lunes, 15 de septiembre de 2014

NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN [13.325]


Nicolás Fernández de Moratín

Nicolás Fernández de Moratín, entre los Arcades conocido por el nombre poético de Flumisbo, (Madrid, 20 de julio de 1737 – Ibid., 11 de mayo de 1780) fue un poeta, prosista y dramaturgo español, padre del también dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.

Nació en Madrid, en el seno de una familia de origen asturiano. Estudió en el colegio de los jesuitas en Calatayud y posteriormente en la Universidad de Valladolid. Ejerció la abogacía en Madrid. Fue miembro de la tertulia de la Fonda de San Sebastián, a la que también asistían José Cadalso, Tomás de Iriarte e Ignacio López de Ayala. Fue socio también de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, y de la Academia Romana de los Árcades. Desde 1773 desempeñó la cátedra de Poética del Colegio Imperial de Madrid.

En 1764, para dar a conocer sus versos, publicó el periódico El poeta. Al año siguiente publicó un extenso poema didáctico, de tema cinegético, titulado La Diana o arte de la caza. Fue probablemente a principios de la década siguiente cuando compuso otro poema didáctico, de tono burlesco, el Arte de las putas o Arte de putear, que circuló manuscrito, y fue publicado por primera vez en 1898, más de cien años después de su muerte.

Su obra teatral comprende una comedia, La petimetra (1762), y tres tragedias: Lucrecia (1763), Hormesinda (1770) y Guzmán el Bueno (1777). Concebía el teatro, dentro de los ideales del neoclasicismo, como escuela de formación ética, y participó en las controversias que en la época tuvieron lugar sobre el teatro clásico español en sus tres folletos Desengaños al teatro español (1762).

Fue uno de los pocos intelectuales del siglo XVIII interesados en la tauromaquia. Uno de sus poemas más conocidos es el titulado «Fiesta de toros en Madrid», escrito en quintillas. Dedicó una oda pindárica al torero Pedro Romero titulada Canción a Pedro Romero, donde muestra un estilo popular, fluido y sencillo. Sobre el tema taurino escribió también, en prosa, el folleto Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (1777).

Cultivó, entre otros géneros líricos de raigambre clásica, el epigrama. Es muy citado el titulado «Saber sin estudiar»:

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».


Oda a los ojos de Dorisa

Ojos hermosos
de mi Dorisa:
yo os vi al reflejo
de luces tibias...
¡Noche felice,
no te me olvidas!
Turbado y mudo
quedé a su vista,
susto de muerte
me atemoriza,
y sólo huyendo
pude evadirla.

Ojos hermosos:
yo así vivía,
cuando amor fiero
gimió de envidia.
Quiso que al yugo
la cerviz rinda,
y os me presenta
con pompa altiva,
una mañana,
cuando ilumina
Febo los prados
que abril matiza.
Vi que con nuevas
flores se pinta
el suelo fértil,
la cumbre fría;
los arroyuelos
libres salpican,
sonando roncos,
la verde orilla.
Gratos aromas
el viento espira,
cantan amores
las avecillas.

Ojos hermosos:
yo me aturdía,
cuando me ciega
luz improvisa,
con más incendios
y más rüinas
que si centellas
Júpiter vibra.
Nunca posible
será que diga
que pena entonces
me martiriza.
¡Qué feliz era,
qué bien hacía
mientras huyendo
sus fuegos iba!

Ojos hermosos:
si conocida
a vos os fuese
vuestra luz misma,
o en el espejo
la reflexiva
tanto mostrara,
conoceríais
qué estrago al orbe
se le destina,
bien con enojos
bien con delicias.
¡Ay cómo atraen,
cómo desvían,
cómo sujetan,
cómo acarician!

Piedad, hermosas
lumbres divinas,
de quien amante
os solemniza.
Y si a mi verso
la suerte amiga
da, que en el mundo
durable exista,
aplauso eterno
haré que os siga,
y en otros siglos
daréis envidia.






Saber sin estudiar

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.

«Arte diabólica es» 
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho,
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho.» 






Canción a Pedro Romero, torero insigne

Cítara áurea de Apolo, a quien los dioses 
hicieron compañera 
de los regios banquetes, y ¡oh sagrada 
musa! que el bosque de Helicón venera, 
no es tiempo que reposes; 
alza el divino canto y la acordada 
voz hasta el cielo osada, 
con eco que supere resonante 
al estruendo confuso y vocería, 
popular alegría, 
y aplauso cortesano triünfante, 
que se escucha distante 
en el sangriento coso matritense, 
en cuya arena intrépido se planta 
el vencedor circense, 
lleno de glorias que la fama canta. 

Otras quiere adquirir, y así de espanto 
y de placer se llena 
la Villa que domina entrambos mundos. 
Corre el vulgo anhelante, rumor suena, 
y se corona en tanto 
de bizarros galanes sin segundos 
y atletas furibundos 
el ancho anfiteatro. Allí se asoma 
todo el reino de Amor, y la hermosura 
que a Venus desfigura, 
y no hay humano pecho que no doma 
(baldón de Grecia y Roma), 
y en opulencia y aparato hesperio 
muestra Madrid cuanto tesoro encierra 
corte de tanto imperio, 
del mayor soberano de la tierra. 

Pasea la gran plaza el animoso 
mancebo, que la vista 
lleva de todos, su altivez mostrando, 
ni hay corazón que esquivo le resista. 
Sereno el rostro hermoso, 
desprecia el riesgo que le está esperando; 
le va apenas ornando 
el bozo el labio superior, y el brío 
muestra y valor en años juveniles 
del iracundo Aquiles. 
Va ufano al espantoso desafío, 
¡con cuánto señorío! 
¡qué ademán varonil! ¡qué gentileza! 
Pides la venia, hispano atleta, y sales 
en medio con braveza, 
que llaman ya las trompas y timbales. 

No se miró Jasón tan fieramente 
en Colcos embestido 
por los toros de Marte, ardiendo en llama, 
como precipitado y encendido 
sale el bruto valiente 
que en las márgenes corvas de Jarama 
rumió la seca grama. 
Tú le esperas, a un numen semejante, 
sólo con débil, aparente escudo, 
que dar más temor pudo; 
el pie siniestro y mano está delante; 
ofrécesle arrogante 
tu corazón que hiera, el diestro brazo 
tirado atrás con alta gallardía; 
deslumbra hasta el recazo 
la espada, que Mavorte envidiaría. 

Horror pálido cubre los semblantes, 
en trasudor bañados, 
del atónito vulgo silencioso; 
das a las tiernas damas mil cuidados 
y envidia a sus amantes; 
todo el concurso atiende pavoroso 
el fin de este dudoso 
trance. La fiera que llamó el silbido 
a ti corre veloz, ardiendo en ira, 
y amenazando mira 
el rojo velo al viento suspendido. 
Da tremendo bramido, 
como el toro de Fálaris ardiente, 
hácese atrás, resopla, cabecea, 
eriza la ancha frente, 
la tierra escarba y larga cola ondea. 

Tu anciano padre, el gladiator ibero 
que a Grecia España opone, 
con el silvestre olivo coronado, 
por quien la áspera Ronda ya se pone 
sobre Elis, y el ligero 
Asopo el raudo curso ha refrenado, 
cediendo al despeñado 
Guadalevín; tu padre, que el famoso 
nombre y valor en ti ve renovarse, 
no puede serenarse, 
hasta que mira al golpe poderoso 
el bruto impetüoso 
muerto a tus pies, sin movimiento y frío, 
con temeraria y asombrosa hazaña, 
que por nativo brío 
solamente no es bárbara en España. 

¿Quién dirá el grito y el aplauso inmenso 
que tu acción vocifera, 
si el precio de tus méritos pregona 
la envidia, con adorno a la extranjera, 
que dice: «En el extenso 
mundo, ¿cuál rey que ciña la corona 
entre hijos de Belona 
podrá mandar a sus vasallos fieros 
(como el dueño feliz de las Españas) 
hacer tales hazañas? 
¿Cuál vencerán a indómitos guerreros 
en lances verdaderos, 
si éstos sus juegos son y su alegría?» 
¡Oh, no conozca España qué varones 
tan invencibles cría! 
¡Rogádselo a los cielos, oh naciones! 

Y tú, por quien Vandalia nombre toma 
cual la aquiva Corinto 
(ni tal vio el circo máximo de Roma), 
si algo ofrece a mi verso el dios de Cinto, 
tu gloria llevaré del occidente 
a la aurora, pulsando el plectro de oro; 
la patria eternamente 
te dará aplauso, y de Aganipe el coro. 



Arte de las putas: I

 HERMOSA Venus que el amor presides,   
 y sus deleites y contentos mides,   
 dando a tus hijos con abiertas manos   
 en este mundo bienes soberanos:   
 pues ves lo justo de mi noble intento
 déle a mi canto tu favor aliento,   
 para que sepa el orbe con cuál arte   
 las gentes deberán solicitarte,   
 cuando entiendan que enseña la voz mía   
 tan gran ciencia como es la putería. 
 Y tú, Dorisa, que mi amor constante   
 te dignaste escuchar, tal vez amante,   
 atiende ahora en versos atrevidos   
 cómo instruyo a los jóvenes perdidos,   
 y escucha las lecciones muy galanas
 que doy a las famosas cortesanas.   
 Mas ya advertido mi temor predice   
 que al escuchar propuestas semejantes   
 tu modesto candor se escandalice;   
 pues no, Dorisa bella, no te espantes 
 que no es como en el título parece,   
 en la sustancia esta obra abominable.   
 Por mí la serie de los tiempos hable;   
 pues siguieron las mismas opiniones   
 todos los siglos, todas las naciones,
 y hallarán en el mundo practicados   
 mis dogmas por las gentes más ilustres   
 de entrambos sexos; no permita el hado   
 que la obscena maldad ninguno aprenda   
 siendo yo su maestro; el que aún no entienda
 del rígido apetito, no me lea   
 a no ser que advertencias pretendiese   
 del mal para evitarlo, pues cogido   
 puede un incauto ser muy fácilmente,   
 del contrario que no es bien conocido. 
 Así como se informan los pedantes   
 de Galego y de Lárraga, estudiantes   
 del homicidio, estupro y adulterio,   
 de plétora, aneurisma y esquinencia   
 para ahuyentarlo, como dicen ellos,
 con rosario y con pócimas amargas,   
 yo no pretendo con arengas largas   
 disuadir el amor puro y constante   
 de solo a solo, ni romper deseo   
 la coyunda que enlaza el Himeneo.
 Sufra el cuello magnánimo y robusto   
 su yugo tan pesado como justo,   
 y evitará el horror de mis lecciones;   
 mas ¡qué de estorbos, oh Fortuna, pones   
 para lograrlo! El áspero dinero
 le falta al uno, al otro la licencia   
 del superior o el padre muy severo.   
 ¿Quién bastará a adornar de resistencia   
 para que el otro sufra eternamente   
 a una mujer fantástica, insolente, 
 que fiada en el lazo indisoluble   
 tiranamente usurpa el despotismo   
 del hombre, su prudencia despreciando?   
 ¡De cuántos infortunios libertada   
 fuera la humanidad si este contrato 
 lo anularan violadas condiciones!   
 Aunque no permitido, practicado   
 vicio que aun hoy ya no es disimulado;   
 ¡cuántos suspiros, cuántas aflicciones   
 ocultas se acallaran si el recelo
 turbara las seguras posesiones!   
 Diera yo entonces inútiles lecciones;   
 mas pues el mundo sigue este sistema,   
 no hay alguna razón para que tema   
 el mío establecer. Sin duda alguna
 fuera mejor que el mundo me creyese   
 y su amor cada cual diese a la amada   
 para siempre en coyunda muy sagrada,   
 o en castidad purísima viviese.   
 ¡Castidad! gran virtud que el cielo adora,
 virtud de toda especie destructora,   
 y si los brutos y aves la observaran   
 comiéramos de viernes todo el año:   
 pero, ¿por qué abrazar el Himeneo?   
 Muchos en los demás escarmentados
 le aborrecen tenaces, pues templados   
 no son los hombres, ni templarse pueden   
 si no quebrantan la naturaleza   
 con muy duro y con áspero castigo,   
 que es inhumanidad si no es fiereza, 
 de la ley natural dogma enemigo   
 y no puede haber hombre si es humano   
 que lo deje de ser. Con modos feos   
 y horrendos, sacia el uno con vil mano   
 el brutal apetito a sus deseos;
 no es falso por no público este crimen,   
 ningunos aunque callan de él se eximen.   
 Otro incauto en nocturna complacencia   
 sin que al sueño hacer pueda resistencia   
 despierta humedecido, la blancura
 de la ropa interior contaminada,   
 sin propio vaso, en fin, desperdiciada   
 la sustancia vital capaz de vida:   
 y no siendo posible que se impida   
 lo que la naturaleza a voces clama 
 ya justa o injustamente, inevitable   
 es de amor apagar la ardiente llama.   
 Tanto cristiano Demóstenes hablaba   
 fulminando del púlpito amenazas   
 al lascivo; mas ¿qué han adelantado?
 El mundo aún hoy se está como se estaba;   
 prueba es que sus razones no han bastado.   
 Pues, ¿qué delito mi inocente Musa   
 comete, cuando a un mal inevitable   
 no pudiendo extinguirle, le modera
 la malicia fatal? Ya que haya mal,   
 el modo por lo menos bueno sea   
 y hágase bien el mal. Si yo evitara   
 tanto dispendio en jóvenes perdidos,   
 ¡qué felices mis versos contemplara! 
 ¡cuántos enajenados, mal vendidos,   
 cuantiosos patrimonios mendigando   
 se miran por las putas insaciables!   
 Si fuera la dulzura de mi canto   
 capaz de impresionar el horroroso
 gálico inmundo y su extinción lograse,   
 ésta sí fuera de mi canto hazaña.   
 La primer flota que nos trajo a España   
 Colón desde las Indias, a quien dieron   
 en Nápoles su nombre los franceses,
 si a lo menos ¡oh Musa! consiguieses   
 evitar los escándalos!... Si acaso   
 facilitando hacia el burdel el paso   
 cerraras las alcobas conyugales   
 y las castas purezas virginales 
 aseguraras, ¡qué feliz serías!   
 Hubiera quien mis dulces poesías   
 notara de impiedad viendo que en ellas   
 se asegura el honor de las doncellas.   
 Si moderan los gastos excesivos
 que pierden a los jóvenes lascivos,   
 y el contagio venéreo se destierra   
 de las ardientes ingles y, seguros   
 los tálamos nupciales, los futuros   
 frutos de bendición esperan ciertos; 
 y el infame adulterio aniquilado   
 llega en España a ser desconocido,   
 y el escándalo siempre aborrecido   
 del cielo, no da ya en los ojos castos   
 pésimo ejemplo, el daño menor debe
 sufrirse por obviar mayores daños.   
 Así el profano Coliseo, el fuerte   
 circo para lidiar los bravos toros   
 por sólo entretener tantos ociosos,   
 con mil casas de juego se consienten.
 Las leyes, la política indulgente   
 a los concubinarios dio licencia   
 por salvar al consorte el nupcial lecho.   
 Ciudades cultas dan con alto techo   
 al público burdel magnificencia
 y las vírgenes castas y matronas   
 con no invadido honor cruzan las calles,   
 y así ¡oh! cualquiera que el perderte abona,   
 la sacra inmensidad de la nobleza   
 no profanes sacrílego, atrevido,
 vuelve a mi verso el lujurioso oído,   
 que en él se encuentra el lupanar inmundo   
 que por escrito a tu lascivia fundo.   
 Y no pienses que invento estas maldades:   
 de ti son aprendidas; no que lo hagas
 te mando, sino escribo lo que haces   
 y acaso encontrará la incontinencia   
 de ambos sexos remedio al informarse   
 de la astucia, del dolo y la impudencia   
 que recíprocamente en engañarse
 practican unos y otros, y es posible   
 que así fuese la enmienda conseguible,   
 y todos conociéndose se teman   
 y se aborrezcan y se enmiende el mundo:   
 mas ya tocado de un pesar profundo 
 mi crédito en balanzas considero;   
 me juzgas un perdido putañero   
 pues del arte y las putas doy noticia.   
 La consideración ni la justicia   
 no engendra tal concepto, es hijo espúreo
 del satírico humor de tu malicia;   
 ni el escrito indicio de la mente,   
 con modesta conducta y recta vida,   
 mí Musa es juguetona y divertida;   
 Virgilio, así, y Homero el excelente
 hubieran sido atroces y guerreros   
 las armas y las cóleras cantando;   
 ni el nombrar son indicios verdaderos   
 del tratar la persona. De Alejandro,   
 Curcio, su historiador no vio el semblante; 
 no es maravilla que mi Musa cante   
 un arte al parecer de los peores:   
 maldades se han escrito bien mayores   
 de todos aplaudidas. Uno escribe   
 en el arte espantoso de la guerra
 preceptos de asolar toda la tierra,   
 pernicioso y horrible a los humanos,   
 otro pretende habilitar las manos   
 en fundir el metal de los cañones   
 para derribar hombres a millones
 y alcázares que el tiempo no lo haría   
 al trueno de la horrenda artillería.   
 El arte de verter la sangre humana   
 con la espada fatal es aprendido   
 de Príncipes y grandes, y es leído
 el libro de políticas aleves   
 para oprimir la libertad del pueblo   
 sin que él lo advierta. Son mucho más leves   
 mis delitos: no incito asolamientos,   
 destrucciones ni muertes horrorosas:
 sólo facilitar las deleitosas   
 complacencias de amor inexcusables   
 por modos a ninguno imaginables   
 solicito, y del arte meretricio   
 pretendo por mi astucia y mi desvelo
 ser nuevo Tiphis y otro Maquiavelo.   
 Y no defenderé que bueno sea,   
 mas sólo sé que los insignes hombres   
 que fueron inclinados lo siguieron   
 y los que fueron fríos no lo hicieron; 
 y no es virtud dejar lo que no gusta.   
 Unos van al Peñón, otros se dejan   
 llevar hasta Manila desterrados:   
 los brutos quieren ser despedazados   
 primero que ceder este derecho.
 La malicia y la envidia sólo han hecho   
 este vicio el mayor de las maldades,   
 mas ¡cuánto son peor las falsedades,   
 hurtos, ingratitud y tiranía!;   
 y esto se pasa y aun se aplaude hoy día.
 Por ceremonia sólo no nombrarnos   
 lo que hacemos: verás una casada   
 que primero dirá mil impiedades   
 que aquello que hace más y más le agrada;   
 y piensa injusta una mujer honrada
 que con ser fría, lícito le es todo;   
 y no piensan los hombres de otro modo;   
 pues muchos hallarás que sin empacho   
 se alaban de matar (acción horrible)   
 y no osarán decir que han engendrado. 
 Una sola manera se ha encontrado   
 de hacer los hombres; mas de deshacerlos   
 ¡cuántas industrias inventó la muerte!   
 Y el instrumento que los mata fuerte   
 va por gala y blasón pendiente al lado 
 y el que los hace, oculto y deshonrado;   
 y los hombres inicuos dan laureles   
 al que mata a un millón de sus hermanos   
 y deshonran al que ama a las mujeres.   
 ¡Cuánto es mejor, o cuánto menos malo,
 que el grande Motezuma a tres mil de ellas,   
 en hamacas gozó sus miembros bellos   
 que no el fiero Escanderbek matase   
 con su alfanje espantoso tres mil de ellos!   
 ¡Ojalá que los hombres no forniquen,
 si esto es posible, mas si no hay remedio,   
 ojalá que los vicios se limiten   
 a éste sólo; perezcan los traidores   
 alevosos, sin ley, y usurpadores   
 y se verá si pierde o gana el mundo!
 Mas el principio en que mi arte fundo   
 ¿quién dirá que destruye lo que enseña?   
 Oíd. A la mujer más pedigüeña   
 enseño a no pagar el vil trabajo.   
 Si esta lección tomara todo majo,
 obra de caridad sin duda fuera,   
 pues cada cual con tanto chasco viera   
 que no da utilidad el putaísmo,   
 si no el hambre, lacerias y el abismo.   
 Si hay algún medio de extinguir las putas 
 es sólo no pagarlas: mil oficios   
 y fábricas insignes se perdieron   
 luego que su labor sin premio vieron.   
 Pero si ven que con abrir las piernas   
 se abren las duras bolsas y hacen tiernas,
 ¿qué han de hacer sino alzar los guardapieses   
 para coger el oro que no caiga   
 al suelo, y vergonzosas o corteses   
 procurarse tapar con la camisa   
 la cara como algunos santos frailes?
 Las hazañas del fiero Masinisa,   
 ¿qué son más que delitos execrables?   
 César, Mario y Eneas endiosado,   
 ¿qué fueron sino ilustres malhechores?   
 y esto les mereció versos y loores
 que los dioses (si es dable) han envidiado.   
 ¿A quién mayores daños ha causado   
 el Macedón terrible? ¿A la Roxana   
 cuando en el lecho oriental la acariciaba   
 y a la Reina Talistres que buscando
 le vino para holgarse trece noches,   
 o a Darío, a quien del reino despojado   
 causó la muerte, y de otros mil millones,   
 y al corpulento Poro, que, arrogante,   
 cayó desde su altísimo elefante,
 sin fuerzas y sin reino y sin blasones   
 y sin ver más la luz de las estrellas?   
 Respondan ellos y respondan ellas.   
 La inconsideración llama borrones   
 de su historia el querer a las mujeres,
 y grandeza matar millares de hombres,   
 y el furioso Don Pedro de Castilla,   
 fue cruel por matar a Don Fadrique,   
 mas no por empreñar a la Padilla.   
 Pero si alguno hubiese que replique
 que más valiera ser mi lengua muda,   
 que para darla azotes muy crueles   
 no es bien que muestre a Venus tan desnuda,   
 sepa no escribo yo contra las leyes.   
 Si esto se mira con intención buena,
 en las Cortes de Soria nuestros reyes   
 con mantillas de grana distinguieron   
 a las putas, y así las permitieron.   
 Todas las cosas las perversas almas   
 corrompen siempre: quítense las fiestas  
 de toros, las devotas romerías   
 y los teatros; ¿qué hay en las comedias   
 sino disolución? Artes que avisan   
 con blandas y alevosas discreciones   
 el modo de engañar los corazones. 
 ¡Oh! ¡cuántas honras destruyó la Puerta   
 del Sol!, ¡cuántos escándalos se lloran   
 en la profanación de la iglesias!   
 ¿quién quitar puede todas estas cosas?   
 Ni es maravilla que mi verso advierta
 los riesgos cual los marca el navegante   
 porque los huya quien está ignorante,   
 ni el vuelo extrañará de fantasía   
 licenciosa tal vez, el que no ignore   
 lo que es la burla, invención y poesía.
 Y el que por mal camino mi arte tome   
 culpa es suya: panales y ponzoña   
 salen del jugo de unas mismas flores.   
 El cauto caminante y el que roba   
 ciñen el lado de la amiga espada
 con intenciones bien diversas todas.   
 ¿Qué hay más útil que el fuego? Mas si trata   
 alguno quemar templos y ciudades,   
 ¿qué cosa hay que produzca más maldades?   
 ¿Temes acaso que las tiernas almas
 pervierta de los niños inocentes   
 con mi verso? ¡Ah piedades imprudentes!   
 ¡Oh padre de familia vigilante!   
 ¡Oh ayo, quizás sopista e ignorante!   
 ¿No alejas de su mano delicada
 las tijeras y puntas de cuchillos,   
 pistolas y los filos de Toledo,   
 no por malas en sí, sino por miedo   
 de que les dañe lo que luego sirve?   
 Pues estas artes enseñar te vedo,
 del mismo modo al pequeñuelo infante   
 hasta que en la virtud esté ya firme.   
 Sábele educar bien y no reduzcas   
 a ciertas vanas fórmulas externas   
 el nombre de virtud adulterado.
 Al joven, cual se debe, ya educado   
 nada le ofenderá, ni ignorar puede   
 el uso a cada miembro destinado.   
 Si a las artes se inclina, la pintura   
 le mostrará los feminales miembros 
 haciendo fuerza Andrómeda desnuda.   
 El arte del divino Policteto   
 le enseñará a copiar en la Academia,   
 sin velo ni pudor, la hermosa Venus;   
 y así formó el cincel hecho una uva 
 al Baco de Aranjuez sobre la cuba.   
 Os parecerá horrible ver pintado   
 por mis versos un fraile y una monja   
 que se están a placer regodeando;   
 pues ¿cuánto más terrible es ver pintada 
 la horrorosa y cruel carnicería   
 que en inocentes víctimas se hacía   
 por Herodes; las castas compañeras   
 con Ursula morir; o derribada   
 del Salvador la estatua, sacrilegios
 atroces del feroz Iconoclasta?   
 Y a estas pinturas das honor y precio.   
 Si no es el joven ignorante o necio   
 ¿cómo le enseñarás filosofía,   
 y la experimental anatomía,
 y aun la religión misma, sin que sepa   
 cuanto puede saber sin ver mis artes?   
 Las noticias que ¡oh Historia! nos repartes,   
 ¿son todas para ejemplo? Aquel que lea   
 cuántos hombres mataba en la pelea
 Aquiles, el del yelmo empenachado,   
 ¿por ventura a lo mismo está obligado?   
 Y el que estudia la infiel Mitología,   
 ¿no aprende la falsa religión impía?   
 ¿Quién cerrará los inocentes ojos
 del niño cuando mire por las calles   
 los perros que se ligan? Verá siempre   
 mullir un mismo tálamo a sus padres   
 y siempre obrará en él naturaleza.   
 Mas ¿qué?, ¿llegó a tanto la vileza   
 que propagar la especie fue afrentoso 
 comercio? Y es preciso y es gustoso.   
 ¡Cuánto mejor que el pernicioso naipe   
 no se haga oculto y no dará vergüenza!   
 No hay bien alguno que en el mundo venza
 el bien de gozar uno su querida;   
 por eso cosa no hay más perseguida   
 de la envidia de esotros: y el recelo   
 de ser de los demás interrumpido   
 fue el origen de hacerlo en lo escondido,
 que no porque ello fuese vergonzoso.   
 Así el niño se oculta receloso   
 de la importunación de esotros niños   
 a comer solo el dulce que le diste,   
 sin ser el comer dulce, en sí, acción mala;
 y, creedme, que es sólo el escondite   
 quien causa la malicia; y así vemos   
 cuánto al ver una teta, nos movemos,   
 de una honesta doncella que la tapa;   
 mas las amas de leche nada incitan
 pues la costumbre y aprensión lo salvan;   
 y esto sucede en las desnudas indias.   
 No piense alguno que mi verso enseña   
 los vicios; soy espejo, no oficina;   
 mi canto avisa, pero no aconseja
 como el teatro; así los sibaritas   
 la borrachera hicieron detestable   
 embriagando primero a los esclavos,   
 viendo sus hijos vicio tan infame.   
 Tu lujuria estos versos ha inspirado;
 otros serios canté, no me escuchaste;   
 pues oye, que pensando deleitarte   
 doctrina beberás disimulada,   
 o viciosa, pues pura no te agrada;   
 y así la rectitud de los jueces 
 severos no interrumpa mis acentos,   
 ni me condene hasta cantar seis veces,   
 y el mundo me dará agradecimiento,   
 porque tantos que el tiempo mal emplean   
 putean sin saber lo que putean, 
 por falta de maestro y de un buen libro   
 que enseñe el arte que, por piedad sólo,   
 para común utilidad escribo   
 por evitar absurdos mayormente.   
 Cuando hoy abundan tantos metodistas
 de estudiar de curar los sabañones   
 y otras mil cosas, ¿ha de estar sin reglas,   
 sólo fiada en apurar las tradiciones,   
 tan gran ciencia como es la putería?   
 No consintiera tal la Musa mía.
 Bien haya el inventor tan excelente   
 de un arte en todas formas eminente,   
 tan útil y gustoso. ¿Quién sería?   
 ¡Qué elogios al saberlo yo le haría!   
 Mas, ¿cómo no percibe mi rudeza
 que el autor sólo fue naturaleza?   
 En la ley natural no fue delito   
 ser los hombres más justos putañeros,   
 ni tuvo entonces tasa el apetito.   
 Del padre Abraham las venerables canas
 con la mulata Agar reverdecieron,   
 y Jacob satisfizo a ambas hermanas,   
 y el justo Loth, después de bien bebido,   
 de Segor en los senos más secretos   
 hizo a sus hijas madres de sus nietos.
 Del santo rey David violó el serrallo   
 el miembro de Absalón. Tampoco callo   
 del Salomón científico, la ciencia   
 en elegir muchachas empleada.   
 De la profana historia no se añada
 ejemplar, que sobre esto nada prueba.   
 Apenas héroe en letras y armas grande   
 se halla a las meretrices no inclinado,   
 ni es maravilla. ¿Dónde se ha inventado   
 conveniencia mayor que el putaísmo?
 Cada cual lo contemple por sí mismo.   
 Enciéndese la sangre recaliente   
 en un joven robusto y muy ardiente,   
 en un viejo, en un clérigo o en un fraile,   
 y exprimiendo la pringue a los riñones,
 baja por sutilísimas canales   
 a esponjar los pendientes compañones,   
 los músculos flexibles extendiendo,   
 y el instrumento humano entumeciendo,   
 hasta el ombligo se levanta hinchado,
 del semen abundante retestado,   
 que, reventando por salir, comprueba   
 ser venenoso estando detenido,   
 según el docto Hipócrates decía.   
 Un hombre en tal afán constituido,
 más que otra cosa a la piedad conmueve;   
 predicarle templanza no se debe,   
 por ser inútil. ¿Dónde, pues iría?   
 Aun cuando fuese justo que invadiese   
 las mujeres honradas, ¿hallaría
 quien su gula carnal satisfaciese?   
 ¿Y habrá caritativa providencia   
 mejor que el encontrar una muchacha   
 que a su gusto le dé pronta licencia,   
 sin costarle millares de pisadas,
 postes, suspiros, lágrimas, ternezas,   
 escrúpulos, regalos y paseos,   
 estar al tocador todos los días   
 y la noche pasarla en galanteos,   
 y rematar por fin de estas porfías
 con que su honor les pone impedimento,   
 o en que no hay ocasión, después que el otro   
 su gusto ya logró mil veces ciento,   
 y todo a costa nada más que un poco   
 de dinero, vil precio a tanto gusto?
 No sé por cierto cómo hay quien no deje   
 de galantear al modo quijotesco,   
 ni cómo hay españoles que cortejen   
 contra el carácter impaciente suyo,   
 haciendo noviciado el cabronaje.
 Que no es muy malo el putear arguyo,   
 por más que griten mil Matusalenes   
 con arrugada frente y blancas sienes,   
 porque ellos ya no puedan; sus razones   
 no dan más fuerza, imposible es darla;
 dignas de risa son sus opiniones;   
 ya el tiempo se acabó en que se creía   
 a un viejo cualquier cosa que decía   
 sin más examen; ya se ha desterrado   
 de las aulas la hipótesis; se niega
 lo que se ve, si no está demostrado.   
 Juzga el mundo en común que el ansia ciega   
 de murmurar, de amontonar tesoros,   
 de ser un corazón inexorable,   
 no es maldad, o que es más abominable 
 el fornicar el hombre una mozuela.   
 ¡Oh, autores viles de perversa escuela,   
 que fundáis la virtud en abstenerse   
 de una cosa precisa y no dañosa!   
 Mas, ¿cómo el daño dejará de verse
 del infame político arbitrista   
 y de otros dignos de injuriosa lista?   
 No son los majos, no, tan perniciosos,   
 ni tienen que afrentarse de su vicio:   
 el derramar la orina, el mismo oficio  
 viene a ser casi y con la propia cosa,   
 y a nadie afrenta acción que es tan forzosa;   
 y esotro, ser en público debiera,   
 si el mundo, como yo, inocente fuera,   
 y la modestia, al fin, no lo extrañara.
 El Diógenes, filósofo de rara   
 penetración, así pensó prudente.   
 Mil veces la linterna reluciente   
 arrimó a un lado conque de día un hombre   
 buscaba y no le halló entre tanta gente; 
 y a la primer muchacha que encontraba,   
 con franca y muy marcial filosofía   
 en medio de una plaza la tendía,   
 y soltando los anchos zaraguillos   
 se alzó las respetables sopalandas
 y sin gastar respuestas ni demandas,   
 con experimental filosofía,   
 si activa o si pasiva concurría   
 a la generación la hembra, quiso   
 indagar; mas turbóse de improviso,
 viniéndole temblores y esperezos;   
 y al darla ansioso desdentados besos,   
 las blancas barbas de babazas llenas   
 ni aun la dejaban respirar apenas,   
 y el bellaco filósofo apretaba.
 Toda Atenas atenta le miraba,   
 y el vil pueblo ignorante y religioso   
 y el Areópago se escandalizaba   
 y el sabio, así amolando como estaba,   
 sin sacarlo, alzó el rostro y dijo: ¡oh necios! 
 no os admiréis con risas y desprecios,   
 que cosa natural es la que hago   
 y es lícito lo que es naturaleza.   
 Del hombre solamente la simpleza   
 dijo que esto era malo, y otro día 
 dirá, si se le antoja, que es pecado   
 el dormir y el beber; y a fe que habría   
 quien escrúpulo hará de haber cenado.   
 No estoy yo a los preceptos obligado   
 de otro hombre; esto no puede remediarse,
 como el que al vino da en aficionarse;   
 y así ¡oh, belitres! no os admiréis de eso,   
 pues sólo es malo siendo con exceso:   
 ¡que ha de ser la mujer, como la espada,   
 sólo por precisión ejercitada!
 Si esto es pecar tan dulce y tan preciso,   
 vaya el legislador que así lo quiso,   
 y al hombre enmienda la naturaleza   
 o modere a la ley tanta aspereza,   
 que no hemos de ser menos que los brutos.
 Así el del Basto en Nápoles metía   
 en cama de cristales trasparentes   
 sus pajes con muchachas diferentes,   
 y él, viéndoles obrar, se entretenía.   
 No por ejemplos tales los Catones
 me miren mesurados y ceñudos.   
 Las doncellas más castas y severas   
 por esas calles van, medio desnudos   
 los cuerpos, sin pudor, de las rameras,   
 y no lo imitan; antes detestando
 blasfeman de su vil libertinaje.   
 Tú, pues, ¡oh malo! a quien a tal paraje   
 condujo ya mi verso, si movido   
 en ti se halla el espíritu encendido,   
 si estás bien enterado, que mandarle
 a un joven bueno y sano continencia   
 es lo mismo que darle la sentencia   
 de que no coma o de que no descoma,   
 dos cosas necesarias igualmente;   
 si ya esperezos tu cintura siente,
 volviendo en torno los lascivos ojos   
 bufando al respirar como un caballo,   
 si el tuyo ya no puedes sujetallo   
 y empinándose pierde la obediencia,   
 que no hay remedio, y de tu edad florida
 deja que goce, vaya ese nublado   
 donde haya menos mal. Ya que es preciso,   
 descargue en monte inculto o alta sierra;   
 y pues los dogmas que mi canto encierra   
 señalan el paraje donde ir debe
 la tempestad que viene amenazando,   
 desatácate y vamos empezando.   




LEER:

Parte II
Parte III
Parte IV

http://es.wikisource.org/wiki/Arte_de_las_putas



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