lunes, 22 de septiembre de 2014

ÁLVARO FIGUEREDO [13.405]


Álvaro Figueredo 

(Pan de Azúcar, Uruguay  1907-1966) es considerado por parte de la crítica literaria como el poeta más importante que dio el Uruguay en el siglo XX. A priori, este juicio parece desmedido, sobre todo por el desconocimiento generalizado que hay de su obra, su poco renombre, su ausencia en la palestra y en la mayoría de los planes curriculares. Ya, Arturo Sergio Visca, en el prefacio de su Poesía (1974) ensayaba que “su escasa difusión tiene, en parte, explicación en la actitud del poeta mismo, que, contrariamente a lo que es habitual en el Uruguay, vivió siempre obsedido por el acto creador, que es lo sustantivo, y no por la ambición publicitaria, que es lo accesorio. Tan es así, que, a pesar de que su producción en verso y prosa es muy vasta, sólo publicó dos libros de poemas, separados el uno del otro por un período de veinte años “. 
Gracias al esfuerzo de la Comisión Pro Edición Obras de Álvaro Figueredo de Pan de Azúcar, se ha logrado publicar una cantidad de material inédito, aunque todavía queda mucho por imprimir, sobre todo, del trabajo ensayístico que ha dejado Figueredo, ahora atesorado en el Museo Álvaro Figueredo, recinto que fue su casa natal. Es que en la ciudad de Pan de Azúcar (de quien el abuelo del poeta, Francisco Bonilla, fuera fundador) Álvaro Figueredo es considerado el principal exponente cultural. En la plaza encontramos un busto que lo recuerda, el liceo -al igual que una calle- lleva su nombre, y en distintos muros, plaquetas y en la voz de sus habitantes aparece iluminada su figura.
Figueredo fue diestro en los metros clásicos como el soneto, en algunas formas como el romance, pero además, se arriesgó en esos terrenos donde pocos autores salen airosos, inaugurando una poesía de vanguardia con el rigor estético que sólo está destinado a aquellos que además de talento, están visceralmente comprometidos. 


ANTOLOGÍA POÉTICA, de Álvaro Figueredo. Trilce e Intendencia Municipal de Maldonado, Montevideo-Maldonado, 2007, 185 págs.




Tennis

Lanzo un Álvaro al cielo y lo abandono
-pompa del ser- al giro más liviano,
mas otra vez al turno de mi mano
vuelve, volante azul que no perdono.

Álvaro en dos, llorando lo destrono
de mí y lo boto al cielo meridiano
pero otra vez -alumno de verano-
torna a caer al cuenco de mi encono.

Malabarista de Álvaros, afino
el aire azul con mi suspiro bueno
si con mi mal suspiro lo importuno,

y al aire infiel del alto desatino
me doy (Leonor, el tennis!) tan sereno
que miento al cielo un Álvaro ninguno.





Álvaro nupcial

Junto en mi voz un Álvaro y lo alejo
-hacha de miel- a darme el dulce gajo
donde pende el poema en que trabajo
mi eternidad con dócil entrecejo.

Junto en mi voz un Álvaro y lo dejo
-guija de miel- rodar, Álvaro abajo,
hasta la flor de Amalia en que agasajo
mi eternidad con amoroso espejo.

Si más poema que Álvaro, me escojo,
si más Amalia que Álvaro, me elijo,
junto en mi voz un Álvaro y lo empujo

hasta el celeste niño en que me alojo,
y vuelvo a hablar del término del hijo
mi eternidad con inocente lujo.





Vergüenza de morir

A cara o cruz me moriré sin ganas
ni vocación para atizar mi duelo,
con mi gallitoverde en el pañuelo,
y el callejón al sur de Cantarrana.

Quiéralo o no, al trasluz de la mañana,
con mi corbata verdepinta al vuelo,
me moriré sin cátedra en el cielo
donde dictar el son de la campana.

Algún amigo, algunos, y el vecino
empujarán mi sombra hacia el collado
último, mío, hacia mi propia brizna.

Y yo, sin ver el miércoles ni el pino,
ocultaré mi muerte, avergonzado,
bajo un disfraz de césped y llovizna.





Memoria de mi calle

Hablo tan poco
buen día
cómo llueve
qué viento
que desgracia
o cada día cada noche un perro
comiendo el digo el te diré el  decía
el hasta luego
el sí perdón vecina
y a veces tanto polvo
de automóvil
tan breve poco pájaro
o amable soledad
qué tarde linda
qué plateada
buen día
equivocado porque estoy tan bueno
porque todo esta ahí
como en la mano.





Narciso enlutado

Abro el umbral del Alvaro en que moro,
junto en mi voz el Alvaro que aspiro.
Doy un Alvaro al aire, si suspiro,
y arrojo al mar un Alvaro, si lloro.

Cae del cielo un Alvaro, si imploro,
nace en mi sombra un Alvaro si expiro,
y, Alvaro solo y sin razón, me miro
si Alvaro tanto, a solas, atesoro.

De Alvaro tanto, mas que dueño, avaro,
me voy llorando al Alvaro mas duro
para olvidar al Alvaro en que muero.

Mas sin quererlo, el Alvaro mas claro
le brindo el cáliz del Alvaro que apuro,
para escuchar los Alvaros que espero.”




Romance  a Abel Martín

Hace mil años, un día
al pie del mar de un espejo,
me quedé muerto mirando la sinrazón de mi sueño.
Desde mi voz descendían
gaviotas de pecho negro,
y el mar estaba de pie
temeroso de mi aliento.
Se ahogaba un niño de miel
en  su fulgor pasajero
y me lloraba el cristal
donde yo me estaba viendo.
Mi mar era un niño azul
vestido de terciopelo,
con dos ojos desvelados
mirando mis ojos ciegos.
Le pregunté quien vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló de mi,
con sus razones de espejo.
Así me encontré una vez,
con Alvaro Figueredo,
en un rincón de mi casa
un crepúsculo de invierno.
Mi sombra estaba detrás
de la pared del espejo,
y era el espejo un carruaje
llevándose un niño muerto.

Otra vez me puse a hablar
con Alvaro Figueredo.
era un miércoles amargo
y al pie del mar verdadero.
Un ancho toro de espuma
con las pezuñas de fuego,
iba quebrando el crepúsculo
donde yo me estaba viendo.
El mar estaba sin ojos
ese miércoles de enero
y se trenzaban la barba
con los olvidos del tiempo.
Yo estaba solo y miraba
al mar con ojos ajenos.
Mis ojos lloraban lentas
gaviotas de pecho negro.
De mar en mar se escuchaba
el llanto del campanero.
El mar estaba en el mar
y el mar estaba en mis sueños.
Le pregunté quién vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló del mar
como si fuera un espejo.
Los dos quedamos al pie
del mar que nunca sabremos:
Mi voz un poco mas fría
y el mar un poco mas negro.
El mar estaba dormido
soñando un miércoles muerto
Pero yo estaba soñando
durmiendo un miércoles ciego.
Ya nadie sabe quien soy
y en cuanto soy, solo veo
un mar que mira sin ver
las hojas de un mar eterno.
Si yo no fuera quién soy
Pensara que era un espejo”



Alvaro Figueredo: caminos abiertos a golpes de luz

Alvaro Miranda

El Uruguay no suele ser generoso con sus poetas, con sus escritores, con sus artistas. Si se hace excepción de algunos -pocos- nombres repetidos hasta el cansancio y el aburrimiento, es escaso lo que se conoce de los escritores nacionales. Me atrevo a contradecir una opinión generalizada pero sin fundamento en los hechos: que el uruguayo es culto. Sólo si se entiende por Cultura las expresiones de una nacionalidad más allá de la obra de sus artistas, esto puede admitirse. Pero si hoy, en cualquier punto de la República preguntáramos quién fue -y es y será- Alvaro Figueredo ¿cuántas personas sabrían responder?. Y el desconocimiento -injusto como el de tantos creadores que esperan una hora que no llega- deviene en ignorancia de artistas que dedicaron su vida al ejercicio pleno de su arte y se fueron con más pena que alguna gloria. Como escribe Esther de Cáceres, hacia 1968: "la indiferencia y el olvido que hacen un muro de sombra alrededor de nuestros artistas...". El deber es, entonces, insoslayable: rescatar, del olvido o del desconocimiento, figuras capitales del quehacer artístico del país. Una de ellas es la de Alvaro Figueredo. Durante un corto tiempo el programa de Literatura lo incluyó, pero los permanentes cambios impidieron su continuidad. Adiós, pues, al breve recuerdo de Figueredo y todos sus compatriotas desplazados al territorio del desconocimiento. La realidad se nos impone, con crudeza.

El 6 de setiembre de 1907 Alvaro Figueredo nace en Pan de Azúcar. Ciudad a la que permaneció fiel y de la que sólo salió para realizar la carrera de Maestro. Dedicado a la docencia, a la enseñanza de Literatura, a la tarea creadora, fue transcurriendo su vida. Sumó la actividad periodística al fundar Mástil, periódico iniciado en 1936, principal impulsor del Primer Congreso de Escritores del Interior, debido a la iniciativa del propio Figueredo y realizado en el Ateneo de Montevideo hacia 1937.

Su primer libro es de esos años: Desvío de la estrella (1936). Luego vendrían los premios que, como se sabe, no agregan ni quitan nada al auténtico talento creador. Su prosa, sus ensayos, se desarrollan paralelamente con su actividad poética. En 1956 publica Mundo a la vez, segundo libro de poesía. Colaboró con la revista escolar El Grillo durante años; escribió romances y literatura infantil. Fue, en Maldonado, un permanente animador cultural, modesto, sencillo y culto. Dictó conferencias, trabajando sobre sus pares -Sara de Ibáñez, Parra del Riego, Paco Espínola, María Eugenia Vaz Ferreira, entre otros-. A su muerte, permanecían inéditos algunos ensayos sobre Cervantes y Martí. Colaboró en publicaciones argentinas, mexicanas, venezolanas. Su vida fue para la Literatura y la docencia. Y realizó una de las creaciones poéticas más singulares de nuestra breve pero copiosa historia literaria. Quizás el mayor reconocimiento que Alvaro Figueredo obtuviera en vida haya sido la traducción y publicación de sus poemas en New World writing de E.E.U.U.. No por la traducción al inglés sino por la dimensión creadora del traductor. Se trataba del poeta norteamericano William Carlos Williams quien, como Alvaro Figueredo, vivió toda su vida en su pueblo natal de Rutherford, New Jersey, trabajando como médico; había nacido un 17 de setiembre de 1883, recibió la influencia de Ezra Pound y escribió parte de su poesía en el marco del Imagismo, constituyéndose, a través de su obra, en uno de los poetas de mayor proyección e influencia sobre las nuevas generaciones. Ambos poetas habían nacido en setiembre, ambos radicados en la tierra que los vio nacer, vidas paralelas en la escritura de la poesía, ambos generadores de una poética singular, propia, específica.

"Alvaro Figueredo -recuerda Esther de Cáceres- quiso siempre vivir en su pueblo de origen. Ningún halago, ninguna perspectiva, ninguna posibilidad; ni las insistentes voces de los amigos fueron para él tentación vencedora". ¿Quién ha dicho que es necesario recorrer mundo para ser un gran poeta?. Para ser un poeta famoso, quizás. Para canjear lo esencial del espíritu, la riqueza del mundo interior, por las relaciones públicas, los pasos de adulonería y las palmas de amistades sospechosas. Pero el auténtico talento de un creador se revela más allá del espacio y el tiempo. Y una mirada poética que ahonda en el ser de las cosas, una mirada profunda que accede al centro nuclear de las esencias, un ser poético lúcido y exacto en el lenguaje y en la sensibilidad más pura, un poeta grande, en suma, no nace de la espuria trama de relaciones superficiales e interesadas sino de la conformación de una personalidad creadora donde inteligencia y sensibilidad han dado marco a una aprehensión de lo esencial.

"La soledad -dice Tomás G. Brena en acotación a carta de Figueredo- es la amiga de los poetas... Los demás hombres se morirían sin la sociabilidad, los poetas sin la soledad... Es la soledad creadora. Calla todo en el alma del poeta para que todo cante". "Fue un creador solitario -agrega Esther de Cáceres- intensamente capaz de soledad, fiel a su concepción estética, sin declinaciones hacia el falso diálogo, hacia el ‘arte comprometido’, hacia la moda frívola". El propio Figueredo percibe en sus poemas cierto aire de Parra del Riego, cierta "menuda herencia de Jorge Luis Borges a través de las ‘viarazas’ uruguayas de Ipuche". Pero quien observa bien es Tomás Brena cuando señala -y aquí está una de las claves de acceso a su poesía- que Emilio Oribe y Alvaro Figueredo "no siguen rumbos marcados, abren sus caminos a golpes de luz...".

Alvaro Figueredo abre sus propios caminos en la poesía. Y aunque la apariencia del texto semeje oscuridad, es "aquella consustancial a la poesía, sin la cual no hay poesía auténtica", escribirá Arturo S. Visca. Escuchemos al propio autor diciendo que aspira "a una poesía adicta, al mismo tiempo, al orden y al delirio, a la coherencia del núcleo temático y a la irracionalidad del discurso, a un equilibrio entre la efusión y el efugio". El orden y el caos. El lenguaje poético procura el equilibrio desde la antinomia, la síntesis de los opuestos. Como anota José María Carreño, en su análisis del cine de Alfred Hitchcock: "...ese conflicto latente y constante entre el orden y el caos -orden y delirio, coherencia e irracionalidad, dice Hitchcock- no sólo tiene lugar en el laberíntico universo que nos rodea, sino también en los invisibles recovecos de nuestra mente y nuestro corazón...".

Examinemos, a título de ejemplo, uno de los poemas más representativos de Figueredo: Yo le decía a Alvaro, poema único en nuestra poesía:



Alvaro ¿quién es Alvaro
qué turno
qué delirio qué número qué dulce
vez qué agria vez qué un
transformándose en él
en este en otro en ambos
sí pero no y mi mundo
mi alvaridad fluyendo
de calle en calle usándome
sobre mi voz girando su hoja turbia
de grada en grada el eco
invadiendo mis hábitos mi oficio
mis trajes mi alimento
mis retratos mi caja de cerillas
la piedra vitalicia donde escribo
silbando refugiándose en el único
señalando mi puerta designándome
abrilísimo pobre o desposando
jóvenes de oro de jacinto asiéndolas
alvarísimamente o extraviándome
circularmente azul como un insecto
como un rollo sin nombre
blancamente
como un plato de sopa atribulado
como el roído eco
quién es Alvaro?.

Después de la lectura parece redundante destacar su singularidad, su modernidad. Conocedor de los avances vanguardistas de la hora, Figueredo se muestra receptivo, en forma y contenido, a las propuestas de las corrientes de principios de siglo. La supresión de los signos de puntuación, por ejemplo, intensifica el dramatismo por la continuidad del discurso. Alvaro Figueredo sabe muy bien que la textura poética es inherente al entramado del lenguaje. Utiliza recursos de las vanguardias, como la disposición tipográfica alternante o la utilización de abundantes neologismos (alvaridad, abrilísimo, alvarísimamente) en los que el superlativo, el gerundio, la perífrasis verbal, constituyen eje formal de la construcción lingüística del poema. "Aspiro -decía Figueredo- a que el poema más que como un producto, logre consumarse, paradójicamente, como un producirse". Crear "una ilusión dramática de temporalidad". De ahí la frecuente utilización del gerundio en su matiz procesual.

Pero la originalidad del poema trasciende los modos y modas vanguardistas y la creación se elabora sobre una concepción particular y un ritmo sincopado y constante que brinda la armonía de un crescendo orgánico. La sustantivación de los artículos mediante sustitución (ej. qué un), el encabalgamiento de los versos, la anáfora iterativa como un compás sistémico y el polisíndeton de los primeros versos en su sumatoria interrogativa, son formas de expresión auténticamente personales. De Walt Whitman, acaso la alternancia de versos largos con versos breves, la enumeración que produce un efecto creciente y culmina en la interrogación retórica final que, repitiendo la inicial, cierra circularmente el poema. Toda la elaboración formal nos habla de un autor exactamente personal, cuya creatividad trasciende esbozos de influencias y se expande en expresión original, desinencias provocativas y alarde de lenguaje. Si la forma nos revela un poeta dueño de sus instrumentos expresivos, no menos interesantes resultan los contenidos. Una aproximación semántica al texto deslinda, por lo menos, tres motivos temáticos o sub-temáticos desprendidos de uno central: la identidad. Este tema construye la arquitectura toda del texto y sostiene, como ramas de frondoso árbol, ciertas variables sub-temáticas: la dualidad humana, la oposición, los contrarios que operan en el interior del ser, la contradicción humana. Ese sí pero no de Alvaro Figueredo nos recuerda el sí pero no de otro grande y único poeta: Fernando Pessoa.

Sí, está todo bien.
Está todo perfectamente bien.
Lo peor es que está todo mal.

En el fondo, el desconocimiento del ser. Porque no es posible conocer cabalmente a un individuo. Conocemos la multiplicidad de su apariencia pero la esencia permanece inasible. Conocemos sus máscaras pero acaso nunca lleguemos a su rostro verdadero. Nos guiamos por la apariencia sin llegar a los resortes interiores, a su ser real, a la oscura motivación de las conductas, al oscuro interior que late debajo de multicolores envolturas. Nos guiamos, en nuestras relaciones, por percepciones parciales, meramente exteriores. Una cobertura de superficies cubre una zona desconocida. Una trama de actos y palabras, gestos y sucesos, nos aproxima un rostro final siempre esquivo del que conocemos, apenas, ciertos rasgos nebulosos, opacos o engañosos. ¿Quién es Alvaro? pregunta el poeta y la interrogación se cierne en una serie de interrogantes, porque equivale a preguntarnos cada uno de nosotros ¿quién soy? y no conocer la respuesta última. ¿Quién es Alvaro? pregunta el poeta y obliga al balbuceo ininteligible del otro que también somos nosotros. ¿Quién es Alvaro? pregunta y nos enfrenta al otro lado del espejo, donde la razón y la lógica patinan y se desmenuzan, donde la incertidumbre induce al desasosiego, donde suman las preguntas y restan las respuestas, donde el misterio fragiliza la palabra y se conocen los límites.

Creemos, como Tomás G. Brena, como Esther de Cáceres, como aquellos escritores que descubrieron en Figueredo una indiscutible calidad poética, que "su obra debe ser analizada y extendida, que su poesía reclama críticos que amen los nuevos impulsos creadores y que el homenaje más grato estará en el recitado y comentario de sus versos para que todos sepan cuánto representó en la cultura nacional" (Palabras del Dr. Tomás G. Brena a la muerte de Alvaro Figueredo).




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