sábado, 8 de diciembre de 2012

MARÍA JESÚS MINGOT [8.725]


MARÍA JESÚS MINGOT

Nacida en Madrid el 15 de Marzo de 1959. Doctorada en Filosofía Pura (Cum Laude) con una tesis sobre Nietzsche “Nihilismo e Historia”. Profesora Titular (año 1986) del Dpto. de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, donde en la actualidad imparte clases de Metafísica. Actualmente vive en la sierra madrileña, en el municipio de Galapagar. Miembro de la tertulia literaria “Antonio Machado” con más de veinte años de historia.

Ha elaborado un par de guiones para cortometrajes. Uno en el año 1992, “Excisión”, basado en un relato suyo (El cortometraje fue elegido para competir en los festivales de Alcalá de Henares  y de Cádiz) y otro “Ánima de día” en el año 1994. En ambos cortometrajes colaboró con el grupo “Hormigón” para la realización de éstos.

En el campo de la narrativa ha publicado el libro “El vértigo de las cuatro y media”, en el año 1998, en la editorial Libertarias, Madrid. De este libro se han hecho dos ediciones. El libro fue presentado en la FNAC de Madrid con gran afluencia de público.

Además tiene un libro de relatos: “A la sombra del olmo destronado”, aún sin publicar. Fue finalista en el premio de libros de relatos “Emilio Hurtado”.
En la actualidad está inmersa en la elaboración de su cuarto libro, segunda novela, que espera tener terminada el año próximo.

En el campo de la poesía, terreno que cultiva desde muy joven, publicó los libros;

-Cenizas.   Colección de poesía. Ed. Libertarias. Madrid 2000.
-Hasta mudar en nada.   Colección de Poesía. Ed Bartleby 2007. El libro reúne 13 sonetos y poemas de verso libre.
-Aliento de luz, (Ediciones Vitruvio, 2016)





Del poemario "Cenizas".
Colección de poesía. Ed. Libertarias. Madrid 2000.

LA FUGA O EL NAUFRAGIO

Te temo como la nieve fría a la templanza de un claro amanecer,
como la noche al cántaro de fuego,
como la vid madura al podador de otoño.

Cuando te miro,
presiento que me aguarda el vacío,
la penumbra de tierra indiferente a unos labios abiertos por costumbre,
la sombría visión de un temblor inhumano,
de un temblor sin respuesta,
obstinada turgencia sin recurso que retorna a un lugar disipado como espuma caliente.

Con todo la sospecha,
que más que una sospecha es cruel presagio de un invierno al acecho,
me devuelve a tus brazos,
y en el dolor te gozo radiante y extendido.

Cuánta vida, amor mío, cuando el henchido fruto se desgrana,
cuando la tenue piel besa la playa que dibujas al entregarte todo,
mientras cierras los ojos para emerger de nuevo más salvaje y profundo.

Por eso, ¿qué queda, corazón, ante el temor cortante y duro?
La fuga o el naufragio:
la soledad desnuda.



Alumbramiento

        En una sala de maternidad que ha olvidado la lluvia,
        sobre unas sábanas prestadas manchadas de sangre,
        respira con agallas,
        con resuello de anfibio bajo la blanca luz incrustada
        en la frente.

        No es una enfermedad ensayada mil veces.
        El mentón en el pecho escupiendo la fuerza
        que te entrega a la vida,
        es gemido de tierra que ilumina la estancia.

        Convulsa y solitaria derrama entre los muslos la
        claridad del mundo.
        Una ola tras otra desborda la pecera colmada de
        membranas,
        que se quiebra en pedazos salpicándolo todo:
        tejidos y cartílagos y venas alfabéticas
        destapan el milagro que enseguida nivelan las manos
        entendidas.     

        Aguardan la sonrisa que abone el sacrificio
        para el que fue entrenada,
        con sus rostros de nata que comulga a diario.
        La espalda de la boca no le interesa a nadie:
        Que el vacío descalzo de descalzas promesas
        permanezca en el silo donde no se le escuche.
        Sólo cuenta la ofrenda a voleo sembrada.
        Ligera como nube, mas también obstinada;
        arrebatando noche para hacerse presente
        a pesar del desierto que le creció a la madre.

        Es niña y es morena,
        centeno tembloroso cuajado entre tinieblas.
        Los dedos diminutos,
        el velo de los párpados de tulipán fruncido,
        el rastrillado lomo,
        llanura que zozobra hasta hacerse ladera
        que en las nalgas se yergue igual que una pregunta,
        desbrozan el camino que los pies desconocen.
        Son gaviotas al aire,
        relámpagos de luna que no han tocado suelo,
        o ensayo rumoroso a cuya cita acude
        un mar inalterable.

        La mira. Aún sin nombre es diferente a todas.
        Su pelo huele a tiempo.
        Su cara huele a tiempo.
        Está llena de espacio,
        de par en par abierta sólo en este momento
        en el que ella la mira sin saber si besarla.
        Ahora; sólo ahora se encuentra de par en par abierta.

        Y acaso en el desierto también germine un ángel.





"Hasta mudar en nada" 
Colección de Poesía. Ed Bartleby 2007.


Sueños

No te dejes.
 No permitas que tus pasos propaguen el veneno,
 vestido de venganza
 compungida.

 Si supieras
 qué pleitesía rindes al cuchillo
 contemplando la herida tanto rato,
 extraviándote en ella
 cual aurora, donde aprender pudiste qué es lo bello.

 Ahórrale a la tierra cualquier daño
 vertido por despecho.
 Ya tiene suficiente con aquellos
 que anticipan la muerte:
 los hijos naturales de fusiles
 empuñados en orden obsecuente,
 la camada común de la pobreza,
 los dolores de Juicio sin testigos,
 los sueños de pateras rodeadas de agua
 de cuantos desconocen
 cómo se siente un hombre
 cuando llega a su casa cada día.

 Los males de los que fuiste objeto
 quémalos,
 y esparce las cenizas,
 de modo que tu herida
 sea nube,
 no el espejo de un cielo
 condenado al reproche
 al que no das descanso
 -piénsalo-,
 con tu antorcha encendida
 alumbrando perfidias
 rebosantes de pus.

 Aparta de tu vista los oscuros pesares
 que duelen a destiempo.
 Ya no les perteneces.
 Aun si fuera mentira que amanece de nuevo,
 hay sueños que sostienen
 la belleza del mundo.

 Suéñalos.



A la sombra del mundo

Los que no dicen “yo” cuando terminan
de resolver matrices complicadas.
Aquellos que encuadernan
con el mismo cuidado
que traducen los sabios
manuscritos antiguos,
sin sentir que se trata de un favor que les honra.
Sólo por el deleite de ver crecer
el fruto cotidiano de un esfuerzo que niegan,
mientras tiemblan
los papeles impresos en sus manos.

Los que están a la sombra de sí mismos
al acabar un cuadro
que los mantuvo insomnes largo tiempo,
por el cual se olvidaron
de acudir a la cita
de un mañana apremiante.

Cuantos pasan de largo ante el elogio
por creerse a distancia de su estela
pero no dejan de surcar las aguas.

Los que apartan la vista
si el otro se avergüenza,
para que quede a solas,
sin testigos de cargo que agraven
su desvelo.

Todos los que se apenan
cuando llega la pena,
sin que se troque en cólera
sedienta de venganza.

Quienes no se preocupan
de que registre el mundo
su presencia
y a su vivencia humana de las cosas
nada resta
tenerse por segundos
o algo más;
esos,
cuyo vuelo remeda al de los verbos
de impersonal textura,
perseveran a la sombra del mundo,
pero le dan
su luz.



Premura

           No se hallará en mi cuerpo resistencia
           que una leve caricia no derrote,
           si al cabo bastará para que brote
           la clara desnudez de tu presencia.

           Como al alba la tierra reconoce
           la gota de rocío que la cubre,
           así mi piel ingrávida descubre
           en tu boca la savia de su goce.

          Imprégname de celo y de vergüenza.
          Concítame sin tregua hasta que venza
          el deseo vulgar a la prudencia;

          y cuando peregrina ya me halle
          demórate en la falda de mi talle
          y enséñame del gozo su cadencia.





Aliento de luz, (Ediciones Vitruvio, 2016).


UN PERRO EN LA CIUDAD

Un flamante collar alrededor del cuello,
a juego el cuero y el escote de la dueña.
Le gusta estar tostada todo el año.
Que crean que viajó a los sitios de moda que,
imagina,
visitan en julio y agosto los  vecinos.
Eligió ese color para su perro.
Es natural que no le consultara.
Por la acera lo arrastra como si se tratara
de una bolsa de marca con un candado púrpura,
para corroborar
que es del todo asequible llegar a dominar vistosamente.
Como suele decirse, matar dos pájaros de un tiro,
un yugo colorido,
ordinaria manera de trocar
en vistosos adornos las cadenas.
Éste tiene la suya;
otra más, si hay que tener en cuenta la primera.
Con firmeza lo arrastra la mujer de cuello carmesí,
para que tenga claro quién acata y quién manda.
Un perro de ciudad ha de aprender cuanto antes,
que orinar a intervalos es un arte.



HABITO EN EL CORAZÓN MISMO DE LA ROCA

Habito en el corazón mismo de la roca.
Aquí siempre es de noche,
los nombres están huecos,
uno puede agitarlos y  es nada lo que escucha.
La derecha es la izquierda,
cualquier cumbre,
el anegado lecho de un río abandonado.
Vacía es la entraña de lo oscuro.
En el corazón mismo de la roca habito,
y no habito tampoco en cierto modo.
No hay nadie más respecto al cual yo pueda distinguirme,
al que implorar, gritar
o acariciar.
Estoy sola aquí abajo,
sola.
Mi boca,
que fue hecha para besar la herida,
o el poro que se expande al calor de los labios,
está llena de tierra.
Mi boca, hecha para besar.
¿A dónde habrán ido a parar los besos que no he dado?
Mas no he muerto,
eso creo.
Siento el dolor como si fuera virgen,
el lacerante tajo
que implacable retorna,
como una violación.
Así que no estoy muerta, no lo estoy todavía.

Y, sin embargo, exactamente sé
a qué sabe
el instante previo de la muerte.




ALIENTO DE LUZ
María Jesús Mingot 
(Ediciones Vitruvio, 2016)

Por Rafael Talavera

ALIENTO DE LUZ es una lucha prehistórica, territorial: la de la enfermedad y la poesía disputándose el cuerpo -y, como efecto colateral, el espíritu- de María Jesús Mingot.

También es otra resurrección de Lázaro, como en el poema que abre el libro, “Amanecida”, donde la luz entra de puntillas y envuelve el cuerpo de la vida durmiente, acorralada por la noche, y lo resucita. Y la necesidad, desde el primer instante, de que todo suceda como va a suceder, pues ha sido escrupulosamente tramado, una resurrección estructurada: porque se trata de sobrevivir al desastre, y sólo existe una jugada, un modo de hacerlo: el poema, el libro talismán. El aliento resucitador de la luz. Levántate y anda, María Jesús Mingot, pues la vida te espera; y el libro es un sueño donde debes demostrarlo, debes demostrar tu inocencia ante tu cuerpo como lo tuvo que hacer Kafka ante el demente tribunal del mundo.



“Tocado por la nevada piel adolescente,
todo cuanto hay allí se despereza,
y a su blancura se rinde finalmente
de promesa de amor intransitada.”



El poemario se desliza como el agua buscando su horizontal de reposo: es decir, es un trayecto entre piedras y precipitándose por rápidos en busca de sentido, de sosiego, de la belleza de vivir, de calma llena, de certidumbre. La apropiación debe ser leve, sigilosa, cuasi imperceptible, o se despertará el hado que extingue la vitalidad: se lleva a cabo ese renacimiento con el aliento de la luz, con el susurro, con la palabra dicha en tonos bajos pero con claridad siempre diamantina, ante un decorado dramático amortiguado por la neblina del fondo. Así en el poema “La tarea pendiente”:



“Devolver a la fugacidad su relevancia hurtada.
Por una vez, que el verbo galope en su montura
y, agradecido, advierta la belleza
de cabalgar a solas este día.”



Pero estén avisados; pues en este libro, como lectores, se las tendrán que ver con un espíritu especulativo. No en vano Mingot imparte enseñanza universitaria de Filosofía, y no es, por tanto, su pensamiento mera adherencia al lirismo. De ahí el sigilo, la impecable vigilancia del devenir textual, la mirada atenta entre bastidores, la ardua levedad que es fuerza y no se deja doblegar, el ansia de vida de la, en apariencia, débil, frágil autora. Uno recorre las páginas de este libro por un hilo de delicada y férrea sensibilidad; el lector, si quiere atravesar el paisaje que se divisa desde las nubes, ha de convertirse en funámbulo y arriesgarse a compartirlo: pues este libro, o se comparte en el riesgo, o no existe. Así debiera ser toda la poesía: riesgo, salto al vacío sin red, sorpresa de salvarse o de estrellarse contra el suelo. Y para el lector: encaramarse a la perspectiva del poeta. Y es que es así: el lector debe trabajar, la emoción es un trabajo, todo lector es autor de lo que lee: en eso Mingot es implacable: sólo será modificado por el texto aquél cuyo esfuerzo lector lo merezca. Lean esto del poema “Lluvia”:



“Indivisible centro de vida temblorosa,
dime,
cuántos mares habitan en tu seno,
y cuántos resucitan cuando tú desfalleces.”



La contemplación sucede siempre, aquí, desde la fragilidad. Pero es todo un ejercicio de meditación, de construcción de un vacío capaz de contenerlo todo, donde fugacidad y eternidad son la misma cosa, el ouroboros recreando el círculo de la inmortalidad, de la repetición inacabable y que Mingot expresa, valiéndose de la metáfora de la nieve, en el poema “El más bello anticipo”:



“Tan desnuda como llegas al mundo, lo abandonas.
(…)

Nieve,
el más bello anticipo de la nada late en ti,
y lo muestras al mundo:
una nada me tiene,
dices a tu manera;
mas en ese intervalo
-vestirla y desvestirla-
cabe toda una vida.”


Y así, siempre bajo estos parámetros, discurre el libro por el tiempo detenido de la infancia, o el cuasi infinito de la exaltación amorosa, o el tiempo quemante del dolor, o por el intemporal y de oro puro del poema, de la poesía como vida o de la vida como liviandad que sólo las palabras del poema logran soplar cual pluma en el aire. Todo se halla inmerso en una reconstrucción de muros que son el aire tibio de las palabras, de los cuidadísimos ritmos que actúan de invisible plomada.


“Infancia, he de soñarte al menos para tener un sitio al que volver.”

“Como hablar del dolor sin que se transforme en una queja,
y acoger el placer, sin que a la piel aflore el acuciante anhelo de algo más.”


“Tu soledad recibe la precaria limosna de los sábados.
Y tu sed, aún más sed.”


“Tiempo,
eres un topo ciego cavando y sepultando la misma galería.”


“Pensar en otra vida es el peor remedio para esta enfermedad que te consume:
el tiempo de esta vida te ha bastado para no ambicionar otra siguiente.”


“¿Será patria del hombre este intervalo
en blanco?”



La medida de un poeta es la medida del alcance de su lenguaje: el poema llega hasta donde el artificio de las palabras lo impulsa. Muchos y complejos son los recursos y los trabajos de la inspiración y la experiencia y la precisión alcanzadas como poeta. Y están ustedes ante un libro lleno de exquisita precisión, sólida experiencia y cuidada elegancia, y en el que inspiración y trabajo se confunden hasta ser indistinguibles. Pero, ante todo, están ustedes en presencia de un alma desnuda, leve y sensitiva en el para ella archiconocido dolor, aunque triunfante en el inspirado poema, irrompible de tan dúctil: un complejo laberinto de reflejos, y sin embargo tan diamantino y sencillo de atravesar si saben ustedes volverse luz, aliento de luz…



He pensado muchas veces en la poesía de María Jesús Mingot, que puedo decir que conozco en profundidad. Y he contemplado la justeza con que se prolonga en un carácter esencialista y lleno del orgulloso sentimiento de ser poeta que todo el que lo sea de verdad posee. Y lo demuestra apartándose del ruido del mundo de afuera, donde prefiere no aparecer ni en nombre de la gloria y el conocimiento de su poesía. Ella sabe que poesía y poeta pertenecen a un mundo de intimidad con lo desconocido, con la plenitud del vacío. Ése y no otro es el líquido nutricio, vital, del poeta. El poeta extiende su poema como paisaje y desaparece en la invisibilidad del aire. Y un poco así María Jesús: un ser invisible por pudor, por levedad, por amor y devoción a la diosa Poesía, por el disfrute de contemplar el drama desde las bambalinas.



No quiero dejarles sin hacerles una recomendación: lean “Aliento de luz” al menos dos veces, y despacio, como exige y tiene que ser leída la poesía. Pierdan un poco de su tiempo en la conquista de la emoción, de la levedad, del misterio. Tienen en este libro la oportunidad de darle a la poesía lo que es de la Poesía, lo que ustedes le deben: la emoción de contemplar la vida construyéndose a sí misma idealmente allí donde ideal y realidad son la misma cosa: en el espacio de la creación poética pura. Un libro, en resumen, muy valioso, maravillosamente escrito, lleno de profundidad y de una rara belleza y economía, con una muy sólida arquitectura de pensamiento y ejecutado con palabras cristalinas, fiables, que saben cantar el aire puro de lo original y bien hecho. Y para terminar, dado que detesto robarle al poeta su derecho a cerrar con un buen final, prefiero y considero justo y más aseado que lo hagan los versos plenos de profundidad metafórica y de precisión, elegantes y desnudos de vanidad, de Mingot.

Ahí va, junto con mi despedida, una muestra de ellos.



“Árbol, tu silenciosa entrega me conmueve.”

“Las olas se demoran donde la flor se abre.”

“Un horizonte claro te trae a la memoria la inane vastedad de la existencia.”

“Escucha cómo susurra el agua en ese cuerpo.

(…)

Ni una queja,
ni una leve tintura de reproche.
Todo el agua confluye en esta gota,
que ahora se evapora y vuelve a tierra.”


“El silencio es una respuesta que se destila eternamente.”

“No te tiene la nada ni la vida.”

“El silencio está dentro.
No vendrá si lo invocas.”



.

No hay comentarios:

Publicar un comentario