José Fernández Madrid
José Luis Fernández Madrid y Fernández De Castro ( Cartagena de Indias, COLOMBIA 19 de febrero de 1789 - Londres, 28 de junio de 1830 ) fue un prócer de la Independencia colombiana.
Comienzo en la política
Estando en Bogotá se adhirió a la creación de la junta de gobierno de Santa Fe el 20 de julio de 1810 y en 1812 ya estaba en su ciudad natal apoyando la Independencia de la Provincia de Cartagena de Indias. Participó en el proceso de redacción de la constitución independentista de aquella provincia, y en Cartagena fundó junto a otros compañeros de su ciudad el periódico Argos americano que se encargaría a llevar el sentimiento emancipador en todos los Rincones de la Nueva Granada y que sería uno de los principales diarios de motivación independentista en América. En es elegido por el Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada a ser presidente del país, a lo cual va a posesionarse en Tunja a donde traslada el Periódico Argos. En 1814 se traslada a Bogotá.
Infancia y estudios
Nació en la ciudad de Cartagena de Indias Fue hijo de la señora Gabriela Fernández de Castro, hijo a su vez del señor Diego Fernández de Castro, quien fue gobernador, Capitán General y presidente de la Real Audiencia de Guatemala.
Realizó estudios de derecho en el Real Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario que es actualmente la universidad del Rosario ,ubicada en la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Se graduó en Humanidades y Derecho canónico y terminó su doctorado con Medicina, graduándose el 16 de febrero de 1809 antes de cumplir 20 años.En la Universidad de La Habana.
Presidente de Colombia
Con ocasión de la renuncia del presidente Torres, el Congreso eligió a Fernández Madrid, quien no aceptó diciendo que la Patria perecería en sus manos. El pueblo, preocupado por el vacío de poder, asistió en muchedumbre al Congreso exigiédole la elección de un dictador. Fernández Madrid fue elegido de nuevo y finalmente aceptó la nominación. Así que el 2 de abril de 1816, después de cerrar su palacio en Santa Fe de Bogotá, se dirigió a Zipaquirá con su secretario de guerra, su secretario general y su guardia de honor, para convertir a la ciudad en la capital del gobierno de las Provincias Unidas de Nueva Granada debido a la gran riqueza de la ciudad y su ubicación estratégica.
Ciudadanos de varias partes acudieron a él, quien se dirigió al pueblo invitándolos a luchar en defensa de la independencia. La gobernación de Cundinamarca se hallaba también vacante, y con la inspiración de Fernández Madrid aceptó la elección don Nicolás Rivas.
Poesías. Selección.
José Fernández Madrid
[Nota preliminar: edición digital a partir de José Fernández Madrid, Poesías, Cartagena de Indias, Ediciones Velamen, 1945, y cotejada con la edición de Poesía de la Independencia, ed. de Emilio Carilla, Caracas, Ayacucho, 1979, pp. 187-190, cuya consulta recomendamos.]
Napoleón en Santa Helena
Soneto
¿Dónde estoy? ¿Qué es de mí? ¿Yo que podía
ser el libertador del mundo entero,
mísero y desgraciado prisionero
entre estas rocas?... Mas la culpa es mía.
Cuando al pueblo mi espada defendía,
fui de todos los héroes el primero.
¡Con qué orgullo la Francia a su guerrero
de laurel inmortal la sien ceñía!
Hoy, sin gloria, en destierro ignominioso,
¿al sepulcro desciende el soberano
a quien veinte monarcas se abatieron?
Dijo, cruzó los brazos, silencioso,
y los ojos del fuerte veterano
de dolor una vez se humedecieron.
A los pueblos de Europa
En tiempos de la Santa Alianza
¿Dónde los esforzados?
¿Los libros dónde están? ¿Cómo pudieron
rehusar el combate intimidados?
¡Ay, a los miserables que cedieron
el campo, sin morir, al extranjero!
Dadme la lira, dádmela, que quiero
cantar la libertad; un dios me inspira;
guerra y venganza sonará mi lira;
y excitando a la lid, al vencimiento,
en armoniosos, desusados tonos,
de opresores tormento,
yo los haré temblar sobre sus tronos.
No el manto reluciente,
por las divinas artes fabricado;
ni la corona rica de tu frente;
ni tu cetro de hierro, aunque dorado;
ni de tus ciencias el acento grave;
ni de tus dulces musas la suave
voz armoniosa, plácida y festiva,
América te envidia, Europa altiva;
porque bajo tus pies se halla un abismo
de servidumbre, lágrimas y horrores,
y el feroz despotismo,
áspid mortal, se oculta entre las flores.
¿Qué importa la grandeza
de tus vastos palacios suntuosos?
Plaga devoradora tu nobleza,
miseria general, tus poderosos.
¿Y tus reyes? ¡Europa esclavizada!
¡Todo tus reyes y tus pueblos nada!
Mas tú en el trono reinas dignamente,
monarca de Albión; tú, que el tridente
riges en la extensión del Océano;
tú, que a la liga inicua y tenebrosa
no extendiste la mano,
la noble mano, fuerte y generosa.
Vosotros, que postrados
os visteis a los pies de Bonaparte;
que su carro tirasteis degradados,
de la fe tremolando el estandarte,
hipócritas marcháis, jefes traidores.
¿Y os llamáis de los pueblos defensores?
Vosotros, que humillabais vuestras frentes
ante el conquistador ¿a los valientes
osáis encadenar, a los que os dieron
libertad y poder? Pero ¿qué digo?
¿Cuándo, cuándo tuvieron
los tiranos piedad, ni fe, ni amigo?
¡Oh pueblos! ya lo veo:
viene del Septentrión y ha superado
la barrera del alto Pirineo;
en una mano el cetro ensangrentado,
en otra lleva la homicida lanza,
¡Oh, cuánto es formidable su venganza!
Mas no, que está su cuerpo giganteo
en pies de barro frágil apoyado.
No perdáis la esperanza
¡oh, pueblos, a las armas, a la guerra!,
y caerá por tierra
ese coloso enorme destrozado,
¿Y podrá la ignorancia
triunfar de la razón? Si al mundo todo
con torrentes de luz llenaste ¡oh, Francia!,
¿cómo te unes al vándalo y al godo,
que en honda oscuridad y noche umbría
intentan sumergir el Mediodía?
Ábranse al ocio muelle los conventos;
eríjanse de nuevo los tormentos
del feroz tribunal, y sus hogueras,
siendo la única luz que alumbre al mundo,
ciencias y artes extingan sus lumbreras;
sepúltense del hombre los derechos
en olvido profundo,
y quedaréis, tiranos, satisfechos,
¿Qué haces? ¡España, España!
¿En vez de unirse con estrechos lazos,
tus propios hijos, en horrible saña,
al enemigo prestarán sus brazos?
¡Oh, ignorancia, execrable fanatismo!
En sangriento altar del despotismo
la patria de Lanuza y de Padilla,
víctimas voluntarias, a la cuchilla
extiende la garganta ¡oh, mengua, oh crimen!
y ante el ídolo atroz de los tiranos
se prosternan y gimen
los altivos y fieros castellanos.
No ¡brote combatientes
el suelo de la antigua Carpetania,
y de Gama los dignos descendientes
vuelvan su honor perdido a Lusitania!
¡Abrácense los pueblos como hermanos,
únanse como se unen sus tiranos;
y regadas con sangre generosa,
reverdezca la palma victoriosa
que ha de orlar a los libres algún día!
Al escuchar sus cánticos triunfales
¡huya la tiranía,
desparezcan sus huestes criminales!
Despierta, Italia, y libre
alza del polvo tu abatida frente,
y en medio de su pueblo el Dios del Tibre,
majestuoso, aparezca nuevamente.
¿Cómo te has olvidado de tu gloria?
Abre los ojos ¡mira! la memoria
de tus héroes, tus ciencias y tus artes,
inmortal se conserva en todas partes.
Muéstrate digna de tus grandes nombres,
torna otra vez a tu esplendor perdido:
¡Italianos, sed hombres!
¿No veis cómo la Grecia ha renacido?
De su sangrienta cuna
triunfante me parece que la veo
alzarse y destrozar la media luna.
¿Ese canto de guerra es de Tirteo?
Es el mismo Demóstenes que clama:
¡Al arma, griegos, que la patria os llama!
Y aquel gallardo joven extranjero
que celebra la lid ¿es un guerrero?
¡Vedlo cómo, expirante a la sonora
arpa su voz sublime acompañando,
en favor de la Grecia al cielo implora!
¡Ay!, por la Grecia llora,
y el cisne de Albión muere cantando.
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