Horacio Ponce de León
Nació en 1913 en La Plata, Argentina. Murió en City Bell en 1999. Publicó en poesía: “Mujer cantada”, 1941; “Canción final”, 1950; “Oda a una guitarra, y otros poemas”, 1959; “Tango”, 1966.
LA COPA
Porque es la copa del olvido, surge
de su fondo abismal, como de espejo,
esa mujer que habita en la memoria,
con su color de pelo, su costumbre
de estar ausente y viva
para el hombre que sueña, con la copa
en las manos, vacía;
y aunque el vino la cubra y se derrame
sobre la imagen móvil, reaparece,
nadadora del sueño, con su fina
cintura del abrazo, sus pestañas,
su corazón nocturno. Se unifica
la imagen en la copa y luego gira;
se refleja en el muro, se deforma
en los espejos líquidos,
hasta que el vino vierte sobre el mundo
el zumo de las vides del olvido.
El hombre se recobra,
reanuda su camino;
dialoga con los perros, las estatuas,
¡rompe el recuerdo, al fin, como una copa!
(de Tango, 1966)
NOVIA LEJANA
He de volver a tu balcón, volcado
sobre la tarde azul y junto al río,
a tu piano feroz, a tu amoroso
latido fiel he de volver, contrito,
para que no pregunten las visitas
en tu sala de oro, dónde he ido.
Más déjame correr por esos mares,
esas ciudades de esplendor y vicio,
alejado del bien, entre mujeres
de ojos de pez y corazón ambiguo.
(de Tango, 1966)
OBRA EN PROSA
Conocido principalmente como poeta, Horacio Ponce de León también escribió obras narrativas en las especies de cuento, relato y , ensayo. Nos dejó una significativa manifestación de este género con un relato en forme de monologo sobre el tema de Santos Vega.
Una vez más la literatura riop1atense fructifica en obra genuina, propia de la estirpe platina. Esto monólogo vale como indicio, huella y síntoma a través de comparaciones, metáforas, imágenes y símbolos reveladores de la existencia de un modo de ser concretada un la cultura do un hábitat particular.
Este hábitat condiciona el temperamento y la idiosincrasia de su pueblo, derivados de lo ancestral y de un estilo de vida arraigado en el suelo.
Se trata de una síntesis que resulta exposición de nuestra identidad; todo esto muy ajeno al folklorismo fácil o a una superficial versión turística de lo autóctono. "Hay cosas que pesan en la guitarra del hombre, que lo atan a la tierra, como las raíces a los Arboles?(H. P. de L.)
Estas expresiones responden a hechos que trasmiten la vibración de la vida vivida por portavoces de mundos concéntricos que giran con un mismo eje vital; vidas cultivadas en nuestro mundo del Plata y acendradas por los siglos. Por eso los mismos decires son patrimonio común a a ambas orillas de nuestro padre río: "Me muevo como un Arbol desde abajo a la frente,/ y hasta fuera de mí,/en el imán sinfónico de la Madre Raíz./ Soy el Arbol que anda,/ y ... casi la libre raíz. (Pedro Leandro Ipuche) Debemos reparar en la aseveración trascendente "y hasta fuera de mí."
Conviene meditar sobre el hecho de que autores de ambas orillas han heredado un bien cultural común y un estilo do vida cuyo arraigo regional no obsta a su expansión y a su contacto con lo foráneo y actual.
SANTOS VEGA
Únicamente la guitarra del Diablo podía vencer a mi guitarra, demasiado humana, demasiado parecida al hombre que la sujetaba entre sus cantos. Porque era instrumento creado para dedos, nervios y alma, el Diablo la venció con su instrumento de música sola, de armonía desnuda, hecha de humo y llamas para sus uñas infernales. Es condición del hombre que su voz nunca se alce sobre sus sueños preferidos, sobre el nivel de su esperanza; y así, mientras el otro concertaba sus voces nuevas, inauditas, desprendidas de nuestro suelo miserable, mi guitarra permanecía unida al mundo por invisibles raíces, se obstinaba en adherirse a su contorno de seres, árboles, estrellas. Acaso, su madera rememoraba aún el árbol natal, añorando el rocío, el viento, la lenta persuasión de la llovizna sobre el campo. Porque era instrumento terrenal, con des tino de morir algún día, antes o después que su dueño, el hombre que inclinado ahora sobre su caja como sobre un pecho, le arrancaba inútiles notas, melodías tan complejas como su alma. Y ese hombre era yo, Santos Vega, y el ser que tenía enfrente era el mismo Diablo, con su guitarra y con su canto. Hay cosas que pesan en la guitarra del hombre, que la atan a la tierra como las raíces a los árboles. No en vano había cantado con ella la memoria de mi madre, no en vano había evocado con ella mis amores, uno a uno, en las noches perplejas, descifrando las voces de la ausencia, restañando las heridas que el tiempo infiere al corazón errante, detenido tan sólo en la mujer, en la noche, en el canto. Supo ser, para mí, escudo, almohada; y, en ese instante, la sentía formando parte de mi ser; se prolongaba a mi costado y se extendía hacia la altura como los brazos de mis brazos.
Porque, como dije, enfrente tenía al Diablo, con su guitarra de música sola, sin ecos del corazón y de la tierra; al Diablo que entretanto inventaba el sonido de las memorias y de los sueños y creaba, de pronto, el mundo, con su paraíso y con su infierno. Yo lo veía, desterrado en el país de su música, en el infierno de sus cantos. Y aunque a veces la inspiración de Dios descendía a las cuerdas de mi guitarra, mis dedos le imponían un temblor, un estremecimiento humano, y la nostalgia de los cielos se transformaba en coplas terrenales; contenía, sin duda demasiada tristeza, pasión y ternura como para no ser vencida por la guitarra del otro, guitarra de música increada, de sonidos y silencios vírgenes como praderas al sol, tan puros como el Bien y el Mal , que parecían conmover un silencio anterior a la vida, anterior al nacimiento de las palabras y de las cosas (semejantes a música de las esferas en los días de la Creación). Porque era la guitarra del mismo Diablo, enfrentando de nuevo al hombre con sus voces, en desigual desafío de eternidad y muerte, y ese hombre era yo, Santos Vega, con su instrumento obstinado en adherirse a un paisaje de oros marchitos, mortecinas luces, seres macilentos. Pues, entretanto, se había hecho la noche alrededor y las sombras componían un escenario irreal, con sus cortinas misteriosas entre listas y franjas de claridad lunar, rodeando el trono de árbol caído desde el cual un hombre proclamaba la inutilidad de su canto. Podía aún invocar los nombres de los infinitos seres que pueblan la tierra y el mar, celebrando los dones de la vida; podía enumerar las glorias del universo, oponiéndolas al triunfo del infierno, salvándolas del incendio que convocaba el Diablo con sus cantos. Quise entonces, apartar mi guitarra de su destino terreno, alzarla en el triunfo de una canción extrahumana; pero mis brazos la retuvieron, la sujetaron hasta la orilla de la sangre, hasta los bordes de los gemidos y de los llantos. ¡Guitarra, guitarra mía! - grité de pronto -. Ahora me conozco entero, porque conozco la dimensión de mi fracaso! Grité tan fuerte que hasta las voces demoníacas en el silencio se apagaron, como las llamas del infierno que el otro trajo en su guitarra.Cuando callé, estaba solo en aquel bosque solitario.
Y desde entonces soy más hombre y es más guitarra mi guitarra.
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