Robustiana Armiño
Robustiana Armiño y Menéndez, de casada Robustiana Armiño de Cuesta (Gijón, 18211 - Madrid, 17 de junio de 1890) fue una poetisa española.
Era hija de un farmacéutico, Buenaventura Armiño, y de María Menéndez. No recibió una buena educación, sino que se formó como autodidacta, aprendiendo por sí misma varios idiomas. Desde la adolescencia escribió y publicó poemas en la prensa, con sensibilidad e imaginación suficientes como para granjearse un notable prestigio; así, por ejemplo, en El Nalón y Revista de Asturias, de Oviedo, o en los periódicos pacenses El Guadiana y El Pensamiento. Asistió con 22 años a la Academia Artística y Literaria gijonesa fundada en 1842 por el estudiante de derecho Plácido Jove y Hevia, donde se divulgaban los principios del Romanticismo y a la que también acudía una joven poetisa liberal, Eulalia de Llanos. Jove y Hevia publicó algunos poemas suyos en la revista que dirigía en Madrid, La Primavera (1846).
En 1848 casó con el médico Juan de la Cuesta Cherner, fundador y director de La Correspondencia Médica, y el matrimonio marchó a Madrid en 1859; allí siguió colaborando en la prensa y publicó narraciones. Sostuvo correspondencia con Juan Eugenio Hartzenbusch, quien fue su mentor; las contrariedades que le causó armonizar su fuerte vocación literaria con los deberes de mujer casada la hicieron pesimista y sombría.
Fue socia de mérito del Liceo de La Habana, colaboradora del Diario de la Marina publicado en esa misma ciudad y socia del Liceo de Badajoz. Colaboró también ocasionalmente en El Eco del Comercio y en Ellas. Órgano oficial del sexo femenino (1851) y, sobre todo, en el semanario carlista Altar y Trono entre 1869 y 1872; en 1864 fue la primera mujer en España en ejercer el periodismo en solitario fundando la revista semanal Ecos del Auseva, retitulada La Familia en 1875, desde donde difundía la ideología del Carlismo. Falleció en Madrid el 17 de junio de 1890.
Su novela Dramas de la costa fue publicada por entregas en La Ilustración Gallega y Asturiana (1880); transcurre en Albandi y Candás. Hay edición crítica moderna a cargo de Luis Alberto Prieto García.
Obras:
Poesías. Oviedo: Martínez Hermanos, 1851, 2 vols.
Flores del Paraíso o Ilustración de la infancia. Gijón: González, 1852.
Fotografías sociales. Madrid: E. Pías, 1862.
El ángel de los tristes (Madrid, 1864).
La culpa va en el castigo. Madrid: Sres. Martínez y Bogo, 1864.
Las virtudes capitales. Contra soberbia, humildad. Madrid: Pedro Montero, 1865
Dramas de la costa, novela original. Publicada en La Ilustración Gallega y Asturiana de Madrid en 1880.
LA CATEDRAL DE OVIEDO
Noble, serena, magestuosa y vana
Grande como las glorias de Castilla
Y ante cuya cabeza soberana
Inclina S. Pelayo la rodilla;
Sus tristes cantos desplegando ufana
Sobre el rumor de la caduca villa,
Y hollando el tiempo con altiva planta
Tu catedral, Asturias, se levanta.
La misteriosa luz que se derrama
Al través de tus vidrios de colores
De inspiración el corazón inflama
Como el rocío las pintadas flores;
De cien antorchas á la roja llama
Yo contemplé tus góticas labores,
Y tus bellezas espresar no puedo
Clavel arquitectónico de Oviedo.
Te ví, cuando la luz de la mañana
Reflejaba en tu cúpula sombría,
Cuando la luz del sol al mar cercana
Los últimos destellos despedía;
Y la niebla mortífera y villana
Que del alto Naranco descendía,
Aunque ligera la ciudad recorre,
No osó tocar tu delicada torre.
Tú levantas la frente carcomida
Dó cada siglo imprime un nuevo sello,
Cual hermosa matrona envegecida
Que lleva mil collares á su cuello;
En tanto que á tus pies yace tendida
Mostrando encanecido su cabello,
Cual un león que por tus glorias vela,
La ciudad del católico Fruela.
Y apenas en tus losas perfumadas
Hincára yo mi trémula rodilla,
Me indicaron mil testas coronadas
Que estaba del rey Casto en la capilla.
Yo contemplé las urnas cinceladas
Dó yacen los infantes de Castilla
¡Hermosa catedral! que en tus cinceles
Se enlazan de mi patria los laureles.
Cuando el matiz de la azulada aurora
Ilumina tus pardos torreones,
Y el aúreo manto de tus reyes dora
Al través de calados rosetones;
Cuando con luz fantástica colora
Tus flores recamadas, tus blasones,
Te presta un nuevo manto de alegría
Frágil tal vez como la dicha mía.
A tus umbrales llegué
Con el alma envenenada,
Y en mi solitaria fé
Tu misteriosa morada
Con mis lágrimas regué.
En tus áras se enjugó
Mi desesperado llanto,
Y mi gemido se alzó
Cual un monótono canto
Que de tus tumbas salió.
Que en el recinto sagrado
De tus mármoles pulidos;
Bajo tu techo dorado,
Son más fuertes los latidos
De un corazón destrozado.
Escucha, ¡oh tú! que velaste
Sobre cien generaciones,
Tú que esenta de pasiones,
Con mano férrea juzgaste
Las más tiernas emociones;
¿Has oído nunca, dí
Plegária como la mía?
¿En tu carrera sombría
Ha penetrado hasta tí
Mas negra melancolía?
No, que con gigante anhelo
Mi corazón se elevó,
Y ya muy cerca del cielo,
Perdido su raudo vuelo
Al mundo otra vez cayó.
Más yo vendré, pues tu sombrío aspecto
En armonía está con mis pesares;
Yo vendré de tus góticos altares
A contemplar el místico primor;
Y en tanto que á tus aras sacrosantas
Demanda inspiración la lira mía;
Míre Dolly á sus pies mi poesía
Como una débil prenda de mi amor.
EL INVIERNO DE 1846
Terribles fueron los días
Del invierno que pasó,
Sombríos, terribles, cual eco de muerte,
Cual negra tormenta que al mundo asoló.
Terribles fueron las noches
Que pasaron para mí,
¡Oh!, lentas, horribles, cual negras visiones,
Cual de un delirante, brutal, frenesí.
Amargas fueron las horas,
Mas amargas que la hiel,
Quemaba mi frente voraz torbellino
De llanto y gemidos confusa Babel.
Y un día tras otro día,
Y un mes, tragaba á otro mes,
Y noches y días, sin luz y sin sombra,
Sin fé ni esperanza pasaron después.
De mis sueños de alegría
Ví turbarse el arrebol,
Y envuelta en la nube de eterna agonía
Maldije mil veces el rayo del sol.
Al peso de tanto luto,
Mi corazón sucumbió...
Bual arrojado de su paraiso
¡Oh, nunca las horas más negras pasó!.
Cual tierno niño que errante
Por tierra estraña se vé,
Cual ave estraviada que busca su nido,
Por nidos agenos sombría vagué.
Y del alma anonanada
Sentí apagarse el valor.
Y vía entre sueños la mente agitada,
Sombríos fantasmas vagando en redor.
Cerraba el párpado apenas,
Y en doliente pesadilla,
Ya fría, convulsa, cortado el aliento,
Tocaba el espectro de faz amarilla.
¿Mas porqué mi fiel memoria
Nunca los males olvida,
Si ya la esmaltada leal primavera
Borró del invierno la faz aterida?
Si ya los prados se cubren
Con su túnica de flores,
¡Huid los fantasmas! huid para siempre
Y entone mi lira su canto de amores.
Mi pobre lira, olvidada
Durante la tempestad;
Mi fiel compañera, mi lira adorada
¡Oh, canta te ruego la eterna bondad!
¡Sí, canta su amor divino
Que me volvió mi tesoro,
Y dame querube por solo un momento
Tus trinos de fuego, tus harpas de oro.
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