Hayim Nahman Bialik
(Ucrania, 1873-1934)
Poeta judío-ruso, nacido en Zhitómir (ahora en Ucrania). Publicó su libro Canciones de odio en 1903, uno de cuyos poemas, En la ciudad de la matanza, inspirado por la indignación que sintió a raíz de las masacres que tuvieron lugar en Chisinau (ahora en Moldavia), le hizo célebre. En 1891 se trasladó a Odessa, por entonces el centro de la modernidad judía, y allí entabló una amistad, que duró toda su vida, con el escritor judío Ahad Ha-am. Bialik influyó enormemente en la recuperación de la lengua hebrea y fue un convencido promotor del sionismo. Se marchó de la Unión Soviética en 1921 para vivir en Alemania, pero en 1924 se trasladó a Tel Aviv, Palestina (ahora en Israel). Él mismo tradujo al hebreo numerosas obras, entre las cuales se encuentran clásicos como Don Quijote, Guillermo Tell y obras de yidish, y editó numerosos libros de leyendas antiguas hebreas comentadas.
En la ciudad de la matanza
(fragmento)
Levántate y marcha hacia la ciudad de la matanza.
Ve a sus plazas,
observa con tus propios ojos,
palpa con tus propias manos
las cercas, los árboles, las rocas.
Mira: sobre la cal del muro
la sangre coagulada,
los sesos endurecidos de las víctimas.
Encamínate hacia las ruinas,
salta por encima de los desechos,
atraviesa las paredes rotas
y las cocinas incendiadas
en donde la piqueta ha perforado quiebres
y agrandado, ensanchado vacíos,
donde la negra piedra se descubre,
la desnudez del ladrillo calcinado,
abiertas, desesperadas bocas de heridas negras
a las que no puedes aplicar ya cura o medicina,
tus piernas se hunden en plumas y cascotes,
entre pilas de escombros y de astillas,
en la derrota de los libros y los manuscritos,
el despojo del trabajo inhumano,
el redoblado fruto de unas arduas labores…
No te detengas ante los destrozos, sigue tu camino.
Renacen las acacias frente a ti,
derraman su perfume,
entre sus brotes penachos como flechas,
su aroma es el aroma de la sangre;
a tu pesar aspiras el perfume extraño,
la suavidad de la lozanía en tu corazón no te asquea;
con mil flechas doradas te lacera el sol,
siete rayos agreden en esquirlas de vidrios,
pues mi señor convocó, a un mismo tiempo,
a la matanza y a la primavera.
Sale el sol, florece la acacia y degüella el matarife.
Traducción: Gerardo Lewin (con la inestimable colaboración de Yonah Kranz)
Acógeme bajo tus alas
Acógeme bajo tus alas
sé mi madre, sé mi hermana,
sea tu pecho refugio de mi frente,
nido de mi plegaria lejana.
Y en el ocaso, en la hora tierna,
el secreto sabrás de mi inquietud.
Dicen que la juventud existe.
¿Adónde fue mi juventud?
Habré de hacerte aun otra confesión:
arde mi alma en violento fulgor.
Dicen que el amor existe,
pero ¿qué es el amor?
Me mintieron los astros,
tuve una vez un sueño que se ha ido.
No me queda ya nada.
Estoy ahora solo y vacío.
Acógeme bajo tus alas
sé mi madre, sé mi hermana,
sea tu pecho refugio de mi frente,
nido de mi plegaria lejana.
Traducción: Gerardo Lewin
A LA HORA DEL CREPÚSCULO
A la hora del crepúsculo ven a hacia la ventana y reclínate sobre mí,
rodea amorosamente mi cuello, pon tu cabeza sobre la mía,
y así, a mi vera, permaneceré.
Dulcemente abrazados, en silencio, hacia la maravillosa luz,
levantaremos nuestros ojos;
y soltaremos libremente a la faz de los cielos luminosos
todas la ansias de nuestro corazón.
Se remontarán hacia lo alto, con presto volar, como palomas;
en la lejanía, como perdiéndose, se celarán,
y hacia las colinas de púrpura, las islas por la luz doradas,
con vuelo remansado bajarán.
Ellas son las islas remotas, los mundos superiores,
que en nuestros sueños contemplamos,
las cuales nos convirtieron en peregrinos sobre todos los cielos
e hicieron de nuestra vida un infierno.
Ellas son las islas de oro, por las cuales ansiamos como por la tierra patria,
por la que todas las estrellas de la noche me envían sus guiños
con un rayo de luz parpadeante.
Por ella hemos quedado como tallos en tierra árida,
sin amigos ni compañía;
como dos errantes, en perenne errabundez,
sobre la faz de una tierra extraña.
A un pájaro
¡Bendito sea tu regreso, pájaro amable,
desde las tierras templadas hacia mi ventana!
¡Cuánto ansió mi alma por tus melodiosos trinos
cuando en el invierno abandonaste mi morada!
Canta, pájaro hermoso, cuéntame
maravillas de los países lejanos.
¿Acaso allí, en la tierra templada y hermosa,
abundan también las penas, las calamidades?
¿Acaso me traes buenas noticias de mis hermanos de Sión,
de mis hermanos tan alejados y a la vez tan próximos?
¡Ay, hermanos felices! ¿Acaso pueden sospechar
que yo, infeliz de mí, he de soportar tales quebrantos?
¿Acaso pueden barruntar el cúmulo de enemigos que aquí me rodean,
el número de adversarios que contra mí se levantan?
¡Cuéntame, pájaro mío, las maravillas de aquella tierra
En la cual la primavera mora perennemente!
¿Acaso me traes buenas noticias de lo mejor de aquella tierra,
de sus valles, de sus llanos y hoyadas, de sus cumbres?
¿Acaso el Señor ha perdonado, ha compadecido a Sión,
si es que aun ella yace abandonada entre sepulcros?
El valle de Sarón, los alcores del incienso,
¿aun siguen produciendo su mirra, aun florece allí su nardo?
¿Acaso despertó de su antiguo sueño entre los bosques
el viejo Líbano, soñoliento y amodorrado?
¿Aun desciende, como aljófar, el rocío sobre el monte Hermón,
aun desciende y cae pródigamente como lágrimas abundantes?
¿Cuál es la suerte actual del río Jordán y de sus luminosas aguas?
¿Qué noticias traes de sus montes y colinas ondulantes?
¿Acaso se apartó de sobre ellos la pesada nube
que extendía calígenes y sombras de muerte?
¡háblame, pájaro mío, acerca de la tierra que meció
la vida y la muerte de nuestros padres!
¿Acaso se mustiaron los vegetales que yo allí planté,
de análogo modo como yo mismo me he mustiado?
Quisiera recordar los días en los cuales yo florecía a la par con ellos,
Pero al presente me encuentro envejecido, abandonáronme mis fuerzas.
¿Me contarías, pájaro mío, el secreto de todo hálito de planta,
y lo que sus hojas te han musitado?
¿Acaso albriciaron misericordias, si es que esperaron en días nuevos?
¿Sus frutos estremeciéronse de emoción, como el Líbano?
¿Acaso mis hermanos, los que con lágrimas sembraron,
pudieron segar, con cantos, sus gavillas?
¡Quién me diera alas y volaría hacia la tierra
en la cual florece el almendro y la palma!
Y yo, ¿podré contarte, pájaro amable?
¿Qué palabras esperas oír de mi boca?
Ciertamente de esta orla de tierra fría, cánticos no escucharás,
sólo elegías, sólo lamentos, sólo sollozos.
¿Te contaría yo, en cambio, las calamidades que se oyen,
que se saben en las tierras que nos rodean?
¡Ay!, ¿quién podría contar el número de tales adversidades,
de las persecuciones que se promueven y pasan?
¡Oh, pájaro mío, escápate hacia tu monte y tu desierto!
Feliz tú si abandonas el ámbito de mi tienda;
si habitaras conmigo, también tú, oh alado cantor,
llorarías, amargamente llorarías mi suerte.
Pero ni el llanto ni las lágrimas pueden ser mi bálsamo;
en ningún modo ellos podrán curar mis heridas.
Ya mis ojos, exhaustos de llorar, se han secado, llenóse el odre de las lágrimas,
hace tiempo que mi pobre corazón ha sido pisado como la hierba.
Consumiéronse ya las lágrimas, pasaron ya los plazos,
y no adivino el término para mi dolor.
¡Bienvenido sea tu regreso, pájaro hermoso,
suaviza tu voz y en cánticos prorrumpe!
Poema extraído de Poesía Hebraica Postbíblica
Millás Villacrosa (traductor y compilador)
José Janés Editor
Barcelona, 1953
Canción del trabajo y la labor
¿Quién nos salvará del hambre?
¿Quién nos alimentará con mucho pan?
Y ¿quién nos dará un vaso de leche?
¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?
¡Al trabajo y a la labor!
¿Quién nos brindará abrigo cuando haga frío?
Y ¿quién en la oscuridad nos ofrecerá luz?
¿Quién extraerá agua del pozo?
¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?
¡Al trabajo y a la labor!
Y ¿quién plantó árboles en el jardín?
para frutos y para sombra, toda clase y especie.
Y ¿quién en los campos sembró cereales?
¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?
¡Al trabajo y a la labor!
¿Quién nos preparó una pequeña morada,
una cerca para el jardín, una barda para el viñedo?
Y ¿quién se esforzó y quién se preocupó,
en honrar el Shabat y las festividades?
¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?
¡Al trabajo y a la labor!
Por eso trabajaremos, por eso nos cansaremos,
siempre, durante los días laborables.
¡Pesado es el yugo, agradable es el yugo!
y en los momentos de ocio, entonaremos a viva voz
canciones de agradecimiento, canciones de bendición
al trabajo y a la labor.
Traducción de Belkis Rogovsky
A Long Bough
A bough sank down on a fence, and fell asleep –
so shall I sleep.
The fruit has fallen; and what do I care
for my root and stock?
The fruit has fallen, the flower is long forgotten,
only leaves remain.
One day a storm will rage and they will fall,
casualties, to earth.
Afterwards, terrible nights.
No respite, no sleep.
I wrestle alone in darkness, batter
my head on the wall.
Spring will blossom again. Only I
hang on to my stem –
bald shoot with no bud and no flower
no fruit and no leaf.
After My Death
After my death mourn me this way:
'There was a man-and see: he is no more;
before his time this man died
and his life's song in mid-bar stopped;
and oh, it is sad! One more song he had
and now the song is gone for good,
gone for good!
And it is very sad!-a harp too he had
a living being and murmurous
and the poet in his words in it
all of his heart's secret revealed,
and all the strings his hand gave breath
but one secret his heart kept hid,
round and round his fingers played,
and one string stayed mute,
mute to this day!
And it is sad, very sad!
All of her days this string moved,
mute she moved, mute she shook,
for her song, her beloved redeemer
she yearned, thirsted, grieved and longed
as a heart pines for its intended:
and though he hesitated each day she waited
and in a secret moan begged for him to come,
and he hesitated and never came,
never came!
And great, great is the pain!
There was a man-and see: he is no more,
and his life's song in mid-bar stopped,
one more song he had to go,
and now the song is gone for good,
gone for good!
I Didn’t Win Light In A Windfall
I didn’t win light in a windfall,
nor by deed of a father’s will.
I hewed my light from granite.
I quarried my heart.
In the mine of my heart a spark hides –
not large, but wholly my own.
Neither hired, nor borrowed, nor stolen –
my very own.
Sorrow wields huge hammer blows,
the rock of endurance cracks
blinding my eye with flashes
I catch in verse.
They fly from my lines to your breast
to vanish in kindled flame.
While I, with heart’s blood and marrow
pay the price of the blaze.
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