jueves, 18 de octubre de 2012

ENRIQUE BERNALES (8081)




Enrique Bernales
PERÚ
Estudió Literatura en la Universidad Católica del Perú. Formó parte del grupo poético Inmanencia con quienes publicó Inmanencia (1998) e Inmanencia:Regreso a Ouroborea (1999). Publicó su primer libro individual en el 2003: 21 poemas/ Cerridwen. En el 2005 ha publicado la antología de poesía, Los relojes se han roto: poesía peruana de los noventas. Recientemente ha retomado sus funciones como editor de la revista de cultura latinoamericana Intermezzo Tropical. Su primera novela, los territorios ocupados apareció en el 2008. Actualmente, a la par de sus tareas propiamente académicas, está preparando dos publicaciones: un nuevo libro de poesía, siete poemas yanquis, y su primer libro de cuentos: Breakfast in America: 7 cuentos yanquis. Es Doctor en Literatura Latinoamericana por Boston University.




mi país

mi país no existe
allí no hay delfines rosados
ni hombres que coman gatos
tampoco piñas tan inmensas que
logren opacar el resplandor del sol

mi país no existe
es la figura de mi padre ausente

yo vengo de mi país
vengo de mí mismo
yo soy sus delfines rosados
el caníbal reductor de cabezas
las líneas de Nazca
el brillo de mis ojos

mi país no existe
mi país soy yo
empieza en el norte
muy cerca de la línea del Ecuador
o más bien en la punta hirsuta de mis cabellos
termina en Tacna al sur
en la frontera con Chile
o diría mejor en alguna uña
de mi pie izquierdo

la capital política de mi país no está en Lima
sino en mi corazón
su población se estima en
un habitante como mucho
carece de una religión oficial
ni siquiera posee su propia moneda

ha nacido del barro primordial
producto de esperma y óvulo
de países más grandes

mi país está sólo en Sudamérica
apenas bañado por la inmensa espuma
del pacífico mar

un día, mi país morirá





bizarre love triangle

inventas separaciones,
la orquídea de los vientos boreales
te impide la saudade burlar,
escapar de esta isla que contemplamos muchos,
con tus caricias sin pasión pero constantes,
burlando la vejez y a los pequeños,
dulces bárbaros en el corazón de otra isla,
cómo sufres tu ficción,
a veces, el deseo te cubre con las últimas fogatas,
los mares reales del sur, sin palabras
o piedras que no entienden del amor y sus aguas
subterráneas,
también invisibles, los ojos del náufrago animal,
the world was on fire and no one could save me but you,
reíamos y devorábamos arrebozados pejerreyes
escuchando una canción de Chris Isaac,
y cuando nos tocábamos entre la fronda repetíamos:
“el mundo está en llamas en la dicha hambrienta,
nadie podrá salvarme ni siquiera tú”
pero eso está bien,
porque tú son dos a veces entre las olas y los mosquitos,
como ese poema de la hydra y su doble,
esa amante que nos hace falta cada día,
las noches en triángulos de besos,
empapados de una lengua de sol
con las bocas hartas de camino y soledad





Jack Daniels

Lo que más me sorprende no es que haya fanáticos suicidas volándose en mil pedazos
por las calles de Bagdad ni que estemos perdiendo una guerra que estamos
ganando,
tampoco me sorprende que Bill de Kansas, 22 años, compañero de muchas borracheras, juegos de billar y póker, con quien por las tardes reíamos y llorábamos recordando a nuestras familias, ahora mismo esté de vuelta a casa,
congelado en una bolsa tan negra como la piedra que adoran esos fanáticos en el país del sur,
no es sorprendente que hace unas semanas tuviéramos que acribillar el minibús en el que viajaba una familia entera, simplemente por el pánico que nos causaron al aproximarse demasiado a nuestra patrulla,
menos me sorprende que haya tenido que viajar tan lejos para darme cuenta que ya no te quiero ni que la moderna ciencia de nuestros médicos me haya salvado la vida mas no pudiera hacerlo con el bueno de Bill ni con mis piernas ni mis brazos,
no es digno de menor asombro que en los alrededores del hospital de la base en Alemania todos hablen un perfecto inglés y que hasta los niños tomen más cervezas que Bill y yo juntos,
lo que más me sorprende es que una vez tu rostro y tu sonrisa me dibujaban como una antorcha Polaroid en la sala de nuestra casita alquilada de Albany, Jack y Lucy forever,
el novio perfecto, el ingenioso, el cómico, el patriota pasó a ser instantáneamente el charlatán, el tonto, el alcóholico,
el fin del amor es una bolsa tan negra como la piedra que adoran esos fanáticos en el país del sur,
cuando cada uno rehizo su vida con otros Jacks y otras Lucys.
eso es lo que realmente me sorprende…






ATRAPADO SIN SALIDA

no es tan fácil como imaginas, la computadora no se ha comido mi lengua,
en cambio, ha hecho más llevadero mi silencio,
ese silencio que te niegas a interpretar,
que te lo dice todo claramente,
prefieres pensar que la computadora se ha colado en nuestra cama
como ‘la otra mujer’ como usualmente la llamas…
‘la otra mujer’ hace más soportable mi no existencia,
escribo novelas, poemas, mando correos electrónicos, veo videos,
juego ajedrez contra la máquina, casi siempre me gana, en verdad,
siempre me gana, en fin, no hago nada, callo y me enamoro de mí mismo,
de mi propia irrealidad,
los caracteres indescifrables de mi espejo cibernético,
he dejado de quererte, esa es la verdad,
pero la máquina no se ha convertido en mi amante,
sino en el hilo que a través del laberinto me guiará
indefectiblemente a un desenlace fatal contra el minotauro,
la criatura que por las noches amanece entrelazada a mi cuerpo…






Shock

que dios nos ayude, dijo el hombrecito por la televisión,
y así el verbo se hizo carne,
el libre mercado había sido parido con dolor
en nuestras costas, y habitó entre nosotros para no irse jamás,
apagué la tele o la tele me apagó a mí solito,
de esto último recuerdo poco,
me arrojé contra la carne negra de mi cama
las paredes celestes
el cristo en llamas
del cuarto que fue de mis padres adquiría mayor altura,
y las heridas en el techo se multiplicaban,
concentrándome en un pequeño agujero
así fue tomando forma y consistencia,
empecé a llorar, y del techo cayó cal y yeso sobre mis ojos,
apagué las luces del cuarto y salí a la calle,
esa noche noche hubo un silencio noche
en la ciudad, los cerros, el mar, toda la nación,
éramos un país enfermo necesitado
de cal y yeso sobre nuestro rostro,
así nos repetían los técnicos perfectamente encorbatados
y doctorados en los yunaites,
con más cal en los dientes que nosotros,
era la noche más larga del año
y nadie quería que amaneciera
esa noche hubiera sido el fin del mundo
y todos en sus camas negras contentos hasta el otro día,
pero no, sólo era la noche más larga del año
y no estábamos en Alaska, para ser precisos,
y en la frente de los vecinos que lloraban desconsolados
había polvo y yeso también.






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