Retrato de Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, (Granada 1816, Madrid 1894), publicado en La Ilustración Española y Americana, Año 38, nº 34, 15 de septiembre 1894.
Aureliano Fernández-Guerra y Orbe
Aureliano Fernández-Guerra y Orbe (Granada, 1816 - Madrid, 7 de septiembre de 1894), escritor, dramaturgo, historiador, arqueólogo y epigrafista español, famoso editor de Francisco de Quevedo.
Primogénito de una conocida familia de Zuheros (Córdoba), pudiente y erudita, pasó su infancia en Granada. Su padre, el abogado José Fernández-Guerra, era catedrático de Lógica, Metafísica, Retórica, Bellas Artes, Historia, Numismática y Antigüedades en la Universidad de Granada y poseyó una colección de antigüedades y objetos prehistóricos y una biblioteca de dieciocho mil volúmenes.
Desde muy temprano José inculcaría a sus hijos, Aureliano y Luis, el interés por la Literatura, la Historia y las antigüedades. En 1825 se trasladó a Madrid y estudió en el colegio de corte afrancesado dirigido por José Garriga, exalcalde de la Villa, con otros importantes futuros personajes; en 1828 volvió a Granada; de 1831 a 1832 cursó estudios universitarios de Filosofía en el Seminario del Sacromonte, los cuales prosiguió en la Universidad de Granada alternándolos con los de Leyes; en esta década estrenó varias piezas teatrales en Granada y fue redactor de La Alhambra, en la que publicó no pocos romances; por entonces recibió, junto a Miguel Lafuente Alcántara, a José Zorrilla, quien , agradecido, le dedicará en el futuro, cuando vaya a Madrid, el borrador de su Don Juan Tenorio.
En 1838, aún estudiante, le encomendaron la cátedra de Literatura e Historia, puesto en que estuvo hasta 1839, año en que estrenó los dramas La peña de los enamorados y El trato de Argel. Siguieron El niño perdido (1840) y La hija de Cervantes (1843, en prosa). El 10 de enero de 1844 llega a Madrid y escribe en la gaceta de teatros El Manzanares de ese año; también ejerce la crítica de teatros en La España, bajo el seudónimo de "Pipí".
En Madrid compagina su empleo en el ministerio de Gracia y Justicia con sus investigaciones literarias e históricas y hace varios viajes de estudios a Zaragoza, Sevilla, Toros de Guisando, Escalona, Cadalso de los Vidrios etc.; publica sus trabajos en 1852, en el Semanario Pintoresco. De su rigor como epigrafista da fe que Emil Hübner lo contó como uno de sus más estrechos colaboradores. Interviene activamente en el Liceo Artístico y Literario y en la Sociedad de Autores Dramáticos.
No descuidó en tanto su carrera dramática y estrenó piezas como Alonso Cano o La Torre del Oro (1845, en prosa) y, junto a Manuel Tamayo y Baus, La ricahembra (1854). También colaboró en la revista infantil La Niñez. Reunió una notable colección de piezas teatrales manuscritas que se encuentra hoy en la Biblioteca del Institut del Teatre de Barcelona. En cuanto a su carrera política, fue secretario general de Instrucción pública durante el desempeño del ministerio de Fomento de don Claudio Moyano. Frecuentó las tertulias madrileñas y está retratado entre los famosos poetas románticos del cuadro de Antonio María Esquivel.
Su mayor trabajo como erudito fue, sin duda, la edición y estudio de las Obras en prosa de Francisco de Quevedo entre 1852 (primer tomo) y 1859 (el segundo), para los que redactó además una biografía en la que lo retrata fundamentalmente como un hombre de estado; para sus obras tenía como ayudantes a la valiosísima biblioteca de su padre y a dos amigos y colaboradores excepcionales: Bartolomé José Gallardo y Cayetano Alberto de la Barrera, sobre todo a este último, de quien tomó todo lo sustancioso de su erudición; para su trabajo sobre Quevedo llegó a inspeccionar trescientas diez ediciones (documentadas en realidad por Gallardo y su discípulo La Barrera), mientras que el mejor de los editores anteriores sólo llegó a las treinta y cinco. Sin embargo la edición se interrumpió en el segundo tomo, se desconoce por qué; el caso es que tras su muerte el resto de sus trabajos sobre el tema fueron a parar gracias a su familia a manos de Marcelino Menéndez Pelayo, quien logró imprimir tres tomos más en la Colección de Bibliófilos Andaluces. Julio Cejador, por otra parte, utilizó en sus estudios sobre Quevedo también material inédito de Fernández-Guerra.
El escritor granadino no paró ahí: editó también a Cervantes y a Francisco de la Torre, este último, tema de su discurso de ingreso en la Real Academia y de una ulterior biografía. Publicó el Fuero de Avilés (1856) y codirigió, con Antonio Cánovas del Castillo e Hinojosa, una Historia General de España. De su obra poética destaca la leyenda La cruz de la Plaza Nueva (1839). En cuanto a su carácter, alguien tan bien documentado como Antonio Rodríguez Moñino afirmó que era.
Hombre con más conchas y escamas que una tonelada de galápagos y sardinas, gran muñidor durante cuarenta años de la erudición, las Academias y la Dirección General de Instrucción Pública1
Fue anticuario de la Real Academia de Historia (1853) e individuo de número y bibliotecario de la Real Academia Española (1860), además de otras muchas corporaciones españolas (academias de bellas letras de Sevilla y Barcelona, Academia de Arqueología de Almería, Sociedad Dramática de la Unión, Sociedad Arqueológica Valenciana, Academia Filosófico-Jurídica de Granada y una lista prácticamente interminable) y extranjeras: miembro del Institut für archäologische Correspondenza (1861) y de la Preussische Akademie der Wissenschaften de Berlín; elegido "membri onorari dirigenti" del Instituto di Corrispondenza Archeologica de Roma (1863); miembro de la Societé Française d'Archeologie (1867) e incluso le fue concedida la Cruz de la Corona por Guillermo I de Alemania (1873).
Obras
Lírica
La cruz de la Plaza Nueva (1839).
Teatro[editar · editar código]
La peña de los enamorados (1839)
El trato de Argel (1839)
El niño perdido (1840)
La hija de Cervantes (1843).
Alonso Cano o La Torre del Oro (1845)
Con Manuel Tamayo y Baus, La ricahembra (1854).
Trabajos históricos
El fuero de Avilés. Discurso leído en la Real A. Española, en el aniversario de su Fundación Madrid, Impr. Nacional, 1865.
La conjuración de Venecia de 1618, vindicando la memoria del Duque de Osuna y de los marqueses de Vedmar y de Villafranca, calumniado con ocasión de aquel suceso. Discurso leído en la Real A. de la Historia y contestación de D. José Amador de los Rios, Madrid, 1858.
Las ciudades Bastetanas de Asso y Argos (MURCIA). Madrid 1887 Imp. de Fortanet
Nuevas inscripciones de Córdoba y Porcuna (CORDOBA). Madrid 1887 Tip. Fortanet
Sarcófago cristiano de la catedral de Astorga, hoy depositado en el Museo Arqueológico Nacional. (Separata del Museo Español de Antigüedades).
El libro de Santoña. Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1872.
Si en la eterna ciudad de cisnes madre
Al son atiendes de mi plectro rudo,
Plegue a Dios que tu oído no taladre.
Pero ¿cómo parar el labio mudo,
Cuando mi corazón al tuyo liga
Desde la infancia, de amistad el nudo,
Bien recuerdo que armados con loriga
De pintado cartón, vencimos lides
Juntos en el colegio de Garriga
Allí de Horacio y del divino Euclides,
Docto luchando en clásica palestra,
La fama ilustre y el ingenio mides
Allí tu numen con tesón se adiestra
En domar la ardua cumbre del Parnaso
Y fruto opímo entre las fl ores nuestra
Émulo ya de Tirso y Garcilaso,
Ambicionas los ínclitos laureles
Que el mérito y virtud ciñen acaso.
Y triunfador en todo como sueles,
Las áureas costas de la patria mía
Amparas con indómitos bajeles.
Mas ¡hay! Cansóse la fortuna impía,
Y en huracán arrebatada, trunca
Paz, riqueza y poder en solo un día.
Nunca más fi ero desatóse, nunca,
Rayo que hiere á la inocencia y dolo,
Al sacro templo y fétida espelunca.
Arde en siniestra lumbre y tiembla el polo,
Brilla el rayo otra vez y en ti respeta
Triunfos de la virtud, lauros de Apolo.
¡Quiera Dios que al Repúblico y Poeta
de nuevo admire el regio Manzanares
suspenso al verlo su corriente inquieta!
Y venga la que endulza tus pesares
Y tu alma toda y pensamiento absorbe,
Y en sí junta las gracias a millares.
¡Oh! Que tal llegue á ver, sin que lo estorbe
de su estrella fatal el recio influjo.
Madrid 27 de diciembre de 1854
Y que hoy suena el almirez
En la calle de Pizarro,
Donde lo ha mudado el carro,
Junto a la esquina del Pez;
Para la Pascua Española,
En la que el pueblo católico
No sin miedo de algún cólico
Se llena bien la bartola.
Hoy no está la devoción
En vinillo viejo o nuevo,
Y no uso a lo que bebo
Echarle la bendición.
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