José Eusebio Caro
José Eusebio Caro Ibañez. (Ocaña1, Colombia 5 de marzo de 1817 — † Santa Marta, 28 de enero de 1853). Fue un poeta y escritor de la generación posterior a la Independencia de Colombia. También fue ideólogo y fundador del Partido Conservador Colombiano, viajó a EE.UU. en 1850, regresó a Colombia en 1853 y murió en Santa Marta.
Trayectoria política
Ocupó cargos subalternos en los ministerios de Hacienda y de Relaciones Exteriores.
En 1836, fundó con José Joaquín Ortiz el seminario La Estrella Nacional, y publicó sus primeras poesías y ensayos, comprometidos con la realidad social y política del país. Al estallar la guerra civil se unió a las tropas del general Pedro Alcántara Herrán y regresó a su tierra natal, el 20 de enero de 1841.
En 1848, fue ministro encargado de Hacienda. En 1849, redactó con Mariano Ospina Rodríguez la primera declaración del Partido Conservador y publicó el semanario La Civilización, que se caracterizó por la oposición al gobierno de José Hilario López. Varios editoriales en contra del gobierno le ocasionaron una condena a prisión que Caro logró evitar huyendo del país a través de los Llanos Orientales. Viajo a Nueva York, donde permaneció dos años.
Las comunicaciones por ese entonces eran lentas y no fue posible que su obra poética tuviera el despliegue que merecía. Como periodista redactó El Granadino, fundó La Estrella Nacional, con José Joaquín Ortiz y fue colaborador de El Amigo del Pueblo, El Águila de Júpiter, El Conservador, La República y El Nacional. En todos estos periódicos siempre sobresalió por su pluma ágil, sobria y vigorosa.
Caro fue un crítico y ensayista profundo, con un amplio conocimiento del lenguaje que le permitió ser castizo y exigente en el uso de las palabras. En su obra poética fue extraordinario cantor del amor, la melancolía y la patria. Sobresalió como autor de una poesía rítmica, hermosa, llena de grandes ideas, hecha con romanticismo puro.
Los temas de sus poesías fueron variados, dentro de una propuesta romántica; con sabor a ausencias y lejanía, suspirantes y pletóricos de lamentaciones.
Son célebres “Héctor”, “Una lágrima de felicidad”, “El pobre”, “Estar contigo”, “En boca del último inca”, “El hacha del proscrito”, “Despedida de la Patria”, “La Hamaca del destierro”, “El alta mar” (poema lírico por excelencia) y “La libertad y el socialismo”.
Los temas recurrentes de su obra fueron Dios, la mujer, la muerte y la naturaleza, a los cuales supo arrancar nuevas sonoridades y combinaciones con temas afines, hasta erigirlos en símbolos. Pero José Eusebio Caro no sólo fue poeta y filósofo, sino también hombre de ciencia.
En cuanto a lo político, sus artículos en El Granadino y La Civilización son ejemplo de la mejor literatura política del siglo XIX en Colombia, acerba y despiadada.
Fue la causante de que su vida entera fuera una tragedia política, pero fue la mejor prosa que escribió.
Las poesías en Caro fueron recopiladas y publicadas en Irlanda, en 1857. En 1885, fueron reeditadas en Madrid, con lo cual comenzó a tener el alcance universal que merecía. Pero quizás el mayor tributo que se le ha ofrecido a este poeta, para la interpretación de su obra, fue el estudio “La poesías de José Eusebio Caro”, que el Instituto Caro y Cuervo publicó en 1966.
A raíz de sus críticas políticas, usando para ello su prosa mordaz, Caro debió permanecer en Nueva York desde 1850 hasta finales de 1852. Al regresar a Colombia lo hizo a través de Argentina, el 28 de enero de 1853, a los 36 años.
Familia
El 3 de febrero de 1843 contrajo matrimonio en Bogotá con Blasina Tobar Pinzón, unión que trajo al mundo al humanista y estadista Miguel Antonio Caro, presidente de Colombia en 1892, y Margarita Caro Tobar, primera dama de la nación en el mandato del presidente Carlos Holguín Mallarino (1888-1892).
Legado
En honor a su nombre, en Ocaña, la casa donde él nació y se crió, se localiza uno de los colegios importantes del oriente colombiano, que en el año 2011 cumplió 100 años de funcionamiento. Otro colegio , el más grande de Cúcuta se ubica en el centro de la ciudad , llevando el nombre completo de INEM José Eusebio Caro.En Barranquilla, también se localiza una institución con el nombre de este gran personaje, la cual lleva 59 años de historía por la cual José Eusebio Caro fue desempeñando su forma de actuar los cuales colegios representativos de ocaña, cucuta y Barranquilla en honor llevan su nombre historial JOSE EUSEBIO CARO.
Obras
Entre las obras más destacadas de Jose Eusebio Caro se encuentran:
"Desesperación" "Mi juventud" "Después de 20 años" "Aparición" "Presentimiento" "El pobre" "En unas bodas" Heilen s.
"Capa rota" "Sin miedo" "Con las mangas cortas" "Estar contigo"
El Ciprés
¡Arbol sagrado, que la obscura frente,
Inmóvil, majestuoso,
Sobre el sepulcro humilde y silencioso
Despliegas hacia el cielo tristemente!
Tú, sí, tú, solamente.
Al tiempo en que se duerme el rey del mundo
Tras las altas montañas de occidente,
Me ves triste vagando
Entre las negras tumbas,
Con los ojos en llanto humedecidos,
Mi orfandad y miseria lamentando.
Y cuando ya de la apacible luna
La luz de perla en tu verdor se acoge,
Sólo tu tronco escucha mis gemidos,
Sólo tu pie mis lágrimas recoge.
¡Ay! hubo un tiempo en que feliz y ufano
Al seno paternal me abandonaba;
En que con blanda mano
Una madre amorosa
De mi niñez las lágrimas secaba...
¡Y hoy, huérfano,
Del mundo desechado,
Aquí en mi patria misma
Solitario viajero,
Desde lejos contemplo acongojado
Sobre los techos de mi hogar primero
El humo blanquear del extranjero!
Entre el bullicio de los pueblos busco
Mis tiernos padres para mí perdidos;
¡Vanamente!... los rostros de los hombres
Me son desconocidos.
Y sus manes, empero, noche y día
Presentes a mis ojos afligidos
Contino están, contino sus acentos
Vienen a resonar en mis oídos.
Sí, funeral ciprés! Cuando la noche
Con su callada sombra te rodea;
Cuando escondido en el solitario búho
En tus obscuros ramos aletea,
La sombra de mi padre por tus hojas
Vagando me parece,
Que a velar por los días de su hijo
Del reino de los muertos se aparece.
Y si el viento sacude impetuoso
Tu elevada cabeza,
Y a su furor con susurrar medroso
Respondes pavoroso;
En los tristes silbidos
Que en torno de ti giran,
A los paternos manes
Escucho que dulcísimos suspiran.
¡Arbol augusto de la muerte! ¡nunca
Tus verdores abata el bóreas ronco!
¡Nunca enemiga, venenosa sierpe
Se enrosque en torno de tu pardo tronco!
¡Jamás el rayo ardiente
Abrase tu alta frente!
¡Siempre inmoble y sereno
Por las cóncavas nubes
Oigas rodar el imponente trueno!
Víve, sí, víve y cuando ya mis ojos
Cerrar el dedo de la muerte quiera,
Cuando esconderse mire en occidente
Al sol por vez postrera,
Moriré sosegado
A tu tronco abrazado.
Tú mi sepulcro ampararás piadoso
De las roncas tormentas;
Y mi ceniza entonces agradecida,
En restaurantes jugos convertida,
Por tus delgadas venas penetrando,
Te hará reverdecer, te dará vida.
Quizá sabiendo el infeliz destino
Que oprimió mi existencia desdichada,
Sobre mi pobre tumba abandonada
Una lágrima vierta el peregrino.
Despedida de la Patria
Lejos ¡ay! del sacro techo
Que mecer mi cuna vio,
Yo, infeliz proscrito, arrastro
Mi miseria y mi dolor.
Reclinado en la alta popa
Del bajel que huye veloz,
Nuestros montes irse miro
Alumbrados por el sol.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
A tu manto, cual un niño,
Me agarraba en mi aflicción;
Mas colérica tu mano
De mis manos lo arrancó;
Y en tu saña desoyendo
Mi sollozo y mi clamor,
Más allá del mar tu brazo
De gigante me lanzó.
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
De hoy ya más, vagando triste
Por antípoda región,
Con mi llanto al pasajero
pediré el pan del dolor;
De una en otra puerta el golpe
Sonará de mi bastón,
¡Ay, en balde! ¿en tierra extraña
Quién conocerá mi voz?
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
¡Ah, de ti sólo una tumba
Cada tarde la excavaba
Demandaba humilde yo!
Al postrer rayo del sol.
«¡Vé a pedirla al extranjero!»
Fue tu réplica feroz;
Y llenándola de piedras
Tu planta la destruyó.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
En un vaso un tierno ramo
Llevo de un naranjo en flor;
¡El perfume de la patria
Aún aspiro en su botón!
El mi huesa con su sombra
Cubrirá; y entonces yo
Dormiré mi último sueño
De sus hojas al rumor.
¡Adiós, patria!¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
En alta mar
¡Céfiro rápido lánzate! ¡rápido empújame y vivo!
Más redondas mis velas pón: del proscrito a los lados,
¡Ház que tus silbos susurren dulces y dulces suspiren!
¡Ház que pronto del patrio suelo se aleje mi barco!
¡Mar eterno! ¡Por fin te miro, te oigo, te tengo!
Antes de verte hoy, te había ya adivinado;
¡Hoy en torno mío tu cerco por fin desenvuelves!
¡Cerco fatal, maravilla en que centro siempre yo hago!
¡Ah, que esta gran maravilla conmigo forma armonía!
¡Yo, proscrito, prófugo, pobre, infeliz, desterrado,
Lejos voy a morir del caro lecho paterno,
Lejos ¡ay! de aquellas prendas que amé, que me amaron!
Tánto infortunio sólo debe llorarse en tu seno;
¡Quien de su amor arrancado, y de patria, y de hogar y de hermanos
Sólo en el mundo se mira, debe, primero que muera,
Darte su adiós, y por última vez, contemplarte, Oceano!
-Yo por la tarde así, y en pie de mi nave en la popa,
Alzo los ojos -¡miro!- ¡sólo tú y el espacio!
Miro al sol que, rojo, ya medio hundido en tus aguas
Tiende, rozando tus crespas olas, el último rayo.
Y un pensamiento de luz entonces llena mi mente:
¡Pienso que tú, tan largo, y tan ancho y tan hondo y tan vasto,
Eres, con toda tu mole, tus playas, tu inmenso horizonte,
Sólo una gota de agua, que rueda de Dios en la mano!
Luégo, cuando en hosca noche, al són de la lluvia,
Poco a poco me voy durmiendo, en mi patria pensando,
Sueño correr en el campo en que niño corrí tántas veces,
Ver a mi madre que llora a su hijo, lanzarme a su brazos...
¡Y oigo junto entonces bramar tu voz incesante!
¡Oigo bramar tu voz, de muerte vago presagio...
Oigo las lonas que crujen, siento el barco que vuela
-Dejo entonces mis dulces sueños y a morir me preparo.
¡Oh, morir en el mar! Morir terrible y solemne,
Digno del hombre! -¡por tumba el abismo, el cielo por palio!
¡Nadie que sepa dónde nuestro cadáver se halla!
Que echa encima el mar sus olas, y el tiempo sus años!
Aparición
Mi lámpara nocturna está apagada;
solo estoy en silencio y en tinieblas;
ningún reloj, ningún rumor se escucha
por la ciudad que inmensa me rodea.
¡Oh noche! entre tus sombras lo presente,
el porvenir, el mundo, la materia,
ayer, mañana, la ambición, la carne,
el curso de la vida que nos lleva,
el sudor por elpan de cada día
la envidia cuyo diente nos acecha,
de los falsos amigos la perfidia,
del triunfante enemigo la insolencia:
Todo desaparece: sordo, ciego,
muerto, el hombre entre el hombre se concentra;
y en gloria y soledad ante sí misma súbito
el alma humana se presenta.
¡Sí! ¡gloriosa y solitaria el alma,
la posesión sintiendo de sus fuerzas,
lánzase libre al invisible mundo
que sus nobles instintos le revela!
En vano ensancho más y más lo ojos,
en vano los oídos tengo alerta;
sólo escucho el zumbido del silencio,
sólo miro espesarse las tinieblas.
Del fondo, empero, de silencio
y sombras siento venirme claridad incierta,
y las voces volver de lo pasado,
y la feliz edad de la inocencia.
Vuelven mis olvidadas ilusiones,
mis recuerdos de infancia, mis creencias;
¡vuelvo a soñar lo que jamás he hallado,
lo que en vano busqué sobre la tierra!
Vuelvo a ver lo que amé,
cual lo veía cuando el amor sentí
por vez primera con los colores mágicos
que huyeron ante la odiosa luz de la experiencia.
¡Oh amistad! ¡Oh virtud! ¡Oh dulces nombres!
Vuestra noción la mente lleva impresa
desde el nacer; y el corazón ansioso
por convertirla en realidad se esfuerza.
Vuelvo a mi padre a ver: su faz augusta,
a un tiempo mismo afectuosa y seria,
a presentarse torna ante mis ojos
radiante de virtud e inteligencia.
¡Ay! al mirarla así, prorrumpo en llanto,
que es de mi vida la incurable pena
el no poder vivificar la tumba,
y conseguir que lo que fue no sea!
Sangre debo llorar, llorar mis ojos,
al pensar de mi padre en la existencia,
en aquella existencia tormentosa
que no halló más descanso que en la huesa.
Para la dicha y la amistad nacido,
vivió desengaños y dolencias;
y murió pobre, atribulado y ciego,
del cuerpo y de la edad aun en la fuerza.
Hoy pudiera vivir cual otros viven;
hoy, después de tres lustros,
si viviera, sobre su vasta frente
empezarían sus negros rizos a argentarse apenas.
Estar contigo
Oh! ya de orgullo estoy cansado,
ya estoy cansado de razón;
¡déjame, en fin, hable a tu lado
cual habla sólo el corazón!
No te hablaré de grandes cosas;
quiero más bien verte y callar,
no contar las horas odiosas,
y reír oyéndote hablar!
Quiero una vez estar contigo,
cual Dios el alma te formó;
tratarte cual a un viejo amigo
que en nuestra infancia nos amó;
Volver a mi vida pasada,
olvidar todo cuanto sé,
extasiarme en una nada,
y llorar sin saber por qué!
Ah! para amar Dios hizo al hombre!
¿Quién un hado no da feliz,
por esos instantes sin nombre
de la vida del infeliz,
cuando, con la larga desgracia
de amar doblado su poder,
toda su alma ardiendo vacía
en el alma de una mujer?
Oh padre Adán! ¡qué error tan triste
cometió en ti la humanidad,
cuando a la dicha preferiste
de la ciencia la vanidad!
¿Qué es lo que dicha aquí se llama
sino no conocer temor,
y con la Eva que se ama,
vivir de ignorancia y de amor?
Ay! mas con todo así nos pasa,
con la patria y la juventud,
con nuestro hogar y antigua casa,
con la inocencia y la virtud!...
Mientras tenemos despreciamos,
sentimos después de perder,
y entonces aquel bien lloramos
que se fue para no volver!
Héctor
Al sol naciente los lejanos muros
de la divina Troya resplandecen;
los griegos a los númenes ofrecen
sobre las aras sacrificios puros.
Ábrese el circo: ya sobre los duros
ejes los carros vuelan, desaparecen;
y al estrépito ronco se estremecen
de la tierra los quicios mal seguros.
Al vencedor el premio merecido
imparte Aquiles: el Olimpo
sueña con el eco del triunfo conmovido:
Y Héctor, Héctor, la faz de polvo llena,
en brazos de la muerte adormecido,
yace olvidado en la sangrienta arena.
La sonrisa de la mujer y el alma del poeta
Hay en mi sér potencias adormidas,
hay en mi mente ocultos pensamientos,
hay en mi corazón presentimientos
cuyo poder y cuyo fin no sé:
como a la madre son desconocidas
las formas de ese sér misterioso
que entre su seno bulle tembloroso,
y es algo ya, mas nadie sabe qué!
¡Mas cuando estoy contigo y a tu lado,
y oigo tu voz y miro tu sonrisa,
siento pasar por mí de Dios la brisa,
siento nacer un hombre nuevo en mí!
Y entonces, dominando lo pasado,
y el vago porvenir y lo presente,
en cerco inmenso ensánchase mi mente,
cuyo foco de vida irradia en ti!
Entonces las potencias que en mí callan,
una tras otra, a mi presencia llegan,
y juntas, ya, radiantes se despliegan
cual aureola en torno de mi faz:
fuerzas de amor ignotas en mí estallan,
y soy capaz de cosas buenas, grandes,
capaz de todo cuanto entonces mandes,
y de martirio y de virtud capaz!
Oh! cuando al fin mi alma desprendida
del barro vil, a Dios levante el vuelo,
no dará tánta luz allá en el cielo
cual la luz que a tu lado esparce aquí!
Y el serafín, custodio de mi vida,
al presentarse a mí por vez primera,
sonrisa no traerá tan hechicera
cual la sonrisa que hoy adoro en ti!
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