Ignacio de Luzán
Ignacio de Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea. (Zaragoza, 28 de marzo de 1702 - Madrid, 19 de mayo de 1754) fue un escritor y crítico español, principal teorizador de las ideas del Neoclasicismo en España.
Nació en el seno de una familia noble, pero quedó huérfano a los cuatro años y tuvo que trasladarse a vivir con diversos familiares, primero en Barcelona con su abuela (1706) y luego en Palma de Mallorca (1715) con un tío por parte de madre que era eclesiástico.
Viajó de joven con él por Italia, estudiando en Milán y en la Universidad de Catania, donde se graduó en Filosofía y se doctoró en Leyes en 1727. Dos años después, muerto su tío, marchó a Nápoles para vivir con su hermano, que era Conde de Luzán y gobernador del Castillo de San Telmo y allí conoció a Gianbattista Vico, del que fue discípulo.
A su vuelta a España en 1733 se estableció en Monzón (Huesca) como administrador de la hacienda de su hermano, con periódicas visitas a Huesca, y se encuentra con un país prácticamente desconocido tras su largo periplo italiano. Bajo esta impresión escribirá y editará la primera edición de su famosa Poética (1737). En 1741 fue elegido miembro honorario de la Real Academia Española y al año siguiente supernumerario de la de la Historia, para ingresar al fin en esta 1745. También fue académico de la de Bellas Artes de San Fernando.
Muy influido por la Ilustración que había conocido más en Italia que en España, estuvo siempre próximo a la Corte y fue nombrado secretario de la embajada de España en Francia entre 1747 y 1750; al año siguiente relataría esta experiencia en sus Memorias literarias de París. Esta estancia de tres años fomentó en él los modos y gustos de la Corte francesa, especialmente en la literatura. A su regreso ocupó otros varios cargos oficiales, como el de tesorero de la Real Biblioteca y fue miembro de la Academia del Buen Gusto. Fue nombrado como miembro de la Academia de Buenas Letras de Barcelona y murió prematuramente el 19 de mayo de 1754.
Obra
Luzán es conocido sobre todo por su monumental tratado sobre teoría literaria, La Poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies, que si bien salió en 1737 se mostró definitivamente influyente en una segunda edición en 1789, póstuma e impresa por Eugenio de Llaguno y Amírola, corregida y aumentada. Esta segunda edición acentuaba los rasgos neoclásicos de su estética suprimiendo muchos de los numerosos elogios a la literatura del Siglo de Oro de la primera y ha sido considerada el modelo teórico de la poética neoclásica en la literatura española y sin duda el más influyente en el siglo XVIII.
La obra se divide en cuatro libros. El primero trata sobre el "Origen, progresos y ciencia de la Pôesía". El segundo, sobre la "Utilidad y deleite della". El tercero sobre "Poesía dramática" y el cuarto y último sobre "Poesía épica". Para él poesía es
Imitación de la Naturaleza en lo universal o en lo particular, hecha en verso para utilidad o para deleite de los hombres, o para uno y otro juntamente.
No admite la poesía en prosa y la belleza es para él como "una luz y resplandor de la verdad que, iluminando nuestra alma y desterrando de ella las tinieblas de la ignorancia, la llena de suavísimo placer". Si la poesía no alecciona, no tiene razón de existir, porque la moral es la única verdad, así que el fin de la poesía existe, y es docente y moralizador, para depurar de las insanas pasiones o bien para enseñar las virtudes cívicas y morales necesarias a toda buena sociedad. El fin de la poesía, pues, coincide con el de la Filosofía Moral y no es independiente de la misma. Nada hay más lejos de su pensamiento que l'art pour l'art. El criterio del arte neoclásico, claro pero idealizador, es "el buen gusto".
También es esta obra una crítica del teatro clásico español del Siglo de Oro (más en la segunda edición que en la primera): es partidario de observar con rigor la distinción entre los géneros, pese a lo cual no deja de apreciar a algunos autores como Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Agustín Moreto y Francisco de Rojas Zorrilla por su arte de interesar a los espectadores y por su poder de invención, de lo cual se hizo eco otro gran preceptista del siglo XVIII, el helenista Pedro Estala. Lo que tienen de desarreglado las obras del teatro clásico español es la disposición, (una construcción poco racional, disparatada a veces, o que mezcla diversos materiales temáticos) y la elocución, demasiado hinchada. Analiza los defectos del teatro barroco atribuyéndolos al desconocimiento de la preceptiva artística clásica. Critica las infracciones a la regla de las tres unidades, la mezcla tragicómica, la inverosimilitud de la fábula o argumento, los errores contra la historia, la geografía y la cronología, la presencia inadecuada del gracioso en determinadas obras o situaciones, el uso de la música en el teatro y, sobre todo, rechaza la inmoralidad de la mayoría de las piezas áureas. En la poesía épica alaba a Homero como modelo universal y censura en la épica moderna el empleo de la mitología pagana, ya que la epopeya:
Debe servir de instrucción, especialmente a los reyes y capitanes... y proponer la idea de un perfecto héroe militar.
Es decir, su finalidad es primordialmente ejemplar y didáctica. Las fuentes de la Poética de Luzán son muy amplias, pero principalmente italianas: Della perfetta poesia de Ludovico Antonio Muratori y los comentaristas de Aristóteles, pero también L’Art Poétique de Boileau, la preceptiva grecolatina clásica (Poética y Retórica de Aristóteles, Epistola ad Pisones de Horacio), los especialistas en poética españoles como el Pinciano y Francisco Cascales, y otros autores de muy secundaria importancia.
Se interesó especialmente por el teatro escribiendo traducciones y adaptaciones de obras como La clemencia de Tito, de Pietro Metastasio, La razón contra la moda, una comédie larmoyante o comedia lacrimógena del maestro del género, Nivelle de la Chaussée. Es autor también de una comedia propia, La virtud coronada, escrita en 1742 para ser representada en el Ayuntamiento de Monzón. Como poeta compuso anacreónticas, romances burlescos, sonetos (algunos traducidos del italiano), la canción A la conquista de Orán, Leandro y Hero y El juicio de París, fábula épica dedicada a la entrada de Fernando VI en Madrid en 1746. La Giganteida es un poema paródico de la épica culta que se inspira en el Poema de las locuras y necedades de Orlando de Quevedo. Hizo un intento inconcluso de versificar la Biblia y redactó además una Retórica de las conversaciones, un Tratado de ortografía española y un Método breve para enseñar y aprender las lenguas.
Bibliografía del autor
Teatro
La virtud coronada, 1742 .
Preceptiva[editar]
Razonamiento sobre la poesía (1728).
El sueño del buen gusto (1729).
Poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies (1737, segunda edición muy ampliada y corregida en 1789).
Retórica de las conversaciones.
Tratado de ortografía española.
Método breve para enseñar y aprender las lenguas.
Poesía
A la conquista de Orán
El juicio de París
Leandro y Hero
La Giganteida
Traducciones
La razón contra la moda, de Nivelle de la Chaussée.
Otras obras
Memorias literarias de París.
Oración gratulatoria a la Real Academia de la Historia
Conjeturas sobre la espada hallada en Peñafiel
Disertación sobre el origen y patria de los godos
Disertación sobre Ataúlfo, primer rey de los godos en España
Oración gratulatoria a la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona
Observaciones sobre la Ortografía de la Academia
Lista de las cuestiones que se deben tratar en la sintaxis de la Gramática castellana. De la concordancia y régimen. Del nombre sustantivo, su construcción y régimen. Del adjetivo sustantivado. De los adjetivos comunes. De los comparativos y superlativos. Sobre los verbos anómalos de la lengua castellana. Sobre los géneros y sus reglas en nuestro idioma. Sobre las reglas que se pueden establecer para el reconocimiento de los géneros.
Orazione per lo ritrovamento del coreo di San Agostino (Oración por el hallazgo de los restos de San Agustín)
Discurso apologético de Íñigo de Lanuza
Canto 1.°
De la Giganteida, Poema burlesco.
1
De los Titanes, hijos de la tierra,
canto el vano i sobervio atrevimiento,
conque intentaron, en abierta guerra,
dar la escalada
al estrellado asiento,
quando encimando sierra sobre sierra
i un Monte i otro (¡temerario intento!)
quisieron fieros, con esfuerzo extremo,
birlarle el Reino a Júpiter supremo.
2
Y de tan loca i bárbara osadía
el escarmiento canto i el estrago
que el poder de la Impírea Monarchía
en ellos hizo, dándoles el pago:
empresa sin igual, rara porfía,
cuio principio sólo i cuio amago
a las Deidades mismas puso espanto.
Que no es moco de Pavo lo que canto.
3
Musa que no eres grande ni pequeña,
porque a todo acomodas tu estatura,
i en oro o plata, o seda, o estameña,
i en qualquier traje luces tu hermosura;
tú me inspira, me alienta, tú me enseña,
i para tanto empeño me assegura,
a fin de que mi voz suba de punto,
e iguale lo gigante del asunto.
Ya sabes que te quiero i he querido,
siendo tú mi perene chichisbeo
4
desde mis tiernos años, Si en olvido
no has puesto mi continuo devaneo,
no me niegues, Musilla, lo que pido.
30 Ven a mi ruego i cumple mi deseo,
haciendo que en mi canto las verdades
sepan a risa i sean seriedades.
5
Assí el esperto i ducho cocinero
para mesa abundante i regalada
dentro de un pastelón tosco y grosero
esconde la Perdiz, o la becada.
El convidado más glotón, primero,
al derredor destapa la empanada,
y allí descubre, sin trabajo o susto,
indias del paladar, minas del gusto.
6
El cojo Beticón, valentonazo,
rije quinientos de la Andalucía,
jaques que bosan del pulmón i bazo
ardimiento, guapeza i osadía.
A este jayán, saltando de un ribazo,
se le quebró una pierna cierto día;
el bravo capitán iba zanqueando
i todos los soldados gateando.
7
Cada uno de ellos lleva un gran xifero
natural instrumento de su laña;
el capitán blandía un roble entero
por arma que jugaba como caña.
En la punta le puso un corvo acero,
de la muerte imitando la guadaña,
como quien dice, con brabata fuerte:
«donde está Beticón, sobra la muerte».
8
Armados de saetas i puñales,
siguen trescientos de color cetrino
que agotaran del cinca los raudales,
si vevieran tanta agua como vino.
Montarazes, agrestes i brutales,
son todos comedores de tocino;
en lengua i trato, medio Catalanes,
Pleitistas i sin fe, pero truhanes.
9
Era su Gefe el fiero Monticonio,
de horrenda i espantable catadura;
su voz de trueno i cara de Demonio
atemoriza a toda criatura.
No hubo Caribe o Cafre o Lestrigonio
de tan mal genio ni de tal figura.
Es fama que en España este grande hombre
fundó una Villa de su propio nombre.
10
Del Vero, de la Isuela i de Alcanadre
una gran tropa de dos mil venía
(fidalgos todos que, por Padre i Madre,
vienen de Adán, sin duda ni porfía).
Es su caudillo, con amor de Padre,
Barbazas, un jaián de Nombradía;
trae una Clava el capitán Barbazas
i de ellos, unos Porras i otros Mazas.
11
Una ilustre ciudad de Celtiberia
de este jaián conserva la memoria;
sus grandes barbas i su cara seria
honrran las armas de su antigua gloria.
En los dinteles de sus puertas feria
al Peregrino (en fe de que mi historia
es verdadera), por blasón añejo,
la Carátula hermosa de este viejo.
12
De la trinacria fértil i abundosa,
donde se dice que alcanzare Alpheo
a su Arethusa, esquiva cuanto hermosa,
concurrieron al campo giganteo
tres batallones, cuia prodigiosa
estatura era afrenta del Pigmeo.
De sus tres valles van tres capitanes,
más tiznados los tres, fiero-jaianes.
13
El uno es Piracmón, que va desnudo
por ir más expedito a la batalla;
no quiere peto, ni espaldar, ni escudo,
desprecia todo arnés i toda malla.
Su piel le basta contra el fierro agudo,
ni hai esfuerzo bastante a penetralla
i dice a todos, sin quedarse corto:
«Amigos, omnia mea mecum porto».
14
Esteropes el nombre es del segundo,
pronto, listo i activo como un raio;
y el otro es Brontes, capiscol profundo
rústico, bronco, agreste i grande Payo.
Su rimbombante voz a todo el mundo
pone grima i horror, causa desmaio;
Piracmón, pues, Esteropes i Brontes,
tres Gigantazos son, como tres Montes.
15
Después venían Ephialtar i Oto,
mellizos de Neptuno i de la tierra,
que tienen hecho juramento i voto
de hacer al cielo i a su Padre guerra
(juramento piadoso, i mui devoto,
i propio de Ginebra o Inglaterra).
Era[n] iguales estos dos Gigantes
i es fama que crecían por instantes.
16
Como suelen erguir la altiva frente
en combentos de Padre[s] Capuchinos
dos cipreses que van derechamente
a taladrar los cielos cristalinos;
vense de muchas leguas, i la gente
los muestra a los devotos Peregrinos,
dando por seña e indicio extraordinario
los dos árboles junto a un campanario;
17
No menos descollaban su estatura
por cima a los demás los dos hermanos,
mui flacos i delgados de cintura,
larguíssimos de brazos i de manos.
Muy raras veces se halla tal figura
como la de estos entre los humanos;
sólo en lo flaquilargo semejantes
acuerdóme que vi dos estudiantes.
18
Sigue el famoso Gerión tri forme
los tres cuerpos juntando estrañamente,
si bien la triple máquina disforme
anima un sólo espíritu valiente.
A este, los del exército, conforme
al estilo i usanza de su gente,
llaman Don Gerión de Trispanzones;
tan antiguos como esto son los Dones.
19
Guiaba otro escuadró [n] el gran Briarco
altíssimo de piernas i membrudo.
Nu[n]ca vio el sol más espantable i feo
jaián horrible, ni más feo i crudo.
Sólo le excede en corpanchón Typheo,
150 pocos le igualan en lo narigudo,
i sobre ser tan alto como he dicho,
era, por su figura, estraño vicho.
20
Cien manos tiene i libra en cada mano
cinco uñas de Gato Montesino;
llamábale, por esso, Centimano,
con nombre de dos voces el Latino.
En vestir i guapear era mui vano
y vivía empeñado de continuo
porque sus rentas, aunque exorbitantes,
apenas le bastaban para guantes.
21
Mas, ¿dónde a ti, famoso, insigne Ceo,
deja en silencio la memoria mía?
Y de ti, noble Xipes, según veo,
ia casi se olvidaba mi Thalía.
De ti también, infatigable Atheo,
ilustre luchador, cuia osadía,
con el contacto de la Madre tierra,
renovaba las fuerzas i la guerra.
22
Tras éstos, la gallarda Camilona
hija del gran Palante i de Sivila,
venía bella i gentil Protoamazona.
Camila le pusieron en la Pila
a esta heroína, afrenta de Belona;
mas después le mudaron lo Camila
en camilona, y se le fue aumentando
el nombre, assí como ella fue engordando.
23
Nunca quiso tocar uso ni Rueca
ni agujas, ni dedales, ni almohadilla:
de tales exercicios hace mueca,
empleos a su vez de mugercilla;
i en vez de ellos, la mano i la muñeca
aplicó al dardo, al arco, a la trahilla;
y persiguiendo fieras en la caza,
ganó fama de gran mugeronaza.
24
Mas luego que como la horrible guerra
y la empresa del vando Giganteo
dejó la caza, abandonó su tierra
por seguir los Pendones de Typheo,
y con dos mil Gigantas de la sierra
acudió a ser de muchos devaneo,
y en un gran frisón de dinamarca,
desafiando hasta la misma parca.
25
Como se ve con garvo i bizarría
en una procesión de Zaragoza
ir, entre nuestro pueblo y gritería,
una que llaman la giganta moza,
que a unos muchachos llena de alegría
a otros espanta, y a otros alboroza,
tal yba Camilona entre la gente,
hermoso marimacho archipotente.
26
Subió en un calesín pronto i lijero
su muí proprio carruaje de campaña
Hecho con mucho gasto i con mucho esmero,
entonzes moda nueva y cosa estraña;
casi era angosto para el gran guerrero,
aunque hay valles menores en España;
tirávanle sudados y anhelantes
cinquenta i cinco pares de elephantes.
27
Marte, vibrando el fulminante acero,
sobre él se arroja, firme i denodado,
i la cintura del revés primero
le segó del un lado al otro lado,
229 con tal delicadez, que como entero
se quedó el cuerpo i en el proprio estado;
tanto que, sin sentirlo el mentecato,
después de muerto peleó un grato rato.
28
Es fama que Rugero Ventimilla
un día que en Sicilia iba cazando
movió una liebre i, ciego por seg[u]illa,
en una cueva se metió, juzgando5
que fuese cueva, i era esta canilla;
i assi todos, corriendo i galopando,
liebre, galgos, caballo i caballero,
fueron por la canilla un día entero.
29
Por la gran Sala entró la bella Diosa,
contando por los pasos los trofeos
boqui-risueña, petrimetra airosa,
española en el garbo i los meneos.
Leche, nieve, jazmín6
clavel i rosa
era[n] basura, eran objetos feos
al lado de su pecho i su mejilla;
iba de mar a mar la picarilla.
30
Frente espaciosa, candida, bruñida,
(paseo regular de amor i zelos),
ojos como de humilde i de dormida,
pero capazes de abrasar los cielos;
boca i nariz con proporción debida,
formando en cada risa dos hoyuelos,
Guzgando, en el original.
Cazmín, en el original.
donde Marte pasaba el Purgatorio
con mucho Ángel en poco territorio.
31
Suelto i corto el cabello y muy rizado,
qual Joveneto Abate en Roma lleva,
con mucho polvo en chipre fabricado,
peinado nunca visto i moda nueva,
por quien queda abolido i antiquado
quanto la docta antigüedad aprueba
en orden a cabello; haciendo, en suma,
mil poéticos males a mi pluma.
32
De netas perlas trahe un sofocante
al cuello, que era afrenta de Alhelíes;
el vestido, en virtud del consonante,
bordado de diamantes i rubíes,
la Basquina i el Manto rozagante,
de finos celestiales carmesíes,
i un gran tontillo, causa de mil males,
perfecta imitación de dos timbales.
A la defensa de Orán
Dame segunda vez, Euterpe amiga,
bien templada la lira y nuevo aliento,
que alcance a referir nuevas hazañas:
ya de Orán y de Ceuta las campañas
ofrecen otra vez alto argumento
que a renovar aplausos nos obliga.
El África enemiga
ya produce otras palmas y laureles
para adornar del vencedor la frente.
Tú, diurna Piéride, consiente
que del furor sagrado con que sueles
grandes héroes cantar, y sus renombres,
a pesar del olvido, entre los hombres,
inmortales hacer, pida hoy no poco:
es justa la razón por que te invoco.
Como la generosa águila altiva,
sobre las vagas aves hecha reina,
y que sirve al Tonante al pronto rayo,
si de su arrojo en el primer ensayo
culebra arrebató que escamas peina,
y erguida la cerviz su furia aviva,
en vano ya cautiva,
de la garra feroz, silba y forceja,
que el ave, uñas y pico, ensangrentada,
no suelta más la presa, y remontada
por la región suprema, el vuelo aleja,
hasta que el monstruo al fiero orgullo abate;
y destrozado en desigual combate,
palpitando algún miembro, en tierra yace;
lo demás en el aire su hambre pace;
así la osada juventud de España
contra el moro obstinado ahora defiende
las conquistas debidas a su brío.
En vano el ya perdido señorío
la descendencia de Ismael pretende
recobrar con la fuerza o con la maña.
Verase la campaña
de Marruecos, de Argel y Terudante
de púrpura teñida y ríos rojos;
revolcarán los bárbaros despojos
revolcarán los bárbaros despojos
al mar de Mediodía y al de Atlante,
destinados juguete al Euro y Noto,
cuando después sulcase algún piloto
las playas hasta donde fue Cartago,
conocerá en los huesos el estrago.
Es difícil empresa al enemigo
la firmeza vencer de tales pechos,
que honra sólo, valor y fe respiran.
Ya vulgares ejemplos no se admiran,
ya del brazo español no salen hechos
sin conducir la heroicidad consigo.
Del infeliz Rodrigo
no dura más el ocio y muelle trato:
entre noble vergüenza y rabia lucha
cualquiera de nosotros cuando escucha
el nombre pronunciar de Mauregato.
Ya en defender circunvalado muro
con varia muerte es del ibero duro
propio, innato el tesón, del cual arguyo
que sería obstinado, a no ser suyo.
¡Oh Cantabria feroz! ¡Oh de Sagunto
inflexible valor! ¡Oh gran Numancia,
cuyas pérdidas hoy son nuestra gloria!
Siempre que se renueva la victoria
de nuestra heroica, indómita constancia,
falta voz a la fama en tal asunto.
Cuando el extremo punto
llegó del hado, el fiero numantino
al fuego se arrojó de rogos varios,
dejando admiración a los contrarios;
trofeos no; que el vencedor latino,
cuyo valor no en vano se eterniza
sólo pudo triunfar de la ceniza:
no haga otra gente de constancia alarde,
que a esto no llegó nunca, o llegó tarde.
Nace del fuerte el fuerte, y de la interna
virtud del padre toma el becerrillo
que en las dehesas de Jarama pace.
¿Acaso alguno vio jamás que nace
del águila feroz triste cuclillo,
nocturno búho o palomita tierna?
Como en cadena eterna
se eslabona el valor, y la prudencia
se infunde al español de sus pasados.
De aquellos ascendientes celebrados
esta nació valiente descendencia,
de quien ahora tiembla el mauritano;
después vendrán, y no lo espero en vano,
emulándose en glorias y en efetos,
los hijos de los hijos y los nietos.
Canción, si yo pudiese, bien querría
hacer de modo que tu voz oyese
la zona ardiente, la templada y fría;
y que en tus alas fuese
la fama de mi patria y sus trofeos
a los pueblos del Indo, a los sabeos,
a los de Arauco, Taura, Ida, Erimanto.
Pero no son tus alas para tanto.
Leandro y Hero
Musa, tú que conoces
los yerros, los delirios,
los bienes y los males
de los amantes finos,
dime quién fue Leandro,
qué dios o qué maligno
astro en las fieras ondas
cortó a su vida el hilo.
Leandro, a quien mil veces
los duros ejercicios
del estadio ciñeron
de rosas y de mirtos.
ya en la robusta lucha,
ya con el fuerte disco,
ya corriendo o nadando
diestro, gallardo, invicto,
amaba a Hero divina,
bellísimo prodigio
sobre cuantas bellezas
Sesto admiró y Abido.
Negro el cabello, ufano
de naturales rizos,
realzaba del cuello
los cándidos armiños
Vióla Leandro un día
en los cultos festivos
que a Venus tributaban
se Sesto los vecinos.
(Que era sacerdotisa
del templo y sacrificio,
y aun emulaba en todo
al sacro numen ciprio.)
Vióla el gran concurso
de los solemnes ritos
brillar, único asombro:
vióla, y quedó perdido.
Y a la deidad del templo,
con el nuevo, excesivo
ardor que le abrasaba,
frenético le dijo:
Gran diosa de Citera,
de Pafos y de Gnido,
esta mortal belleza
es tu traslado vivo.
Perdona, pues, si a ella
tus mismos cultos rindo
y si un traslado adoro
equívoco contigo.
Oyó Venus sus voces,
oyólas el dios niño,
y decretaron ambos
venganzas y castigos.
¿Tanto el enojo puede
en animos divinos?
¿Un lenguaje del alma
ha de ser un delito?
Dígame el que conozca
a Venus y a Cupido
si es más cruel la madre
o es más cruel el hijo.
Qué sé yo: cruel la madre,
crüel y vengativo
es el hijo, que ejerce
tiránicos caprichos.
Miró tierno Leandro,
habló amante, instó fino,
ya mudo, ya elocuente,
con ojos y suspiros.
Oyóle Hero con pecho
ya tímido, ya esquivo,
mas poco a poco un fuego
la entró por los sentidos:
un fuego que es veneno,
un fuego que es martirio;
si es martirio y veneno,
¿Cómo es apetecido?
De una torre en la playa
el murado recinto
de esta sacerdotisa
era albergue y retiro.
Allí, cautos, sus padres
del concurso y bullicio
este bello tesoro
guardaban escondido.
Mas contra amor, ¿qué muro
será seguro asilo
si todo lo penetran
sus vencedores tiros?
Leandro enamorado,
resuelto y atrevido,
los rellanos allana,
desprecia los peligros.
Pasar nadando ofrece
del uno al otro sitio,
prometiendo himeneos
nocturnos y furtivos
El joven en la playa,
arrojando el vestido,
a las ondas entrega
con intrépido brío,
y alternando de brazos
y pies el ejercicio,
ágil y diestro rompe
el ímpetu marino
Fuese el favor del numen
o fuese el norte fijo
del farol, que ya cerca
vio arder con grato auspicio,
o fuese amor, que suele
con prósperos principios
atraer los amantes
a infaustos precipicios,
Cobrando nuevo aliento
a esfuerzos repetidos,
afierra de la arena
el suelo movedizo.
Allí a guardarle sola
su fina esposa vino,
y al verle tiembla toda
de susto y regocijo.
Ven, esposo - le dice -,
llega a los brazos míos;
para exponerte tanto,
¿cómo ha de haber motivo?
Amor venció tan duro
insólito camino.
¿Cómo vienes? ¿Qué numen
tu conductor ha sido?
Así diciendo, enjuga
los restos del rocío
salobre que del cuerpo
corrían hilo a hilo,
y a la torre le guía,
aliviando el prolijo
afán con oficiosos
brazos entretejidos.
Entretanto Himeneo,
volando en torno, el vivo
sagrado fuego enciende
de sus nupciales pinos.
Pero antes que saliese
el astro matutino,
ya volvía Leandro
a su confín nativo.
Así todas las noches
por el silencio amigo
iba nadando a Sesto,
centro de sus cariños
En fin, salió una aurora
con ceño y desaliño;
siguióse triste día
en tenebroso Olimpo.
La noche añadió horrores,
y para más cumplirlos
dio licencia a los vientos
Éolo, su caudillo
Leandro, en tanto, triste,
anhelaba ver tranquilo
el mar, y ya calmados
los vientos enemigos.
Pero al fin, impaciente,
cediendo a su destino,
fuese a la playa, y de esta
manera habló consigo:
Corazón, ¿qué te espanta?
¿Qué importará que, tibios,
huyamos de una muerte
si de otra morimos?
Dijo, y de su arrestado
amante desvarío
impelido, se arroja
al mar embravecido.
Y a pesar de su furia,
contra los torbellinos
lucha con fuerte brazo
por no poco distrito.
Pero ya se redoblan
del Aquilón los silbos,
levanta el mar sus olas,
aumenta sus bramidos.
¡Ay, mísero Leandro,
ya con dolor te miro
contiguo a las estrellas
y al Tártaro contiguo!
Agotadas las fuerzas,
sin aliento, sin tino,
y del farol amado
el claro norte extinto,
viendo por todas partes
presente a los sentidos
de la pálida muerte
el bárbaro cuchillo,
a las ondas se vuelve
trémulo y semivivo,
hallar piedad pensando
donde nunca la ha habido:
Ondas, si darme muerte
es decreto preciso,
no a la ida, a la vuelta
matadme a vuestro arbitrio.
Las crueles ondas niegan
al ruego oídos
y le sepultan dentro
de su profundo abismo.
Entonces, exhalando
el último suspiro,
tres veces a Hero llama
con lamentable grito
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