Nicolás Fernández de Moratín, entre los Arcades conocido por el nombre poético de Flumisbo, (Madrid, 20 de julio de 1737 – Ibid., 11 de mayo de 1780) fue un poeta, prosista y dramaturgo español, padre del también dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.
Nació en Madrid, en el seno de una familia de origen asturiano. Estudió en el colegio de los jesuitas en Calatayud y posteriormente en la Universidad de Valladolid. Ejerció la abogacía en Madrid. Fue miembro de la tertulia de la Fonda de San Sebastián, a la que también asistían José Cadalso, Tomás de Iriarte e Ignacio López de Ayala. Fue socio también de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, y de la Academia Romana de los Árcades. Desde 1773 desempeñó la cátedra de Poética del Colegio Imperial de Madrid.
En 1764, para dar a conocer sus versos, publicó el periódico El poeta. Al año siguiente publicó un extenso poema didáctico, de tema cinegético, titulado La Diana o arte de la caza. Fue probablemente a principios de la década siguiente cuando compuso otro poema didáctico, de tono burlesco, el Arte de las putas o Arte de putear, que circuló manuscrito, y fue publicado por primera vez en 1898, más de cien años después de su muerte.
Su obra teatral comprende una comedia, La petimetra (1762), y tres tragedias: Lucrecia (1763), Hormesinda (1770) y Guzmán el Bueno (1777). Concebía el teatro, dentro de los ideales del neoclasicismo, como escuela de formación ética, y participó en las controversias que en la época tuvieron lugar sobre el teatro clásico español en sus tres folletos Desengaños al teatro español (1762).
Fue uno de los pocos intelectuales del siglo XVIII interesados en la tauromaquia. Uno de sus poemas más conocidos es el titulado «Fiesta de toros en Madrid», escrito en quintillas. Dedicó una oda pindárica al torero Pedro Romero titulada Canción a Pedro Romero, donde muestra un estilo popular, fluido y sencillo. Sobre el tema taurino escribió también, en prosa, el folleto Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (1777).
Cultivó, entre otros géneros líricos de raigambre clásica, el epigrama. Es muy citado el titulado «Saber sin estudiar»:
Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».
Oda a los ojos de Dorisa
Ojos hermosos
de mi Dorisa:
yo os vi al reflejo
de luces tibias...
¡Noche felice,
no te me olvidas!
Turbado y mudo
quedé a su vista,
susto de muerte
me atemoriza,
y sólo huyendo
pude evadirla.
Ojos hermosos:
yo así vivía,
cuando amor fiero
gimió de envidia.
Quiso que al yugo
la cerviz rinda,
y os me presenta
con pompa altiva,
una mañana,
cuando ilumina
Febo los prados
que abril matiza.
Vi que con nuevas
flores se pinta
el suelo fértil,
la cumbre fría;
los arroyuelos
libres salpican,
sonando roncos,
la verde orilla.
Gratos aromas
el viento espira,
cantan amores
las avecillas.
Ojos hermosos:
yo me aturdía,
cuando me ciega
luz improvisa,
con más incendios
y más rüinas
que si centellas
Júpiter vibra.
Nunca posible
será que diga
que pena entonces
me martiriza.
¡Qué feliz era,
qué bien hacía
mientras huyendo
sus fuegos iba!
Ojos hermosos:
si conocida
a vos os fuese
vuestra luz misma,
o en el espejo
la reflexiva
tanto mostrara,
conoceríais
qué estrago al orbe
se le destina,
bien con enojos
bien con delicias.
¡Ay cómo atraen,
cómo desvían,
cómo sujetan,
cómo acarician!
Piedad, hermosas
lumbres divinas,
de quien amante
os solemniza.
Y si a mi verso
la suerte amiga
da, que en el mundo
durable exista,
aplauso eterno
haré que os siga,
y en otros siglos
daréis envidia.
Saber sin estudiar
Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho,
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho.»
Canción a Pedro Romero, torero insigne
Cítara áurea de Apolo, a quien los dioses
hicieron compañera
de los regios banquetes, y ¡oh sagrada
musa! que el bosque de Helicón venera,
no es tiempo que reposes;
alza el divino canto y la acordada
voz hasta el cielo osada,
con eco que supere resonante
al estruendo confuso y vocería,
popular alegría,
y aplauso cortesano triünfante,
que se escucha distante
en el sangriento coso matritense,
en cuya arena intrépido se planta
el vencedor circense,
lleno de glorias que la fama canta.
Otras quiere adquirir, y así de espanto
y de placer se llena
la Villa que domina entrambos mundos.
Corre el vulgo anhelante, rumor suena,
y se corona en tanto
de bizarros galanes sin segundos
y atletas furibundos
el ancho anfiteatro. Allí se asoma
todo el reino de Amor, y la hermosura
que a Venus desfigura,
y no hay humano pecho que no doma
(baldón de Grecia y Roma),
y en opulencia y aparato hesperio
muestra Madrid cuanto tesoro encierra
corte de tanto imperio,
del mayor soberano de la tierra.
Pasea la gran plaza el animoso
mancebo, que la vista
lleva de todos, su altivez mostrando,
ni hay corazón que esquivo le resista.
Sereno el rostro hermoso,
desprecia el riesgo que le está esperando;
le va apenas ornando
el bozo el labio superior, y el brío
muestra y valor en años juveniles
del iracundo Aquiles.
Va ufano al espantoso desafío,
¡con cuánto señorío!
¡qué ademán varonil! ¡qué gentileza!
Pides la venia, hispano atleta, y sales
en medio con braveza,
que llaman ya las trompas y timbales.
No se miró Jasón tan fieramente
en Colcos embestido
por los toros de Marte, ardiendo en llama,
como precipitado y encendido
sale el bruto valiente
que en las márgenes corvas de Jarama
rumió la seca grama.
Tú le esperas, a un numen semejante,
sólo con débil, aparente escudo,
que dar más temor pudo;
el pie siniestro y mano está delante;
ofrécesle arrogante
tu corazón que hiera, el diestro brazo
tirado atrás con alta gallardía;
deslumbra hasta el recazo
la espada, que Mavorte envidiaría.
Horror pálido cubre los semblantes,
en trasudor bañados,
del atónito vulgo silencioso;
das a las tiernas damas mil cuidados
y envidia a sus amantes;
todo el concurso atiende pavoroso
el fin de este dudoso
trance. La fiera que llamó el silbido
a ti corre veloz, ardiendo en ira,
y amenazando mira
el rojo velo al viento suspendido.
Da tremendo bramido,
como el toro de Fálaris ardiente,
hácese atrás, resopla, cabecea,
eriza la ancha frente,
la tierra escarba y larga cola ondea.
Tu anciano padre, el gladiator ibero
que a Grecia España opone,
con el silvestre olivo coronado,
por quien la áspera Ronda ya se pone
sobre Elis, y el ligero
Asopo el raudo curso ha refrenado,
cediendo al despeñado
Guadalevín; tu padre, que el famoso
nombre y valor en ti ve renovarse,
no puede serenarse,
hasta que mira al golpe poderoso
el bruto impetüoso
muerto a tus pies, sin movimiento y frío,
con temeraria y asombrosa hazaña,
que por nativo brío
solamente no es bárbara en España.
¿Quién dirá el grito y el aplauso inmenso
que tu acción vocifera,
si el precio de tus méritos pregona
la envidia, con adorno a la extranjera,
que dice: «En el extenso
mundo, ¿cuál rey que ciña la corona
entre hijos de Belona
podrá mandar a sus vasallos fieros
(como el dueño feliz de las Españas)
hacer tales hazañas?
¿Cuál vencerán a indómitos guerreros
en lances verdaderos,
si éstos sus juegos son y su alegría?»
¡Oh, no conozca España qué varones
tan invencibles cría!
¡Rogádselo a los cielos, oh naciones!
Y tú, por quien Vandalia nombre toma
cual la aquiva Corinto
(ni tal vio el circo máximo de Roma),
si algo ofrece a mi verso el dios de Cinto,
tu gloria llevaré del occidente
a la aurora, pulsando el plectro de oro;
la patria eternamente
te dará aplauso, y de Aganipe el coro.
Arte de las putas: I
HERMOSA Venus que el amor presides,
y sus deleites y contentos mides,
dando a tus hijos con abiertas manos
en este mundo bienes soberanos:
pues ves lo justo de mi noble intento
déle a mi canto tu favor aliento,
para que sepa el orbe con cuál arte
las gentes deberán solicitarte,
cuando entiendan que enseña la voz mía
tan gran ciencia como es la putería.
Y tú, Dorisa, que mi amor constante
te dignaste escuchar, tal vez amante,
atiende ahora en versos atrevidos
cómo instruyo a los jóvenes perdidos,
y escucha las lecciones muy galanas
que doy a las famosas cortesanas.
Mas ya advertido mi temor predice
que al escuchar propuestas semejantes
tu modesto candor se escandalice;
pues no, Dorisa bella, no te espantes
que no es como en el título parece,
en la sustancia esta obra abominable.
Por mí la serie de los tiempos hable;
pues siguieron las mismas opiniones
todos los siglos, todas las naciones,
y hallarán en el mundo practicados
mis dogmas por las gentes más ilustres
de entrambos sexos; no permita el hado
que la obscena maldad ninguno aprenda
siendo yo su maestro; el que aún no entienda
del rígido apetito, no me lea
a no ser que advertencias pretendiese
del mal para evitarlo, pues cogido
puede un incauto ser muy fácilmente,
del contrario que no es bien conocido.
Así como se informan los pedantes
de Galego y de Lárraga, estudiantes
del homicidio, estupro y adulterio,
de plétora, aneurisma y esquinencia
para ahuyentarlo, como dicen ellos,
con rosario y con pócimas amargas,
yo no pretendo con arengas largas
disuadir el amor puro y constante
de solo a solo, ni romper deseo
la coyunda que enlaza el Himeneo.
Sufra el cuello magnánimo y robusto
su yugo tan pesado como justo,
y evitará el horror de mis lecciones;
mas ¡qué de estorbos, oh Fortuna, pones
para lograrlo! El áspero dinero
le falta al uno, al otro la licencia
del superior o el padre muy severo.
¿Quién bastará a adornar de resistencia
para que el otro sufra eternamente
a una mujer fantástica, insolente,
que fiada en el lazo indisoluble
tiranamente usurpa el despotismo
del hombre, su prudencia despreciando?
¡De cuántos infortunios libertada
fuera la humanidad si este contrato
lo anularan violadas condiciones!
Aunque no permitido, practicado
vicio que aun hoy ya no es disimulado;
¡cuántos suspiros, cuántas aflicciones
ocultas se acallaran si el recelo
turbara las seguras posesiones!
Diera yo entonces inútiles lecciones;
mas pues el mundo sigue este sistema,
no hay alguna razón para que tema
el mío establecer. Sin duda alguna
fuera mejor que el mundo me creyese
y su amor cada cual diese a la amada
para siempre en coyunda muy sagrada,
o en castidad purísima viviese.
¡Castidad! gran virtud que el cielo adora,
virtud de toda especie destructora,
y si los brutos y aves la observaran
comiéramos de viernes todo el año:
pero, ¿por qué abrazar el Himeneo?
Muchos en los demás escarmentados
le aborrecen tenaces, pues templados
no son los hombres, ni templarse pueden
si no quebrantan la naturaleza
con muy duro y con áspero castigo,
que es inhumanidad si no es fiereza,
de la ley natural dogma enemigo
y no puede haber hombre si es humano
que lo deje de ser. Con modos feos
y horrendos, sacia el uno con vil mano
el brutal apetito a sus deseos;
no es falso por no público este crimen,
ningunos aunque callan de él se eximen.
Otro incauto en nocturna complacencia
sin que al sueño hacer pueda resistencia
despierta humedecido, la blancura
de la ropa interior contaminada,
sin propio vaso, en fin, desperdiciada
la sustancia vital capaz de vida:
y no siendo posible que se impida
lo que la naturaleza a voces clama
ya justa o injustamente, inevitable
es de amor apagar la ardiente llama.
Tanto cristiano Demóstenes hablaba
fulminando del púlpito amenazas
al lascivo; mas ¿qué han adelantado?
El mundo aún hoy se está como se estaba;
prueba es que sus razones no han bastado.
Pues, ¿qué delito mi inocente Musa
comete, cuando a un mal inevitable
no pudiendo extinguirle, le modera
la malicia fatal? Ya que haya mal,
el modo por lo menos bueno sea
y hágase bien el mal. Si yo evitara
tanto dispendio en jóvenes perdidos,
¡qué felices mis versos contemplara!
¡cuántos enajenados, mal vendidos,
cuantiosos patrimonios mendigando
se miran por las putas insaciables!
Si fuera la dulzura de mi canto
capaz de impresionar el horroroso
gálico inmundo y su extinción lograse,
ésta sí fuera de mi canto hazaña.
La primer flota que nos trajo a España
Colón desde las Indias, a quien dieron
en Nápoles su nombre los franceses,
si a lo menos ¡oh Musa! consiguieses
evitar los escándalos!... Si acaso
facilitando hacia el burdel el paso
cerraras las alcobas conyugales
y las castas purezas virginales
aseguraras, ¡qué feliz serías!
Hubiera quien mis dulces poesías
notara de impiedad viendo que en ellas
se asegura el honor de las doncellas.
Si moderan los gastos excesivos
que pierden a los jóvenes lascivos,
y el contagio venéreo se destierra
de las ardientes ingles y, seguros
los tálamos nupciales, los futuros
frutos de bendición esperan ciertos;
y el infame adulterio aniquilado
llega en España a ser desconocido,
y el escándalo siempre aborrecido
del cielo, no da ya en los ojos castos
pésimo ejemplo, el daño menor debe
sufrirse por obviar mayores daños.
Así el profano Coliseo, el fuerte
circo para lidiar los bravos toros
por sólo entretener tantos ociosos,
con mil casas de juego se consienten.
Las leyes, la política indulgente
a los concubinarios dio licencia
por salvar al consorte el nupcial lecho.
Ciudades cultas dan con alto techo
al público burdel magnificencia
y las vírgenes castas y matronas
con no invadido honor cruzan las calles,
y así ¡oh! cualquiera que el perderte abona,
la sacra inmensidad de la nobleza
no profanes sacrílego, atrevido,
vuelve a mi verso el lujurioso oído,
que en él se encuentra el lupanar inmundo
que por escrito a tu lascivia fundo.
Y no pienses que invento estas maldades:
de ti son aprendidas; no que lo hagas
te mando, sino escribo lo que haces
y acaso encontrará la incontinencia
de ambos sexos remedio al informarse
de la astucia, del dolo y la impudencia
que recíprocamente en engañarse
practican unos y otros, y es posible
que así fuese la enmienda conseguible,
y todos conociéndose se teman
y se aborrezcan y se enmiende el mundo:
mas ya tocado de un pesar profundo
mi crédito en balanzas considero;
me juzgas un perdido putañero
pues del arte y las putas doy noticia.
La consideración ni la justicia
no engendra tal concepto, es hijo espúreo
del satírico humor de tu malicia;
ni el escrito indicio de la mente,
con modesta conducta y recta vida,
mí Musa es juguetona y divertida;
Virgilio, así, y Homero el excelente
hubieran sido atroces y guerreros
las armas y las cóleras cantando;
ni el nombrar son indicios verdaderos
del tratar la persona. De Alejandro,
Curcio, su historiador no vio el semblante;
no es maravilla que mi Musa cante
un arte al parecer de los peores:
maldades se han escrito bien mayores
de todos aplaudidas. Uno escribe
en el arte espantoso de la guerra
preceptos de asolar toda la tierra,
pernicioso y horrible a los humanos,
otro pretende habilitar las manos
en fundir el metal de los cañones
para derribar hombres a millones
y alcázares que el tiempo no lo haría
al trueno de la horrenda artillería.
El arte de verter la sangre humana
con la espada fatal es aprendido
de Príncipes y grandes, y es leído
el libro de políticas aleves
para oprimir la libertad del pueblo
sin que él lo advierta. Son mucho más leves
mis delitos: no incito asolamientos,
destrucciones ni muertes horrorosas:
sólo facilitar las deleitosas
complacencias de amor inexcusables
por modos a ninguno imaginables
solicito, y del arte meretricio
pretendo por mi astucia y mi desvelo
ser nuevo Tiphis y otro Maquiavelo.
Y no defenderé que bueno sea,
mas sólo sé que los insignes hombres
que fueron inclinados lo siguieron
y los que fueron fríos no lo hicieron;
y no es virtud dejar lo que no gusta.
Unos van al Peñón, otros se dejan
llevar hasta Manila desterrados:
los brutos quieren ser despedazados
primero que ceder este derecho.
La malicia y la envidia sólo han hecho
este vicio el mayor de las maldades,
mas ¡cuánto son peor las falsedades,
hurtos, ingratitud y tiranía!;
y esto se pasa y aun se aplaude hoy día.
Por ceremonia sólo no nombrarnos
lo que hacemos: verás una casada
que primero dirá mil impiedades
que aquello que hace más y más le agrada;
y piensa injusta una mujer honrada
que con ser fría, lícito le es todo;
y no piensan los hombres de otro modo;
pues muchos hallarás que sin empacho
se alaban de matar (acción horrible)
y no osarán decir que han engendrado.
Una sola manera se ha encontrado
de hacer los hombres; mas de deshacerlos
¡cuántas industrias inventó la muerte!
Y el instrumento que los mata fuerte
va por gala y blasón pendiente al lado
y el que los hace, oculto y deshonrado;
y los hombres inicuos dan laureles
al que mata a un millón de sus hermanos
y deshonran al que ama a las mujeres.
¡Cuánto es mejor, o cuánto menos malo,
que el grande Motezuma a tres mil de ellas,
en hamacas gozó sus miembros bellos
que no el fiero Escanderbek matase
con su alfanje espantoso tres mil de ellos!
¡Ojalá que los hombres no forniquen,
si esto es posible, mas si no hay remedio,
ojalá que los vicios se limiten
a éste sólo; perezcan los traidores
alevosos, sin ley, y usurpadores
y se verá si pierde o gana el mundo!
Mas el principio en que mi arte fundo
¿quién dirá que destruye lo que enseña?
Oíd. A la mujer más pedigüeña
enseño a no pagar el vil trabajo.
Si esta lección tomara todo majo,
obra de caridad sin duda fuera,
pues cada cual con tanto chasco viera
que no da utilidad el putaísmo,
si no el hambre, lacerias y el abismo.
Si hay algún medio de extinguir las putas
es sólo no pagarlas: mil oficios
y fábricas insignes se perdieron
luego que su labor sin premio vieron.
Pero si ven que con abrir las piernas
se abren las duras bolsas y hacen tiernas,
¿qué han de hacer sino alzar los guardapieses
para coger el oro que no caiga
al suelo, y vergonzosas o corteses
procurarse tapar con la camisa
la cara como algunos santos frailes?
Las hazañas del fiero Masinisa,
¿qué son más que delitos execrables?
César, Mario y Eneas endiosado,
¿qué fueron sino ilustres malhechores?
y esto les mereció versos y loores
que los dioses (si es dable) han envidiado.
¿A quién mayores daños ha causado
el Macedón terrible? ¿A la Roxana
cuando en el lecho oriental la acariciaba
y a la Reina Talistres que buscando
le vino para holgarse trece noches,
o a Darío, a quien del reino despojado
causó la muerte, y de otros mil millones,
y al corpulento Poro, que, arrogante,
cayó desde su altísimo elefante,
sin fuerzas y sin reino y sin blasones
y sin ver más la luz de las estrellas?
Respondan ellos y respondan ellas.
La inconsideración llama borrones
de su historia el querer a las mujeres,
y grandeza matar millares de hombres,
y el furioso Don Pedro de Castilla,
fue cruel por matar a Don Fadrique,
mas no por empreñar a la Padilla.
Pero si alguno hubiese que replique
que más valiera ser mi lengua muda,
que para darla azotes muy crueles
no es bien que muestre a Venus tan desnuda,
sepa no escribo yo contra las leyes.
Si esto se mira con intención buena,
en las Cortes de Soria nuestros reyes
con mantillas de grana distinguieron
a las putas, y así las permitieron.
Todas las cosas las perversas almas
corrompen siempre: quítense las fiestas
de toros, las devotas romerías
y los teatros; ¿qué hay en las comedias
sino disolución? Artes que avisan
con blandas y alevosas discreciones
el modo de engañar los corazones.
¡Oh! ¡cuántas honras destruyó la Puerta
del Sol!, ¡cuántos escándalos se lloran
en la profanación de la iglesias!
¿quién quitar puede todas estas cosas?
Ni es maravilla que mi verso advierta
los riesgos cual los marca el navegante
porque los huya quien está ignorante,
ni el vuelo extrañará de fantasía
licenciosa tal vez, el que no ignore
lo que es la burla, invención y poesía.
Y el que por mal camino mi arte tome
culpa es suya: panales y ponzoña
salen del jugo de unas mismas flores.
El cauto caminante y el que roba
ciñen el lado de la amiga espada
con intenciones bien diversas todas.
¿Qué hay más útil que el fuego? Mas si trata
alguno quemar templos y ciudades,
¿qué cosa hay que produzca más maldades?
¿Temes acaso que las tiernas almas
pervierta de los niños inocentes
con mi verso? ¡Ah piedades imprudentes!
¡Oh padre de familia vigilante!
¡Oh ayo, quizás sopista e ignorante!
¿No alejas de su mano delicada
las tijeras y puntas de cuchillos,
pistolas y los filos de Toledo,
no por malas en sí, sino por miedo
de que les dañe lo que luego sirve?
Pues estas artes enseñar te vedo,
del mismo modo al pequeñuelo infante
hasta que en la virtud esté ya firme.
Sábele educar bien y no reduzcas
a ciertas vanas fórmulas externas
el nombre de virtud adulterado.
Al joven, cual se debe, ya educado
nada le ofenderá, ni ignorar puede
el uso a cada miembro destinado.
Si a las artes se inclina, la pintura
le mostrará los feminales miembros
haciendo fuerza Andrómeda desnuda.
El arte del divino Policteto
le enseñará a copiar en la Academia,
sin velo ni pudor, la hermosa Venus;
y así formó el cincel hecho una uva
al Baco de Aranjuez sobre la cuba.
Os parecerá horrible ver pintado
por mis versos un fraile y una monja
que se están a placer regodeando;
pues ¿cuánto más terrible es ver pintada
la horrorosa y cruel carnicería
que en inocentes víctimas se hacía
por Herodes; las castas compañeras
con Ursula morir; o derribada
del Salvador la estatua, sacrilegios
atroces del feroz Iconoclasta?
Y a estas pinturas das honor y precio.
Si no es el joven ignorante o necio
¿cómo le enseñarás filosofía,
y la experimental anatomía,
y aun la religión misma, sin que sepa
cuanto puede saber sin ver mis artes?
Las noticias que ¡oh Historia! nos repartes,
¿son todas para ejemplo? Aquel que lea
cuántos hombres mataba en la pelea
Aquiles, el del yelmo empenachado,
¿por ventura a lo mismo está obligado?
Y el que estudia la infiel Mitología,
¿no aprende la falsa religión impía?
¿Quién cerrará los inocentes ojos
del niño cuando mire por las calles
los perros que se ligan? Verá siempre
mullir un mismo tálamo a sus padres
y siempre obrará en él naturaleza.
Mas ¿qué?, ¿llegó a tanto la vileza
que propagar la especie fue afrentoso
comercio? Y es preciso y es gustoso.
¡Cuánto mejor que el pernicioso naipe
no se haga oculto y no dará vergüenza!
No hay bien alguno que en el mundo venza
el bien de gozar uno su querida;
por eso cosa no hay más perseguida
de la envidia de esotros: y el recelo
de ser de los demás interrumpido
fue el origen de hacerlo en lo escondido,
que no porque ello fuese vergonzoso.
Así el niño se oculta receloso
de la importunación de esotros niños
a comer solo el dulce que le diste,
sin ser el comer dulce, en sí, acción mala;
y, creedme, que es sólo el escondite
quien causa la malicia; y así vemos
cuánto al ver una teta, nos movemos,
de una honesta doncella que la tapa;
mas las amas de leche nada incitan
pues la costumbre y aprensión lo salvan;
y esto sucede en las desnudas indias.
No piense alguno que mi verso enseña
los vicios; soy espejo, no oficina;
mi canto avisa, pero no aconseja
como el teatro; así los sibaritas
la borrachera hicieron detestable
embriagando primero a los esclavos,
viendo sus hijos vicio tan infame.
Tu lujuria estos versos ha inspirado;
otros serios canté, no me escuchaste;
pues oye, que pensando deleitarte
doctrina beberás disimulada,
o viciosa, pues pura no te agrada;
y así la rectitud de los jueces
severos no interrumpa mis acentos,
ni me condene hasta cantar seis veces,
y el mundo me dará agradecimiento,
porque tantos que el tiempo mal emplean
putean sin saber lo que putean,
por falta de maestro y de un buen libro
que enseñe el arte que, por piedad sólo,
para común utilidad escribo
por evitar absurdos mayormente.
Cuando hoy abundan tantos metodistas
de estudiar de curar los sabañones
y otras mil cosas, ¿ha de estar sin reglas,
sólo fiada en apurar las tradiciones,
tan gran ciencia como es la putería?
No consintiera tal la Musa mía.
Bien haya el inventor tan excelente
de un arte en todas formas eminente,
tan útil y gustoso. ¿Quién sería?
¡Qué elogios al saberlo yo le haría!
Mas, ¿cómo no percibe mi rudeza
que el autor sólo fue naturaleza?
En la ley natural no fue delito
ser los hombres más justos putañeros,
ni tuvo entonces tasa el apetito.
Del padre Abraham las venerables canas
con la mulata Agar reverdecieron,
y Jacob satisfizo a ambas hermanas,
y el justo Loth, después de bien bebido,
de Segor en los senos más secretos
hizo a sus hijas madres de sus nietos.
Del santo rey David violó el serrallo
el miembro de Absalón. Tampoco callo
del Salomón científico, la ciencia
en elegir muchachas empleada.
De la profana historia no se añada
ejemplar, que sobre esto nada prueba.
Apenas héroe en letras y armas grande
se halla a las meretrices no inclinado,
ni es maravilla. ¿Dónde se ha inventado
conveniencia mayor que el putaísmo?
Cada cual lo contemple por sí mismo.
Enciéndese la sangre recaliente
en un joven robusto y muy ardiente,
en un viejo, en un clérigo o en un fraile,
y exprimiendo la pringue a los riñones,
baja por sutilísimas canales
a esponjar los pendientes compañones,
los músculos flexibles extendiendo,
y el instrumento humano entumeciendo,
hasta el ombligo se levanta hinchado,
del semen abundante retestado,
que, reventando por salir, comprueba
ser venenoso estando detenido,
según el docto Hipócrates decía.
Un hombre en tal afán constituido,
más que otra cosa a la piedad conmueve;
predicarle templanza no se debe,
por ser inútil. ¿Dónde, pues iría?
Aun cuando fuese justo que invadiese
las mujeres honradas, ¿hallaría
quien su gula carnal satisfaciese?
¿Y habrá caritativa providencia
mejor que el encontrar una muchacha
que a su gusto le dé pronta licencia,
sin costarle millares de pisadas,
postes, suspiros, lágrimas, ternezas,
escrúpulos, regalos y paseos,
estar al tocador todos los días
y la noche pasarla en galanteos,
y rematar por fin de estas porfías
con que su honor les pone impedimento,
o en que no hay ocasión, después que el otro
su gusto ya logró mil veces ciento,
y todo a costa nada más que un poco
de dinero, vil precio a tanto gusto?
No sé por cierto cómo hay quien no deje
de galantear al modo quijotesco,
ni cómo hay españoles que cortejen
contra el carácter impaciente suyo,
haciendo noviciado el cabronaje.
Que no es muy malo el putear arguyo,
por más que griten mil Matusalenes
con arrugada frente y blancas sienes,
porque ellos ya no puedan; sus razones
no dan más fuerza, imposible es darla;
dignas de risa son sus opiniones;
ya el tiempo se acabó en que se creía
a un viejo cualquier cosa que decía
sin más examen; ya se ha desterrado
de las aulas la hipótesis; se niega
lo que se ve, si no está demostrado.
Juzga el mundo en común que el ansia ciega
de murmurar, de amontonar tesoros,
de ser un corazón inexorable,
no es maldad, o que es más abominable
el fornicar el hombre una mozuela.
¡Oh, autores viles de perversa escuela,
que fundáis la virtud en abstenerse
de una cosa precisa y no dañosa!
Mas, ¿cómo el daño dejará de verse
del infame político arbitrista
y de otros dignos de injuriosa lista?
No son los majos, no, tan perniciosos,
ni tienen que afrentarse de su vicio:
el derramar la orina, el mismo oficio
viene a ser casi y con la propia cosa,
y a nadie afrenta acción que es tan forzosa;
y esotro, ser en público debiera,
si el mundo, como yo, inocente fuera,
y la modestia, al fin, no lo extrañara.
El Diógenes, filósofo de rara
penetración, así pensó prudente.
Mil veces la linterna reluciente
arrimó a un lado conque de día un hombre
buscaba y no le halló entre tanta gente;
y a la primer muchacha que encontraba,
con franca y muy marcial filosofía
en medio de una plaza la tendía,
y soltando los anchos zaraguillos
se alzó las respetables sopalandas
y sin gastar respuestas ni demandas,
con experimental filosofía,
si activa o si pasiva concurría
a la generación la hembra, quiso
indagar; mas turbóse de improviso,
viniéndole temblores y esperezos;
y al darla ansioso desdentados besos,
las blancas barbas de babazas llenas
ni aun la dejaban respirar apenas,
y el bellaco filósofo apretaba.
Toda Atenas atenta le miraba,
y el vil pueblo ignorante y religioso
y el Areópago se escandalizaba
y el sabio, así amolando como estaba,
sin sacarlo, alzó el rostro y dijo: ¡oh necios!
no os admiréis con risas y desprecios,
que cosa natural es la que hago
y es lícito lo que es naturaleza.
Del hombre solamente la simpleza
dijo que esto era malo, y otro día
dirá, si se le antoja, que es pecado
el dormir y el beber; y a fe que habría
quien escrúpulo hará de haber cenado.
No estoy yo a los preceptos obligado
de otro hombre; esto no puede remediarse,
como el que al vino da en aficionarse;
y así ¡oh, belitres! no os admiréis de eso,
pues sólo es malo siendo con exceso:
¡que ha de ser la mujer, como la espada,
sólo por precisión ejercitada!
Si esto es pecar tan dulce y tan preciso,
vaya el legislador que así lo quiso,
y al hombre enmienda la naturaleza
o modere a la ley tanta aspereza,
que no hemos de ser menos que los brutos.
Así el del Basto en Nápoles metía
en cama de cristales trasparentes
sus pajes con muchachas diferentes,
y él, viéndoles obrar, se entretenía.
No por ejemplos tales los Catones
me miren mesurados y ceñudos.
Las doncellas más castas y severas
por esas calles van, medio desnudos
los cuerpos, sin pudor, de las rameras,
y no lo imitan; antes detestando
blasfeman de su vil libertinaje.
Tú, pues, ¡oh malo! a quien a tal paraje
condujo ya mi verso, si movido
en ti se halla el espíritu encendido,
si estás bien enterado, que mandarle
a un joven bueno y sano continencia
es lo mismo que darle la sentencia
de que no coma o de que no descoma,
dos cosas necesarias igualmente;
si ya esperezos tu cintura siente,
volviendo en torno los lascivos ojos
bufando al respirar como un caballo,
si el tuyo ya no puedes sujetallo
y empinándose pierde la obediencia,
que no hay remedio, y de tu edad florida
deja que goce, vaya ese nublado
donde haya menos mal. Ya que es preciso,
descargue en monte inculto o alta sierra;
y pues los dogmas que mi canto encierra
señalan el paraje donde ir debe
la tempestad que viene amenazando,
desatácate y vamos empezando.
LEER:
Parte II
Parte III
Parte IV
http://es.wikisource.org/wiki/Arte_de_las_putas
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