Catalina Rodríguez de Morales
Viviendo en la época del romanticismo, al analizar su obra, puede incluirse en la generación de poetas románticos cubanos, en sus escritos encontramos rasgos de nuestra primera generación de románticos.
Síntesis Biográfica
Nació el 1 de abril de 1835 en Pipián, Madruga, Mayabeque, Cuba. Desde pequeña ya sentía inclinación por la poesía, a los siete años de edad, ya mostraba sus primeras disposiciones para la poesía, y a los 12 años improvisaba con mucha facilidad. Al morir su madre, la familia se trasladó para Matanzas.
Su bibliografía conocida hasta el momento la componen tres libros de poesía, uno con poesías y obras dramáticas, y uno con lecturas infantiles.
Personalidades destacadas de nuestro país, como Felipe Poey, Nicolás Heredia y José de Socorro de León, se percataron de la importancia del aporte de Catalina Rodríguez de Morales a las letras cubanas, y así, en el siglo XIX, algunos de sus libros se prologaron o le dedicaron artículos en la prensa por otros investigadores, además de incluirla en diferentes antologías poéticas, como es el caso de Antonio López Prieto, quien en el primer tomo de su importante recopilación "Parnaso Cubano" (1881), anunció a esta poetisa entre los autores que habría de aparecer en el segundo tomo de su obra, la cual no llegó a publicarse. No obstante, su obra aparece en otras antologías como el "Álbum Milanés", editado por su esposo, S. A. Morales; "Álbum Poético" Fotográfico de Escritores y Poetisas Cubanas", de Antonio González Curquejo; "Parnaso Cubano", de Adrián del Valle, y por último el álbum conocido como "Flor Oculta de la Poesía Cubana", de Cintio Vitier y Fina García Marrúz.
La parte más importante de la obra de esta poetisa madrugueña permanece oculta. Se conoce que cuatro de sus libros aparecieron en Matanzas o en La Habana y tres en Colombia o Venezuela, mientras sufría exilio durante la guerra de 1868.
Se han realizado investigaciones en el Archivo Nacional, la Biblioteca Nacional, la Biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüísticade la Academia de Ciencias y la Biblioteca Gener y Del Monte, de Matanzas, encontrándose composiciones recogidas en las antologías ya mencionadas, la comedia "Hijo Único" y algunas poesías sueltas, artículos y fragmentos en recortes, manuscritos y en las publicaciones periódicas "El Álbum", "El Ateneo", "El Pensamiento", "Ilustración Cubana" y "Aurora de Yumurí", de las que se consultaron los años 1865 a 1867 en la Biblioteca Gener y Del Monte.
La mayor parte de las poesías de Catalina Rodríguez de Morales que han sido encontradas, son improvisaciones, que aunque revelan la facilidad y espontáneo buen gusto de la poesía para la versificación, no constituyen una muestra representativa de sus composiciones más elaboradas, tal es el caso del poema titulado "Contemplando los Retratos de mi Hermana y de mi Amiga María del R. Aguiar refiere que "Atendiendo a la parte de su obra contenida en los diferentes archivos de las principales bibliotecas y centros de investigación a los que se ha tenido acceso, resulta difícil realizar una valoración justa y definitiva de una autora con siete libros.
Su obra fue resaltada por los periódicos de su época. Se conoce, además, que Martí habló de ella en uno de sus escritos en la prensa, aproximadamente en el año 1872. Entre sus obras están las siguientes: "El Avaro supersticioso", "Poesías Líricas", "Las glorias de Bolívar", "Poesías y obras dramáticas".
Muerte
La escritora madrugueña muere el 14 de noviembre de 1884 en Las Villas, dando fe de ello varias publicaciones de la época, como la "Revista Villaclareña", el "Diario de la Marina " y "Álbum de las Damas".
Delirio
Si asoma entre celajes la mañana
y los fértiles campos engalana,
la hermosa luz del refulgente sol,
y por el ancho espacio
pintadas nubecillas van despacio
ostentando gallardas su arrebol.
Si trina entre las ramas el sinsonte
derramando orgulloso por el monte
un baño de armonías y de miel,
y cruzan por las lomas
en confusa bandada las palomas,
o las pardas torcazas en tropel.
Si la tarde; risueña y placentera
a dormirse en ocaso va ligera
pasando sobre el mundo sin sentir,
y si en las noches bellas
se derraman brillantes las estrellas
por un campo bruñido de zafir;
todo lo admiro yo. Mas, ¡ay, mi alma
en nada encuentra ni placer ni calma,
y en todo languidez y confusión,
en todo desconsuelo.
Y le mata, ¡ay, Dios!, este punzante anhelo,
y este ardiente afanar del corazón.
De mi alma se levanta eternamente
un eco, que agobiándome inclemente,
incesante me grita: «¡Más allá!»
y en mi delirio ciego,
¡ay!, camino, camino y nunca llego
a la dulce y dorada realidad.
A un mundo que en mi mente se retrata,
de amor, de luces, de frescura grata,
vedado a las intrigas y al dolor;
allá donde solía
llevarme un tiempo, cuando Dios quería,
la inocencia en su seno de candor.
Eterna en su extensión es la verdura,
y el agua corre juguetona y pura
entre mirtos y acacias y arrayán,
allí van los pintores,
las musas, los poetas, los amores,
y alados querubines también van.
Seis puertas de magnífico topacio
van girando despacio, muy despacio,
sobre goznes de perlas y rubí...
¡Es un mundo más bello
que todo, inmenso Dios, que todo aquello
que yo en mis sueños de poeta vi.
Allí alzan mil hermosas sus cantares,
con las frentes ceñidas de azahares,
y el alma rebosando de bondad;
y entre lirios y rosas
se agitan sin cesar las mariposas
en santa y respetada libertad.
En frescos y abundantes manantiales,
pececillos de plata y de corales
se agitan juguetones con afán;
y en misterioso acento,
aves de picos de oro, al manso viento
sublime acorde en competencia dan.
En su seno de amor no tiene entrada
La calumnia impudente y depravada,
ni torpe envidia, ni venganza ruin;
porque guarda sus puertas
con las alas bellísimas abiertas,
un blondo y vaporoso serafín.
¡Oh!, mundo de armonías, do mi alma
pudiera hallar a su martirio calma
sacudiendo la carga del dolor,
yo quiero sublimarme,
y de tus puras flores coronarme
empapada en la savia de tu amor.
Yo quiero disfrutar de tus placeres...
en este que habitamos, las mujeres,
víctimas resignadas siempre son
de la calumnia impía,
que agitando su cólera sombría
les llena de amargura el corazón.
De aquí la paz encantadora y santa
se escapa a otra región, porque la espanta
con su soplo terrible la maldad:
ella envuelve en su seno
cuanto existe de hermoso, casto y bueno;
amores, esperanzas y amistad,
¡Ay!, por eso en mi afán oigo incesante
un eco que gritándome: «¡Adelante!»
me arrastra. ¿Adónde en mi tormento iré?
¿En dónde está escondida
esa inefable dicha apetecida
que yo en mis sueños de placer ansié?
«¡Adelante, adelante!» en tono seco
repite a mi alma atormentada, el eco,
«La tierra no se ha hecho para ti.»
«¡Adelante, adelante!...»
Y yo sigo mi senda vacilante,
devorando mis penas, ¡ay de mí!
¡Delirios son! ¿En dónde están, Dios mío,
las puertas de topacio, y aquel río
del soñado y poético confín?
¿Las musas y las flores,
la paz, los querubines, los amores,
y el blondo y vaporoso serafín?
¿En dónde hallar la apetecida calma,
y ese bendito bienestar del alma?
Ese bello y tranquilo más allá;
que en mi delirio ciego,
errante voy buscando y nunca llego
a la dulce y dorada realidad.
A Camila Sobrado
Cuando eleves feliz tu dulce canto,
si lo quieres benéfico y sonoro,
pulsa la cuerda de brillante y oro
que dichas brinda y entusiasmo santo:
los gemidos del negro desencanto
no sientan bien al femenil decoro,
y es del poeta la misión sublime
secar el llanto del que triste gime.
Sátira a Elisa
¿Los lucientes cabellos, qué se vuelven?...
el carmín de la tez, los lindos ojos,
en el polvo y la nada se resuelven,
no templan de la parca los enojos
los dientes de marfil, la tersa frente,
el cuello de azahar, los labios rojos.
A la luna
(Fragmentos)
Casta esposa del Sol, reina del Éter,
tu manto luminoso
difundes misteriosa por el suelo,
y en la extensión vastísima del cielo
al beso de tus rayos brilladores
se conmueven las flores,
se anima el bosque umbrío,
y tiembla enamorado el manso río.
¡Oh! ¿quién no siente, quién, de amor divino
el alma arrebatada
ante el raudal de lumbre refulgente
que lanzas compasiva
en la estación estiva?
¿Quién, en lágrimas dulces anegado
no ensalza tu belleza,
cuando al nacer de un apacible día,
pálida y desmayada
y de nubes velada,
te arrastras por el cielo lentamente
con paso triste, incierto,
como virgen perdida en el desierto?
¿Quién las tiernas primicias de su alma
no te rinde afanoso
antes de herir con plectro diamantino
el laúd placentero,
para arrancarle el cántico primero?
¿Comprendes tú, consolador planeta,
el entusiasmo santo
que me inspira a ensalzarte en este canto?
.........................
Si el tierno enamorado
mira a través de la importuna reja
de tu esplendor bañado
el rostro delicado
de la casta beldad de sus ensueños,
reitera con empeños
las promesas ardientes.
¡Oh poder de tus rayos transparentes!
El infeliz cautivo
si en ti la vista desolada fija,
siente languidecer la pena dura
que le llena de espanto en su clausura.
El mísero doliente
si alcanza a ver desde el revuelto lecho
tu lumbre refulgente,
se mira reanimado,
y alzando al fin la atormentada frente,
dirige consolado
himnos llenos de amor al Increado.
La madre cariñosa
suspende placentera al dulce niño
y exclama: «Vida mía,
alza la frente bella,
¿tú ves la hechura aquella,
melancólica y dulce cual ninguna?
Es la Luna, mi bien, ésa es la Luna.»
¡Oh reina del vacío, quién pudiera
diques ponerle a tu veloz carrera,
y en el cielo de Cuba, suspendida
dejarte triunfadora
derramando tu lumbre bienhechora!
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