viernes, 18 de julio de 2014

ROSARIO NEIRA [12.391] Poeta de Asturias


Mª del Rosario Neira Piñeiro


(Oviedo, 1973) es doctora en Filología Hispánica por la especialidad de literatura. En 1997 publicó su primer poemario, No somos ángeles (Madrid, 1997), por el que recibió el Premio Adonáis en 1996. A esta obra siguieron Poemas del tránsito y de la espera (Cáceres, 2002), que fue premio Poesía Joven de Cáceres 2001, Las tierras que atraviesas (Oviedo, 2007) y “De memorias y pérdidas” (Trea, 2013). 

Algunos textos suyos aparecen recogidos en obras colectivas y en revistas, como Rey Lagarto, Clarín, Extramuros o Pretexto.

Se ha dedicado también a la investigación y la enseñanza en el ámbito del guion, las relaciones cine-literatura y la didáctica de la literatura y los medios audiovisuales, siendo autora del libro Introducción al discurso narrativo fílmico (Madrid, 2003) y de varios artículos sobre el análisis del film y la adaptación, así como de otros trabajos relacionados con el campo de la didáctica y con la literatura infantil.





¿Qué dices,
voz en la tarde
inexplicada voz;
qué dices
cayendo así tan dulce
por los párpados en la penumbra,
goteando luz
en las esquinas de la siesta?
¿Que dices
cantando para nadie?
¡Qué dices, qué suplicas,
qué cantas tú,
pequeña voz,
existiéndote?

Tú, soledad alada
regalándote al aire,
poblando de alma
la desolada ciudad
explicando el azul,
atando en el silencio 
todos los hilos rotos
del mundo inexplicado.

Este poema apareció publicado en el primer número de la Revista "La Caja de Pandora", 1997, en su primera época impresa.




Los nombres del parque

En aquel tiempo
todos los rincones del parque
tenían nombre.

Nosotros
habíamos recorrido
tarde a tarde
sus avenidas,
sus doblados senderos;
habíamos dado nombre
a la tierra,
al césped de flores amargas,
a la colina,
a la fuente de piedra y bronce,
                                     a todo lo que amanecía extraño y nuevo
a nuestros ojos.
Lo recorrimos
-lo recorriste-
entonces,
                       y no era parque, sino bosque
redondo,
                                             verde,
poblado de olores súbitos,
de luz palpable,
de seres imprevistos.
Así fue entonces,
cuando era nuevo el aire,
en las mañanas de los domingos,
de risa verde y niños y columpios,
y también
en las tardes de bicicletas y palomas
y barquillos de miel
junto al estanque.

Fue entonces,
en el tiempo en que las flores malvas
deban miedo,
y los árboles parecían dispuestos
a clavarse en las nubes;
cuando los bancos verdes
recién llovidos,
cuando las hojas quejándose
bajo los pies,
cuando la nieve
y la luz despeñada
a través de las ramas.

Fue entonces
cuando dimos nombre
a los rostros del parque;
cuando fue nuestro.

(fuente: "la mirada del lobo")





Los ángeles
se han venido a colgar hoy
de los espejos del viento.
Nos miraban detrás
de sus ciclos de arena,
de sus pupilas de agua y de azúcar.
Nos miraban y quizás no los vimos
ni escuchamos su risa infantil,
sus susurros detrás de nuestros pasos.
No los vimos
cuando corrían alados
sobre el olor de la hierba,
sobre la luz tronchada de la mañana nueva,
siguiendo nuestra voz
y nuestros labios.
No los vimos
ni siquiera después de que se fueron,
de que huyeron riendo,
persiguiéndose,
por los senderos y barrancos del monte.
Sólo después,
cuando supimos
que la voz se había ido,
que había volado como un pájaro libre,
cuando vimos que el mundo se había quedado mudo,
cuando buscamos las palabras
y no las encontramos,
sólo entonces, al final,
comprendimos,
cuando ya no había voz con qué decirlo.
  
Del libro No somos Ángeles, que recibió el premio Adonais en 1996







 “De memorias y pérdidas” (Trea, 2013)

En los veinticuatro poemas (sobrios y claros poemas de limpia dicción) que constituyen este poemario, Rosario Neira registra la percepción del pasado y de cuanto en él se desvaneció y cuanto retenido en la memoria aún pervive de aquel tiempo y paisaje. 


«No intentéis lavar vuestra memoria  
en las aguas de algún lejano mar. 
Tan solo el tiempo puede 
atenuar la intensidad de los colores 
cubriendo con su piadosa pátina 
la nitidez de los lienzos, apagando esa luz 
que hoy hiere la mirada»


y nos señala su sentido, pues 


«No hay ilusiones perdidas 
ni melancolía 
ni vejez 
en la simple caída de las hojas, 
sino el júbilo del árbol 
al desprenderse 
de toda la luz marchita que pudría su corazón».



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