sábado, 6 de octubre de 2012

7983.- JOSÉ MANUEL VACAH





José Manuel Vacah (Estado de México, 1990) Poeta.
Cofundador de la revista Hysterias. Actualmente forma parte del consejo editorial de dicha publicación. Obtuvo el tercer lugar en el concurso de poesía Décima muerte 2010 (UNAM).  Textos suyos han sido publicados en Revista de Literatura Mexicana Contemporánea y Siempre! Mantiene el blog http://plumonparavacas.blogspot.com/





Domingo

Tomé
un amanecer entre mis manos

y me puse a caminar con la misma intención de un policía/

cerré los ojos y presentí que una nube era un motivo más para pensar
en mis pulmones

a punto estuve de soplar
pero
imaginé a un hombre recostado en el pasto mirando a través del cielo/

desnudándose
mientras el sol cubría su pecho y calentaba su corazón que latía
cada vez a un ritmo más lento

encendí un cigarro y recordé a mi padre
mientras el domingo era tan grande que tuve ganas de sentir el universo
en mi boca

y grité

qué amabilidad la mía
estaba sentado en la cama pensando/

mientras ningún pájaro cantaba afuera
mientras un hombre o una niña eran asesinados como de costumbre
en algún lugar de este país
un automóvil transita por la calle
nada importante sucede

cambio de postura/

abro la boca como un pez anestesiado
cuando ayuno los bueyes del mediodía.




Mi turno

Como un gato que se cuelga en las cortinas
Vendré a leerte mis últimas predicciones

Con la seguridad de un aprendiz de músico
Puedo oírte subir una escalera
Y aparentar que no escuché jamás el golpe de tus pasos en la escalera
Todo tiene que ver con mi estatura
Cuándo has visto un gato mecido por la noche entre mi pecho
Renuncio a conocerte por el eco de tus uñas
Por el chasquido de tu lengua
Y tu manera de presenciar la última canción de este animal
Que aúlla
Dices que confías en la mirada de los gatos
Pero yo tengo otra victoria
Y no es la tuya.





Se reza

la distancia más corta
entre lo que una vez
fui / de niño
es una lagartija solitaria que bajó de una tormenta
y lo que una vez
soy / ahora
es aquella lagartija que llevaba
entre los dientes
un número indefinido de caballos desbocados
que se ahogaron en la sangre de mis padres
y mis hermanos
que se ahogaron en la sangre.






Última oportunidad

Cada que vuelvo a ti
es la última lumbre de la tarde
Max rojas
Cada que vuelvo a ti
Es la última noche en que abro una ventana
Afuera sé que llueve
Lo sé porque me lo han dicho los poetas
Porque he leído a cuatro o cinco poetas y les creo
Y tengo ganas de mirar cómo llueve esta vez
Y hay una mancha en la ventana como un colibrí café que dice adiós
Y hay una palabra que ronda mi cuarto como un presentimiento
Como una tarde que baja por una calle angosta
Una calle que no es más que una espiral de una laguna
Cuando una piedra
No es más que una espiral en una tarde
Sentado en la misma banca donde te he esperado todas las tardes





Ya te conozco

Sé cómo eres cuando te vas
Y sé cómo eres cuando regresas
Cada que vuelvo a ti
Estoy esperando a un pato negro
Por eso abro una ventana.







El aroma de la menta

detrás de cada puerta está el monstruo
entonces uno dice cómo es posible que haya pasado
que haya sido tan rápido tan invisible
ni siquiera me di cuenta de los acróbatas que jugaban en tus ojos
antes de anunciar la última entrada de los espías
ah si de pronto yo juzgara mis actos no encontraría manera de evitar tu mano
tu delicada mano señalando un rincón de mi soberbia de mi estupidez
no intento alimentar mi depresión con una sonrisa
que no dependerá de mi sincera impaciencia que quede claro
apenas quiero diferenciar mi tristeza de la tuya
he sentido a veces la noche venir a burlarse de mí
de mi manera de mirar las puertas en pijama con la sábana hasta los ojos
apenas quiero sentir un pedazo de tu boca pequeña que suda una queja en el picaporte
y que yo
como un dios que no entiende las palabras del pájaro más pequeño
del mas pequeño de sus discípulos como un dios ciego como un dios que no será llamado           nunca con vehemencia dios justo y atento
así yo jamás pude sentir el ruido de tus pasos atravesando la sala y golpeando la última   puerta que había que franquear
antes de que el monstruo franqueara la puerta
si la imagen quedara intacta podría hacer un diagnostico de mi humilde respuesta y sabría          cuál error fue más grande

tomar la decisión de equivocarme o equivocarme por pura indecisión

si la imagen quedara intacta mi corazón créeme sería una casa verde con un jardín intacto
con el aroma de la menta que plantamos por descuido impregnándose en cada muro
de la casa que el viento se obstina en derrumbar
siquiera puedo recordar de qué color acostumbrábamos sembrar nuestras alegrías
nuestra cotidiana felicidad
al final el miedo compartía el pan con nosotros y por esto siempre tuvimos la sensación de          lavar  más platos de los que usábamos o rompíamos
el gato entraba en la sala y tu sonrisa era una costumbre que también ignoré
porque el vestidito azul que llevabas me gustaba ver tu cadera construir ciertos pliegues
tanto vestido para tan pocas certidumbres
recuerdo solamente el grito de una palabra al caer
una palabra que jamás he recordado
porque me da miedo entre otras cosas abrir la puerta y mirar el monstruo






Poema para Lidia

Temo, Lidia, al destino.
Fernando Pessoa


Ayer, como el fuego que cae de la antorcha que sostienen tus ojos,

como ese instante que no cesa, porque temo que las palabras te sucedan
hasta que llegue el momento en el cual una respuesta no baste
para entender cómo el tiempo ilumina tu rostro cuando has visto al destino bailar con los gatos,
una noche, en que tu cuerpo era un temor que presagiaba el talento de mis manos para perder,
aún sin internarlo, sin intentar nada, he perdido.

Es acaso que el amor nunca entiende:
la imaginación tendría que tomar otros zapatos
pues un instante se ha hecho toda una vida.
Ayer, como el fuego que busca descender de su antigua herencia,
sobre el cuerpo que se baña entre las piedras de una pirámide,
cuya presencia sólo puede entenderse desde el primer sismo,
herida o roce, ascenso sacro,  temblor, centro del incendio, dónde la punta aísla mi pensamiento
            de tu nombre,
acaso la muerte cuyo desdén es el deseo que imita la armonía de una danza que no cesa,
tan sólo la división entre lo que es y la muerte,
un orden en que el amor habita el principio de la sagrada tormenta, pensándolo bien, el fuego
que cae de la antorcha que sostienen tus ojos,
cuando te descubro:
caminas por ahí, tu cuerpo cobra la dimensiones que se merece,
como un rayo de aceite, vertido, sobre los peces que se agitan en el río de las ganas,
semen cauteloso, casi nido cuya sangre penetra la herida que admiro, deseo, y ya.

Temo, Lidia, aunque sostengo tu nombre entre las manos, todo tu cuerpo entre mis palabras,
que las primeras aves  del alba busquen en mi pasado,
hurguen en él como sabedoras del miedo que me orina sobre los ojos,
que me carga en la espalda una cadena de puños que me gritan al oído
esas pinches órdenes para dejarlo todo y aceptar la corona de la derrota
y dormir en la misma cama, solo,
a pesar del fuego que devora la estancia y entra a  la casa para arrebatarme el valor o lo que queda. Tocan la puerta. No abro.
Es el temor que desata los perros tras de mí. La huida por un lado, y por el otro aquel miedo
            de perder algo que no tengo.
Porque tú tal vez tampoco eres, tampoco has sido, aunque sé que los hombres te construyen
cuando te miran incendiar tu presencia,
tú misma devoradora de los paisajes que te persiguen,
de las faldas de la tarde donde los árboles son amarillos por su contacto con las alas de los pájaros,
del cielo que es mar donde los arrecifes se cuentan por su debilidad de haber sido en otras vidas barcos o nubes,

ese mar trasfigurado en deseos imitados de las primeras gotas de agosto, ese cielo que caga anémonas de aire, las mismas que alguna vez escuché que te gustaban , estrellas que ceden su tristeza a las calles donde un hombre camina pensando en los labios de las mujeres que no lo besaron, por miedo; y entonces, sólo entonces comprendo que no me perteneces, y que yo, no soy el hombre que ha decidido llamarte esta noche, o mañana en la noche, o ayer, cuando conversamos, brevemente, sobre el pájaro que moría en el parque, cuando venías de cenar con tu novio

o con tu hermano.
No estoy preguntando nada al destino,
es que tan sólo no eres, y yo no he sido nadie para averiguarlo, para siquiera llamarte y averiguarlo.
Es que casi me siento portador de una presencia que no me pertenece,
podría decirte, con toda sinceridad, que ni yo mismo estoy seguro de ser hombre.

Tengo miedo, Lidia, de las palabras, porque no cesan, porque una siempre atrae a la otra,
y esta exploración de niñas enamoradas consigue atraer a los imanes y a los dioses,
y así sucesivamente, un instante que le pertenece a otro,
un instante, en que el fuego que sostiene la antorcha del destino ha puesto sobre tus ojos,
incendio levísimo, como para hacer sonar un silbato que atraiga  a los perros.

Rueda el destino sobre la última palabra que no diré
cuando encontremos otro pájaro en el parque,
sabedores de los presagios que caen en el pecho como viejos pesares,
tú, buscando un hombre que no soy yo,
y yo
buscando un hombre que no está, en tu destino.




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