domingo, 9 de marzo de 2014

JUAN LEÓN MERA [11.173]


Juan León Mera

Juan León Mera Martínez (Ambato, 28 de junio de 1832 – Ambato, 13 de diciembre de 1894), fue un ensayista, novelista, político, y pintor ecuatoriano. Entre sus obras más destacadas se encuentra la letra del Himno Nacional del Ecuador y la novela Cumandá (1879). Además, en su vida política fue partidario del presidente Gabriel García Moreno.

Nació en Ambato el 28 de junio de 1832 y falleció en esta ciudad el 13 de diciembre de 1894. Su padre, Pedro Antonio Mera Gómez era comerciante, y su madre Josefa Martínez Vásconez, crio sola a su hijo, debido a que su esposo la abandonó durante su embarazo. Su infancia fue humilde, y en sus primeros años de vida residió en la finca Los Molinos, ubicada en Ambato, cerca del sector de Atocha. Para poder mantener a la familia, su abuela materna alquilaba esta finca a su hermano Pablo Vásconez, que era un activista político que luchaba contra las políticas de Juan José Flores. Recibió su educación en el hogar, la cual estuvo en gran medida a cargo de su tío abuelo, al igual que de su tío el doctor Nicolás Martínez.2 A los veinte años de edad viajó a Quito para recibir clases de pintura con el afamado artista pictórico Antonio Salas, donde aprendió el manejo del óleo y las acuarelas. A los 33 años de edad, junto con Antonio Neumane compusieron el himno nacional de la república del Ecuador.

Incursión en la literatura

En el año de 1854, se publicaron sus primeros versos de poesía en el periódico La Democracia, con la ayuda del escritor Miguel Riofrío. Fundó la Academia ecuatoriana de la lengua en 1874 y fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua.
Es considerado uno de los precursores de la novela ecuatoriana por su famosa novela Cumandá publicada en Quito en el año 1879, y luego en Madrid, en 1891.

Carrera política

Además de escritor y pintor fue también político conservador, y seguidor de Gabriel García Moreno. Fue gobernador de la provincia de Cotopaxi, secretario del Consejo de Estado, senador, presidente de la Cámara del Senado y del Congreso Nacional.
En la actualidad se puede visitar la casa-museo "La quinta de Juan León Mera", en la ciudad de Ambato, antigua residencia del escritor y donde se exhiben sus pertenencias.

Obra

1857 Fantasías
1857 Afectos íntimos
1858 Melodías indígenas
1858 Poesías
1861 La virgen del sol
1865 Himno Nacional del Ecuador
1868 Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana
1872 Los novios de una aldea ecuatoriana
1875 Mazorra
1879 Cumandá o un drama entre salvajes
1883 Los últimos momentos de Bolívar
1884 La dictadura y la restauración de la República del Ecuador
1887 Lira ecuatoriana
1889 Entre dos tías y un tío
1890 Porqué soy cristiano
1892 Antología ecuatoriana: cantares del pueblo
1903 Tijeretazos y plumadas
1904 García Moreno
1909 Novelitas ecuatorianas




Amargura

¿Por qué florece la infernal mentira
y, con el torpe vicio en alianza,
de triunfo en triunfo por el mundo avanza
y su reinado a eternizar aspira?

¿Por qué el humano corazón delira,
y, en tanto juzga que la dicha alcanza,
solo, en verdad, columbra su esperanza
que brilla, lo enloquece, y se retira?

¿Por qué el dolor mortal se encruelece
y el negro tedio, de la vida plaga,
cual nunca en este siglo, medra y crece?

¡Ay! ¡Porque la impiedad desoladora
toda sublime aspiración apaga,
y ya no hay fe, ni se medita ni ora!





MI FORTUNA

Siempre avara conmigo la fortuna
de mi alcance sus dones ha alejado;
a perpetua pobreza condenado
por un capricho fui desde la cuna.

Mis locas esperanzas, una a una,
cual seductores sueños han pasado;
pero nunca en mis ansias he llevado
al pie de esa deidad queja importuna.

Con otro don divino estoy contento,
no comparable a material tesoro:
mi noble corazón y mi talento.

De mi Patria a la gloria éste dedico,
y a la tierna beldad a quien adoro
mi corazón entero sacrifico.







A Fernando Velarde

A su paso por Ambato.


I

¿Qué misteriosa magia, dulcísimo poeta,
se encierra en tu inflamado y hermoso corazón,
que el mío deleitando le atrae, le sujeta,
y al par le comunica su fuego abrasador?

¿Por qué del alma tuya la mía aficionada
quisiera a sus destinos los suyos aunar,
y en su delirio insano verse a la vez lanzada
en pos de los portentos del gran Pachacamac?

¿Será que ha dado a entrambos su sabia Providencia
idénticas las almas, el corazón igual?
¿Será que has recibido la vívida influencia
cual yo del inti sacro, cual yo de la deidad?

¿Será que ha dado a entrambos su sabia?
¿Será tal vez que gimes, cual he gemido yo?...
Tal vez en nuestras almas el cielo habrá infundido
iguales sentimientos, idéntico dolor?...

Por eso a ti me atrajo la tierna simpatía,
apenas en mi oído tu nombre resonó;
por eso de tus versos la célica armonía,
las fibras más sensibles me hirió del corazón.

¡Oh, cuánto diera, vate de tiernos sentimientos,
por escuchar tu canto sublime junto, a ti!
¡Por exhalar osado contigo mis acentos,
sintiendo en entusiasmo mi corazón hervir!


II

Mas de la patria de Hualpa,
ya, Fernando, te despides;
y a pasos rápidos mides
la tortuosa vía real.

Ya has dejado a tus espaldas
el Cotopaxi espantoso,
de los Andes el coloso,
el mustio y raso arenal.

Y bien pronto, hijo de Iberia,
henderás el turbio Guayas,
y de Olmedo allá en sus playas
la Patria saludarás.

¿Y después? ¡lanzado
en el piélago tremendo,
de tu destino siguiendo
ciego las huellas irás.

Y las hondas del océano
imagen de nuestra vida,
de hondura desconocida
trasunto del porvenir;

y ese azul inmensurable,
como del hombre el deseo,
que audaz en su devaneo
quisiera el vate medir;

esas trémulas estrellas
vírgenes del cielo hermosas,
esas nubes vagarosas
que en lontananza se ven...

Todo, todo a tu alma ardiente
dará mil inspiraciones,
y acaso mil ilusiones,
y nuevo amor, nueva fe...

Marcha, bardo errante, marcha,
sigue tu hermoso destino,
y tu canto peregrino
haz donde quiera escuchar.

Y si un mundo no te basta
para ensanchar tu poesía,
en tu ardiente fantasía
vuela otro mundo a buscar.

Pachacamac te proteja
y te dé un ángel amigo,
que vaya siempre contigo
y vele siempre por ti.

La madre luna no altere
ni el inti los hondos mares,
cuando por ellos cruzares
este mundo baladí.

Entre tanto en las orillas
de mi torrentoso río,
levantaré el canto mío
al blando son del laúd;

y entre mis índicas trovas
conservaré tu memoria
como una prenda de gloria
que adquirí en mi juventud.
(Escrita el 21 de Noviembre de 1855).






A la Unión Iberoamericana
de Juan León Mera


¡Hirviendo está en mi pecho la alegría!
Partid, vientos veloces,
desde las sierras de la Patria mía
llevando a España mis ardientes voces.

Pasó ya el tiempo de sangrienta lucha,
cual de turbión las olas;
ya del sañudo Marte no se escucha
el grito aquí ni en playas españolas.

Ya no hay brazo cruel que acero vibre
a herir pecho de hermano;
al libre mundo de Colón su libre
madre llama y provoca... ¡oliva en mano!

Vedla: nos abre su bondoso pecho
y amable nos sonríe.
¡Sus! ¡a unirnos con ella en lazo estrecho
que el tiempo y las pasiones desafíe!

¡Nudo de amor y paz...! Losa de olvido
cubra de ayer el odio,
y a que no torne el monstruo maldecido,
vele cada uno de la Unión custodio.

Viva en el bronce sólo y en la historia
la antigua cruda guerra,
y viva de sus héroes la memoria
para asombro perpetuo de la tierra.

Contra ti nuestros padres, noble España,
acero audaz movieron,
y en los abismos de la mutua saña
¡cuántos miles de víctimas se hundieron!

Pero aqueste de horror cuadro inhumano
¡qué excelsa gloria muestra!
digna del pueblo griego y del romano...
¡Oh, no, que es digna de la raza nuestra!

La saña pasó ya; mas sin penumbra
ni ocaso, la luz viva
del astro eterno de la gloria alumbra
esta raza titánica y altiva.

Sí: la gloria de América en que ardiente
sangre de héroes circula,
no para sí tan sólo el Continente,
reino feliz de libertad, vincula;

es bien común de la familia hispana
cual océano extendida
allá y aquí, y en su unidad ufana
de sangre, historia, religión y vida.

Bolívar, de los Andes el coloso,
brotó de la semilla
que Pelayos y Cides al famoso
suelo dio de Cantabria y de Castilla.

América a estos genios suyos llama,
y España a la memoria
de aquél rinde homenaje, y le proclama
genio español y de su nombre gloria.

¡Salve, España! Tus hijos, de remotos
climas habitadores,
su corazón te envían y sus votos
de que el Cielo te inunde en sus favores.

¡Salve, España! Si un día destrozamos
el cetro de tus Reyes,
mientras más libres hoy, más acatamos,
de ti atraídos, las filiales leyes.

¡Plegue al Cielo que el nuevo y santo lazo
de paz y unión fraterna
haya, como el sublime Chimborazo,
firmeza, y brillo y duración eterna!

Y a par símil soberbio esta alianza
encuentre en la que pronto,
coronando con gloria una esperanza,
celebrarán un ponto y otro ponto.

El gigante de ocaso y el de oriente
van a enlazar sus manos;
mas libre cada cual e independiente
serán como hoy, entrambos soberanos.

¡Salve a la Unión! De próspero futuro
las puertas Dios franquea
a la íbera familia: ¡que seguro,
por ellas al entrar, su paso sea!

¡Vuelva la edad en que a esa heroica raza
besaba el pie la tierra,
y cuya historia sin rival abraza
cuanto hay grande y glorioso en paz y en guerra!






El genio de los Andes

Canto a los ilustres viajeros M. M. Wilhelm Reiss y Adolph Stübel, con motivo de su ascensión al Cotopaxi y al Tungurahua.



En otros tiempos los sublimes vates,
del estro divinal arrebatados,
dioses y héroes cantaban, en combates
estupendos mezclados,
cuyo espantoso estruendo
hasta el trono de Jove estremecía;
o bien, de audacia llenos, impetuoso,
raudo vuelo rompiendo,
a las etéreas esplendentes salas
con ellos se encumbraban, y su canto
con el canto de Apolo competía;
o, depuestas las galas
del divino festín, a la sombría
mansión bajaban del eterno llanto
y el blasfemar eterno del precito;
y ¡oh portento inaudito!
treguas la magia de su lira daba
al tormento infernal. La antigua Musa
tal era; el universo reverente,
inclinada la frente,
cuanto la voz pïeria le anunciaba
fanático adoraba.
Mas, ahora, la humilde Musa andina,
dichosa cuanto humilde,
más noble tema a su cantar alcanza;
siente en el corazón llama divina,
hierve su sangre, exáltase su mente,
su mirada chispea
cual de águila caudal a la febea
lumbre, su mano treme y se abalanza
al acorde laúd, púlsale, y notas
nuevas al viento y armoniosas lanza.

¡Genio de las ignotas,
altas, inmensas, mudas soledades!
¡Genio de las igníferas montañas!
Tú, Genio de los Andes, Genio anciano
como el dios que preside las edades!
¡Tú, cuyo imperio del glacial Océano
Septentrional al Cabo se dilata
que al Sur el mundo de Colón remata!
¿En dónde, en dónde estás? ¿Por qué enmudeces?
Alza, yergue la frente. ¿Qué profundo
pasmo suspende tu inmortal aliento?
Álzate y habla... ¡Oh Dios! ¡quién lo creyera!
Vencido el numen de los Andes yace,
su mansión profanada...
¡Oh feliz vencimiento!
¡Santa profanación! Una y otra era,
y otras y otras rodaron sobre el mundo,
como de mar airada
tumultüosas ondas: mas, ninguna
de la humana osadía ejemplo muestra
semejante al que ahora
propala ya la fama voladora.

Reinaba el Genio; en majestad terrible
su faz resplandecía;
su níveo trono, al hombre inaccesible,
Naturaleza levantado había,
cuando a ostentar sus juveniles fuerzas,
en fiera convulsión, de sus entrañas
hizo brotar montañas tras montañas,
y los Andes se alzaron estupendos.
Desde allí su dominio al Continente
tendió que el Grande Océano
y el mar de Atlante en cerco inmenso guardan,
desde allí vibra su potente mano
la tempestad rugiente;
y hace que atroces los volcanes ardan
que el seno de la tierra se estremezca,
y entre montones de funestas ruinas
el ser humano mísero perezca;
desde allí ha visto ¡oh cuántas,
cuántas generaciones
rodar vertiginosas a sus plantas,
cual llevadas, de raudos aquilones,
de eternidad en el abismo a hundirse!
¡Cuántos reyes y locas ambiciones,
sangrientas guerras, crímenes, violencias
de conquistas audaces! ¡Cuántos nombres
en el ingrato olvido confundirse!
¡Cuánta infamia vivir! y ¡cuántos hombres
diversamente grandes... Moctezuma,
de trágica memoria;
Huaina-Cápac, del sol hijo felice;
Atahualpa, inmolado a la codicia
de un invasor; Colón, a cuya suma
inmarcesible gloria
ni aún el brillo faltó que la injusticia
da, persiguiendo el mérito eminente;
Cortés, cuya luz clara
fuera mayor si al lauro de guerrero
el de conquistador no se enlazara;
Pizarro, si no un héroe, aventurero
sin rival en la historia;
Las Casas, que a borrar con pías manos
vino el crimen que obraron sus hermanos;
Penn, de severa probidad modelo;
Franklin, audaz sojuzgador del rayo;
Washington inmortal que trajo al suelo
de América fecundo,
en venturoso ensayo,
de república libre las simientes;
Bolívar el excelso en paz y en guerra,
a quien proclama justiciero el mundo
libertador, y padre, y vida y gloria
de cien pueblos valientes;
el noble Sucre, en cuyo heroico lauro,
¡oh singular, altísima fortuna!
no halla posteridad mancha ninguna.
Y vosotros también perseguidores
de los secretos de natura ¡oh sabios!
La Condamine, Humboldt, Caldas el mártir,
Boussingault... todos del soberbio Genio
en la presencia deshojasteis flores,
y con honda efusión y ardientes labios
cantasteis sus loores.

Mas, un día llegó... ¡Quién te augurara
que en el seno del tiempo aqueste día,
oh numen poderoso, se guardara
de humillación a ti, de gloria al hombre!...
¿Los veis? ¿Quiénes son ésos? ¿Qué osadía
mueve su planta a la vedada cumbre?
Son dos germanos, y el amor de ciencia
allá los arrebata... ¡Ah, deteneos!
Temed, parad; devoradora lumbre
arde en esa eminencia;
Crüel fin nos aguarda: ¡que! la historia,
¿tendrá Encelados nuevos y Tifeos?
¡Que! de la austera ciencia el ejercicio,
¿de otros Plinios demanda el sacrificio?

¿Temer? ¿Cejar? ¡Oh, no! Vedlos: llegaron;
de ellos el triunfo es ya; bajo su planta
la frente el monte secular humilla,
y erguida en el espacio se levanta
y con los lampos de victoria brilla
del campeón de la ciencia la figura.
¿Veis esa exhalación que allá fulgura
una vez y otras mil en el lejano
confín del horizonte?
Es el Genio que en vano
juzgaba eterno alcázar su alto monte,
y hoy bate en fuga las enormes alas,
y en su rápido y vario movimiento
cárdenas luces va lanzando al viento.

Del sublime espectáculo pasmada
calla naturaleza;
de las entrañas de ignoradas tumbas
las sombras surgen de la antigua gente,
y entre las nubes vagan lentamente;
alzan los muertos siglos la cabeza
pesada y polvorosa...
Delante el vencedor contempla abierta
la boca del abismo pavorosa;
aún cálido y letal aliento espira,
cual monstruo herido que en penoso esfuerzo
por intervalos al vivir despierta,
al gladiador triunfante al lado mira,
y en el inútil furor tiembla y respira.
Encima el astro inmenso
numen de luz y genitor del día,
que en majestuoso ascenso
se aproxima al cenit; el infinito
azul espacio en torno; un océano
de crespas nubes a los pies, heridas
por las del sol miradas encendidas;
y el nombre venerando en todo escrito
y visible la mano
del de los mundos Padre y Soberano.

En tanto el pensamiento
de los felices héroes de la ciencia,
vívido rayo, a par de su mirada,
al hondo seno del volcán desciende;
en la lava y las rocas busca atento
las huellas de los siglos, y la influencia
indaga, aún poderosa, aún no menguada,
de remotos y horrendos cataclismos.
Así a la inteligencia
muestran hasta los lóbregos abismos
caracteres y cifras en que se halla
la Verdad escondida
al humano saber, mas no perdida.
Ella aparece y por el mundo vuela,
el claro nombre honrando
de quien tras luengo afán hallarla pudo;
ella aparece y su beldad mirando
la Musa, que yacía en ocio mudo,
se anima, el sacro fuego la arrebata
y en himnos de victoria se desata.







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