Sebastián Pedrozo
(Montevideo, Uruguay 8 de noviembre de 1977) es un maestro y escritor uruguayo de literatura infantil y literatura juvenil.
Sus obras se han inspirado en las novelas de la escritora uruguaya Magdalena Helguera y del escritor inglés Roald Dahl las cuales han influenciado su escritura. Comenzó a escribir casi al mismo tiempo en que recibió su título de maestro, desempeñándose como docente y escritor en forma simultánea, y narrando a sus alumnos las primeras historias que redactó. Además de la labor docente, comenta libros en una revista para educadores y en un diario capitalino, donde combina ambas actividades, la lectura y la escritura. Realiza también visitas a instituciones educativas del Uruguay para presentar sus obras y relatar su experiencia como escritor.
Reside en la Ciudad de la Costa, Departamento de Canelones.
Obras
Cómo hacer reír a una vieja sin que pierda la dentadura (2013); Editorial Alfaguara Infantil.
Terror en la ciudad (2012); Editorial Alfaguara Infantil.
Gato con guantes (2012); Editorial Sudamericana.
Cómo molestar viejas (2011); Editorial Alfaguara Infantil.
La piel del miedo (2010); Editorial Alfaguara Infantil.
Terror en el campamento (2009); Editorial Alfaguara Infantil.
Insectos al rescate (2008); Editorial S.M.
Historia de un beso (2007) ; Editorial Alfaguara Infantil.
Cualquier niño del norte (2007); Editorial Comunicarte.
Abejas y flores marchitas (2007); Editorial Alfaguara Juvenil.
Capítulo cero (2004); Editorial Banda Oriental.
Las moscas también tenemos sentimientos (2003), Editorial S.M.
Premios
Mención en el Concurso Anual de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura por Las moscas también tenemos sentimientos. La misma fue publicada en Buenos Aires por la editorial SM, bajo el título Insectos al rescate (2008).
Segundo Premio en el Concurso Los niños del Mercosur por Cualquier niño del norte.
luego fue editado en Córdoba, Argentina y traducido al idioma portugués (2007).
Estufa
Cuando tenía diez años
Nos mudamos a una casa con estufa a leña
Yo no sabía qué era el fuego
Hasta que mi padre me llevó a cortar leña
Nos metimos en el monte
Él tenía un machete
Yo una bolsa de arpillera
Cortó ramas altas de una acacia
La mejor brasa, dijo
Volvimos cansados y sucios
Encendimos el fuego.
Allí se hizo la cena
Y no me despegué más
De las llamas
De la madera
Del calor
Mi primer invierno
Lo pasé quemando cosas
Soldados de plástico
Las muñecas de mi hermana
Pan viejo
Insectos
El pelo acumulado en el cepillo de mi madre
Aceite de moto
Las cuerdas con que ataban a los pollos de las patas
Un reloj de pulsera
Un cuaderno doble raya
Con un poema de Constancio C. Vigil
Hasta una medalla que había ganado en karate en el 86
Todo era vencido por el amarillo
Todo mudaba de forma
Derretido
A la mañana
Buscaba en los restos del incendio
Los objetos incinerados
Es curioso lo que le hace el fuego
A la gente
La vuelve silenciosa
Y lenta
Nada me detuvo
Salía a buscar más y más leña
Hasta que un día tosí
Y un dolor horrendo me cruzó la espalda
Caí rendido en una cama
Y la fiebre me devoró
Sentía la congestión
El agua en los pulmones
Golpetear sin tregua
Siempre
Por las noches
Una vez vino a verme
Mi maestra de quinto año
Ahí supe que era grave
Que la vida es frágil si uno se aferra
Con desesperación a la fe
Los excesos
Dijo mi padre
Te matan de a poco
Pero hacen los detalles
Por los que te recuerda la gente.
Sebastián Pedrozo.
Selección y comentarios de Diego Recoba. Foto Nicolás Der Agopián.
La poesía de barrio, qué gran problema. En los últimos años, dentro del ambiente uruguayo, quienes han intentado relacionarse a través de su poesía con lo barrial se han ido a extremos en que no han sabido moverse. Por un lado, quienes abominan de todo lo que sea barrial, llegando a la parodia o la burla de los rasgos más románticos y folclóricos de la mala literatura barrial evocativa y nostalgiosa. No han tenido el talento para lograr con su crítica a ese tipo de poesía deconstruir lo barrial, bombardearlo. En la vereda de enfrente, quienes realizan exaltaciones lacrimosas sobre el barrio; la pérdida de los viejos valores, el adoquín y la esquina, sin ningún tipo de conexión genuina con ese mundo. Sólo repitiendo viejas fórmulas de malos tangos, haciendo una y otra vez las mismas cosas, como un calco de lo que ya venía funcionando mal desde hace tiempo.
Por qué será tan difícil acercarse a la realidad de los barrios, esos lugares alejados del centro turístico y de servicios de una ciudad, donde las leyes, los adelantos tecnológicos y las modas parecen llegar un poco más tarde, donde el tiempo corre más lento, donde las relaciones humanas y los vínculos, para bien o para mal, son más personales e intensos. Quizás se trate de la equivocada búsqueda de transformarse en la voz de los que no tienen voz, ser el poeta entre los vecinos, el aedo que va a contar la epopeya de esa comunidad, el elegido. Quizás por eso se caiga en la exaltación elevada, eso de “cuento tu mundo pero con el lenguaje y las reglas de otros”.
En la poesía uruguaya de los últimos años, los intentos de hacer una poesía desde el barrio o conectados con esa vida, con sus calles y sus tiempos, con su diferente forma de concebir el mundo, han fracasado o quedado a mitad de camino. Salvo excepciones como la de la poesía de Elder Silva. Unos pocos poetas han enfocado sus creaciones al barrio de dónde provienen, han intentado conectarse con su presente o su pasado en barrios alejados del centro, han intentado que el barrio esté en su poesía, sin la más mínima intención de hacer poesía barrial. Uno de ellos es Sebastián Pedrozo, quien ya venía con esa búsqueda de un pasado barrial en sus nouvelles Hotel Cabildo y Malas tierras y lo plasmó en su primer poemario, After shave.
En la obra de Pedrozo (Montevideo,1977), el poeta que enuncia es un ser que intenta unir con hilos todas las partes que lo forman, que lo conectan a su entorno, que lo ubican en el tiempo y el espacio, que lo hacen vivir. Más que como una necesidad de poner todo bajo su ala como una mamá gallina, o dentro de su sistema operativo para intentar comprender por qué pasan las cosas, la búsqueda del poeta parece ser la de establecer vínculos con todo lo que lo vuelve un ser en diálogo con el universo, como forma de no quedarse solo, de no aislarse, de ser un ser social, en comunidad, la parte de un todo. En este sentido se puede decir que la búsqueda poética de Pedrozo es un intento de reconocerse como parte de algo mucho más grande, más largo en el tiempo, pero no remarcando lo gigante de todo, lo inabarcable de la eternidad sino justamente la incapacidad de conocer más allá de lo inmediato y cercano. Claro que el poeta sabe que más allá de lo cercano hay otra cosa, pero primero que nada parece querer conocer y rendir cuentas con lo más cercano: su historia, su entorno, su ascendencia, sus vínculos, su cuerpo, sus lecturas, el sexo. Como si antes de emprender una gran expedición hacia tierras más desconocidas y lejanas, quisiera dejar las cuentas saldadas, decir lo dicho, no irse con nada pendiente, libre, pero atado con pequeños hilos casi transparentes a las cosas que lo forman como ser, esos hilos que son su poesía.
A través de su poesía intenta recuperar su infancia, dejar constancia de ese mundo que fue y ya no podrá volver a ser, de su barrio, de los vínculos y vivencias que lo forjaron. Pero sin nostalgia zonza ni romanticismo barato, sino viviendo esos mundos como otra dimensión que puede volver a visitar cuando quiera, como lo hacían los personajes de About time cerrando los puños, pero sólo que escribiendo y viviendo, cuidando esos hilos y tratando de que no le impidan avanzar a nuevos territorios.
Artes y oficios
hacer algo con el dolor
volverlo ligero
desplazarlo
como a una roca
transparente.
Choripán con todo
Por lo general
Los odio a todos
A cada uno de ellos
Sin excepción
A los cantantes con chaleco verde agua
A los marineros hiperactivos
A los publicistas filántropos
A los ferreteros que venden cosas chinas.
A los curas simpáticos.
A las ex que me saludan de la mano de su novio.
Al delivery y su moto sin caño de escape.
Al los novios de mis ex.
Por lo general
Es lo que me pasa.
Pero hay días
Extraños y retorcidos
Donde entra algo de luz
Y levanta el polvo acumulado
En todo el cuarto.
Y me dejo llevar
Y compro en tiendas de diseño
Pegotines con forma de corazón
Para la heladera.
Y bebo cerveza mexicana con turistas holandeses
En la Ciudad Vieja.
Y pido un choripán con todo.
Y grito que Montevideo no es tan espantoso.
Y me digo a mi mismo que la fachada de la catedral de dios-es-amor.
Ha levantado el valor inmobiliario en esa parte de la ciudad.
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