Luis Muñoz Rivera
Luis Muñoz Rivera (17 de julio de 1859 - 15 de noviembre de 1916) fue poeta, orador, periodista y político puertorriqueño.
Nació en Barranquitas el 17 de julio de 1859. En esa población realizó sus primeros estudios y trabajo desde muy joven como amanuense de notaría de su padre; más tarde como comerciante. En la biblioteca paterna se familiarizó con las grandes obras literarias, y bajo la dirección de un emigrante corso, don Jorge Colombani, estudió francés e historia.
Comenzó a publicar sus primeros versos en la prensa en Ponce y San Juan cuando contaba con 23 años; usó los seudónimos de "Gigoló", "Incognitus" y "Democrático". Ganó prestigio como poeta cuando don Manuel Fernández Juncos dio a conocer y eligió su obra en verso inspirada en la vida del descubridor del océano Pacífico, "Vasco Nuñez de Balboa".
Hizo sus primeras armas en política defendiendo ideas liberales. Fue elegido concejal por Barranquitas por el Partido Liberal Reformista y en el "año terrible" de 1887, cuando sus principios eran perseguidos por ser supuestamente separatista, participó como presidente de la delegación barranquiteña en la asamblea de la fundación del Partido Autonomista en Ponce. En 1890 fundó en esta ciudad el periódico La Democracia, desde cuyas páginas libraría una permanente campaña a favor del autonomismo. Desde su columna "Retama", en versos mordaces y satíricos, criticó la conducta de los incondicionales que tanto daño hacían al país.
En 1893 contrajo matrimonio con doña Amalia Marín, después de lo cual radicó en Madrid, aunque no por ello desvinculado de la labor periodística, pues siguió colaborando con artículo de en el periódico La Democracia.
A su regreso retomó la labor, ya antes iniciada, de persuadir a sus correligionarios de la necesidad de formalizar un pacto con un partido político peninsular que les ayudara a alcanzar un gobierno autonómico. Cuando se logró el acuerdo de pactar con un partido monárquico presidido por Práxedes Mateo Sagasta, la facción dirigida por el doctor José Celso Barbosa se separó del Partido Autonomista Puro u Ortodoxo y el Liberal Fusionista. Gracias a la fusión, la Reina María Cristina aprobó el 25 de noviembre de 1897 la Carta Autonómica en virtud de la cual se estableció un gobierno autonómico para Cuba y Puerto Rico. En este gobierno don Luis ocupó el Ministerio de Gracia, Justicia y Gobernación, cargo que desempeñaba cuando se produjo la ocupación de la isla por los Estados Unidos de América. Sirvió luego en el gobierno militar del general John R. Brooke hasta febrero de 1898. En 1899, con otros autonomistas, fundó el Partido Federal; poco después inició la publicación del Diario de Puerto Rico, desde el cual denunció los errores del gobierno, la ley Foraker y a los republicanos; esto motivó que la prensa y su domicilio fueran atacados por turbas republicanas.
En 1901, radicado en Nueva York, inicio la publicación de un periódico bilingüe, The Puerto Rico Herald, desde el cual siguió su lucha por obtener un cambio de régimen de gobierno en el país. En 1904, de regreso a San Juan, fundó con otros líderes autonomistas el Partido Unión de Puerto Rico, por el cual fue electo delegado a la Cámara en 1906 y reelecto dos años después.
En 1911 fue electo comisionado residente en Washington, en cuyo cargo permanecería hasta 1916. Durante estos años su gran esfuerzo lo dedicó a persuadir a las autoridades norteamericanas de la necesidad de sustituir la ley Foraker, meta que no alcanzaría ver: la ley Jones fue aprobada después de su muerte. Regresó a Puerto Rico con la salud muy quebrada.
Tras una breve estadía en Barranquitas, se trasladó a San Juan, donde falleció el 15 de noviembre de 1916. Fue don Luis Muñoz Rivera un autodidacta, que a través del estudio llegó a emplear la lengua con gran pureza, vigor y claridad. Su obra poética está marcada por las preocupaciones cívicas. Las obras poéticas más conocidas de Luis Muñoz Rivera son "Nulla est redemptio", "Paréntesis", "Sísifo", "Vox Populi" y "Quia nominor Leo". Sus artículos periodísticos aparecieron principalmente en La Democracia.
Ha publicado este autor el diálogo alegórico "Las dos musas (1886); Retamas (1891); La disolución (1900);Tropicales (1902) y póstumamente se imprimieron sus obras completas en varios volúmenes (1925, 1959, 1960, 1961, 1963, 1964).
RETAMAS
I
Yo no sé si hacen versos las letras
que escribo con lágrimas,
al pensar que, en mi dulce Borinquen,
este bello jirón de la patria
(acaso de un sueño
como sombra vana)
la esperanza gentil del colono
se pierde entre sombras y entre olas amargas.
Para estos renglones que escribo temblando,
ni busco, ni cuento, ni elijo palabras;
esta vez la retórica aguarde,
que la verdad pasa.
Y son estas rimas tan tristes y alegres
saetas de fuego o briznas de escarcha,
que abrasan los labios
o enfrían el alma.
IV
Con las ropas en bello desorden,
la frente marmórea de rizos poblada,
balbuciendo los trémulos labios
confusas palabras,
un niño dormía
soñando en la patria.
¡Oh! qué hermosa, riente y espléndida,
altiva y heroica, viril y gallarda
la veía surgir de las ondas
rugientes y bravas,
con su veste de espumas cubierto,
el torso de ninfa, las formas de estatua!
Corrieron los años:
El niño, en su tierra, creció como un paria:
vio la fusta estallar implacable
del siervo en la espalda;
mirar pudo en el rostro del César
sonrisas de lástima;
la sangre, rebelde,
subió a sus mejillas en brusca oleada;
y después... en sus noches de insomnio,
evocando a la ninfa soñada,
¡qué mezquina, qué pobre, qué triste
solía mirarla!
¡Ay! el sueño... ¡qué dulce y alegre!
La verdad... qué desnuda y amarga!
Por eso el mancebo
pensando en la patria,
sintió muchas veces sus ojos marchitos
llenarse de lágrimas.
VII
N0 hay remedio: doblad la rodilla:
bajad la cabeza,
y sufrid que os oprima y estruje
la planta del déspota
si los amos esgrimen la fusta
que estalla soberbia.
¡Ah! ¡Silencio! En los trémulos labios
ahogad la protesta
porque aún reina en el mundo a
la ley de la fuerza.
Vuestro arado, los surcos rompiendo,
rotura la tierra:
trabajáis sin descanso, y el fruto
de ingrata faena
a sus amplios arcones sin fondo
el fisco se lleva.
Entre tanto en la choza de bálago
morís de miseria.
Continuad vuestra obra: la exige
la ley de la fuerza.
¿Os envuelve tal vez, implacable,
la inicua sospecha?
¿Os injurian los falsos escribas?
¿Os abre sus puertas,
como un monstruo sediento y maldito
la ergástula negra?
Esperad y sufrid ¿qué remedio?
Quien sufre y espera,
podrá un día romper en pedazos
la ley de la fuerza.
XIII
¡Qué calma tan honda!
¡Qué paz tan profunda!
¡Qué solemne quietud la que reina
por esas alturas!
No ocurren sucesos;
se pasan los días,
Sin que un soplo revuelva los mares
de nuestra política.
Silencio tan triste
enerva el espíritu:
¿Es acaso esta tierra un inmenso
sepulcro de vivos?
XIV
Yo no sé si don Pablo, el pontífice,
estudia afanoso política práctica,
leyendo incansable con ansia creciente
mis pobres retamas.
Pero sé que le gustan de veras,
y que pierde con ellas la calma:
que a veces encierran en tosca envoltura
verdades amargas.
Señor conde: los condes que buscan
impresiones alegres y gratas,
con probar un acíbar como éste
se mueren de rabia.
XVI
¿El pueblo se divierte?
Dejadle divertir,
Si olvida sus angustias
¿qué más podéis pedir?
¡Que se agite en alegres verbenas,
que ahogue sus penas
apurando el licor del placer!
¡Que se anegue en la báquica orgía,
si siente algún día
los amargos recuerdos de ayer!
~¿Que el desaliento invade
nuestra gentil ciudad?
¿Que en ella hunden la garra
los buitres sin piedad?
¡Bah! No importa. Que goce: que cante;
y altares levante
a la risa, a la danza al amor.
No le queda otra cosa: la fiesta;
la lánguida orquesta;
de las copas el dulce rumor.
La decadencia viene:
la vais palpando ya,
el pueblo, antes altivo
degenerado está.
¿No observáis en su frente marchita
la huella maldita
que la idea dejara al partir?
Ese pueblo salvarse no quiere.
Si cae, si muere,
es que anhela caer y morir.
XXXV
A noche, mientras ardía
la caseta de consumos,
describiendo tantas curvas
como una barca sin rumbo
aproximóse a nosotros
un Demóstenes presunto
y nos obsequió galante
con este bello discurso:
-¿Ven ustedes esas llamas?
Hay muy cerca un río enjuto,
que es, enfrente del siniestro,
un sarcasmo y un insulto.
Pues yo tengo en el estómago,
-y jamás lo disimulo-
un incendio más terrible,
sin cenizas y sin humo,
que se burla de las bombas
y desdeña el acueducto.
Y este fuego no se apaga
ni con todo el ron del mundo.
XXXIX
Poetas y artistas:
romped la paleta y el plectro gentil;
empuñad el arado: es preciso
salvar el país.
Escritores: la pluma acerada
tirad con desdén;
no busquéis en la justa gloriosa
el triunfo soñado y el noble laurel.
Otra cosa el país os demanda;
la semilla en el surco arrojad:
la labor del espíritu huelga;
romped con las picas el suelo feraz.
¿Que el país retrocede? No importa.
Sembrad el tabaco: plantad el café.
Este pueblo no es Roma ni Grecia:
Si cae, que caiga. Dejadle caer.
Matad los periódicos;
tirad al arroyo el dulce laúd:
no debemos sonar con la gloria;
aquí sólo es dable sonar con la cruz.
Si nada tenemos que valga gran cosa
olvidemos el plectro gentil
de ese modo tan sólo se puede
salvar el país.
TROPICALES
PARÉNTESIS
Dichoso aquel que no ha visto
más río que el de su patria.
Tras diez años de luchas incesantes
quiero vagar, como antes,
junto a la margen del humilde río
que tantas veces ofreció a mis penas
la paz de sus arenas
y la quietud de su ribazo umbrío.
Corren aquí cual líquidos cristales,
otras ninfas iguales
a las que vi correr hora por hora;
en ese murmullo lánguido y doliente,
el espíritu siente
toda una juventud que pasa y llora.
Yergue sus ramas el laurel añejo
en el móvil espejo
de las aguas refleja su verdura
Y los cactus de flores amarillas
ocultan las orillas
a modo de silvestre colgadura.
De las cercanas frondas en un hueco
se esconde el tronco seco
en que, al rumor de la corriente leda,
daban impulso a mi ambición temprana
las odas de Quintana
y los nerviosos cantos de Espronceda.
Nada se altera en el rincón querido;
hasta el leve ruido
que mis ensueños arrulló, persiste:
es el mismo paisaje, no varía;
lo encuentro como el día
en que le dije adiós convulso y triste.
En cambio, de mí propio, ¿qué me resta?
al subir la agria cuesta
rodó de mis quimeras el bagaje,
y, aunque huello con ímpetu el camino,
errante beduino,
tardo en llegar al término del viaje.
Arriba, lo ideal, foco de lumbre
que irradia en la alta cumbre
sobre los mundos su calor eterno;
abajo, lo real: nébula oscura
que tiene la negrura
de la noche y los fríos del invierno.
Y en la pendiente yo; fuerza que avanza;
voluntad que se lanza;
alma que busca la verdad perdida
y se sumerge en la penumbra densa
para sentir la intensa
vibración del esfuerzo y de la vida.
¿A dónde voy? Que el porvenir responda.
La sima es negra y honda;
pero es la abrupta cima ingente y clara.
Soy de los que en la liza perseveran,
y sin temblar esperan
la gloria o el peligro cara a cara.
Mi musa altiva que al placer rehúsa,
fue la trágica musa
contra todos los dogmas insurrecta:
armada con el yambo deslumbrante
marchó siempre adelante
y, entre cien líneas, eligió la recta.
Nunca en el lodo de pasiones malas
mi inspiración sus alas
quiso plegar; en la batalla ruda
un triple empuje a confortarme viene:
mi aliento me sostiene;
mi fe me salva; mi intención me escuda.
Entre tanto aquí están mi soto umbrío;
la margen de mi río;
el tronco entre la fronda abandonado;
el laurel verdinegro y la corriente
que surgen de repente
como imágenes vivas del pasado.
Cuando ansío la calma y el reposo
y, al azar, silencioso,
en esta muda soledad me pierdo
sin que el bullicio mundanal me estorbe,
¡cómo mi ser absorbe
el balsámico aroma del recuerdo!
Mis creencias, mis dudas, mis amores;
las no olvidadas flores
que fui dejando en pos, lacias y mustias;
las tumultuosas esperanzas mías;
mis locas alegrías
y el inmenso caudal de mis angustias;
algo que dura en mi caduca historia,
que puebla la memoria
y evoco a veces, si en tristeza vivo,
para que agite mi organismo inquieto
con su influjo secreto
a manera de suave reactivo.
¡Adiós orilla plácida y amena
en cuya paz serena
respiro de otro ambiente la frescura!
¡Adiós remanso que en tu fondo guardas
las visiones gallardas
de mi primera edad dichosa y pura!
Vuelvo a buscar más anchos horizontes:
la cuenca de tus montes
me oprime como un cerco de granito;
vuelvo a encontrar más amplias perspectivas:
tus ondas fugitivas
no sacian ya mi sed de lo infinito.
La vejez llega: la existencia es corta.
Si mi destino aborta
y torno a demandar calma y olvido,
¿reservarás en tus riberas pías
el sitio que solías
a la altivez estoica del vencido?
No caeré; mas si caigo, entre el estruendo
rodaré bendiciendo
la causa en que fundí mi vida entera;
vuelta siempre la faz a mi pasado
y como buen soldado
envuelto en un jirón de mi bandera.
HORAS DE FIEBRE
I
¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!
(M. de los Santos Álvarez)
¿Llorar...? No, no: sobre la amarga ola
rice copos la nevada espuma;
lleguen al labio con vibrante ritmo
el himno alegre, la canción nocturna.
Cuando el alma en sí misma se repliega
con hondo duelo y con letal angustia,
viene a turbar sus tristes soledades
el ruido intermitente de la lucha.
Riamos, pues; la vida, pobre loca
que va labrando sin cesar su tumba,
nos invita al placer; nuevo sarcasmo
con que la suerte ingrata nos insulta.
Surja radiante la esperanza hermosa,
que ya vendrán la gloria y la fortuna,
cuando la muerte nuestros ojos cierre;
cuando la tierra nuestros restos cubra.
II
En señal de su oprobio,
les pondría la palabra
de "infames" en la frente.
(Zenea)
Oíd: los que lleváis allá en el alma
de negra envidia la dolencia grave
y hacéis, ante La faz del universo,
de fingida bondad cínico alarde.
¡Abajo el antifaz! Es necesario
que este perpetuo carnaval acabe;
alzad la frente pálida, en que el vicio
marco al pasar su huella degradante.
¿Falso pudor vuestras mejillas quema?
¿Ardor fugaz calienta vuestra sangre?
¡Abajo el antifaz! La hipocresía
es torpe, y vil, y mísera, y cobarde.
Llegad aquí: que la virtud os vea;
que vuestra horrible fealdad la espante;
que la luz ilumine vuestro rostro
y el látigo flagele vuestra carne.
III
Yo me consumo aquí,
como la antorcha que sólo acusa
luz por la humareda.
(M. Sánchez Pesqueira)
Sobre esta roca solitaria y triste,
bello jirón del suelo americano;
cautivo de las ondas que me cercan;
de mi fortuna y mi deber esclavo,
alguna vez, cuando mi patria llora,
doy al viento las notas de mi canto,
como este sol que me ilumina, ardiente,
como este mar que me circunda, amargo.
Más ¡ah! que aquí la inspiración se enfría,
el arte muere de ideales falto,
el sacro numen su calor extingue,
sus cráteres apaga el entusiasmo,
y la robusta vibración del arpa
se pierde, como un eco funerario,
entre el suave murmullo de la selva
y el eterno rumor del oceano.
IV
Yo, de honda pena herido,
cerré sus ojos bellos...
(V. Ruiz Aguilera)
¡Ha muerto! Ya no irradian las pupilas
veladas por sus párpados de nieve.
¡Ah, qué triste silencio el de sus labios!
¡Qué augusta palidez la de su frente!
Ayer los anchos piélagos del mundo
surcaba sin temor, pura y alegre;
hoy cruza los desiertos infinitos
de ese país del que jamás se vuelve.
¡Adiós! ¡Adiós! Los que te amaron mucho,
los que arrullaron tu existencia breve,
miran huir contigo su esperanza:
rayo de sol que con el sol fenece!
Y solos, con el alma desgarrada
por un dolor más negro que la muerte,
van contando minuto por minuto
la fría eternidad en que te pierden.
V
El mundo así recibe
al que no sabe como en él se vive.
(Espronceda)
Allá va... ¡detenedle! ~¡Al loco! ¡Al loco!
¿No veis cual gesticula y disparata...?
-"Que es la vida un bostezo interminable
y el cielo una ilusión de la mirada;
que el egoísmo vil gobierna al mundo;
que la virtud es flor de una mañana;
que es el hombre una máquina imperfecta
y el interés manubrio de la máquina;
que hay una fuerza inútil: el talento,
y hay otra fuerza universal: la audacia,
que la justicia es arma que se vende
al que con más esplendidez la paga...
-¡Oh! detenedle, detenedle presto;
ponedle sin piedad yugo y mordaza,
antes que al rostro, con brutal franqueza
os lance su estridente carcajada!
VI
...Delirio acaso;
ecos, quizás, del alma
que de caprichosas ficciones...
(R. del Valle)
Memorias de otros tiempos más hermosos:
reminiscencias de otra edad más pura;
sueños de amor que el desencanto hiela;
placer fugaz que la tristeza nubla;
Afán pueril de gloria y de laureles;
ciega ambición de honores y fortuna;
ansia eterna de luz y de armonía;
recuerdos vagos, esperanzas mustias;
Nostalgia de una patria que se sueña
vacío de una fe que se derrumba;
arranques juveniles de entusiasmo;
inmensas oleadas de amargura:
¡Ah! dejad que mi espíritu repose
en la suprema soledad nocturna,
como reposa el pobre peregrino
para seguir su interminable ruta.
VII
Es flor que brota apenas y se seca;
es luz que brilla apenas y se apaga.
¿La gratitud? ¡Ah, sí! ¡Lástima grande
que no fuera verdad tanta belleza!
Id por doquier sembrando beneficios;
repartid la limosna a manos llenas;
Dad la mano al caído y levantadle;
dad la mano al caído y levantadle;
curad, como Jesús, úlcera y lepra;
calmad muchas angustias punzadoras;
enjugad muchas lágrimas acerbas;
Sed padre de los huérfanos humildes;
sed protector de la virtud austera;
llevad en estas luchas de la vida
el bien por norma, la piedad por lema.
Y cuando el áureo manantial se agote,
y cuando toque el hambre a vuestra puerta,
el mundo inventará, para premiaros...
su más burlona e insultante mueca.
VIII
A todos deja iguales en la tumba
el nivel del olvido y de la muerte.
(Velarde)
Sueña el artista: el porvenir es suyo;
tiene el pincel, la pluma, la palabra;
escribe, pinta, esculpe, triunfa, muere;
la tumba hambrienta sus despojos traga.
Y el mundo entonces, que admiraba ciego
la corrección del verso y de la estatua,
sobre el altar el ídolo que olvida
alza un altar al ídolo que aclama.
¿Y qué la gloria al fin? Un meteoro
que brilla un punto, nos deslumbra y pasa
un poco de vapor que se disipa;
un fuego fatuo que la brisa arrastra.
Algo así como el iris que proyecta
en el espacio sus cambiantes franjas,
y si quiere tocarle nuestra mano
es aire, es humo, es ilusión, es nada.
EL PASO DEL DÉSPOTA
Yo no soy el juglar de los festines;
yo soy el trovador de la montaña.
(Gautier Benítez)
PLUS QUAM CIVILlA BELLA
Aquí doliente esclava, en medio al oceano,
mirando de las olas el rápido vaivén,
remedio a sus dolores en vano pide, en vano,
del cielo abandonada la dulce Borinquen.
Extrema sus rigores la odiosa tiranía;
el látigo crujiente sacude al opresor;
su espada Themis quiebra, y la sangrienta orgía
preside, ebrio de triunfos, ci genio del terror.
La soldadesca impone, beoda y turbulenta,
el bárbaro suplicio con furia criminal;
la ley es humo leve que arrastra la tormenta;
el pueblo, pobre acacia que dobla el vendaval.
Se llenan de inocentes los negros calabozos;
se acusa en el tormento la victima infeliz;
se escuchan por doquiera gemidos y sollozos,
y todos ante el déspota inclinan la cerviz.
Violado el templo sacro do se elevara augusto
de los hispanos fueros el venerado altar,
altivo se levante, impávido y robusto,
el ciego e implacable imperio militar.
La libertad sucumbe sin compasión herida;
la dignidad se oculta huyendo a la traición,
y siente el ciudadano pesar sobre su vida
perpetuas amenazas de inicua delación.
Y en tanto que el autócrata sereno se presenta
haciendo de sus triunfos ostentación fatal,
a ley es humo leve que arrastra la tormenta;
el pueblo pobre acacia que dobla el vendaval.
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