miércoles, 9 de julio de 2014

ALFONSO MORENO MORA [12.239]



ALFONSO MORENO MORA

Ecuador, 1890 - 1940.
Poeta cuencano nacido el 21 de abril de 1890, hijo del Sr. Domingo Moreno Ordóñez y de la Sra. Bárbara Mora López.
Perteneció a una familia de destacados escritores, pero su nombre, a pesar de la importancia de su obra, no ha tenido la trascendencia merecida en el panorama lírico nacional.
Sobresalió como una figura del modernismo y perteneció a la que el escritor Raúl Andrade bautizó como la «Generación Decapitada».
«Fue la máxima expresión de la poesía delicada y sensitiva, y quiso en este Siglo Maquinaria y de inventos cantar desde la torre de su soledad, a la belleza, el arte, la espiritualidad, la gran naturaleza, mientras afuera y muy abajo, la materialización crecía, la agigantaban, imperaban» (Lucio Salazar Tamariz.- Una Comarca y sus Destellos, p. 219).
«Tuvo el poeta noches alucinadas: su bohemia, su melancolía, el desencanto. Y con estos dones del espíritu todas las canciones al amor, al recuerdo y a la muerte. Y claro el pronto desobligo por la vida, como todos los simbolistas... Por eso estuvo en la que se llamó «Generación Decapitada», con un mensaje semejante al de los poetas Borja, Noboa Caamaño, Silva y Fierro: el mensaje del tedio, el pesimismo, la vida...» (Antonio Lloret Bastidas.- Antología de la Poesía Cuencana, tomo III, p. 185).
Entre sus obras más notables se destacan: «Epístola a Luis Felipe de la Rosa», su «Autobiografía», sus «Jardines de Invierno», los tercetos de su «Visión Lírica», sus «Elegías», etc...
A los cincuenta años de edad, el «Caballero del Verso y de la Melancolía» murió en su ciudad natal, el 1 de abril de 1940.



Autobiografía

Mi vida: una mariposa.
El vidrio de una ventana.
Afuera el jardín, la rosa,
la gracia de la mañana.

Ver y no gozar la vida,
corta para tanto anhelo,
y sentirla cohibida
con dos alas para el vuelo.

Afuera la primavera
revuela, canta, perfuma;  
la luz del sol reverbera,
se va en el agua la espuma.

Todo es tálamo, amorío,
amor, pasión y locura.
De volar, sería mío  
el jardín de la hermosura.

Adentro... nada hay adentro,
que estoy afuera y no estoy;
y sobre el cristal me encuentro
y tras el cristal me voy.  

¡Pobre vida! Mariposa...
Vida que no realicé,
vida de vivir ansiosa
y que, ansiando, la anulé.

Copo de espuma en la arena,
mientras el río se va;
vida con angustia y pena
de lo que nunca será...

Suave vellón en la zarza
deja la oveja prendido;
dentro del nido lo engarza
el ave, al hacer su nido.

La linfa que deja el río
ablanda a la dura roca;
se evapora y de rocío  
ser refrigerio le toca...

Pobre vida, vida mía,
mariposa en la ventana.
Pasa un día y otro día,
una noche, ¡una mañana!

Pasan... y siempre es lo mismo:
afuera todo, y adentro
nada, sino el fatalismo
de no haber hallado el centro.

Quiere volar y porfía...  
quiere salir, y no acierta...
hasta que han de verla un día
al pie de los vidrios, muerta...

  



De Jardines de invierno

Atardece lentamente,
muere la luz poco a poco;
esta tarde ha sido larga
de recuerdos dolorosos.

¡Cómo se va uno cambiando!
¡Cómo le llega el otoño!
Tenía entonces veinte años.
¡Qué lejos se queda todo!

Novia que pasas la tarde
mano a mano con tu novio,
la vida se va, se acaba
en un verano tan corto.

Cigarras que ayer cantaban
yacen hoy día en el polvo.
¡Ay! ¡cuántas torres azules
se pierden en los recodos!

A veces vuelvo la vista,
y en vano buscan los ojos
el jardín, el huerto, el valle
que alumbró el sol en su orto.

Ah, las cosas que se piensan
acodado en la ventana,
mientras se muere la tarde
luminosa y resignada.

Huele el jardín. En la fuente
debe estarse oliendo el agua.
Un vago perfume aroma
el pañuelo de mis lágrimas.

¿Quién va a venir? ¿Por qué estoy
acodado en la ventana?
¿A quién espero? ¿Qué buscan
mis ojos a la distancia?

El río pasa llorando
por la sombría encañada.
Duermen los sauces. La niebla
se cuelga en la azul montaña.

Ha anochecido. En su alcoba
se enrojecen las ventanas.
Hay luz. Una sombra leve
el rojo cristal empaña.

Tengo miedo de la noche:
voy a cerrar la ventana.
Yo no debiera estar solo
teniendo tan sola el alma.

Su boca me sonreía...
Discurren mis pensamientos
como un enjambre de abejas
en la paz del cementerio.

Flota un aroma impreciso
de nardos recién abiertos.
La brisa nocturna trae
olor de junco. ¡Ah, los perros

que ladran bajo la luna.
A veces, me muerde el miedo...
Quiero llamar, y la carne
tiembla de frío y silencio.

Su boca me sonreía...
Cuando se armiñe el sendero
con las flores del naranjo
quedará desnudo el huerto.

Al rubio sol, los azahares
se marchitarán y, luego,
a lo largo del camino
irán rodando en el viento.

Las noches, cuando descorra
la ventana que da al huerto,
no habrá un aroma en la brisa
que desgreñe mi cabello.

Y me estaré horas y horas
pensativo y en silencio,
con las pupilas clavadas
del jardín en lo más negro.

Después... La sombra, los árboles...
Tendré frío... Tendré miedo...
Entornaré la ventana
por no ver el duro cielo

que estará blanco de estrellas.
Iré a meterme en el lecho
viendo mi jardín sin rosas...
Y me dormiré sin sueño.

  



Idilio rústico

Una casa de campo, con ventanas azules,
que enfoquen los caminos, los árboles, las chozas;
una casa de campo, cercada de abedules,
fresca de agua y alegre de pájaros y rosas.

Una casa de campo, en un campo aldeaniego,  
con vecinos que sean primitivos y rudos:
gente humilde y amiga de la paz y el sosiego,
buenos hombres barbudos...

En el pórtico blanco, tallado en piedra, al fondo
de una hornacina, el Santo protector de la granja,  
San Isidro... y suspensa del hastial una esquila.

Feliz me llamaría, y más al ver tu blondo
cabello sobre mi hombro, bajo el cielo naranja
de una tarde de agosto, luminosa y tranquila.






Elegía del amor que había muerto

Ven a escuchar el canto tedioso de las ranas...
Su voz no sé qué tiene para mecer la pena;
trae acá la butaca, corre bien las ventanas
y estaremos sentados en la noche serena.

A veces se oye un pájaro cantar entre las ramas;
si en esta noche canta, dime tú lo que quieras
que el canto signifique... ¿Preguntaré si me amas...?
¿Si he de morir primero, antes que tú...? ¿Quisieras...?

-Mejor que sea eso lo que el canto nos diga;
mas, sabe estoy seguro de tu amor, yo no dudo;  
entre todas has sido tú mi mejor amiga,

la única, la única que me ama y que me alegra..,
y pasamos sentados frente a la noche negra,
y el pájaro en las ramas pasó esa noche mudo...

   



Mi madre

¡Mi madre!... Daban luz los ventanales;
una canción de cuna; otra devota;
mimo su voz, que del silencio brota,
caricia sus miradas maternales.

La primera palabra aprendí de ella,  
di a su amparo de amor el primer paso;
cuántas veces, dormido en su regazo,
¡recibí de sus manos una estrella!

De una gruta de amor, estalagmitas
sus manos... Sí, me acuerdo, pequeñitas,  
blancas y con hoyuelos claroscuros.

Un día ha de mirarla mi alma, pienso,
entre rayos de luz, nubes de incienso,
rodeada de los ángeles más puros...

  




Sol de tarde

Las cinco... De una orilla a la otra orilla
ha tendido su sombra la alameda;
en el camino la hojarasca brilla
y en ella el viento, tal un aro, rueda.

Del recodo, al final de la avenida,
sale una larga fila de jumentos;
viene de la ciudad, triste y rendida,
la piara de borricos cenicientos.

Sobre la tierra luminosa y tersa
la sombra de los árboles conversa
de las cosas del campo en tierno idilio.

Y allí la dicha del que oculto vive,
verso tras verso con amor, escribe,
con el amor de Jammes o Virgilio.

  



Elegía del caballo

Las moscas ponen un temblor intermitente
en la piel laxa y dura, las moscas le atormentan;
con la tristeza enorme de su vejez doliente
quisiera estarse en calma, pera ellas le impacientan.

La desmayada cola bate pesadamente,
las moscas se levantan y de nuevo se sientan;
hiere el suelo golpeando las manos fuertemente,
las moscas vanse y tornan y su fastidio aumenta.

Inmóvil, taciturno, con la cola en el anca,
es, en el llano verde, la sola mancha blanca;  
pobre viejo caballo, quizá añora el pasado

viril, cuando los ríos cruzaba en lo más fuerte
de la creciente magna, desafiando a la muerte,
y era el padre de todos los potros del poblado.




Ensueño póstumo

Carpintero, la caja en que me encierren
hazla suave de un árbol de esta senda:
¡así podré soñar, cuando me entierren,
que estoy de vacaciones en la hacienda!

Este árbol diome sombra cuando niño,  
a su abrigo pasé días enteros;
en el hogar fue todo de cariño
el resinoso olor de los gomeros.

En sus bosques vagué, de adolescente,
oyendo los lamentos casi humanos  
que lanzan con el viento, de repente.

¡Cuántas horas de ensueño y de locura!
¡Cuántos nombres grabados con mi mano,
en su corteza sonrosada y dura!








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