Luis Méndez Salinas
Ciudad de Guatemala, 1986. Poeta y editor, con estudios de licenciatura en Arqueología. Fundador y director del proyecto Catafixia Editorial. Coordinador de los espacios de discusión y diálogo Poesía para armar (2010) y Desarmable (2011) en el Centro Cultural de España en Guatemala, así como del proyecto El futuro empezó ayer: apuesta por las nuevas escrituras de Guatemala(Catafixia Editorial / Unesco Guatemala, 2012). Participó en el programa de invitación de la Feria del Libro de Frankfurt en 2014.
Colabora periódicamente con diversas revistas electrónicas y publicaciones impresas de Latinoamérica. Su obra poética aparece en las antologías Aldeas mis ojos, 10 poetas guatemaltecos después de la posguerra (CCE/g, 2007), Adornos de papel (Editorial Cultura, 2008) y Microfé, poesía guatemalteca contemporánea (Catafixia Editorial, 2012). Ha publicado los libros de poesía (sí) ...algún día nos haremos luces (Editorial Cultura, 2010) y Códex (Catafixia Editorial, 2012).
Fotografía: Javier Narvaéz.
Códex (Catafixia Editorial, 2012).
…antes,
antes,
muy antes;
cuando la soledad
no enfriaba todavía
y era el mundo un mar
de llamas negras y silencio;
antes:
cuando ni sed ni soles;
cuando ni piel ni luz
ni ruido;
cuando ni suelo ni raíz;
cuando el vacío,
cuando el reflejo,
antes;
cuando el cielo se envolvía
en otro cielo, más grande
que él, más cálido y
más negro;
cuando los embriones desplegaban
sus siluetas en
espejos invisibles;
cuando el agua;
cuando todo estaba quieto
y florecía el horizonte como un pliegue
oculto entre una
y otra nada;
antes:
cuando las estrellas
eran sueños de la luz colgándose
en los párpados del cielo;
cuando el amor y la muerte se fundían
en la misma nube gris
del deseo, y los corazones
no empezaban su murmullo;
cuando todo era blando y caracolas
comenzaban a engullir
la humedad
de los sonidos;
antes:
en el presentimiento de las formas;
en las inverosímiles columnas
de humo alzándose como banderas
de leche y luz en la sombra;
en el beso de los labios
más inmensos y lejanos,
ahí, en la penumbra,
como si todo fuera nuevo
y los instantes
y los cuerpos explotaran
en la imposibilidad
de la memoria;
antes,
muy antes:
en las semillas de la voz,
en su premonición y su destino,
en su ausencia aún,
oculta y transparente
la palabra:
vaho de las cosas, bruma;
galope y estampida
devorando al tiempo en las llanuras
del silencio, eco,
promesa y profecía;
sueño, creación, retumbo
capaz de fracturar distancias;
cuchillo primordial que se desliza
entre el cielo
y el mar.
* * *
noche, la tierra es de cielo
y ese cielo está volcándose
sobre los horizontes infinitos
que dibujan sus siluetas –sus perfiles–
en lo oscuro;
invisibles son los trazos
de esas formas que se elevan
desde el mar y se endurecen
aislando su tibieza;
invisible es el asombro
de los montes al mirarse
con sus ojos que son piedra;
invisible el cauce de la arena
y de los peces en el agua
de una lluvia horizontal;
invisible el tiempo;
algo tiembla bajo el cielo
y sobre el mar
-está rasgándose el espacio–
y es la angustia ese cristal
que hunde su filo
entre las costas y los valles
para abrir de un solo tajo
el párpado de noche y tierra
que envuelve a la conciencia;
está rasgándose el espacio
y amanece el ojo en su ternura:
la conciencia es un mirar
de asombro que se ve y se sabe,
que se explica y se pregunta
mientras sueña sus miradas
que se lanzan como sondas
a la noche;
está soñándose el espacio y
se contempla mientras abre
diminutos agujeros en su cuerpo
que es de lágrima y empapa
la tiniebla;
están las aguas y los montes
delirando, las llanuras y las costas;
están los horizontes y los pastos,
está el ojo, la conciencia,
la pregunta, las estrellas
y el espacio que se rasga;
están los grillos
y su canto en la humedad,
está la vida que es la noche
y los paisajes, está el viento
y su marea de montañas blancas,
está el espacio
–que se rasga–
y está el miedo:
su silencio es una floración
de brillos y temblores
que se funden con la noche,
que se mezclan con su entraña;
está rasgándose el espacio
y de su herida surge un ojo
que pregunta, que se mira
y que se palpa, mientras lame
con ternura su tristeza
y su temblor.
* * *
flota impalpable y misteriosa bruma
entre la superficie de la tierra
que se eleva y la absoluta
oscuridad del cielo negro;
están midiéndose
los ángulos del mundo, están
fijándose los cuerpos y las cosas:
queda el mar como memoria
en movimiento, queda el aire
como tumba y queda
el horizonte como herida;
todavía hay oquedades que
imaginan nombres y volutas,
todavía canta el líquido y
el aire está cubriéndose
de polvo y de ceniza;
los paisajes tienen piel y
tienen marcas de la noche
que los forma, del desdoble y
aguacero, de la infinitud del mar
y de los nombres;
los paisajes van llenándose
de plumas y latido y transparencias,
se iluminan ya las nubes
y se marchan con su lengua
que es fulgor y tacto deslizándose
sobre la tibieza de las formas;
está la bruma y lentamente se dispersa,
están los cuerpos y las flores
cobijándose en los pliegues del silencio,
está la vida y la quietud que espera,
pero aún no existen luces:
es la noche
presintiendo su caída,
es el lenguaje de neblinas
que se alejan, es
el balbuceo y el zumbido
de los ruidos que se rompen,
mientras los grillos cantan, cantan
todavía.
* * *
flores de luz tranquila despiertan a lo lejos
y el espacio –enrojecido–
arde;
hay una multitud de cuerpos
que son ojos inclinándose
ante el cielo que se aclara:
en sus rostros está el tiempo
y la ceniza, en sus vientres
nace el sol y la humedad,
en sus manos está el brillo
que florece y es un túnel
horadando los espacios,
en su piel están formándose
pupilas que se palpan
y se ven;
más allá del horizonte son las flores
encendiéndose, es la luz
que se despliega por el mundo
y se convierte en día;
a lo lejos
van moviéndose los cuerpos
que se alzan como un último paisaje
todavía en formación:
desdoblan sus rodillas,
se levantan tambaleantes,
y sus rostros y sus lenguas
son las llagas de la luz
y la explosión de quemaduras
que terminan con la noche;
cesa el zumbido
de tiniebla en el espacio,
cesa el grillo y cesa el mar:
de ahora en adelante los crujidos
de una hoguera que se enciende,
el crepitar de plumas luminosas
y ascendentes;
la noche huye, se hace añicos
y se marcha, escondiendo
sus fragmentos bajo el párpado
de todas las preguntas, entre
el puño del origen olvidado,
en el pecho de las piedras
sin memoria;
reunión de chispas está alzándose
en el horizonte y lo fractura:
es el sol, su incendio y su capullo
de miradas amarillas; es la luz,
el blanco y el celeste
que se fincan en el cielo
y lo iluminan.
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