Clemente Althaus
Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo (Lima, 4 de octubre de 1835 - París, 22 de julio de 1881) fue un poeta, dramaturgo y traductor peruano. Junto con Juan de Arona, Ricardo Palma, Carlos Augusto Salaverry y Luis Benjamín Cisneros, conforma el grupo de figuras centrales del Romanticismo peruano, aunque, según ha observado el crítico Luis Alberto Sánchez, su poética pretende más bien emular al clasicismo.
Su padre, el barón Clemente Althaus von Hessen, hijo de Clemens August von Kaas, barón de Althaus, y la princesa Juliana de Hesse-Philippsthal, fue un militar alemán que llegó al Perú durante la época de la emancipación, y de quien Flora Tristán trazó un retrato en sus Peregrinaciones de una paria. Su madre, la dama arequipeña María Manuela Flores del Campo y Tristán, hija de Manuel Flores del Campo y Pérez y Petronila de Tristán y Moscoso (tía de Flora Tristán), falleció también prematuramente, cuando él contaba con diez años.
No pudo conocer a su padre, ya que éste murió a los cuatro meses de su nacimiento. Acaso fue esta falta de vínculos familiares lo que desequilibró de alguna manera su espíritu.
Cursó sus estudios en el Instituto Nacional de Santiago de Chile, entre los años 1846 y 1851. Allí tuvo maestros europeos que lo familiarizaron con los idiomas modernos. De vuelta en Lima, ingresó al Convictorio de San Carlos, prestigioso centro educativo donde se forjaba la intelectualidad limeña. No destacó como estudiante. Desde muy joven fue presa de la neurosis. Empezó a publicar en el diario El Comercio de Lima, desde el año 1855.
A manera de terapia, viajó a Europa en 1855, y hasta 1863 recorrió los países más importantes de dicho continente: Francia (1855-1857), Inglaterra (1857), Italia (Nápoles, Roma, Florencia y Génova entre 1857 y 1859), España (Madrid y Cádiz, 1859-1860), Alemania (1861 a 1862) y de nuevo Francia (de 1862-63). Italia lo impresionó fuertemente, en especial la poesía pesimista de Giacomo Leopardi. Visitó con devoción los museos y lugares históricos. El arte italiano inspiró también muchos de sus poemas, por ejemplo los cuadros de Rafael Sanzio. Se familiarizó con las letras clásicas y las corrientes literarias en boga, al punto de convertirse en uno de los escritores más cultos de su tiempo. Tradujo poemas clásicos y románticos italianos, en especial Petrarca, y Salmos de la Biblia. Las traducciones del italiano fueron apareciendo en el diario La Patria de Lima en 1873 y luego completas, revisadas y ampliadas en El Comercio de Lima en 1874.
A su regreso a Lima en 1863 ocupó durante unos años un empleo en el Ministerio de Hacienda. Incómodo en ese puesto, pasó a ser censor de teatros y profesor de Literatura del Convictorio de San Carlos por obra de un nombramiento directo del Presidente-Dictador, el coronel Mariano Ignacio Prado, quien así agradecía a Althaus su encendido poema patriótico al Dos de Mayo de 1866, fecha del combate del Callao, durante la guerra contra España, y seguramente también otros poemas como el escrito el 9 de diciembre de 1865, dedicado «Al coronel Don Mariano Ignacio Prado, dictador del Perú».
En 1871 publicó en Lima un grueso volumen de sus Obras poéticas. Pero nuevamente sintió la necesidad de realizar un viaje a Europa para aliviar sus angustias y llegó a París, probablemente en 1879. Manifestó nuevamente los síntomas de desequilibrio nervioso, que lo llevó al estado de locura, finalizando sus días en un manicomio de París (1881).
Estilo poético
Su contacto con la cultura de Europa, en especial con la del Renacimiento, hizo que se inclinara hacia la perfección de las formas poéticas, constituyendo el clasicismo su inspiración predilecta. No destaca a gran altura, pero al menos sobresale por su pericia entre los poetas de su tiempo. Ello concede a su arte un estilo excepcional, pero a la vez sacrifica frecuentemente la intensidad de su sentimiento romántico a la convencional estrechez de las formas clásicas. Menéndez Pelayo, en su Historia de la poesía hispanoamericana, considera a Althaus un poeta que «aspiró a la pureza clásica sin conseguirla más que de lejos»", recordando la imitación leopardiana de «El último canto de Safo». Para Luis Alberto Sánchez, más que romántico, parecía un «clásico retrasado».
Movido por el afán de originalidad, de cuando en cuando practica el verso corto, parodiando el yaraví indígena, tratando de remozar, pero aun así es visible las influencias de autores europeos.
La tristeza ronda su poesía, pero no es una tristeza al modo de los románticos, vocinglera y exasperada, «sino una tristeza regular, uniforme; una tristeza que suena a resignación, más bien pesimismo que tristeza»" (Luis Alberto Sánchez).
Un tema recurrente en su poética es la música (una larga composición de fechada en 1858 se titula «A la música»), así como su atracción por la figura de Fray Luis de León. Destacan también sus composiciones de carácter patriótico.
Obras
Publicó:
Poesías patrióticas y religiosas (París, 1862)
Poesías varias (París, 1863)
Obras poéticas. (1852-1871) (Lima, 1872)
Dejó una novela inconclusa, titulada Coralay, escrita en sus años juveniles y publicada por entregas en la revista limeña La Ilustración, Nº 1 a Nº 11 (del 2 de abril a 27 de julio de 1853).
Sus traducciones de poesías de autores italianos, publicadas en el diario El Comercio de Lima entre 1873 y 1874, fueron recopiladas por Estuardo Núñez en una edición de Sonetos italianos (Lima, 1951).
Escribió también un drama, titulado Antíoco, que fue estrenado en el Teatro Principal de Lima el 24 de marzo de 1877.
Obras Poéticas
Clemente Althaus
Prólogo
Este volumen contiene, con algunos cambios y bastantes supresiones, las «poesías patrióticas y religiosas», publicadas en parís el año de 1862, y las «poesías varias»; tomo este último que, publicado el mismo año que el anterior, puede sin embargo considerarse todavía como inédito, pues ni lo puso el autor en venta, ni repartió sino un escasísimo número de ejemplares del escaso que hizo imprimir.
Contiene también muchas de las composiciones, patrióticas o no, publicadas por él desde entonces en el comercio y otros periódicos, y además un gran número de trabajos inéditos del todo y pertenecientes a diversos géneros, entre los cuales hay dos leyendas, un drama, y algunas sátiras literarias y políticas.
Por último, el autor se ha determinado a dar esta vez cabida entre sus obras a algunas de sus antiguas poesías escritas antes del año 1855 y excluidas de sus anteriores colecciones. Las hubiera podido corregir harto más de lo que Lo ha hecho; pero ha creído que pasar de pocas y ligeras enmiendas era exponerse a quitarles la fisonomía propia de aquel tiempo y, por decirlo así, infantil, que a su juicio debían conservar, y que probablemente constituye su único mérito. Serán las primeras que halle el lector, pues el orden seguido en la colocación de estas poesías es el de sus fechas, las cuales comienzan el año de 1852 y acaban el de 1871.
Presento pues a mis paisanos, reunidas en un volumen, las obras que he compuesto en el espacio de casi veinte años que ha que cultivo la poesía: conviene a saber, la parte de ellas que reputo menos indigna de la luz pública, pues otro tanto, por lo menos, como lo publicado aquí será lo desechado o reservado.
Era mi ánimo escribir un largo prólogo en el que hubiera hablado con la conveniente extensión acerca de lo que entiendo por poesía y del alto ministerio civil y moral que tiene para mí esta reina y señora de las artes de lo bello; contestando asimismo al cargo de no haber sido hasta aquí más que poeta que me hacen muchos de los que juzgan que la poesía es una vana gracia, un frívolo adorno, y a quienes la misma belleza y hechizo de la forma hace desconfiar de la gravedad e importancia del fondo.
Pero no me consienten realizar mi propósito, por una parte, la flaqueza presente de mi salud y el deseo, por otra, de que no se dilate por más tiempo la publicación de esta obra.
Me limito pues a llevar al pie del ara santa de mi patria mi humilde ofrenda, templando el temor reverente del que se dirige a un objeto tan grande con la conciencia de haber cumplido con ella en la corta medida de mis fuerzas.
Mis continuos achaques me obligan a suspender por ahora mis trabajos literarios y poéticos; pero, después del descanso necesario, espero volver con mayor empeño al ejercicio de lo que ha sido a la vez el deleite y tormento de mi vida. Y quizá entonces, restauradas mis fuerzas y refrescada mi mente, al cantar de nuevo a dios, la naturaleza, la libertad, la patria, serán mis acentos menos indignos de la majestad de tan augustos e inspiradores temas.
Lima, 15 de enero de 1872.
Canción de Coralay
Tendió la noche su manto
sobre el mundo silencioso,
y el desëado reposo
suspende penas y llanto.
La clara luna se mira
del mar en la linfa pura,
y apenas lla onda murmura
y el aura apenas suspira:
todo en paz yace sumido,
y del universo dueño,
vierte su bálsamo el sueño
y su benéfico olvido.
En el monte misterioso,
y en la floresta sombría,
y en la verde pradería,
y en el azulado mar,
todo calla, todo olvida
su fatiga y su quebranto,
y mi sollo triste canto
hace el eco resonar.
Depone el león su saña,
y en lla quieta selva muda
hasta lla tórtola viuda
al sueño da su dolor:
sollo yo, al placer extraña,
solitaria gimo y vello,
y en vano demando al cielo
tregua un instante a mi amor.
Luna, del amor testigo
con que al extranjero adoro,
duélate mi amargo lloro
y mitiga mi pasión:
no te pido, casta diosa,
que cese la llama mía:
sin ese amor moriría
mi desierto corazón.
Tampoco que, más dichosa
que la que reina en su pecho,
consiga yo ver deshecho
el juramento nupcial:
Goce la virgen hermosa
de su amor puro y entero,
que ninguna dicha quiero
que se compre con su mal.
Solo quiero una sonrisa
ver vagar en su semblante
y solo por un instante
su puro aliento aspirar;
y cuando lleve lla brisa
mi triste queja a su oído,
su corazón condolido
sienta por mí palpitar.
Más no, que en su altivo pecho
la tímida queja mía
acaso solo hallaría
un injurioso desdén;
y no merece esta humilde
India, en su amor tan osada,
que una piadosa mirada
sus bellos ojos lo den.
Orgulloso castellano,
para las dichas nacido,
no hiera nunca tu oído
de mis pesares el ay:
y mientras consuelo en vano
pido a la luna serena,
ignora siempre la pena
de la triste Coralay.
1852.
Adioses
¡Qué dulces pasan los días
a tu lado, Magdalena!
quién consolará mi pena,
¿cuando tú no estés aquí?
Prométeme no olvidarme
en tierra alguna lejana,
que yo te prometo, hermana,
nunca olvidarme de ti.
Si alguna vez me olvidaras,
el dolor me mataría,
y sin tu amor, alma mía,
No podría vivir, no:
En ta amor está mi vida,
tu olvido será mi muerte;
donde te lleve la suerte,
¿quién te amará como yo?
Cuando pienso que mañana,
al asomar en oriente
la aurora su blanca frente,
en vario te he de buscar,
y que, si alguien me pregunta
por mi dulce compañera,
le diré: la suerte fiera
hoy la arrastra por el mar;
a tan triste perspectiva,
a tan crudo pensamiento,
desmayar la vida siento,
cual si fuera, ya a morir;
y en contraste con los días
que pasé a tu dulce lado,
se me ofrece el enlutado
solitario porvenir.
Adiós pues: cuando la tarde
comience a esparcir sus sombras,
mis pies las verdes alfombras
de la playa pisarán;
y anegados en el llanto,
del sol a la luz viajera
por mi dulce compañera
mis ojos preguntarán.
Y recorrerá las ondas
después mi vista anhelante,
por si una vela distante
consiguen mis ojos ver,
que de la nave en que vengas
anuncie la cercanía;
porque ¿no es verdad que un día,
Magdalena, has de volver?
1853.
Las cautivas de Israel
I
Junto a los ríos de Babel sentadas,
fijos los tristes ojos en el cielo,
al acordarse de, su patrio suelo,
lloraban las cautivas de Israel;
y al ver volar en el azul espacio
las aves de la tarde plañideras,
«id, les decían, dulces mensajeras,
»y llevad nuestros votos a Salen:
»saludad por nosotras esos campos
»donde natura prodigó sus galas,
»¡ah! quién tuviera vuestras libres alas,
»para partir de vuestro vuelo en pos
»felices las que van, como vosotras,
»a ver de nuestra infancia los hogares!
»nunca se calmarán nuestros pesares
»hasta pisar la tierra del Señor.»
Y así diciendo, las cautivas míseras
las seguían con lánguida, mirada,
y mil recuerdos de la patria amada
agitaban sus mentes en tropel;
y cuando las veían alejarse
del moribundo sol a los reflejos,
y entre las negras nubes, a lo lejos,
las miraban al fin desparecer,
bajaban silenciosas la cabeza,
se cubrían el rostro con las manos,
y después exclamaban: «Señor, danos
»volver a nuestra patria alguna vez.»
Y como si el dolor más las uniera,
se abrazaban llorando con ternura;
¡Quién librará la turba prisionera!
¡Cuando a sus campos volverá Israel!
Y se quedaron luego anonadadas
en el silencio triste del recuerdo,
fijas las melancólicas miradas
del sordo río en el raudal veloz:
pero se levantaron de repente,
de vértigo divino poseídas,
e irguiendo al cielo la inspirada frente,
alzaron este canto de dolor:
II
«Nos sentamos orillas de estos ríos,
»y lloramos pensando en nuestro suelo
»y en ese verde campo, en ese cielo
»llenos del esplendor de Jehová:
»y hemos colgado nuestras dulces harpas
»de los sauces que cubren la ribera,
»que la mano cautiva no pudiera
»sino sones dolientes arrancar.
»Cuando los que cautivas nos trajeron
»quisieron recrearse con sus sones,
»diciéndonos: cantadnos las canciones
»que en un tiempo solíais entonar,
»respondimos: los cantos de la patria
»¿cómo cantar en extranjera orilla?
»y donde el sol de libertad no brilla,
»¿cómo cantar la dulce libertad?
»¿Cómo entonar cantares de ventura
»en medio del dolor que nos abisma?
»Olvídese mi diestra de sí misma,
»si me olvido de ti, Jerusalén:
»péguese al paladar mi lengua muda,
»si no hablo siempre de la patria amada,
»y si a su santa maternal morada
»no anhelo siempre en mi dolor volver.
»Desde que vine de Sïón cautiva,
»su memoria es mi solo pensamiento,
»y a cada hora, en todas partes siento
»de los recuerdos el crüel pesar:
»cuando cierra mis parpados el sueño,
»volver creo a los campos de mi infancia,
»y estar venciendo la postrer distancia
»que me separa de mi dulce hogar;
»y llegar creo y reposar al cabo
»cubierta por las ramas de una palma,
»a cuya sombra en otro tiempo el alma
»soñaba en un sereno porvenir:
»¡Cuan venturosa soy! pero mi sueño
»pasa, y con él se aleja mi ventura;
»de nuevo me hallo en servidumbre dura
»y soy, al despertar, más infeliz.
»Señor, Señor, que en extranjera tierra
»no abra el destino mi sepulcro helado;
»que repose mi cuerpo ya cansado
»en el bello país donde nací:
»allá donde los huesos de mis padres
»reposan ya, donde mi madre un día
»con canciones de amor me adormecía,
»allá, gran Dios, allá quiero morir.»
III
Y aquí cesó la voz de las cautivas
y el eco triste repitió su canto,
y sus mejillas el amargo llanto
de los recuerdos a regar volvió;
mas un presentimiento misterioso
se hizo oír en sus almas desoladas,
y se vio relucir en sus miradas
de la esperanza el dulce resplandor.
1854.
A un viajero
Tu existir agitado y vagabundo
recuerda nuestro frágil existir:
todos somos viajeros en el mundo,
todos andamos por llegar al fin.
Pero a veces retorna el marinero
al duce puerto que le vio pasar;
mas ¡ay! el hombre, mísero viajero,
a las playas que amó no volverá.
Nadie puede pararse en el camino,
porque es preciso eternamente andar:
nos obliga a seguir nuestro destino
el ciego impulso de la ley fatal.
Si algo encontramos que la vista encante
y que halague y deleite el corazón,
al querer detenernos -«¡Adelante!»-
nos grita fiera irresistible voz.
También en mi alma soñadora existe
una sed misteriosa de viajar,
y al mirarte partir, quédome triste:
yo también te quisiera acompañar.
Quisiera visitar esas regiones
donde las ruinas que ama el trovador
se levantan pobladas de visiones
que nos hablan del tiempo que pasó.
¡Ah! ¡quién contigo visitar pudiera
aquella Roma que tan grande fue,
y esa Grecia tan bella y hechicera,
maestra de las artes y el saber!
¡Quién pudiera en tu nave voladora
pasear de sus deseos la inquietud,
del Occidente a la brillante Aurora
y del helado Septentrión al Sur!
Mas ya movidas del propicio viento,
se ven las blancas velas desplegar:
éste es, amigo, el último momento:
¡adiós! es fuerza separarnos ya.
Cuando interponga la distancia un velo
que las costas te vede distinguir,
y cuando solo mires mar y cielo,
entonces ¡ay! acuérdate de mí:
de mí que quedo en este triste mundo,
negro e inquieto y borrascoso mar,
mar más embravecido y más profundo
que el que tú te preparas a surcar.
1854.
Las aves de la tarde
¿A dónde partís tan lejos,
tristes aves de la tarde,
que a los cansados reflejos
del día que va a expirar,
atravesáis en bandadas
el firmamento sombrío,
y atrayendo mis miradas,
me hacéis de pena llorar?
¿Por qué en contemplaros hallo
una dulzura secreta
y agitan mi mente inquieta
mil recuerdos en tropel?
¿Por qué de deseos vagos
el corazón siento lleno,
y estremecido, mi seno,
gimo sin saber por qué?
Cuando se pierde en las nubes
vuestro plañidero canto,
siento un misterioso encanto
de placer y de dolor:
¿Por qué así vuestro gemido
me entristece y me consuela?
¿Quién hace que así se duela
y se alegre el corazón?
Decid, ¿qué secreto instinto
os mantuvo siempre errantes,
siempre inquietas y anhelantes
de otro mas bello lugar?
¿Nada amáis tal vez vosotras
que detenga vuestro vuelo?
¿En el anchuroso suelo
no tenéis patria ni hogar?
En mi alma también existe
un instinto misterioso
que me tiene siempre ansioso
de otro mundo, otra región:
cual huracán prisionero,
dentro del pecho se agita
esta ansiedad infinita
que me llena el corazón.
Cuando en occidente muere,
el sol en su lecho de ondas,
y nuestros oídos hiere
de la campana el clamor;
cuando la noche se acerca
con sus sombras silenciosas,
y mil voces misteriosas
forman un vago rumor;
entonces yo me entristezco
y gimo profundamente,
y empiezan mi triste mente
mil recuerdos a agitar,
y mi alma intenta lanzarse
hacia un bien desconocido
cuyo instinto habrá nacido
en otro mundo quizá.
¡Ah! yo soy tan desgraciado
como el triste prisionero
que, a su alta torre asomado,
ve el suspirado país
donde nació, dibujarse
en la vasta lejanía,
y mira el distante día
en sus montañas morir.
Sin cesar, do quiera pienso
en ese lugar dichoso
donde el ansiado reposo
encontrar al fin podré.
Este mundo no es mi patria;
de esas nubes tras el velo
está; mi patria es el cielo:
¡cuándo allá podré volver!
Peregrinas del espacio,
deteneos un momento:
¿no me oís? el raudo viento
muy lejos os arrastró.
Si escuchasteis mis gemidos,
tristes aves plañideras,
sed vosotras mensajeras
de mis votos al Señor.
1851.
Recuerdos
(Fragmento)
Me acuerdo siempre: era una tarde triste
el sol se hundía entre las olas ya:
y tú ya no te acuerdas? me dijiste
que nunca te podrías olvidar.
La brisa suspiraba tristemente
sobre las aguas del dormido mar,
y las sombras confusas de la tarde
sobre ellas se apiñaban más y más.
¡Cuánto amor se leía en tu semblante!
¡Cuánta tristeza en tu pupila azul!
¡Y no te acuerdas ya de aquella tarde!
Nunca creí que la olvidaras tú.
Dime, tu pecho, tan ardiente un día,
tanto la vida con su soplo heló,
¿que no escuchas jamás en tus ensueños
de lo pasado la doliente voz?
Al expirar el sol en occidente,
mientras las nubes siguen en tropel
su lúgubre carera por el cielo,
¿no te entristeces, como yo, mujer?
¿No piensas ver en la expirante hoguera
la imagen moribunda de tu amor?
¿No recuerdas que así también moría
entre las nubes esa tarde el sol?
¿No piensas ver las sombras de otros tiempos
riendo tristes acercarse a ti?
¿No escuchas sordas y dolientes músicas
vagar por los espacios y morir?
¿Se agotaron tus lágrimas acaso,
de nada te entristeces, y jamás
en lo pasado? ¡Ah! ¡quién pudiera!
¡Ah! ¡quién pudiera, como tú, olvidar!
No te amo ya; mas la profunda herida
que me hizo tu amor siempre está aquí;
y aunque quiero olvidarte, noche y día
miro do quier tu aparición gentil.
¡Ah! ¡cuando pienso que de aquellas horas
ni una tan solo volverá jamás,
que ya no habré de verte enamorada
mirarme largamente y suspirar;
entonces siento inmensas amarguras
y mi alma se estremece de dolor,
y en el desierto porvenir no encuentra
ni un consuelo mi triste corazón!
Te amo como eras en aquellos días,
dulce, tierna, purísima, idëal,
¡ángel hermoso que bajó del cielo
para venir mi vida a consolar!
Es tu imagen en mi bello retrato
que, aunque el modelo envejecer se ve,
siempre lozano y juvenil se muestra,
que eterna juventud le dio el pincel.
Y ahora te aborrezco: con sus brazos
ciñeron tu beldad amantes mil;
aun es bello tu rostro, mas el alma.....
y el alma fue lo que yo amaba en ti.....
...........................................................
No, ya no más acuerdate del cielo
y a é1 levanta tus alas, corazón:
sólo allá, sólo allá podrá apagarse
la sed que sientes de infinito amor.
1854.
La cautiva
«En vano a mis plantas veo
desparramado un tesoro,
en vano de piedras y oro
resplandece mi prisión:
el recuerdo de otros tiempos
entristece el alma mía,
y tenaz melancolía
Me consume el corazón.
Aves que cruzáis el cielo
al oscurecerse el día,
y que en anheloso vuelo
a otras regiones partís,
descended a la ribera
desde las etéreas salas,
y llevadme en vuestras alas
al lugar donde nací.
Y vosotras, oh viajeras
rápidas olas sonantes,
que a ignotas playas distantes
miro partir sin cesar,
reventad en la ribera
de los lugares amados
donde mi madre me espera,
presa de inmenso pesar.
Decidle que siempre lloro
tan larga prolija ausencia,
y que al cielo siempre imploro
que me devuelva a su amor;
contadle que con vosotras
se mezcló mi triste llanto,
y decidle mi quebranto
y mi infinito dolor.
Cuando salí de mi patria,
sólo diez años tenía:
¡Oh triste y amargo día
de eterna recordación!
Los piratas me arrancaron
de los brazos de mi madre,
y mataron a mi padre
que me defendió cual león.
Recuerdo que cuando el buque
de la orilla se alejaba,
a mi madre oí que enviaba
su despedida postrer:
corí a la popa, y entonces
la vi ondear su pañuelo,
y luego mirar el cielo,
y desmayarse, y caer.
¡Cuán en vano pedí entonces
que hicieran parar la nave,
y por los aires, cual ave,
hasta mi madre volar!
Mirando estuve la costa
con ojos húmedos, hasta
que no vi sino la vasta
circunferencia del mar.
A un príncipe de estas tierras
por los piratas vendida,
doliente paso mi vida
llorando el tiempo que fue:
¡Ah! ¡quién pudiera gozarte
otra vez, tiempo dichoso!
¡Quién tus montes, pueblo hermoso,
trepar con ligero pie!
¡Quién pudiera allá en la tarde,
de la solitaria estrella
reflejada la luz bella
en tu puro lago ver!
Y cruzando la pradera,
cuando la noche llegara,
madre mía, ¡quién pudiera
a tu regazo volver!
En lágrimas me deshacen
mis dulces memorias tristes:
tiempo feliz, ya no existes
y no volverás jamás:
al menos, aunque pasado,
nunca pierdas tus encantos,
nunca tus recuerdos santos,
me permitas olvidar.
Un dulce presentimiento
que nunca en el alma muere
me dice que espere, espere
volver a mi patria al fin:
pise yo la tierra amada
bese el rostro de mi madre
y el sepulcro de mi padre,
y podré después morir.
Como un ángel, acompáñame
oh esperanza, mientras viva:»
y de la triste cautiva
aquí el acento expiró;
a una roca su cabeza
apoyó en su mano fría,
y la inmensa mar sombría
contemplando se quedó.
1854.
A mi padre
Si justo elogio sincero
escucho en ajeno labio,
que alaba en ti al caballero,
al padre, al esposo, al sabio,
al amigo y al guerrero;
Con justa causa me aflijo,
viendo que a extraños la suerte
dio la dicha y regocijo
de tratarte y conocerte,
y no a mí que soy tu hijo.
No, no hay desdicha ninguna
como que la Parca aleve
del tierno padre desuna
a niño que aun duerme en cuna
y humano alimento bebe.
Dígalo yo, pues aun no
hube el mes cuarto cumplido,
cuando mi padre murió:
todos le habéis conocido,
¡Oh hermanos, excepto yo!
Al dolor que el pecho siente
creces el recuerdo da
de que, al nacer tu Clemente,
estabas en viaje ausente
de que no volviste ya.
Y así jamás tierno beso
en mi faz, oh padre, fue
por tu amante labio impreso,
ni en ser nunca me alegré
de tus brazos dulce peso.
Y agonizaste, lejano
de tus hijos y tu esposa;
ni cerrarte amiga mano
los ojos, pudo amorosa,
que nos buscaban en vano.
Moriste entre extraña gente,
a tu muerte indiferente:
¡Ah! ¡cuánto mas te valiera
lidiando en batalla fiera,
sucumbir gloriosamente!
Si para consuelo nuestro
existieras todavía,
fuérasme en la vida diestro,
amoroso, experto guía,
y dulcísimo maestro.
¿Qué reprensión blanda y pía
no me sonara en tu labio?
Justo exceso, demasía
del mismo amor, que no agravio,
tu castigo me sería.
¡Con qué atención y placer
las inmortales hazañas
con que el antiguo poder
y yugo de las Españas
pudo América romper,
Fuérame dado escucharte!
Hazañas de que testigo
mereciste ser y parte
(con noble orgullo lo digo)
por el denuedo, y el arte.
Mas ¡ay de mí! que, en lugar
de tan feliz y süave
vida que pude gozar,
odiada orfandad me cabe:
¡Desdicha inmensa y sin par!
Que hizo más extraña y fuerte
el que entonces no pudiera
llorar, oh padre, tu muerte,
que ni ese alivio siquiera
quiso dejarme la suerte.
Pues tan tierno simple infante
preciar ni entender podía
desventura semejante;
y ¡acaso entonces reía
mi ledo infantil semblante!
¡Ah! por qué la muerte en mí
no se cebó, y el desierto
de la vida huyendo así,
¡ah! por qué no te seguí,
¡apenas nacido, muerto!
Por desgracia tan impía,
sirve solo de consuelo
pensar, oh padre, que un día
te conoceré en el cielo.
1855.
La oración
Ya de suena de la santa Ave María
la solemne campana, que el ocaso
llorar parece del lejano día:
Como de encanto súbito por caso,
Sucede hondo silencio de repente,
al urbano bullicio; el presto paso
detiene al son la pasajera gente,
que con rápida mano la cabeza
a 1os cielos descubre reverente;
y la salutación gloriosa reza
con que el arcángel anunció a María
que, sin perder su virginal pureza,
en sus entrañas Dios encarnaría;
y Lima toda, de silencio llena,
en su santo pensamiento se une pía.
Mas rápida cambiar se ve la escena,
cuando cesan las santas campanadas;
y ya de nuevo donde quiera suena
el rumor de coloquios y pisadas.
1855.
A España
Un día, España, en tu anchuroso imperio,
moviendo el sol el refulgente paso,
jamás hallaba tenebroso ocaso
al ir de un hemisferio a otro hemisferio;
cual ya al romano, así al valor iberio,
el ámbito del orbe vino escaso:
mas a tu antigua majestad, acaso
iguala tu presente vituperio.
De tal altura a sima tan profunda
te hizo caer del hado la inconstancia,
que Roma el mundo te llamó segunda:
Dad escarmientos a Inglaterra y Francia,
y teman que en abismo igual las hunda
su proterva ambición y su arrogancia.
1855.
Deseo
Pláceme contemplar desde la playa
el infinito mar que me convida
a que del patrio suelo me despida
y a otras riberas venturosas vaya.
Del lejano horizonte tras la raya,
al umbral de otro mundo parecida,
tal vez mas dulce placentera vida
y mas felices moradores haya.
Oh naves que a la aurora, al occidente,
al sur partís y al septentrión, ¡quién fuera
con vosotras! Mas ¡ay! que solamente
me es dado vuestra rápida carrera
seguir con la mirada y con la mente:
¡Y la dicha tal vez allá me espera!
1855.
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