Mariano Flores Castro
Nació en la ciudad de México el 1 de agosto de 1948 y falleció el 5 de Febrero de 2014. Poeta, narrador y crítico de arte. Estudió historia en la UIA, derecho en la UNAM y tomó cursos de filosofía en la Universidad de Friburgo, Suiza. Ha sido agregado cultural en las embajadas de México en Costa Rica, Suiza y en la Delegación Permanente de México ante la UNESCO, Francia; jefe de Actividades Culturales de la UAM-A; director de Artes Plásticas en el INBA; editor de una colección de poesía latinoamericana en París; codirector y fundador de Imaginaria. Colaborador de Cuadernos de Literatura, Diálogos, Diorama, El Rehilete, Imaginaria, La Cultura en México, La Gaceta del FCE, La Letra y la Imagen, La Palabra y El Hombre, Nexos, Pauta, Plural, Posibilidades, Revista de Bellas Artes, Revista de la Universidad de Guanajuato, Revista Mexicana de Cultura, Sábado, Unomásuno y Vuelta. Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 1990 por El arte de un día difícil. Mención Honorífica en el Primer Concurso Internacional de Poesía y Cuento sobre la Danza, UNAM 1978. Parte de su obra se encuentra en libros colectivos como Tigre la sed, antología de poesía mexicana contemporánea (1950-2005), Hiperión, Madrid, 2006; Letras del mundo en Tamaulipas. Memoria, Tampico, 2006; Encuentro internacional de poetas del mundo latino, Seminario de Cultura Mexicana/UNAM, Oaxaca, 2006; Ruido de sueños/Noise of dreams. Un panorama de la nueva poesía en México: la generación 1940-1960 (selección y traducción de The Tramontane group, edición bilingüe), El Tucán de Virginia, 1994; entre otros.
Mariano Flores Castro; fue un incansable promotor de la cultura
Por Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
El poeta, narrador y crítico de arte Mariano Flores Castro falleció el miércoles 5 de febrero de 2014 en la ciudad de México a los 65 años de edad a causa de un infarto.
Apenas el 15 de enero había escrito en su página de Facebook: “Tres meses después de un infarto, dos cateterismos, una cirugía a corazón abierto y una bronquitis prolongada, aquí ando curioseando mundos todavía y dándole –como diría Rimbaud– ‘buenos chascos a la locura’. ¡Ánimo, mis hedonistas, sufrir sólo empeora las cosas! Juan, tú sabes a qué me refiero”.
Su muerte conmovió al gremio cultural, en particular al círculo de poetas entre quienes era reconocido por su asidua participación en el Encuentro Internacional de Poetas del Mundo Latino, el Festival Internacional de Literatura en Tamaulipas, y en los homenajes nacionales rendidos en vida a Octavio Paz, Luis Cardoza y Aragón, Jaime Sabines, Alí Chumacero y Rubén Bonifaz Nuño, a invitación expresa de esos autores.
Flores Castro fue un incansable promotor de la cultura, agregado cultural en varios países, especialista en artes plásticas y editor de varios libros de poetas latinoamericanos en París, como Al margen, de José Emilio Pacheco, para la Colección Imaginaria (1976), de la cual fue su fundador.
Escribió dos novelas y varios libros de poesía, algunos de los cuales fueron galardonados. En 1990 recibió el Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta, por decisión unánime del jurado, por su libro El arte de un día difícil.
Estudió historia en la Universidad Iberoamericana, derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y tomó cursos de filosofía en la Universidad de Friburgo, Suiza.
Dirigió el área de Artes Plásticas en el Instituto Nacional de Bellas Artes y colaboró para publicaciones como Cuadernos de Literatura, Diálogos, Diorama, El Rehilete, La Cultura en México, La Gaceta, del Fondo de Cultura Económica, La Letra y la Imagen, La Palabra y El Hombre, las revistas Nexos, Pauta, Plural, Posibilidades, de Bellas Artes, de la Universidad de Guanajuato, Mexicana de Cultura; Sábado, de Unomásuno, y Vuelta.
Parte de su obra se encuentra en libros colectivos como Tigre la sed, antología de poesía mexicana contemporánea (1950-2005), Hiperión, editado en Madrid en 2006; Ruido de sueños/ Noise of dreams. Un panorama de la nueva poesía en México: la generación 1940-1960, selección y traducción de The Tramontane group, edición bilingüe) para El Tucán de Virginia (1994), entre otros.
Su obra poética es un manantial abierto que fluye sin pudores, señalan algunos críticos.
Poema dedicado a Mutis
En su libro inédito Mirar a ciegas, se incluye este poema dedicado a Álvaro Mutis y titulado La culpa:
Maneja tu culpa como un cáliz hechizado.
Maneja tu culpa como una antigua joya familiar.
Maneja tu culpa como un espacio inmune
al perdón, a la dicha, a la libertad de cambiar.
Maneja tu culpa como una sentencia inapelable.
El poder se pierde al ocupar el trono de la culpa,
como una guerra sucia contra uno mismo.
Admira sus delicados procedimientos, las maniobras
perfectamente calculadas de la culpa.
Siente cómo recala, cómo encaja los colmillos
la maldita en tu escueta biografía.
Maneja tu culpa con cautela. El movimiento
más eficaz es aquel que nadie espera.
El mejor de los planes es el que no se conoce.
Por eso, mide bien tu culpa, investiga sus coordenadas,
examínala como a un insecto bajo el microscopio.
Advierte que en ella hay condenas,
aunque también redenciones a tu espera,
argucias para sentirla un poco menos.
Pero recuerda:
nada es suficientemente eficaz y curativo
contra la cornucopia enferma de la culpa.
RADIOGRAFÍA DE PELVIS
Pelvis pulimentada en el torno de un instante frutal,
en el cerebro atónito del fuego, en la fiera
doblegada por el cero, en el muro horizontal que miro.
Pelvis arrebatada a los vientos y fluida en los embudos
que la noche tiende sobre una ciudad inconfesada.
Ahí quiero perderme, ave, nube, caliza, incandescente.
Hueso amatorio de mi bien amada,
materia desprendida de estrellas dormitantes,
huecos de guijarros y polvos ancestrales,
laminilla apenas del cierzo que aviva tu nombre.
Pelvis devota, limada al punto del coral,
abierta al sereno, memoria sin pureza, ambidiestra opacidad
—de día es arte y en la noche riega azucenas
donde pacen mis peores intenciones.
Pelvis florida, lujo asiático, penumbra saturada de óleos,
móvil estatua de tu espera, ay, tu nombre, tu pelvis,
tu errabundo nombre ciego, tu nombre de hueso,
tu llamada auricular, tu esqueleto pues, el fulgor de tus giros,
la inmensa terraza de tus ausencias óseas y flagrantes.
Pelvis que va y viene de no se sabe qué epopeyas,
jarros de agua bebida al azar, murmullos rulfianos,
mares disueltos en un cielo desentendido de la tierra.
Pelvis derretida en el hosco cirio de mis plegarias,
arquitectura de renos y castores, de cetáceos dentados,
de sirenas serenas y espirales aspiradas por los ojos,
de lógicas dislocadas y extensiones en celo,
pelvis feraz, feliz cornucopia, vientre del día,
apropiada en la burbuja labial en que me acuerdo.
Ahí quiero perderme, ave, nube, caliza, incandescente.
DESIERTOS
No es cierto que en el todo esté la nada.
No es cierto que el desierto sea un baldío.
Debajo del huizache, entre los cactos,
en diminutas cuevas y senderos
cavados por hormigas faraonas,
hay un ir y venir de febril tráfago
que sin parar calcula y edifica
urbes, puentes extensos como el mar,
solares prodigiosos donde callan
los camaleones rojos de vergüenza
por su lengua lanzadiza y su piel
rugosa como el pan de pueblos nómadas.
Lagartijas, serpientes y escaleras
ocultas en la arena van formando
las calles, las arterias de este imperio
que late como un sol corazonado,
sus murallas, sus lábaros candentes
en el cuarzo chamánico del sueño.
Aquí el escorpión, negro como un piano,
toca sus melodiosas castañuelas.
Aquí el calor del día se torna un puma
y la helada nocturna, una lechuza.
Aquí nace el aljibe de la nube
solita en el azul reverberante
y el discurso heliotrópico del águila
expande la oración de los beduinos,
los seris, hijos de Gengis Kan, chinos de Gobi
y gente dedicada a comprenderse.
No hay silencio en la arena, hato de voces,
el eco de conquistas despiadadas
retumba en este tímpano de azogue
multiplicado al escuchar sin ser oído.
No hay quietud en este antiguo paraíso.
Deshabitado y yermo está ese insecto
que ignora la pasión de los desiertos,
el que todo lo tasa en peso de oro,
el ciego de mirar tanta basura,
el tren descarrilado de la vida
corriendo por las vías de su impaciencia
sin detenerse a ver las odaliscas
guardadas bajo el celo de las dunas.
Deshabitada y yerma es la nación
de los ojos estériles
comidos por los cuervos de la usura.
Liber
Hay que vivir un gran amor, todos los días,
el mismo, nuevo, diferente, como nunca, tal vez;
muchos besos dan vigor al cuerpo y mantienen despierto.
Si el amor no llama por teléfono, hay que buscarlo,
ir a despertar su deseo, hacerle cosquillas en la oreja,
emborracharlo de vigilias, llenarlo de mermelada.
Hay que olvidar a la policía y hacer el amor
en las calles más transitadas, en los parques
y en las casas decentes del mundo que es nuestro;
porque un gran amor no es un código
ni un semáforo prudente que se prende y se apaga
ni el decoro que quiere nuestra tía la ricachona.
Hay que estar listos para romper los límites,
para entregar lo bueno y lo malo de nuestros cuerpos.
Un gran amor todos los días, hay que vivir sin reglas,
en hoteles o en antros, en la tina o en la escuela,
como las ardillas del norte, que pasan una hora
recogiendo nueces para dedicar semanas a sus juegos.
Gozar y ahora, antes que la ciudad nos trague
y el tiempo impida. Diversión y subversión, aquí
brotando de la gris cultura, naciendo del orden imperfecto.
Y no ser la resaca de la televisión
y no ser el sueño de humo que quiere convencernos.
(El arte de un día difícil.
Gobierno del Estado de Tamaulipas/ INBA/CNCA, Nuestras Escrituras, 1991)
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