miércoles, 16 de julio de 2014

ANTONIO HERNÁNDEZ RAMÍREZ [12.351]


Antonio Hernández Ramírez

Nació en Arcos de la Frontera (Cádiz) en 1943. Estudió Ciencias de la Educación. Como periodista tiene más de dos mil artículos publicados. Ha escrito treinta y seis libros de ensayo, poesía y narrativa que han sido publicados en distintas editoriales. Sus libros se han traducido al árabe, catalán, portugués, francés e italiano y sus piezas sueltas a otros ocho idiomas más. Gran premio del Centenario del Círculo de Bellas Artes, que recibe de manos de S.M. El Rey de España. Premio Nacional de la Crítica. Premio Andalucía de Novela y Valencia de Letras. Otros premios: Rafael Alberti, Jorge Guillén, Miguel Hernández, Leonor de Soria, Tiflos, Despeñaperros, Gil de Biedma, José María Lacalle, Vicente Alexandre… en poesía, y José María Pemán y Manuel Alcántara de artículos periodísticos.

Sus dos últimas novelas Sangrefría (Premio Andalucía) y Vestida de Novia fueron proclamadas como las mejores del año por el programa de Televisión Española Negro sobre Blanco. Ha dado conferencias por cuatro continentes y en la actualidad es objeto de cursos de doctorado en diversas universidades americanas, como la de Athens en Georgia y Nuevo México o la de Mar del Plata en Argentina.

Es popular del diario Pueblo. Socio de honor del Club Bilaketa y de la Casa de Guadalajara o del Centro de Estudios Antonio Machado de Buenos Aires. En 1999 el Ayuntamiento de Arcos de la Frontera le nombró por unanimidad Hijo Predilecto de la ciudad. En 2005 llegó a la última votación del premio de “Las Letras Españolas” que concede a la obra de toda una vida el Ministerio de Cultura. La casa de la juventud de su pueblo lleva su nombre.
En los últimos cinco años ha formado parte de los premios Nacionales de Ensayo, Historia, Narrativa, Letras Españolas, Traducción, y a la Mejor Difusión Cultural. Es jurado fijo, entre otros, de los premios Rafael Morales, José Hierro, Alfons el Magnanim, Castilla La Mancha de relatos y de poesía, Andalucía de la Crítica (Narración y Poesía), Valencia de la Crítica, Castilla y León de Poesía, Aljabibe, Antonio Gala… Presidente de Honor de la Asociación Andaluza de Críticos y Escritores es miembro de las directivas de CEDRO y de la ACE, a cuya Comisión Permanente pertenece.

Premio Nacional de Poesía año 2014 por Nueva York después de Muerto,(Calambur, 2013)



PRESENCIA CRUEL

Cuando digo “las cosas que no tengo”…
no me refiero a las que tuve,
a las que me rozaron me refiero,
a esa promesa que incumplió la vida,
a la caricia que sufrió mi piel
por no sentirla. Al beso que no di.
Al amor que no tuve y aún no ha caducado.
A lo que me acompaña hacia la muerte
como una sombra de otro cuerpo.

Del libro A palo seco



Insurgencias (Poesía 1965-2007)
Calambur, 2010



La dueña de la casa, que era vil y engreída, 
me acarició la mano y me sentí embebido. 
Asco que nunca puse en mí cara, por dentro 
me destronó los huesos, su cal y levadura. 
Vomité penitente hasta mi primer gozo 
y mi primer amor se hizo mi enemigo. 
No sé con qué pesar ni con cuanta presteza 
me restregué la mano hasta sentirla mía. 
Pero la araña urdió su tela sin renuncia 
con técnicas distintas rodeó mi descuido 
y una mañana nueva mi boca era canalla 
y pegada a la suya fue limbo el muladar.




Recomponiendo la desgarradura 
natural en que el hombre se aprieta, 
se ha de bailar como una burla al aire, 
como una respuesta sus moléculas, 
de incógnita insistencia escrutadora. 
Destronar el fantasma con el gesto 
de elevar la sorpresa entre lo sórdido. 




Los padres de mis padres, los abuelos 
de sus tatarabuelos, los lejanos 
ancestros de mi sangre conocían 
por sus nombres los vientos y los astros. 
Su forma de expresarse era oración, 
Dios estaba en las palmas de sus manos
se iba pareciendo a la esperanza 
si la espiga granaba. Ante el milagro, 
porque cunda el misterio por su rastro, 
encendían fogatas, se abrazaban, 
al quererse se hacían sobrehumanos. 
No sé de quienes hablo, pero digo 
de mí cuando en espíritu me entablo, 
cuando en este silencio nemoroso 
miro el cielo magándose, cuajado 
de lenguas que proyectan unos signos, 
una conversación de antepasados 
tal si en ellas viviera la costumbre 
de quienes largamente las miraron. 
Cuando el hombre era hombre, celebraba 
las cosechas, se amaba. Y en sus ratos
libres miraba el cielo, sus señales, 
pensativo. 
Y a Dios daba reinado.



AH, DEL CASTILLO

Se ahogó la princesa,
y el príncipe.
Se hundieron las mesnadas,
sucumbieron
pendones y caballos
cuando la ola se llevó el castillo
que construí en la arena
de Cádiz, siendo niño.

Pero quedó el juglar.

Indumentaria, 1986.



Aquella tarde caminamos...

Aquella tarde caminamos
muchas cosas de Dios. Llovía
en el monte lejano y yo pensaba
que nuestra tierra seca
debiera estar por dentro
igual que mis mejillas
cuando tus ojos lloran.
¡Qué deseo de amar! En la tarde
todo estaba dispuesto. El aire
para ofrecerse a todos, el sol
para probarnos la impaciencia
tus ojos tristes para recordar
que hay fe... De pronto
nos miramos y...
te fui besando. Nos




ESCALOFRÍO
                                                                               (A mi nieto)
Jazmín, ruiseñor y fuente.
La plaza de Santa Marta.
La Giralda desde el arco
chico del Patio Banderas.
Saber que no existe Dios
mas se hace el encontradizo.
Dar gracias por esa luna
narcisista por el río.
Sin soñar, ser sueño aparte.
Y joven contra natura:
que no importe haberlo sido.
Por La Palmera gritar:
"¡Viva el Betis manque pierda!"



ANDALUCÍA 

Me quedé en ella porque era hermosa
y necesitaba su alegría. Nunca
se puede ocultar al corazón
lo que han visto los ojos. Nunca
la alegría del canto. (Repetidamente)
fui viviendo en sus cosas y aprendí…

por los ríos, el amor; por un pájaro,
el desvelo de la paz; por las nubes ligeras,
la forma de evitarme algún recuerdo.

Todo estaba limpio por sus tierras
Hasta los pobres, en vez de dolor,
de una seguridad insuficiente hablaban.
Hasta los jornaleros, en vez de justicia,
resignación decían. Era un modo
de ahuyentar la tristeza. Se conformaban
con lo que les venía desde arriba,
y con un cante que nació en las raíces
de su pena y fue extendiéndose a las ramas
del mundo, como al amanecer la luz.

Cada día iba aprendiendo más: que el vivir
no es un ave que pasa, sino un pozo
que queda allí para el que necesite beber,
que el que lleva una tierra clavada en las entrañas
vale más que haber posado un continente entero,
que morir por los brazos de una madre
es la gran solución para santificarse.

Andalucía era limpia, y por eso
al renacer en ella, al darme cuenta
que no solo de fiestas se trataba
defendí su ilusión de más de mil dolores,
apoyé a la alegría cunado enmascaraba tristeza
robé a todo lo hermoso cuanto pudo mi amor.

No. No era un vino o una guitarra la escena.
Era lo que quedaba dentro de cada uno oculto,
la alegría, quizá, le costaba la sangre
a aquellas tierras de secanos cuando
un campesino alzaba como un Dios
su ronquido total, su enorme queja,
su gran desolación vestida de colores.





Nueva York después de muerto, 
de Antonio Hernández, en Babelia


Compromiso con Rosales
Por Manuel Francisco Reina


Observo de un tiempo que las propuestas más rompedoras en poesía no vienen, como debieran, de la mano de los poetas jóvenes, sino de los mayores. Sin citar a nadie, para no levantar suspicacias, he de decir que este libro de Antonio Hernández es un ejemplo claro de propuesta radical, en sentido etimológico, tanto de raíz literaria como de propuesta extrema. Un disparo a bocajarro de la conciencia, de la sensibilidad y del oficio de escribir. Los bríos de sus versos y contenido en este poemario serían más propios de un enfant terrible que cante sin prevenciones las verdades del barquero, pero su quehacer es el de un autor ya hecho, con la maestría y el poso de lo vivido y escrito. Nueva York después de muerto nace del difícil compromiso del poeta con su amigo Luis Rosales, como explica en la justificación de la obra: “mi maestro, me dijo un día, antes de dejarlo escrito, que quería terminar su obra con una trilogía titulada Nueva York después de muerto; que en ese texto quería hablar del exilio, del problema de la gran ciudad, de la lucha de clases y de razas así como de otros conflictos que agobian al hombre. Y que lo que representaba para él Nueva York era, grosso modo, la mecanización, el automatismo de la vida, la desigualdad entre distintas razas, el imparable avance del mestizaje… y, obviamente, Federico”. La enfermedad y poco después la muerte impidió a Rosales el cumplimiento de esta obra pero comprometió a su discípulo entonces, Antonio Hernández, la realización de la misma, con confidencias e información que se ven reflejados ahora en este libro silente muchos años con el sueño de la prudencia.

Es éste un libro insertado en eso que Octavio Paz o Ernesto Cardenal llamaron “la poesía total”, y que tanto interesó a Rosales, que suponía la asunción en lo poético de los recursos y técnicas de otros géneros como la narrativa, el teatro o el cine. Poesía que sin perder la cadencia musical de la rima, aportase nuevas fuerzas y técnicas de géneros ajenos. Antonio Hernández va incluso un poco más lejos, incorporando recursos propios del periodismo, con la aportación de datos, fechas, noticias… Dividido en tres partes, de forma aristotélica y su preceptiva, pero sobre todo como homenaje a esta trilogía comprometida por Luis Rosales, el poemario como la santísima Trinidad es trígono y uno; a saber: en él están entre otras las voces de Luis Rosales, de Lorca y de Nueva York, con su silbo de sirena simbólica, pero quien las unifica en su misterio, es la voz reconocible y única en nuestra poesía de hoy, de Antonio Hernández. Una poesía más relacionada con los americanos citados con anterioridad, de la llamada “poesía total”, si no fuese porque en este poema cántico, a la forma del coro griego en el que muchas voces se convierten en una sola voz, asoma la tradición andaluza más universal de la que Hernández es claro ejemplo. En la metafísica paseante de estos versos sobrecogedores, aparece la reflexión filosófica de un senequismo contemporáneo como cuando dice: “Recordar, recordar, cangrejo de las lágrimas”. Otro apunte de los tantos de esta poética pulsión meditadora sería: 

“Pero así es la vida, así: la paradoja. 
Como dicen que el Caos se ordena en la Felicidad, 
en donde hay desdicha, hay materia sagrada. 
¿No hay que sacar las cosas de quicio, no, señor? 
Hasta el ombligo en el gozo, hasta lo hondo, 
hasta lo más hondo del corazón en la tristeza. 
Incluso Dios. En Luzbel, en lo que más quería”. 

Lorca y su tragedia están presentes, como buena parte de nuestra más negra y luminosa historia, que marcó a Rosales y también a nosotros como pueblo, como una nueva épica emocional en el fragmento que se inicia “El azar tiene la sangre fría” y continúa: 


“Únicamente necesita  
tener a un tonto cerca, a un  
asesino cerca, a un infeliz 
para hacerlo feliz por un día, 
o a un ser angelical, o a un genio 
para que nunca más utilice sus alas”. 


En estos versos, y en su reflexión, se retrata la culpabilidad de toda una sociedad ante la muerte del poeta de Granada: 

“Nada más duro que una tentación 
que es libertad en otro. El tiro más letal 
lo da la cobardía”. 


Pero también aparece el Lorca riente, vivo e ilusionado por un joven, Juan Ramírez 

“enamorado triste 
y que acusó con las manos alzadas, 
como dimensionando su estupor, 
a una homofobia crucificadora 
en capuletos y montescos 
y que al desheredado por amor 
de blasón y de hacienda, 
fue él, Luis Rosales, 
quien lo llevó de crítico 
de arte a un diario de Madrid 
porque no le faltara 
el pan, la dignidad, 
y a Federico 
un corazón latiendo todavía 
cuando ya estaba muerto”.



Queda Rosales ensalzado en la voz de Hernández, en sus versos, memorialísticos casi, como en el fragmento que se inicia “Me acusaron de todo, / (…) Me han insultado en todos los idiomas”. Y sin embargo, en la resonancia de la ciudad totémica, Nueva York, se funden todas las voces, y la propia absolución del sufrimiento del poeta Rosales cuando pregunta Hernández con su propia voz: “¿Y no has visto, maestro, a Federico, / no estará entre las nubes su tumba?”. Un libro ya esencial, rompedor y heridor, como suele ser la belleza, que decía Platón era “el esplendor de la verdad”. Una poesía insólita y brillante, totalizadora de géneros y emociones en la que se demuestra que no todo está dicho ni escrito. Aquí la poesía de Antonio Hernández se faja y se confirma como digno hijo de sus mayores, pero dueño de su propia e inconfundible voz. Como cierra la segunda parte del libro: “Pero hasta ahora es él, Antonio a quemarropa”.




Viento variable de Antonio Hernández
Calambur, Barcelona, 2016.

Viento variable reúne poemas escritos entre 2010 y 2015, como se nos explica en la “Nota de autor”, y forma parte de lo que llama “poesía total”, porque toma recursos de otras artes; versos de carácter “dicotómico y epicolírico -canto y cuento-“ donde poesía y literatura “se funden” con oficio. Aunque hay una “voluntad de autonomía de cada poema”, se organizan en “grupos temáticos emocionales” que encabezan diferentes epígrafes de autores dilectos.


ha sufrido tanto
que tiene el corazón mellizo.
Por eso ha sobrevivido.
Por eso lo que escribe
no es letra muerta.


*

“Tesis: cielo, paraíso.
Antítesis: infierno, Hades.
Síntesis: melancolía.”
AH


Pájaros y pajarracos

Benditos sean los pájaros que cantan.
Bendito el estornino, el chamariz,
el mirlo, sobre todo el mirlo blanco,
bendito el petirrojo, el verderón,
los que no se esconden para vivir,
no los que se ocultan para medrar
en la Muerte; los pájaros de ardiente
corazón como cantaba Wordsworth;
los que ascendían sólo utilizando
sus alas, no, como ahora, los otros
pájaros que no cantan, o si lo hacen,
lo hacen en los juzgados o en las
comisarías. Los que cantan mirando
las nubes y las embellecen, nunca
la infame turba de de nocturnas aves
según el racionero cordobés,
las del pico encorvado y el plumaje
negro como sus alas tenebrosas,
diteras, esquilmantes.Y benditas
las que, como alondra mañanera,
con su canto, saben milagrear,
logran que rían las ramas de todos
los árboles de las cuatro estaciones
del año, agradecidas a su luz.
Para que los sin techo y los mendigos
del parque y la ciudad entera, oyéndolas,
sientan que en sus exequias cotidianas
el día de hoy no viene con luto.


*


“Por lo pronto mostrar la primavera,
ya llegará diciembre con su nieve…”
AH


El rostro impenetrable

Soren Kierkegaard

A ver qué hace un hombre solo
frente a una montaña de hierro,
qué un hombre solo frente a un mar de plomo,
un hombre frente a un cielo sin estrellas ni luna.
Qué otra cosa diferente
a mirar con estupor
podría hacer si pretendió algún día
enfrentarse a los grandes poderes
económicos, a la magia espuria
de la técnica, a la derrota por K.O.
de la ética a manos
del acomodo social, a la
deshumanización.
Qué su insignificancia
ante los nuevos dioses
más opacos que Dios.
Ir de la mano de su desventura
buscando las mentiras salvadoras
de su infancia lejana,
rezar al clavo ardiendo.






-

No hay comentarios:

Publicar un comentario