Lorenzo Varela
Jesús Lorenzo Varela Vázquez ((travesía España-Cuba, 10 de agosto de 1916 — 25 de noviembre de 1978) fue un escritor y poeta español, criado en hispano-américa y, de regreso en España, implicado en el nacionalismo gallego y luego exiliado en México, Argentina y Uruguay.
Nació en el barco La Navarre, durante su travesía a Cuba, en el que viajaban sus padres, originarios de Monterroso (Lugo). En 1920 la familia se trasladó a Argentina instalándose en el barrio Nueva Pompeya de Buenos Aires, donde cursó la escuela primaria.
El joven Lorenzo volvió a Galicia en 1930 (llamado el argentino debido a su acento porteño). Durante sus estudios de bachillerato entró en contacto con miembros del Partido Galeguista, participando en grupos de estudiantes guiados por Castelao y Suárez Picallo. Del galleguismo pasó al trotskismo y se vinculó con el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
Al terminar su bachillerato en 1935 se traslado a Madrid donde inició su actividad intelectual, formando parte de la redacción de la revista PAN (Poetas Andantes y Navegantes). En 1936 realizó crítica literaria para el periódico liberal Sol. En 1936 formó parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, junto con Rafael Dieste, José Bergamín, Federico García Lorca, entre otros.
Al iniciarse la Guerra civil se enrola y parte al frente de batalla. Llegó a ser comandante de una brigada de la undécima división. Se afilió al Partido Comunista, del que sería miembro destacado. Durante la guerra escribió para revistas republicanas como El Mono Azul y Hora de España.
En julio de 1937 participó en el Segundo Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas, en Valencia, que reunió, entre otros a: Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Ernest Hemingway, César Vallejo, Raúl González Tuñón, Octavio Paz, André Malraux y Louis Aragon.
Al terminar la Guerra Civil, Varela cruza los Pirineos y es recluido en un campo de concentración hasta que logra embarcarse hacia México, junto con otros refugiados, en el barco de vapor francés Sinaia. En México retomó su actividad literaria participando en la dirección de revistas literarias como "Romance" y "Taller", entonces dirigida por Octavio Paz, con quien entabló una gran amistad; y publicó Elegías españolas (1940) con ilustraciones del pintor Miguel Prieto.
En 1941 partió hacia Buenos Aires, donde todavía residía su padre. Allí inició su producción como poeta y escribió sus obras más importantes: "Torres de Amor" (1942), "Catro Poemas para catro gravados", (su primer libro en gallego, 1944) y "Lonxe" (también en gallego, 1954), los tres con ilustraciones de Luis Seoane. Escribe para periódicos como El Clarín, El Mundo y La Nación. En Buenos Aires continuó con su actividad política, militando en el Partido Comunista Argentino. También escribió en publicaciones para los exiliados gallegos en Argentina. Entre 1947 y 1952 se instaló en Montevideo, donde mantuvo una relación amorosa con la escritora Estela Canto, antiguo amor de Jorge Luis Borges.
En 1976, muerto Franco, regresó a España. Murió en Madrid el 25 de noviembre de 1978. En 1981 sus restos fueron trasladados a Monterroso.
En 2005, la Real Academia Gallega le dedicó el Día de las Letras Gallegas.
Taller, n.º 5, outubro de 1939, p. 37
EL HÉROE (FRAGMENTO)
DE ÁRBOL Y HOMBRE, TÚ
De piedra y agua
de cedro duradero y nieve y sangre y llanto
de primera palabra
de tirano acero y de sudor y polvo
de sueño y soledad, de árbol y hombre, tú:
profundo sol donde la muerte habita,
presencia inaugural.
Levántense del lecho los que yacen
tocados de tu luz quemen su vida arrebatada y libre
y abandone la empobrecida cópula diaria el sordo matrimonio.
Que hay un oficio puro más que el de los canteros
pagado en agonía en merecido semen y eternidad ganada.
Hay un viento distinto de poderoso polen
que en remolino sube de la tierra a los ojos
y levanta la sangre y el corazón anega
en fuerte y pura voluntad de gloria.
Hay un delgado trigo de rubio ya encendido
que al aire crece en florecidos panes,
un trigo virginal que da alegría y muerte
da sonido, de instrumento cuajado de sabores.
Un agua brota de la estremecida espalda de los ríos,
del vientre y la caldera, del seno de las nubes,
un agua delgada de los labios sin nombre
aun no inaugurados de las adolescentes.
Y una victoria crece de la fraternidad heroica de los hombres
y es aquél que perece, un vivo aliento,
un cumplimiento hermoso y una señal de triunfo
trazada ya en el hombro de la muerte.
¡Sólo tu lengua, sólo tus labios viven
al calor de ese pan y al sonido del agua como dije!
¡Sólo en tus ojos navegan esos trigos
y duermen en amor tan claras aguas abrazadas!
SILENCIO Y LLANTO DE ESPAÑA INVADIDA
Nunca vereis mi llanto, el llanto de mi estirpe,
las lágrimas del héroe.
Más altivos los ojos mis camaradas sueñan
y mi pueblo no llora ante vosotros.
Todas nuestras mujeres, los pastores,
los toros rubios del norte, los negros toros del sur,
los muertos con sus armas y aquellos que vestían
la ropa del trabajo,
los humillados y los emigrantes por vosotros cada día:
de luna a luna, de plaza a plaza,
el silencio de España.
No es que no tenga llanto,
me duelen los ojos de contenidas nubes,
me suben hueso a hueso, vena a vena,
lágrimas anchas en amargor de abrojos.
¡Ya lloraré tendido cuando venza!
Con el corazón en la mano, lloraré ante mi pueblo
y toda España, a procesión de llanto convocada
por los muertos en fiesta de victoria.
Ante los fieles me arderán los zapatos
y quemará mis piés desnudos el liberado llanto.
Como una fuga de encarcelados toros las lágrimas del pueblo:
de luna a luna, de plaza a plaza,
furiosamente bañarán a España de gloria arrebatada
INVITACIÓN*
I
Si estás enamorado, si el desvelo en tus ojos
ensueña barcos blancos
y pájaros y nubes, y otros caminan
por ese perdido mirar en que te pierdes;
si en tu corazón llueve a llanto de caballos
como en pesebre abierto al testimonio lunar de las estrellas
el llanto de las nubes inunda los ganados;
si tu sangre navega en otra sangre
y tu alma es una carta en la memoria.
II
Cuando al amigo muerto
y corren por tu espalda los huesos de tu madre;
al regresar vencido de buscar tus manos
de nuevo preso en la esperanza ardiente,
cuando la soledad poblada del olvido
te quema la memoria;
Cuando tus labios quedan tan secos y dormidos
como las polvorientas soleadas uvas
testigo frutal de los combates;
cuando prendida va tu vida delante de tu asombro
al pañuelo de un muerto sobre el oro carnal de los trigales;
cuando sientes tu sangre viajera por el cuerpo doliente
de un condenado a muerte
y por la cínica herida de mendigo
despeña sus corrientes.
III
Entonces se te rompen a pólvora y a llanto
tus pequeñas mentiras, vicios y desvaríos
y tus ojos anuncian conmigo la alegría
que construye la sangre regalada,
dada a la vida con temblor de muerte.
¡Oh, camarada hermano de combate:
en el luminoso cementerio de España
tu sangre con la mía virilmente nos llaman
a la conquista de las aguas desnudas,
de los dulces frutos
y amaneceres claros con todos los hombres.
* (A Edward Molojwik, varón de la nobleza campesina de Polonia y héroe de la guerra por la Independencia de España. Premiado con la Medalla al Valor, después de las operaciones memorables del Paso del río Ebro. Apasionado capitán por la defensa unversal de la justicia y la belleza: por la conquista de la alegría).
Letras de México, n.º 6, 15 de xuño de 1941, p. 67
SONETOS DE LA PALOMA
I
Alado lirio vivo, ángel de nieve,
pájaro en lunas llenas ensoñado,
ola de espuma vaporosa, breve,
distante de la muerte y del pecado.
Nube de plumas de blancor alado,
flor de cielo de añil, callado, leve.
Me atormenta tu cielo serenado
y tu quietud suspensa me conmueve.
¿Qué pétalo en dolor se muere al alba,
qué nardo entero se abre en sufrimientos,
mustiando tus aromas matinales?
¡Oh, mi paloma blanca, un aire malva
deja sobre tus ojos los alientos
de unos labios helados y mortales!
II
Ni la niñez recién amanecida
de esta temprana aurora de tu vuelo,
te da perenne luz, reverdecida
rama de eternidad en fijo suelo.
Y llevas albas muertas en desvelo
sobre las alas tristes; y transida
de claras agonías, bajo el cielo,
derramas la pureza de tu vida.
Paloma de las nubes alborada,
velero por la luz del aire yerto,
ángel de la mañana marinera,
niña por alto cielo amortajada:
eres la muerte en vuelo, de concierto,
con el sueño que en ti tuvo ribera.
III
Dos caminos tus alas inocentes,
alborozadas siguen, milagrosas,
como un lago de plácidas corrientes
y remolinos de aguas vaporosas.
Un ala mustia, de amarillas rosas,
y otra de nubes altas y yacentes,
en nacaradas islas espumosas
juntan tus soledades oponentes.
Y en un solo silencio verdadero,
en una sola soledad eterna,
te tienen en el aire prisionera.
Paloma matinal: un sol postrero,
que apaga son su viento la galerna,
nubla con su dolor la primavera.
IV
Que nada, ni paloma, permanece.
Junto a la flor risueña, una agonía,
que en ella se sustenta, en ella crece,
haciendo nido sobre su alegría.
En el rincón de invierno desvanece
secretamente su melancolía,
la música escondida que perece
de un verano olvidado un claro día.
Que todo nacimiento es sepultura,
y la paloma es muerte apresurada,
azucena de gracia en cementerio
de nubes silenciosas en su altura,
que empañan el espejo a la mirada
y ocultan, virginales, el misterio
SONETOS DEL CUERVO
I
Tus negras mariposas mensajeras
en el hielo final de aires certeros
apagan las estrellas pasajeras,
y dan muerte de ausencia a los luceros.
Y para tu desfile en los esteros,
gusanos y carroña hacen banderas.
Copos de nieve clara tus coperos,
para las negras aguas que veneras.
Pájaro de la muerte presentida,
citas a entierro sin melancolía,
la Tierra ya olvidada, y removida.
Y el misterio, velado cual solía,
como flor en tiniebla corrompida,
sigue labrando joyas de agonía.
II
Nocturno labrador de funerales,
¿qué me dicen tus plumas enlutadas,
tu voz sonando a tumbas despertadas,
y tus profundas alas abismales?
¿Qué ventana reclaman tus señales,
qué dormida belleza tus llamadas?
¿Sobre qué tiernos senos, tus miradas
hunden la muerte en ébanos puñales?
Hueso a hueso, tu catedral de auroras
difuntas, y callados corazones,
hueso a hueso la vistes y decora
Y sobre los altares, los crespones
niegan el sol al tiempo que devoras
llevándote sus vivas ilusiones.
III
Tú que vives de muerte, y muerte viva,
en gusanos el alma convertida:
El poderoso aliento de la vida,
y la mirada, y la frutal saliva,
la voz helada, aquella mano esquiva,
aquella luz eterna que encendida
por su palabra, tuvo florecida
tierra de soledades, rosa altiva,
¿Qué calor o que hielo enamorados
habitan con su gracia recordada?
¿Acaso permanecen olvidados?
Dime, cuervo, su luna apasionada,
su dolor y alegría ya sembrados,
y su imprevista espiga ya dorada.
IV
Dan tus alas su sombra conmovida,
sobre pálida sien abandonada.
Al polvo de su sueño rescatada,
en honda soledad estremecida.
Frío destierro, en tierra liberada
el corporal aliento; anochecida
la luminosa sangre, y extinguida
su luz entre tu fría sombra alada.
¿Adónde llevas esa sien amada,
ese color que fue rosa encendida,
en luz lunar, cruel, amortajada?
¿Por qué calla tu voz, como a mi vida
el pasmo del morir: la encrucijada
donde ella espera tu misión cumplida?
De Mar a Mar, n.º 2, xaneiro de 1943, pp. 38-44
DUELO EN TRES CANTOS POR LA MUERTE DE MIGUEL
HERNÁNDEZ
CANTO PRIMERO
Y de olivo, al olivo la platería menguan,
disminuyen al verde, las hojas que coronan
la tierra de tus sienes enterrada.
¡Oh ruiseñor cautivo del surco que te diera
tan verde voz de plata labrada!
Libre, como solía tu silvo en las majadas,
pastor, quiero cristal para decir mi lágrima,
mi llanto para el verde recuerdo de tu mano,
para la pura plata de tu habla.
¡Que tenía un frescor de venero sin mácula
aquella tu palabra de metal alunado,
de ramas cual llovidas y estrellas bajo tierra!
Fue en Arévalo, ¡bardas de cal ensimismada!,
cuando por las desiertas calles avileñas
nos daban comunión albas paredes
entre lucientes voces castellanas.
Entonces no pensaba,
Miguel, en una rama,
que de olivo, al olivo la platería mengua;
disminuyendo al verde, las hojas que coronan
la tierra de tus sienes enterrada.
Por otros aires hoy desmantelado,
anda sujeto al hilo de la patria,
como por una vena que a tirones
vitales de congoja,
me da su arboladura, ya celeste,
ya poblada de mortal tiniebla.
Siento como una sombra de sangre ya lejana,
y sin embargo dentro de mis dentros,
que requiere las líneas de mi mano,
el calor de mi diestra,
para cumplir destinos como espadas:
puras de temple puro, sin dulzuras,
sólo fieles al brazo que las guarda.
Una sombra que tira de mi sombra,
que me manda el regreso
y me ordena en el alma la luz desordenada,
luz heredada de esa ya sola sombra de mi sangre.
Como anudada al corazón, la sierpe,
breve, mas decidida, del destierro,
me come a sentimientos,
a dulcísima noche desvelada,
a enemigas caricias de memoria,
a terca soledad desamparada.
¡También tenemos cárceles cerradas,
bajo esta libre piel que se ha salvado
lejos de los penales,
tus dispersos amigos por el mundo!
Después te vi unos días, por noviembre,
–Madrid era un frutal manzano bombardeado–
en un invierno de tan triste humano:
Parecías, Miguel, ¡tú, de Orihuela!,
un árbol aterido,
un invernal aliso que llevara
bajo de la corteza el sol de mil veranos.
Eras ya por entonces tan soldado
que sonaban tus versos a batallas
y dejaban las crestas de la Sierra
rumorosas de angélicas descargas:
al pie de las rematas,
nacían, como nubes,
las humaredas púrpuras y blancas,
o pedazos de cielo, de azuladas.
Ya tenías entonces por los ojos,
y en las mismas miradas,
la firmeza del pozo señalado
para apurarle el trago de la muerte
sin dejar gota afuera,
¡camarada del álamo,
ángel de la arboleda y del ganado!
¡Qué gran pastor de toros en su tumba
tienen hoy los de lidia en la ribera
oscura del viaje sin regreso, Miguel, y sin partida!
¡Toros celestes por las nubes granas!
Mas no pensaba entonces yo, ni nadie,
que un repentino anochecer de España,
a turbia estrella negra y celestino
lucero lagartijo te matara.
No lo pensaba nadie, Miguel, que te creciera,
formando en tus latidos viva muerte,
la rama verde y plata
que de olivo, al olivo la platería mengua;
disminuyendo al verde, las hojas que coronan
la tierra de tus sienes enterrada.
Nadie lo presentía:
tenías en la cara los poderes
antiguos de la encina.
Y en el pecho,
escudo de leales robles y duraderos.
¡Qué se pueda morir así, sin nubes,
sin lomas amarillas,
sin cielo por los prados,
sin voz y sin espada!
¡Que cierren al pastor y le envenenen el aire de sus cumbres
[señaladas,
así: el aire; le apaguen los pulmones
con losas funerarias,
le tapen la mirada con juros mancillados!
¡Qué no haya, Dios, poderes que remedien
el mal de los enigmas,
la sombra amarga que arrojan los linajes
de origen desviado
sobre los dulces y serenos valles,
y sobre los zagales preferidos!
¡Dime, dilo ya si es que no eres
mas que un anciano torpe y sin sentido,
un sol ya derribado,
Padre de los antiguos,
Señor de esos rebaños
Así desasistidos,
sin aire, desgarrados
por los brañales fríos,
predidos los milagros,
borrados los caminos!
¡Muestra a mis ojos esa faz que ha sido
árbol de gracia eterna,
espada de la aurora,
nieve de primavera,
alba paloma!
¡Oh cuerno del destino y la fortuna!:
¡para los unos goce,
para los otros muerte prematura!
Ya oigo tu sonido de trompa que Caronte
Sopla desde su luna,
requiriendo pastores
para cuidar la albura
de esas perpetuas alas mortales de los Dioses.
Desde ese firme cielo que ahora te cobija,
Miguel, pareceremos cual sombras desvividas
fantasmas ya poblados por esa muerte grande
que conoces.
Mas recuerda, pastor, tú, el disputado
Guía de las palomas y las musas,
que aquí, por una de ellas dominado,
sólo espanto y pavor,
sólo confusas
muestras de desamor
clava en mi corazón ya desolado.
A sus pecho juntado
tengo mi boca amarga
por abrevar de un trago,
tal un caballo joven, aspeado,
la muerte que se alarga
siendo tan breve lago.
Que se alarga y me aparta de su lado,
lejos del seno negro, traspasado
por un dulce venero
de venenosa leche, y un cimero
pezón envenenado.
Y arrimo a ella mis labios dulcemente,
para no herir su furia renunciada,
por ver si de repente
puedo esta breve muerte alejada
ganar a la inclemente
musa de los poetas, desalmada.
Para alcanzar la tuya, Miguel, ¡qué no desande
sus pasos hacia mi tu clara muerte grande!
Y perdona, pastor, al desterrado,
desde esa gloria verde, las ilusas
palabras que por ti ha desenterrado,
para ti, ¡el disputado
guía de las palomas y las musas!
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