Ginés Pérez de Hita
Ginés Pérez de Hita (Mula, Murcia, 1544 - 1619), novelista español, el más importante del Siglo de Oro en la Región de Murcia, autor entre otras obras de Historia de las guerras civiles de Granada.
Nació probablemente en Mula en 1544, ya que tendría veinticinco años cuando intervino en la guerra contra los moriscos. Desde luego era persona instruida, como testimonian sus libros Bello troyano y Libro de la población y hazañas de la ciudad de Lorca, poema épico que es el verdadero bosquejo del libro capital de Ginés de Hita, Las guerras de Granada, que inaugura de forma brillante el género de la novela histórica.
Tituló su libro Historia de los bandos de los zegríes y abencerrajes, caballeros moros de Granada, de las civiles guerras que hubo en ella... hasta que el rey don Fernando quinto la ganó. Apareció la primera parte y más interesante en Zaragoza, 1595. Narra las rivalidades entre Zegríes y Abencerrajes desafíos y luchas entre moros y cristianos etc., ofreciendo una hermosa visión de la Granada de fines del siglo XV, inmediatamente anterior a la conquista. Sugestionó poderosamente la imaginación popular y creó el subgénero del Romancero Nuevo denominado romance morisco, al cual contribuyeron generosamente Lope de Vega y otros autores.
La segunda apareció en Cuenca, 1619, y narra la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, en la cual participó el autor a las órdenes de Luis Fajardo y de la Cueva, II marqués de los Vélez. Ginés intercala romances en el texto, de los cuales algunos son del propio autor. Se nota en esta parte el influjo de La Austriada de Juan Rufo. Al fin de este hermoso libro, Pérez de Hita lamenta la expulsión total de los moriscos valientemente. La obra de Pérez de Hita fue muy influyente en la literatura nacional (Calderón, Francisco Martínez de la Rosa, Manuel Fernández y González, Pedro Antonio de Alarcón, etc.) sino también a escala europea (fue traducida al inglés, 1801, al francés, 1809 y al alemán, 1821), marcando el gusto por lo árabe de los hombres del XVIII y XIX (Lafayette, Chateaubriand, Washington Irving, etc.)
Su mundo fue el de los artesanos de la región murciana. Del taller de «Ginés Pérez, zapatero» salían carros e invenciones para las fiestas que celebraba la villa. También hacía versos y componía piezas dramáticas que en tales ocasiones se representaban. Muchos años después, habiendo publicado con éxito notable la Historia de los bandos de Ahencerrajes y Zegries, colaboró con ingenios de más alto rango en las exequias a la muerte de Felipe II celebradas en la ciudad de Murcia, donde se hallaba avecindado. Representante, pues, de la cultura popular, no logró superar como poeta —aunque compuso dos largos poemas— la falta de una formación humanística o cortesana, aunque sí adquirió a través de sus lecturas una educación literaria fragmentaria: conocía bien, por ejemplo, el Orlando Furioso, influencia fundamental cuyo alcance y matices han sido perfectamente precisados por Máxime Chevalier; estaba familiarizado con los libros de caballerías y con crónicas y relaciones sobre los últimos tiempos del reino de Granada y, por supuesto, con el Romancero —el viejo y el nuevo—, otorgando a casi todo lo que hallaba impreso carácter de veracidad. Tales lecturas, asimiladas con más sensibilidad que conocimiento, estimularon su fantasía sin poner trabas a la manera intuitiva en que su ingenio combinaba la verdad histórica y la verdad poética, borrando los linderos entre realidad y ficción y logrando con ello la creación de un mundo poético coherente.
ROMANCE
Moro alcaide, moro alcaide,
el de la vellida barba,
el rey te manda prender
por la pérdida de Alhama;
y cortarte la cabeza
y ponerla en el Alhambra
porque a ti sea castigo
y otros tiemblen en mirarla;
pues perdiste la tenencia
de una ciudad tan preciada.
El alcaide respondía
desta manera les habla:
"Caballeros y hombres buenos,
los que regís a Granada,
decid de mi parte al Rey
cómo no le debo nada.
Yo me estaba en Antequera
en Bodas de una mi hermana;
mal fuego queme las Bodas
y a quien estas me llevara;
el Rey me dio la licencia
que yo no me la tomara;
pedíla por quince días,
diómela por tres semanas.
De haberse Alhama perdido
a mí me pesa en el alma;
que si el rey perdió su tierra,
yo perdí mi honra y fama:
Perdí una hija doncella
que era la flor de Granada;
al que la tiene cautiva
marqués de Cádiz se llama.
Cien doblas le doy por ella,
no me las estima en nada;
la respuesta que me ha dado
es que mi hija es cristiana,
y por nombre le han puesto
Doña María de Alhama;
el nombre que ella tenía
mora, Fátima se llama."
Diciendo esto el alcaide
lo llevaron a Granada,
y siendo puesto ante el Rey,
la sentencia le fue dada,
que le corten la cabeza
y la lleven a la Alhambra;
ejecutó la sentencia
así como el Rey lo manda.
Pérez de Hita y sus canciones de moriscos
(Intermedios líricos en las Guerras civiles de Granada)
Por Francisco Javier Díez de Revenga
Universidad de Murcia
En el capítulo segundo, hallamos una hermosa canción, compuesta de un pareado inicial y una alternancia de dos redondillas y dos quintillas para cerrarla con dos redondillas finales. Sitúa la canción el autor en un contexto bélico, cuando se oye en lo alto del Albaicín, en la plaza de Bivalbulud, a un grupo tañer sus dulzainas, trompetas y atabales, haciendo pensar a los moriscos de Granada que quienes esas músicas traían, no eran sino los moriscos de las Alpujarras, que llegaban en su ayuda, aunque pocos y tarde. Como señala Pérez de Hita «un moro viejo comenzó a tocar un añafil desde lo alto de una torre y a cantar lo siguiente»:
Muy tarde viniste, Zaide,
trujiste pocos y venís tarde.
Si tú, buen Zaide, vinieras,
como estaba prometido,
fueras muy bien recebido
y alojadas tus banderas.
Mucho tardó Reduán
para hacer el alarde
con que sirve a su Alcorán;
y así con este desmán
trujiste pocos y venís tarde.
Aguardándote estuvimos
la noche de Navidad,
confiando en tu verdad;
mas nunca, triste, te vimos.
Tus esperanzas se van,
no porque seas cobarde
tú, ni los de Solimán,
mas, valiente capitán,
pocos sois y venís tarde.
Grande fue vuestra tardanza
en acudir al Alhambra,
do había de ser la zambra,
llena de toda esperanza.
Y pues os tardasteis, Zaide,
volved, y Mahoma os guarde,
porque nos dice el alcaide
que sois pocos y venís tarde.
Nos referimos, en primer lugar a las letras, y la primera de ellas la divisa Pérez de Hita en un «un dorado escudo en el cual había un campo azul y en él media luna de plata, la cual parecía que le tenía asida por una de sus plateadas y afiladas puntas una hermosa mano de dama, con una letra en arábigo que decía así»:
Mientras mi Luna a la luna
tocare, tengo esperanza
que menguante mi mudanza
jamás habrá en mí fortuna.
Como explica el narrador, esta letra la llevaba el hermoso y gallardo capitán Maleh por el respeto que debía a su enamorada, de nombre Luna, que, al verlo entrar en la plaza en la que transcurre la escena, no apartaba los ojos de su amante, fornido y apuesto guerrero que causaba impresión entre las damas presentes. Lealtad en la que confía el fogoso capitán y que esa redondilla castellana reproduce con toda su intensidad amorosa, comparable a la letra que figura a continuación, en el mismo capítulo, escrita al pie de un retrato de su amada, que otro capitán, Caracacha, dedica a su dama, «pues hacía punta su letra a la del capitán Maleh, dando a entender en su concepto y sentido que más hermosa era su dama que la suya…»:
La luna, sol ni lucero
no tiene tal hermosura
como el retrato y figura
de la dama que más quiero.
Otras letras glosan la nostalgia de amantes alejados de su amada, como la que se lee, más adelante, en el escudo que un turco ostenta, en el que se divisa a un león rojo en campo verde, encadenado con una cadena de plata por una hermosa doncella turca, a cuyo pie se lee:
No la cadena me prende,
aunque sea fuerte y dura,
préndeme la hermosura
de aquella que está en allende.
Pérez de Hita intenta reproducir los ritmos de las letras en su original árabe, como en las siguientes:
Del Líbico mar salió
sin un punto ser clipsada,
y si se gana Granada
ninguna más mereció.
O esta otra:
Si la que me fuerza a mí
poniéndome brío y fuerza,
hora estuviera ante mí,
se me doblara la fuerza
como pareciera aquí.
Aunque a veces, en las banderas de guerra, apareciese de nuevo la imagen de la dama amada, como en esta que lleva el capitán Maleh, alusiva a su amada Luna:
Es el sol una planeta
que a las demás les da lumbre,
mas la luz y la vislumbre
de mi Luna es más perfecta.
De enamorado es también la bandera que ostenta el capitán Zarrea, porque, como advierte Pérez de Hita, «el moro Zarrea, buen capitán, llevaba esta letra porque amaba una hermosa mora, y aunque no le había mostrado ningún favor, tenía el moro firme esperanza que su deseo se allegaría a buen fin»:
Desespero, mas espero
que el tiempo hará mudanza,
y confío que esperanza
me dará lo que más quiero.
Otros lemas se expresan en letras más aguerridas que ostentan las correspondientes banderas, como en estos tercetillos que acogen la rima habitual en los cancioneros del siglo XV:
En mí no cabrá placer
hasta que vea a Granada
de los Moros conquistada.
O esta otra:
La gloria es matar cristianos,
que probar las fuerzas no
es gloria que contentó.
Sobre este terceto y esta letra, asegura Pérez de Hita que «razón tenía este moro en decir por su letra tal sentencia, porque no es de hombres cuerdos mostrar sus fuerzas, pocas o muchas, delante amigos ni enemigos, porque sabiendo cada uno a dónde llega el valor y fuerzas del que las prueba, o los tienen en algo o no los tienen en nada». Otras letras revelan anhelos y ansiedades que enriquecen la presentación tan expresiva de los capitanes musulmanes, a través de sus vistosas banderas y sus letras:
Si quiere el cielo y fortuna,
en ti, mi querida Alhambra,
pienso de danzar la zambra.
Es lo que ocurre con un capitán morisco de Guadix que acude en ayuda de los de Granada, que, como señala Pérez de Hita, «no dio poco contento esta letra de este bravo capitán a Muley y a todos los demás que estaban en la plaza».
Cuando vea el alameda
de mi Guadix deseada,
de moros será Granada.
Y cerramos la muestra con otra redondilla más, bien expresiva de la elegancia de estos lemas en las banderas musulmanas, que Pérez de Hita traduce a los tradicionales octosílabos castellanos como en esta redondilla, que nos muestra a un ufano capitán «tan confiado en sus fuerzas, que ya tenía de su parte ganado el premio de la victoria, y así como hubo entrado en la plaza, haciendo a Abenhumeya su acatamiento…», en cuya bandera se leía:
Si fuerzas han de valer,
presto se verá en la prueba
quien el premio y joya lleva
por su justo merecer.
El Capitán Derri tañó y cantó muy bien, y Puertocarrero, que era galán y enamorado, y éste cantó en arábigo la presente canción:
Hermosa y bella Granada
donde tengo mi afición,
si fueses al escuadrón
de los Moros entregada.
Así tus frescas riberas
de Ynadámar, Jaraquil
con las del fresco Genil
y en tu Alhambra mis banderas.
Si fueses ya de aquel bando
que te desea tener,
donde pueda más valer
Abenhumeya Fernando.
Quién danzara ya la zambra,
quitado ya de querellas,
con hermosas Moras bellas
en ti, mi querida Alhambra.
Y otros muchos moros cantaron bien y sentidamente; mas Gironcillo llevó el premio del caballo por haber sido más agradable su canción»:
Si el gran Fernando Muley
en el Alhambra estuviera
con una y otra bandera
gobernando como Rey;
si el encumbrado Albaycín
con toda aquella alcazaba
que el Rey Chico gobernaba
nos diera un glorioso fin,
que estuviéramos triunfando
con mil despojos y arreos
de los cristianos trofeos
y Abenhumeya reinando;
si de Darro la riqueza
poseyera el bando moro
y le sacara aquel oro
que tiene con tal riqueza;
si de la vega hermosa
se cogiera el bello fruto
y al perro cristiano astuto
se diera muerte afrentosa,
Abenhumeya estuviera
en descanso y en reposo
y como rey poderoso
a todos mercedes diera.
Delicada y dolorosa, la canción que se sigue, en arábigo»:
La sangre vertida
de mi triste padre
causó que mi madre
perdiese la vida.
Perdí mis hermanos
en batalla dura,
porque la ventura
fue de los cristianos.
Sola quedé, sola
en la tierra ajena;
ved si con tal pena
me lleva la ola.
La ola del mal
es la que me lleva
y hace la prueba
de dolor mortal.
Dejadme llorar
la gran desventura
desta guerra dura,
que os dará pesar.
De las blancas sierras
y ríos y fuentes
no verán sus gentes
bien de aquestas guerras.
Menos en Granada
se verá la zambra
en la ilustre Alhambra
tanto deseada.
Ni a los Alixares
hechos a lo moro,
ni a su río de oro,
menos a Comares.
Ni tú, don Fernando,
verás tus banderas
tremolar ligeras
con glorioso bando;
antes destrozadas,
presas y abatidas
y muy doloridas;
tus gentes llevadas
A tierras ajenas,
metidas en hierros,
por sus grandes yerros
pasaran mil penas.
No verán los hijos
dónde están sus padres
y andarán las madres
llenas de litigios.
Con eternos llantos,
muy descarriados
en sierras, collados,
hallarán quebrantos.
Y tú, Don Fernando,
no verás los males
de los naturales
que te están mirando.
Porque tus amigos,
quiere el triste hado,
te habrán acabado
siéndote enemigos.
Otro rey habrá
también desdichado
que amenaza el hado
como se sabrá.
Y tú, Habaquí,
por cierto concierto
también serás muerto,
mezquino de ti.
Los cristianos bandos
vienen poderosos,
volverán gloriosos
despojos llevando;
Y yo estoy llorando
con gran desventura,
y la sepultura
ya me está aguardando.
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