domingo, 9 de marzo de 2014

GRACILIANO AFONSO [11.179]


Graciliano Afonso

Graciliano Afonso Naranjo (n. La Orotava; 1775 - f. Las Palmas de Gran Canaria; 1861) fue un poeta, traductor y teórico de la literatura. Su figura está vinculada al romanticismo en Hispanoamérica y en las Islas Canarias y a la heterodoxia.

Hijo del pintor Cristóbal Afonso, quien fuera maestro del imaginero Luján Pérez, a una edad temprana se trasladó a Las Palmas de Gran Canaria, en cuyo seminario, bajo la tutela del obispo Tavira, realizará sus estudios, que terminará en Alcalá de Henares, donde se doctora en Leyes. Obtiene la canonjía doctoral a la Catedral y pronto cobrará protagonismo en los asuntos de la Diócesis de Canarias y de la Isla. Elegido diputado a Cortes en el trienio liberal, defenderá los intereses de la Diócesis de Canarias frente a los de La Laguna, actitud que le enfrentaba a los hermanos Bencomo. Fracasado el periodo constitucional con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, el doctoral será declarado reo de lesa majestad y condenado a muerte. Emprende el camino del exilio, que lo lleva en diversas fases a Cumaná, Puerto Rico y Trinidad de Barlovento. En Venezuela, conocerá a José Tadeo Monagas y comenzará a fraguar un discurso sobre la emancipación. Tras la muerte del rey Fernando VII de España, será amnistiado y regresará a Canarias, donde se reintegrará a su plaza en la Catedral y se dedicará a la enseñanza. Destacará por su papel en las epidemias del cólera morbo que sufrió la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, junto con el obispo Codina (véase: Pandemias de cólera en España).

Obra

Graciliano Afonso desarrolla su actividad literaria en diversas vertientes. La primera obra de Graciliano Afonso define muy a las claras su talante liberal; se trata de un "Poema al mal comportamiento de algunos de sus paisanos en la defensa que hizo Santa Cruz contra el almirante Nelson" (1797).
Si bien gran parte de su obra se encuentra manuscrita y se conserva, en su práctica totalidad, en el Museo Canario, las producciones que vieron la luz definen el tránsito hacia el romanticismo del autor y su preferencia por la tradición clásica. Así, el primer libro poético que se imprimió en Puerto Rico, en 1838, se inserta en la poesía anacreóntica: se trata de El beso de Abibina, acompañado por una traducción de las odas de Anacreonte y Los amores de Leandro y Hero, de Museo.
Antes de su regreso a Canarias, publicará el poema "A la muerte de Fernando VII" y, en las Islas, El sepulcro y la capilla de Cairasco (1840), en el que confiesa su filiación al primero de los poetas canarios, y la oda Colón (1840), dedicada a Bartolomé Martínez de Escobar, en la que se realiza la primera acusación directa contra el conquistador; discurso que se verá reforzado en El juicio de Dios o la reina Ico (1841). Además de algunas composiciones poéticas de índole circunstancial, la obra sin duda que ejerció una influencia determinante en la literatura de las Islas es la Oda al Teide, obra poética que comenzará a escribir en la bahía de Tenerife en el periodo de cuarentena y que no verá la luz hasta 1853, junto con otras tres composiciones más que son reflejo de su trayectoria poética: dos poemas breves ("A Solina" y "El espejo de Solina"), ambas de la época de su exilio; dos leyendas canarias "Las hojas de la encina o San Diego del Monte" y "Zebensayas", muy al gusto de la época gracias al propio Afonso y a la efímera publicación La Aurora. La Oda viene precedida de una "Advertencia preliminar que supone el primer tiento teórico sobre la literatura canaria. Se trata de un texto escrito a posteriori, probablemente con vistas a la publicación del libro. En ella hace un recorrido por la poesía de las Islas y establece una suerte de poética.
El resto de su obra impresa está dedicado a la traducción: obras de Alexander Pope (El ensayo sobre la crítica (1840) y El rizo robado(1851); Virgilio (la Eneida, traducido en verso endecasílabo (1854), y el volumen Noticias sobre P. Virgilio Marón y traducción en verso de sus diez églogas (1855) y Horacio (Tratado del arte poética dirigida a los pisones (1856); todas ellas responden a la necesidad de ilustrar a la juventud canaria en un contexto de pobreza y de alto grado de analfabetismo como el que se vivía en Canarias durante el siglo XIX.

Bibliografía

Las bragas de San Grifón : novela del abate Giambattista Casti traducida por el Doctoral de Canarias, ed. de Antonio Becerra Bolaños, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 2004.
Oda al Teide. El juicio de Dios o la reina Ico, Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2004.
El Mar. Oda al Teide, ed. de Antonio Becerra Bolaños, Archi Pliego, Las Palmas de Gran Canaria, 2005.







Los Borbones

Decrépito un Borbón alza en el Sena
El férreo cetro con caduca mano,
Y al pie del trono que erigió el britano
A los nobles franceses encadena;

Perjuro otro Borbón, de angustia llena
Al inocente infeliz napolitano,
Y otro Borbón en el recinto hispano
Labra, aunque en vano, la servil cadena:

El averno abortó a los Borbones
Para usurpar al hombre sus derechos;
Pero, ¡estirpe orgullosa!, no blasones

Esclavizar al mundo con tus hechos,
Pero esos hierros que forma y eslabones
Puñales son, que pasarán sus pechos.







DEL LIBRO EL BESO DE ABIBINA

EL CANARIO

En su prisión dorada
un canario bellísimo
repetía dulcísimo,
su cantinela amada,
y Abibina agraciada,
blanda, tierna, amorosa
encuentra sus delicias,
prodigando sus caricias
al ave venturosa.
Un día, que gozosa
lleva dulce alimento,
y el agua cristalina,
que a su cantor destina
con divinal contento,
le ve, ¡cruel tormento!,
triste y encapotado,
bajo el ala sumida
la cabeza pulida
y el cuerpo espeluzado.
¡Qué te aflige, cuitado!
¡Mi amor, di, qué te aqueja!
La portezuela abriendo,
blandamente le asiendo,
de la prisión le aleja:
ya, una esencia no deja,
que sobre él no salpica;
ya, en su seno, le anida
ya llorosa, perdida,
tiernos besos le aplica;
pero el mal se duplica
en el instante mismo;
cabeza y pies tendiendo
y las alas batiendo
con triste parasismo.
Al ver tal fatalismo,
pálida, sollozando,
contempla los despojos,
que baña de sus ojos
el llanto derramado
y el canario saltando,
cual mágico portento,
el vuelo alza ligero
y canta vocinglero,
con aquel dulce acento
de celestial contento,
donde libertad mora:
soy libre, y quiero muerte,
antes que esclava suerte,
que entre sus grillos dora
falsa amistad traidora.
Tente, canario insano,
(mi grito hinchó la esfera)
que tu libertad fiera
es un delirio vano;
que el yugo soberano
si tú de amor probaras;
sus grillos y cadenas,
sus dolores y penas,
por libertad trocaras;
que en sus separadas aras
el sabio libre jura
que su patria y su ella
son luminosa estrella,
do guía su ventura
la libertad segura.

Mas él vuela atrevido;
que el beso de Abibina,
y el de patria y Ciprina,
desdeña endurecido,
el libre de partido.






A DOLORES

Es tu nombre una adivina:
¿Quién al verte tan hermosa
no te creyera una diosa
celestial, ninfa divina?
Eres rosa sin espina,
Tierna flor de los amores
toda perfume y olores.
Quien te mira está en el cielo...
siendo así, ¿cómo en el suelo
todos te llaman Dolores?

Eres hermosa y preciada,
mas también despreciadora,
y tienes en una hora
mil resabios de taimada.
Vives siempre acariciada
de galantes amadores;
mas agravias sus favores;
y entonces sin duda alguna
al ver morir su fortuna
te llaman todos Dolores.

Mas si hubiese algún dichoso
que, lejos de sinsabores,
no sintiese los rigores
de tu pecho veleidoso
quizá entonces venturoso
en dulce amor abrasado,
cantaría entusiasmado 
aquella canción sabida:
Dolores me dan la vida,
Dolores me la han quitado.

Amor, divino consuelo,
esperanza celestial
que das al triste mortal
la felicidad del cielo:
permite que sin recelo
goce el hombre tus favores,
que entre tus dulces ardores
llegue venturoso el día
en que sea una ironía
el que te llamen Dolores.








AL RELOJ

[Dedicado al imaginero Luján Pérez, natural
de Santa María de Guía (Gran Canaria)]

Con mesurado paso blando, lento,
mides el tiempo, oh péndola canora,
el que insaciable con afán devora
tras siglo tanto el volador momento.

Tú marcas su vivir al gran talento,
y en la cima de olvido asoladora
también rodar verás la arpa sonora
que al héroe ensalza y encadena el viento.

¿Y allí estarás también, Luján sublime?
¿Hasta de tu cincel no habrá memoria?
¿Tu patria ahogará la voz que gime

perdiendo de tu genio la alta gloria?
Guía, no llores, que virtud exime
muera el patriota, y de su don la historia.







MI LÁMPARA

[Al señor don Juan Evangelista Doreste]

[El poema se inicia con un verso de las Sátiras de Horacio]

          Mutato nomine de te fabula narratur.

¡Oh tú!, mi solitaria compañera,
cuando la noche de fantasmas llena
reina callada en mi recinto umbrío;
¡lámpara!, que, serena,
con moribunda luz, el rostro añoso
bañas, acaso por la vez postrera;
mientras del sueño el plácido rocío
me aprisiona en los lazos del reposo,
que retrata la muerte;
si entonces torno a verte
el aura respirando de la vida
que el más profundo meditar convida,
yo te saludo amiga y fiel candela,
de mi adormida sombra centinela.

¿No oyes la tempestad que airada brama,
y al genio del infierno que hondo clama
y el rayo en el abismo resonando
sangrientas, negras luces derramando?
Pálida de una nube huye a otra nube
la luna que al zenit medrosa sube,
ya tenebrosa, oscura radiando
al cielo encapotado penumbrando.

Pero aquí todo calla; sola brillas,
lámpara compañera, dulce amiga,
tu luz me ordena que tenaz persiga
el áspero sendero de la gloria,
y resuena al momento en mi memoria
el eco de la alabanza
y mi pecho se agita si no alcanza
no morir del olvido en las orillas
sin que la fama cante
su nombre y hasta el cielo lo levante,
tú ahuyentas de mis párpados el sueño,
frío y calor desdeño,
gloria, saber y triunfos inmortales
me gritan sus reflejos celestiales.

Y un rayo de tu luz iluminando
del vencedor romano el monumento
que Marón levantó; veo llorando
a la infeliz Dido; el puñal brilla
tinto en la sangre que el amor mancilla;
y el cisne del Danubio también llora
y allí también te vi, fama sonora,
que en su metro inmortal plañes su historia,
y Melpómene le ciñó de gloria;
y mi turbado espíritu reacio
admirado se humille a Metastasio.
una voz celestial se oyó al instante
que tu luz agitaba...
¡La tuya, heroica Todi!, que cantaba
tu inmortal son regina e sono amante.

En un volcán se abrasa el pecho mío
y de mi frente corre un sudor frío
que el horror del olvido pavoroso
oprime el corazón con cruel desmayo;
mas luego lanza un luminoso rayo
sobre la gloria del saber britano
que envidia fuera al griego y al romano
y veo las visiones halagüeñas
del genio que domina la desgracia
con poderosa fuerza y eficacia,
y sublime avasalla al universo
aterrado el perverso
y humillando ciudades, toscas peñas
y el desierto del tiempo; majestuoso
monumento, a su gloria el más suntuoso
¡oh lauro de Albión! Shakespeare divino
tu grandeza confunde mi destino.

¡Oh lámpara fatal!, muera tu lumbre,
que la gloria no habita mi techumbre,
oscuridad, tinieblas
del olvido feroz las densas nieblas
te rodean, ¡oh lámpara infelice!,
y el horror de mi suerte te predice.

Pero, ¡cielos!, qué miro,
¿será que yo deliro?
Oigo, divina musa, el tierno ruego
con que a la fama por Elisa bella
mi dulce amor y mi luciente estrella
el eco de su trompa pide luego
para inmortalizar tanta belleza;
pero aquella hermosura,
su gracia y donosura,
como luz que desmaya y va perdiendo
su brillo, su destello oscureciendo
la contempla el amor, triste pavesa,
y gloria de horror acompañada
será polvo inútil; miseria, nada.

Los hijos del saber también perecen
y cual sombra fugaz se desvanecen;
¿do el gigante estará que al tiempo insano
la corva hoz le arranque de la mano?

Lámpara sepulcral, ¿y tú no mueres?
Yo soy un insensato
cuando en pos de la gloria me arrebato:
humo de vanidad, vapor ligero,
que devora el sepulcro adusto y fiero
y lo sella el olvido
sin la esperanza de vivir perdido.
Sí, lámpara infeliz, tú también mueres,
que sólo vive el Ser, rey de los seres.


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