domingo, 7 de diciembre de 2014

RUTH PATRICIA DIAGO [14.196] Poeta de Colombia


Ruth Patricia Diago

Nació en Cartagena de Indias, Colombia. Fiera cotidiana que al tiempo que cría tres hijos, decide experimentar en la poesía, dándole a la suya el metal de sus ollas y la mugre de sus telarañas, para lograr textos arrinconados en los ambientes y estancias que a diario transita.

Ha participado en talleres de creación literaria, crónica periodística, poesía y narrativa. Dos de sus textos fueron seleccionados para formar parte de la antología Nuevas voces de fin de siglo. Miembro activo de los talleres de poesía Siembra, Mundo Alterno y Bestiario. Actualmente forma parte del colectivo Generación Fallida y del Taller La Urraca.

Cuenta con dos poemarios inéditos:

Despertares
Los muebles hierven
El mapalé y la cumbia son los ritmos que tienden a prevalecer en
la dicción de Ruth Patricia Diago. 





Puertas abiertas

La mañana estalla en los ojos
como en una ventana de burdel
abierta a destiempo
en la desolación del primer café.

Una grieta cambia de sitio
el hacinamiento,
con tantos muebles odiados
origina su tisis de madera.

Particular escombro, el último saldo de fe
junto con las paredes
que se deshacen al paso de la escoba
y el pivotear continuo
de cara a los días
flotando apenas
en un caldo de miserias.




I

Odio esa manía
que me une a los estragos
causados por la costumbre,
el desaliño de los despertares,
el caos matutino,
la incógnita del almuerzo,
la soledad de las estancias,
la certidumbre asustada del regreso,
que convierten la existencia
en un blando andar
sobre lodos inciertos,
en el que no es permitido
el privilegio audaz de avanzar
sin recibir una lección de miedo.



II

La trinitaria vuelca sus colores sobre el jardín
en ramos copiosos.

Vencidos por el tiempo
van desgranándose como frutos ligeros.

Entonces un aliento nocturno los disemina
dándole a la terraza
el aspecto de un lugar
dispuesto para los cuerpos.



III

Se han callado el mar,
las aves,
el agua se recoge
en hilos delgados enfriando la casa,
un teatro verde se agita
más allá de los anjeos
y desde su trinchera tras el espejo
un salamanquejido se manifiesta.

Pienso ahora en ese cuerpo
que no me he podido lavar,
en aquellos episodios lentos
de sus manos.

Y este mutismo sin colores
termina por calarme a martillo
un ropaje que me viste
con papel de lija.





Depredadores

Seguiremos así
enquistados el uno en el otro
lastimándonos, disparándonos certeras ofensas
con lenguaje maltrecho.

No dejaré de molestarme
cada vez que le agregues agua al chocolate,
por esa indiferencia,
por cada gesto o palabra tuyos.

Trascenderás el tiempo dosificado del aguante
con esa terca fidelidad del polvo sobre los muebles,
llenando tu medio espacio en la cama
de forma abandonada como si esta desgracia
te fuera ajena.

Continuarás de manera irremediable
soportándome y queriéndome a ratos
con ese cariño estrecho
y esa ternura de escorpión
que se gesta en las mentes simples
significando el estorbo inocultable,
la molestia irresuelta
hasta que uno de los dos reviente
y la naturaleza por fin,
¡resuelva liberarnos!





Rescoldos

Solo resta el desencanto
irrefrenable de tantos años.

Una casa, una habitación y una cama,
que se comparten irremediablemente
con furia agazapada.

Algunos sueños adobados por décadas.
Esos graznidos que sueltas a menudo,
pese a que ya no me intimidan.

El permanente reclamo
por la falta de fósforos
y las bolsas para la basura.

El silencio circundante,
las ideas que me reprochan
en el pesado quehacer de las mañanas.

Y alguna que otra vez
nuestras prendas interiores
que coinciden en la cuerda
para colgar la ropa.






El alfabeto de la casa

Se estira el lavaplatos,
su eco metálico
se reparte en el silencio de las seis.

La salva que dispara la nevera
es artillería resfriada,
la protesta atrincherada de las salamanquejas
se apodera de los cuadros.

El jabón se precipita desde su soporte,
escapa de las manos,
entretanto la regadera
descarga su agua ajena
y un ojo nos observa
desde cada baldosín.

Un titubeo en la energía
pone a los números del reloj
a danzar en rojo.

Uñas de iguana fastidian el cielorraso.
La casa insiste en manifestarse
y su costumbre agrietada
ya no aterroriza a nadie.






Proyecciones

Hay que empezar a entrenar el pulso
para que la aplicación del lápiz
no trascienda la frontera labial.

La última ilusión
ha sido devastada por un golpe frontal.

Se han destrabado los sueños del cabello
para situarse en la enésima dimensión,
es preciso entonces cambiar de objetivo,
cuidar que siempre
quede un fósforo para encender la estufa
o que no falte el papel higiénico,
muy importante que el inodoro funcione bien
y que reste algo de crema dental
para una posterior cepillada.

Desaguar el espíritu por rutina
y no cejar en el empeño:
lavar concienzudamente el ombligo
por si acaso…





Monstruo de tres letras

No se cansa de repetir las olas,
vecino de temer
cuando los alisios le alteran el talante
y asalta la avenida sin disculpas,
entonces su voz es un lamento bronco
saturado de escombros,
cuando la lluvia lo somete
termina por retirarse unos metros de la playa
tronándose indulgente con los pájaros.

Y en las noches limpias
a los hombres
que le hurgan su interior con el trapiche
les regala sus huellas
llenas de luna humedecida.




Bien por estos huesos

A mí, fiera cotidiana,
experta en amansar dolores,
excomulgada por una monja
desde los siete años.

Yo que de continuo
me desempeño contra los meses,
sabiéndome mujer impar,
luego de haber liberado
el área hipotecada de la cama
sobre la que ya no se sacude ningún pez.

Porque me valgo de las chanclas y el trapero
para justificar el baile diario
y convencida de que soy ajena
a los sueños de Dios,
busco entre desperdicios
lo necesario para recomponer la sonrisa
porque en mi sala han transcurrido los diciembres
con la precipitud de los desastres,
porque tu madera me es afín
de forma extraña y ruda
aun si quiero creer que eres parte de esa luz
que encandila hasta las piedras.

A mí, a quien un prontuario
de sillas destruidas señala,
pues si algo me sobra
es culo para aguantar,
capacitada para armar un almuerzo
a partir de dos tomates,
y vestida de verde
soy el cactus de púas adormecidas.

Por la columna con cicatrices de hormiga
que se burla de este llanto temeroso
que mana hacia adentro.

A mí, todas estas alas que contemplo,
confinada en este cuerpo incómodo
y el aplauso permanente
entre el océano y la roca.




Conspirador

Orbita cercano
carente de tiempo o sitio
difundiendo ese dolor sin volumen
en su andamiaje
de historias custodiadas.

Tal es la estética del espíritu
y en aquella barahúnda de acertijos,
el amor, con vocación de arma blanca,
siempre dispuesto a mutilarlo.











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