lunes, 4 de mayo de 2015

PAOLO GUINEA OVALLE [15.850]


PAOLO GUINEA OVALLE 

Nació en Guatemala, en 1975. Poeta, editor y músico. Ha publicado los libros Matriz de olvido (Editorial Cultura,  2000), Voz en off  (Magna Terra Editores, 2004) y Circo y Estadística (Magna Terra Editores, 2009). Su obra aparece en importantes antologías como Voces de Posguerra (Fundarte), Algarero Cultural 18: Antología de poetas guatemaltecos y dominicanos (Editorial Cultura), Microfé (Catafixia Editorial) y El futuro empezó ayer (unesco / Catafixia Editorial). Ha publicado en revistas culturales como Algarero Cultural, La Ermita, Magna Terra –un viaje hacia las ideas–; en el periódico Nueva York en Guatemala, además de varios artículos de análisis en la revista política C4. Ha participado en varios festivales de poesía. En 2004 obtuvo el premio único del concurso de poesía (2004) de la Fundación Myrna Mack. Actualmente se desempeña como subdirector de Magna Terra editores.





***Del libro Caballitos (Editorial Cultura, 2014)



A las 3:45 a.m.
busco al fondo de este silencio diáfano
el motor de un tráiler compresionando
al grillo
al perro o al gallo
lejanos.

Nada
es este el cuchillo de un Dios partiendo el tiempo.

Absorto
me llevo una tajada al sueño
y mi oído cae en coma.

 
*

ALIMENTAR AL OJO

Un nido celeste te sale del ojo
cuando miras al cielo y nutres tu pupila
de una casa verde
con jazmín que aromatiza el iris
 
La tarde transcurre oliendo a piña,
habita la desnudez en tu mirada
 
Embarazada de luz está tu sombra
Arrullas la vida asomándote al trasiego
de imágenes,
todo como un tapiz que se detiene en tu memoria

Mirar, sólo mirar
y atragantarse de reposo.

 

*



Vengo en representación
de esa parte de mí que todavía no ha sucedido
y pende de una infancia cuajada
en esta crisálida que me habla por los ojos.
¿En dónde quiere que firme mi lágrima?

 


*


LAS HORAS QUE LINCHAN
(advertencias contra el colmo)

Qué mandarina ni qué ocho cuartos
aquí se parte la razón y exime de esencias

Qué ni mierda que el cuchillo y demás metales
aquí punza y corta el delirio, la diáspora de la vista

Aquí que existe digo sangre -huevos-
porque nada escurre
y poco esa tanto que nadando en la memoria
el calendario hostiga para que basten sus líquidos

A salud de qué si apestan los yugos, con qué
ni para qué
la ansiedad muerde, revienta hasta despreocuparse
en el hastío
diseminando agua, en el charco del temor
 
Ocio para no matar, síndrome de agonías
carnaval de olores,
en el ruedo del tiempo
donde el connotado olvido atranca el pecho
-estaca sin retorno, anidando, siempre haciéndolo-

Anudándolo queda solo en esperpento
cuando tierra en boca se muerde a sí mismo
-polvo del polvo-

Catacumba que se extingue en la parálisis
de días sin carne
donde las horas que linchan, abyectas trabajan
horario para atravesarnos y luego huir
casi desangrar,
casi una simple cajita vacía de todo
y en la nada te recuperas en congoja
rapto con alevosía de una carne que te sostenía
en el temple aturdido de posibilidades
 
¡No te dije, pues!



*


Cada intento del mar por rematar su perfección
es el pulso de la ola
su rabia sinuosa
su lengua que roza la orilla de todo.
Al fondo está su línea rectísima
y al opuesto la onda irregular y diáfana
que lo alivia de sustentar al cielo.

 




 

Es en la pulpa de la luz
donde se da la simbiosis del tiempo y del aire.
La transparencia se reproduce por ciclos
hay viento que se despega de sí mismo
para hinchar el vacío
como una burbuja en ingrávido periplo —un desembarazo—
en las horas donde creemos serlo y tenerlo todo
bajo nuestra disipada sombra
y sus raíces de esencia insulsa.

 

 

*

 

Antes y después
de este gran timo
mejor nosotros y nuestros sueños.

 
 


 

Vi yerros apareándose con indulgencias
en el callejón de la doble moral
lo hacían a oscuras y santiguándose
con susurros.

 

 


 

De mi árbol caído
no he hecho leña aún
de trompos
pasé a pérgolas
y de éstas a mecedoras
el núcleo balancín del aire
me inquieta
brindo a la salud de aquellos
que no saben en qué año están
ni en qué Era viven.
A ellos
mi terrible envidia y respeto.

 

 


 

Allá en lo alto
la música no es un reproche
sino un regreso letal para darnos forma.

 

 


 

En el muro de aire de aquí al resto de mis días
hay profundidades de la sangre
que no llegan a este cuerpo de regreso.

 

 



 

Quien admira aquí
es porque ya se lo tragó el espejo.

 

 



 

El fin del mundo es todos los días
un reloj lento
quebradizo
el minuto
frágil el suspiro…
No hay sudor
ni centímetros de frente
sólo miradas a punto de reventar de vacío.

 

 

El pianista y poeta, Paolo Guinea, nos presenta su primer álbum titulado «Ápices».

Por Sergio García Mejía

Guinea presenta un disco de 7 temas de donde se desprende «Pánico» —su ópera-prima— de la que Ameno Córdova grabó uno de los mejores videos musicales que se han visto por estos tropicales lares. En el disco podemos escuchar su apego a las saladas aguas con «Monterrico 3.55 A.M.» o «Tú allá, el mar aquí» y sus nostálgicas «Péndulo» y «La infancia y otras palabras»

En «Ápices», Guinea no presume de ser un pianista virtuoso, no pretende serlo, él recurre a la simpleza, al «menos es más». Su música no posee un tiempo firme, no por eso podríamos decir que es arrítmica, su ritmo no es el del metrónomo, es más biológico. «No es ansiedad; sino este corazón que pasó a vivir a mi mano» es un verso que se lee en su libro de poesía «Caballitos» que también publicó el año pasado. Guinea toca el piano como escribe poemas; con el miocardio latiendo en sus manos.

Hablando de sus manos, en «Ápices» Guinea presenta una mano izquierda que permanece la mayor parte del tiempo anclada en el mismo lugar, moviéndose cerca, siendo ella la generadora de tensión y suspense; por momentos haciendo simples arpegios u otras veces marcando acordes largos, nada que requiera digitaciones rachmaninovianas. Su mano derecha es la personificación de Muhammad Ali, ya saben, «fly like a butterfly sting like a bee»; ahorita me mirás, ahorita no. Ella vuela y puya, divaga con fraseos simples y tiene arrebatos con cadencias veloces o con ataques que activan por igual a su par.

Guinea es un exponente del tempo rubato (tiempo robado en italiano), una especie de suerte que juegan los músicos en donde el ejecutor puede acelerar o desacelerar la interpretación a su antojo. No es un rubato chopiniano, sino uno moderno. Guinea se roba el tiempo en favor del drama y lo distribuye por chisguetes jugando a ser Cronos. Toca las teclas del piano con la misma displicencia y genialidad con la que el «Pibe» Valderrama levitaba su melena y trazaba apoteósicas diagonales (¿?).

Esperamos escuchar y leer más de este polivalente artista. Quizás la próxima vez con un piano con más cuerpo y con un ingeniero de grabación a la altura de su calidad.










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