Ming Di
Nació en China y emigró a EE.UU. para completar estudios de postgrado en la Universidad de Boston antes de mudarse a California. Escribe desde los márgenes de las lenguas y las identidades culturales y, desde esos márgenes, experimenta con formas y temas. Como poeta ha sido invitada a festivales internacionales de poesía en diversos países, entre ellos Japón, India, África del Sur, Colombia, Macedonia, Suecia, Alemania, así como China y Estados Unidos. En 2013 recibió la Beca de la Fundación Henry Luce, y en 2014 ha sido finalista del US National Poetry Out Loud.
Poemas / Ming Di
El libro de las siete vidas
Estoy demasiado cerca del sol, y dicen que me volveré ciega.
Entonces aparezco en varias películas como hombre viejo
de interminables cabellos y barba canosos, ojos como hundidos, diciendo [profecías:
Hoy nace Apolo y mañana el Sol
será declarado piedra. También aparezco en muchos poemas,
en ocasiones glamorosa, casi siempre peor que bruja—
hoy envejecen mis senos y mañana se han de arrugar.
Entonces pongo una sonrisa firme recorriendo el camino en una falda
[como saco de papa.
Sólo me ve Virginia Woolf, ella ve el yo que codifica las palabras,
el yo que ama sin más, plenamente, creyendo de buena gana en el amor
y puede escribir como debe ser, ni por nombre ni por fama, la que sólo [escribe como debe ser,
y puede cambiar de un día para otro… Oh, no, no, no, no otra vez,
¡tan lindo es quedarse en esta vida! Zeus me dio siete vidas,
pero nada es mejor que ésta, la vida de tigre o lobo.
Temo al sueño, temo despertarme con un rostro viejo llevando la mueca
de T. S. Eliot, empolvado mi cuerpo con la ceniza de su cigarro.
Una habitación propia
Este invierno hace frío, ella pinta una habitación y ahí se esconde.
Pinta dentro un escritorio, una cama, un guardarropa.
Pinta ahí todo lo que necesita.
Pinta una pared, la borra, la vuelve a pintar y a borrar de nuevo—
Una pared llega a crecer por sí sola. Dentro de esa pared
ella pinta hierbas, flores y pájaros.
Pinta primavera y verano.
Pinta montañas y océanos —llegan las olas revoloteando
en una espiral en la que ella queda enredada.
Me veo a mí misma luchando en esta habitación.
A ella le pido que pinte una ventana—
una ventana que lleve a un cielo.
Luna de porcelana
Antes del alba, las mujeres del pueblo se juntan alrededor del pozo
lavando trastes, ropa y blancos, y se apuran de vuelta a casa
para cocinar antes del amanecer. Ella lleva un balde de agua
lejos de la muchedumbre para lavar ahí una pila de trastes—
una vajilla de porcelana fina
que heredó de su madre. Diario lava un plato de más
hasta la luna llena, y luego uno de menos hasta la luna nueva…
Así cuenta los días, esperando que él venga de nuevo.
Cada noche revive ese momento como si se repitiera una película.
«¿Te gusta eso, cariño?» El cuerpo de él encima del suyo, ella abajo,
quieta, como si el hecho de abrir la boca la pudiera sacar del sueño.
«Hoy se casa Da Guo», susurran alrededor del pozo.
Sus trastes de porcelana caen salpicando en el arroyo, como piezas de [dominó
rompiéndose uno con otro, uno tras otro. Ella no los recoge,
sino que se apura a regresar a casa con las sábanas que no ha lavado.
Mañana no será demasiado tarde. Se cambia de ropa, se peina,
toma una canasta y sale caminando. El tiempo de pronto se torna claro,
la milpa a orillas del camino ahora es más alta que ella. Quiere apurarse
[para llegar a la boda,
mirarlo besar a la novia con sus propios ojos no de celos, para luego ir
[a casa,
y escuchar los lamentos de la vajilla haciéndose añicos.
Versiones del inglés de Françoise Roy
The Book of Seven Lives
I’m too close to the sun, and they say I’ll go blind. / So I appear in many movies as an old man, / endless gray hair and beard, eyes like hollows, mouthing prophesies: / Apollo is born today, tomorrow a stone // will be declared the Sun. I also appear in many poems, / occasionally glamorous, mostly worse than a witch— / today my breasts age, tomorrow my breasts wrinkle. / So I put on a firm smile and walk the road in a bucket skirt. // Only Virginia Woolf sees me, the me that codes words, / the me that loves straight, wholly, readily believing in love, / and can write right, not for name, not for fame, just write right, // and can change overnight.... Oh, no, no, no, not again, / so wonderful to stay in this life! Zeus gave me seven lives, / but nothing is better than this life, this life of tiger or wolf. / I fear sleep, fear waking up with an old face wearing / T. S. Eliot’s grimace, my body dusted with his cigarette ash.
A Room of Her Own
Winter is cold, she paints a room and hides inside. / She paints a desk, a bed, and a wardrobe. / She paints everything she needs. / She paints a wall, erases, paints again and erases again— / A wall grows by itself. Within the wall / she paints grass, flowers, and birds. / She paints spring and summer. / She paints mountains and oceans— waves come swirling / like a wreath entangling her. // I see myself in that room struggling. / I ask her to paint a window— / a window that leads to a sky.
China Moon
Before dawn, women from the village gather around the well / washing dishes, clothes, and bedding, then hurry home / to cook before the sun rises. She carries a bucket of water // away from the crowd, to wash a stack of plates— fine china / inherited from her mother. She washes an extra plate / each day till the full moon, and then one less until a new moon... // She counts days this way, waiting for him to come again. / Each night she recalls that moment as if replaying a movie. / «You like this, Baby?» His body above hers, she’s below, // quiet, as if opening her mouth would wake her from the dream. / «Da Guo is getting married today,» they whisper by the well. / Her china plates splash to the stream, fall like dominoes // breaking each other one after another. She doesn’t pick them up, / but hurries home with the bedding she hasn’t washed. / Tomorrow won’t be too late. She changes clothes, combs her hair, // grabs a basket, then walks out. Time suddenly becomes clear, / the roadside corn is taller than her now. She wants to rush to the wedding, / watch him kiss the bride with her own eyes of no jealousy, then go home, / listen to the cries of china breaking into pieces.
Valparaíso Ediciones ha publicado recientemente, en versión de León Blanco y Françoise Roy, a la poeta china Ming Li (Mindy Zhang). Estudió Lingüística en la Universidad de Boston antes de mudarse a California. Ha publicado seis colecciones de poesía, entre ellas, River marchant’s wife (Marick Press, 2012). Es editora del Poetry East Week de Los Angeles, que publica poesía en chino e inglés. Editó en 2013, para Tupelo Press la antología New Cathay. Contemporary Chinese Poetry.
El Este es una camelia enorme, la nieve por la que caminas,
tu chaqueta roja como sus labios abriéndose.
Te aproximas a donde ella respira, luego giras y desciendes
al acantilado de sus mandíbulas, como un sampán deslizándote.
Ante ti el viento, el agua, todo fluye
sin color. Tú continúas la marcha, tan pequeña, tan oscura,
como la bala de un fusil que nunca se disparó, un asesinato
sin sangre, una palabra vacía, una preposición, una partícula.
Los adjetivos han fallado, buscas el verbo
sin consumar, pero no fluye ni vibra
en medio de ti, sólo avanza poco a poco, callado,
pero pesado como exhalación— la muerte torna
su rostro de camelia, un águila lucha sobre vientos de pétalos
ávida de vida nueva. La gente observa y suspira.
Sólo tú has viajado allí y has vuelto para decirme:
“Es tan blanco allá. Trae más vestidos todos de flores”.
HISTORIA FAMILIAR
Érase un árbol y mi familia,
era una leyenda de bosques con diez soles
arriba, que ardían en la noche. La abuela
no podía dormir, así que cada noche
daba a luz un hijo
hasta que no quedaran hojas para
alimentarlos. Enloquecido, el abuelo perseguía los soles
y disparaba a nueve de ellos, dejando uno
en el aire, para que contase la historia.
Érase una historia y el sol
bajó por un tronco y subió
en la mañana, para ver a mi abuela,
la mujer echada ahí como una montaña.
El abuelo enfureció y trató de matar
al último sol, pero sufrió un golpe de trueno
y murió. Se rompió el cielo, lloviendo
tristísimo en su duelo por diez mil años.
Todos los hijos ahogados subieron
a la superficie como nenúfares. La abuela
subió tan alto que remendó el cielo
tapando el roto. El sol amaneció, siguiéndola,
observándola con su ojo amarillo
durante cinco mil años, día y
noche brillando en la distancia.
La abuela se aburría. Ella moldeó arcilla
para hacer humanos con rostros soleados y con ojos
de estrellas germinando por doquier, arriba y abajo.
Uno de ellos era mi padre
en la China Tang, un bastardo
con muchos nombres. Era el borracho de Li Po
cantando a una luna imaginada.
Era el triste de Tu Fu lamentando el polvo.
Érase un Li Po y no había luna
en absoluto. Imaginó una y un barco
blanco apareció. Érase un Tu Fu
y no había ningún río. Pintó uno
y el Río Amarillo empezó a fluir
en la tierra central. Pintó otra vez
y el Yangtze comenzó a cruzar el cielo.
Todos los ríos antiguos, arriba y abajo,
a un adiós de su mano corrieron hacia el Este,
hasta el viento y los juncos ondeaban
en una sola dirección. Por hastío cortó la tierra
en campos cuadrados y cultivó arroz.
Érase un arrozal y mi madre
bajaba por una escalera celeste, con flores de jazmín
centelleando sobre ella. Mi padre intentó acercarse
pero sin saber seguro qué nombre
utilizar. Dudaba. Mamá bajó a pie,
con un largo vestido de hojas
que seguía el rastro de la luna, mil años
de estar sin nombre. Extendió
la mano, tan pálida, y tocó a
mi padre —nunca lo conocí —que se murió
en cuanto lo tocó mi madre.
Y volvió a ser una piedra, inmortal.
Érase una piedra y la gente se aparea
con sólo tocarse las manos o mirarse
a los ojos. Nací de esta mujer
que viene de la Luna —ella extendió la mano,
me prendió, un crisantemo, tan salvaje
como lo salvaje —abrí mis ojos terrestres
y la vi en mi propia luz
subiendo de vuelta a las frías alturas.
Mi nombre es Sol-Luna en memoria
de una luz de dos piedras distantes
que se resisten una a la otra, negando el amor.
Llego a un nuevo país y
veo las lápidas de mis padres
por todas partes, mi sombra en el cielo.
En la noche, mi madre
también aparece ahí. Es abril,
el cielo es bajo y puedo sentir
su respiración, pero no puedo verme a mí misma,
mis pétalos amarillos. Escribo la palabra
Sol, y ahí viene un Sol
de mi color. Escribo la palabra Luna,
y ahí viene una Luna de mi ancestro
solitario. Mi lenguaje de oráculo,
mis palabras pictográficas —doy algunas
a América. Sucede un milagro—
cada flor de cada árbol abre
sus ojos y parece ver a mis padres,
mis padres en mí—viven
en mi piel. Érase mi piel
y hay una sombra. Érase una sombra
y hay un árbol y luego luz. Siempre hay
una sombra antes de que la luz aparezca.
Traducción de León Blanco y Françoise Roy
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