dulces aguas de los ríos en los frescos atardeceres a pastar en la yerba como el ganado acostumbra a pacer allá en la tierra de los cristianos. Insectos hay millares y millares y millares, que parece que escapan los números de Dios por su cantidad y variedad de formas y colores. Diríase que hay tantos que su número supera las estrellas del infinito firmamento y salen de día y de noche y llenan los pastos, las playas y los aires, cubriendo con sus cuerpos las arenas, el verde verde de los campos y la luz rosa del sol naranja tibio de estas ínsulas, haciendo la noche en medio del día. Y hormigas, mariposas, abejas y cocuyos en cantidades tales, que cubren todo como la fuerza y la furia del agua que todo lo arrastra a su paso.

Entre todas estas bestias hay una tierna, blanda y hermosa como la blanda tripa de un pan caliente acabado de salir del horno. Es alada por el aire que la rodea y liviana como pluma, aunque no posea alas y no vuele. Tiene dos ojos grandes por donde se hunde el universo entero y en cuyas pupilas puede leerse la profundidad, la riqueza y la inmensa grandeza de todo el Orbe Novo de estas Yndias. Son tan grandes sus ojos y tan claros y tan limpios, que seducen a quien los mira. Y es tal la belleza de  su mirada y de sus ojos redondos y oscuros, que le arranca el corazón a los hombres, dejándoles el cuerpo sin rasguño, aunque les haya devorado el alma. Es un extraño animal sonriente. ¡Cuídese de la sonrisa de esta animalia Alía alada! Ciertamente es un gran sabio el Creador cuando decidió hacer su boca tan pequeña, para que en sus labios y en su sonrisa no sucumbiera más de un hombre a la vez. Pone en sus labios besos como dardos o alfileres que van derecho al corazón de quien se arriesgue a contemplarlos. Mueve con sus gestos canciones de mañanas, y cuando esta dulce animalia de la Yndias balbucea palabra, perfuma el ámbito y todo queda impreso con la aromática pátina de su luz olorosa a nardos, gardenias y rosas. Es Alía alada como un fornido animal borrascoso que todo lo toca y todo lo trueca con su mirada y su presencia, y es capaz de desatar terribles tempestades que los indios llaman furcanos, con la pequeña  sonrisaque le cabe en su boca diminuta poblada de  pequeños dientes blancos del tamaño de un grano de arroz.

En ciertas mañanas, cuando despierta a su incansable y constante movimiento este formidable monstruo de la tibieza, en su insaciable curiosidad por el mundo, descubre la grande elocuencia de una sombrilla, sube y baja, provoca vientos, lluvia, rayos, y desata truenos que hacen temblar todo el Orbe.

Pero Alía alada, la dulce, la tibia, la frágil y blanda, es sorprendida por su enemigo el sueño, y queda dormida, de pie, casi alerta, lista a la próxima ráfaga.              

  

TESTIMONIO DE UN POETA SOLEMNE,
FLACO Y ALMIDONADO

Era muy pequeño
y dormía en los bolsillos de los gabanes de mi padre
y crecí
y me hicieron una cama en los zapatos de mi viejo
pero crecí
y llegué a dormir en una gaveta
sentía mis zapatos grandes como barcos
y alguna gente al verme se reía de mí
pero era feliz
vivía en una lata de galletas
untaba un sol anaranjado al pan y las galletas
tenía una sonrisa de caramelo
y un dulce corazón cantarino como el almíbar del dulce
de lechosa
en mi pobre casa no había árbol verde ni pozo blanco
pero sí un aljibe de miel fría
que brotaba del vientre de arcoiris de una cotorra
tornasolada
el perro de tres rabos que hacía reír al vecindario
vivía en mi casa
pero ni las risas ni la burla me dañaban
me sentía rico y opulento
encontré una estrella deslumbrante en un basurero
y una espuela de oro en los pliegos de un libro  muy
antiguo
los años pasaron como una fila de hormigas
no sé ni recuerdo dónde dejé o se me cayó el cabello
pero cuando quiero crear el corazón lustroso de las
cosas
me llego hasta estos signos
y emergen rostros, lugares y algo de tiempo
para dar cuerpo a estos poemas nutritivos.




LA CIUDAD

Es un inmenso animal. Está viva y se mueve. Cambia de colores y paisajes, como si dejara en cada esquina y detrás de todas sus puertas el pellejo. Es una bestia mutante. Se convulsiona, lenta, sedosa y precipitada como los inmensos cetáceos que bañan los mares de historias blancas y rosadas. Así es la ciudad. Una especie de animal marino que juega en sus mares y océanos infinitos. Ciclópica e insomne de las luces encendidas, con una imaginación de lamparones y la neblina verde de los cigarrillos y el espíritu de los muertos congelados. Dueña es la ciudad de la vida y de la muerte, con su turbia y tibia muerte regala a sus infelices desesperado una burbuja convulsiva.  En su vientre de juguete obsequia cruces y relámpagos. Extraña fiera esta  cuidad lampiña y escalofriante. A veces se agiganta y asombra, tronándose apacible y diminuta, lisa, plana, en un charco; otras, cual geniecillo púrpura, la encontramos aburrida dentro de una lata o bien de una botella. Ebria de resurrecciones y con la tediosa cara de todas sus muertes. Animal raro esta bestia de la ciudad, con existencia propia, independiente de Dios y sus secuaces. Aparece inesperada en cualquier mañana salida de la niebla. Es hija de algunos grises nublados. Poco a poco va adquiriendo su corporeidad. Asume postura y forma de huesos. Sueña escamas y surgen escamas, como pétalos tornasolados. Es animal a ciudad cada mañana, escoge su propia animalidad escamas, huesos, plumas, pelos, y una milagrosa cresta de niños viejos regados como viejas liendres. Sí, cada mañana metamorfosea sus grises, sus sombras grasas, sus ronquidos, y con toda su inmensidad de animal colosal, sacude su cola de transeúntes y mercaderes. Tiene algo de dragón y pez anfibio que poco a poco levanta la cabeza como asombrada de su propio ser, de su latente vida acabada de resurgir. Tiene algo dulce su animalidad ponzoñosa, algo silente de animal acuoso, volador y rastrero animal, sinuoso y aventajado. Sueña sueños de ángeles dormidos y dibuja tiernos navajazos en los rostros de los desparecidos. Todos los días simula su muerte el inmenso monstruo de la cuidad. Mañana continuará su eterno peregrinaje por la luz y por la sombra, burlándose de sus perseguidores, riéndose de sus cazadores.




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