domingo, 9 de diciembre de 2012

JOSÉ MORALES SARAVIA [8738]



JOSÉ MORALES SARAVIA (Lima, 1954). En la actualidad, es profesor externo de la Universidad Católica de Eichstaett, Baviera, Alemania y ha sido profesor invitado de la Universidad Otto-Friedrich de Bamberg, Alemania y en 2006 la Tinker Visiting Professorship de la Universidad de Wisconsin, Madison. Además de trabajos sobre literatura española e hispanoamericana, ha publicado dos textos de prosa: La luna escarlata (Berlín: 1991) y La ciudad expresiva: crítica de la razón enfática (Lima: San Marcos, 2003).
Publicó los libros de poesía: Cactáceas. Lima: Ruray editores, 1979; Zancudas. Lima: Talleres Gráficos de P.L. Villanueva, 1983 y Oceánidas. Lima: San Marcos, 2006;
Peces (Tsé Tsé, 2008)



CARDÚMENES

Como el edificio que va haciendo su extensión de fachada a toda calle 
y  todo barrio, ventana a ventana y puerta a puerta, con el hilado de 
los arcones y las travesías de los pasajes;
como el bosque que se avecina de árboles trayendo cada uno sus 
propias raíces al sistema de los zumos interiores y cada hoja 
atinglándose a escamas hasta dar su urbanismo de selva;
testimonio sois, cardúmenes, de lo que liga, ladrillo a ladrillo, esa 
móvil y bien trenzada casa que sembláis a toda hora contada segundo 
segundo por el sempiterno tiempo de la argamasa;
fratría de municipio marino cuyas marítimas composturas son el traje
perfecto a las viviendas comunales que se portan, sedentarias, en la
errancia prescrita por las corrientes templadas o fríamente
destempladas.
¿Hay nomadismos cuando se sale a caminar por las avenidas acuáticas 
de innúmeras calles y no menos incontables barrios sembrados como
algas por toda la palma de la extensión y se es siempre edificio
comunal, sede del consejo de vecinos, asamblea cívica de elegido
o acordado alcalde?
No menos sorprende la destreza de vuestros albañiles erigiéndoos 
como firme y elástica columna que sostiene hermandades y sólidos
acuerdos –más que tácitos insertos en el espinazo de vuestro fuste–,
que el diseño de los alarifes para vuestras fachadas cambiantes y
siempre el mismo trenzado de escamas a punta de engarce de peces.
¿No os movéis flexibles al soplo de los vientos submarinos y trasegáis
desiertos o planicies levantando tiendas en los cruces donde se
organizan un oasis de corales y abundantes dátiles brotados como
plancton en el raso cielo del mar?
Bandadas sois de atejadas escamas que portáis en sucesión 
de cuadernas y de sus astiles envelados –velachos de toda confección 
izados siempre a la precisión de las aletas– el timón de las travesías
y los timoneles de las naves;
solidaridad en el vuelo por los rasos submarinos que encielan vuestro
movimiento y lo hacen lucir como la fratría de flamencos signando
de rojo la inmensa página del mar;
sois la caligrafía que repasa una ruta y la inscribe en el mapa que 
trenzáis y el pincel que nombra cada una de las estaciones y su 
itinerario hilado en una frase que siempre se sucede de otra en su 
renovada sintaxis y en su cambiante morfología.
Ruta a ruta son itinerarios que se hacen y se rehacen en una geografía 
de viaje con nunca repetida bitácora y siempre anudante espíritu de
travesía que es la migración escandida en sus sílabas y asegurada de
puertos.
¿No afirmáis vosotros, beduinos de intuidas algas y camélidas 
paciencias, que todo pico tensado hacia el horizonte da en el blanco 
del alpiste y salta por encima de los barrotes del canario, que el pez 
es un ser para el bogar en siempre hermandad de esterilla 
acanastada?
Pues sois, cardúmenes, el impulso chorro que parte como lava en un
salto de pura fruición de vida, el intermitente abrir y cerrar los ojos
que más que parpadeo es incredulidad gratísima de serse uno y
muchos.
Os ven cargar las alforjas, poneros los trajes de las acémilas con sus
sólidas angarillas que no están sino pesadas del deseo de cruzar
los cielos submarinos con la determinación de las garzas o de las
cigüeñas camino a las más tibias aguas.
¿Y qué de vuestro pastado en los grandes territorios que una caricia
acuosa cubre con la suavidad de los pastos, con la ternura de un
dorso de mano que peina todo un poblado de algas en su líbera
vecindad?
Manadas de tordillos puestas al trasluz de las aguas para ofrecerse 
en el espectáculo de los pescuezos píamente oblicuos hacia los suelos 
en encuentro feliz con los sabores esperados.
En el pacer de los alazanes descansos que han hecho la jornada 
de las praderas y en los trabajos estinfálidos se han hilado escamas 
como se hila cada uno de vuestros cuerpos a un cuerpo también
atinglado de peces.
Mimbreo de bisontes arribando al valle que los define, enunciando,
benedictos, el delicioso tiempo más allá del tiempo que se aprisa
para no llegar tarde a ningún encuentro.
Pues esos son vuestros minutos y segundos, cardúmenes, vuestras 
horas que han desempacado apremios y los han puesto a mojarse 
para que pierdan durezas e intolerancias.
Las reses que sois en la extensa res vadean con la inocencia de 
terneras de mar que han sido presentadas al día hermanado de 
paciencia y ahijado de patria y que mientan en su pequeño espacio 
visto todo el mar y sus rutas.
Manadas que galopan con el ahinco de los búfalos los tapices
callejeros de una urbe que es el vaivén de una inmensa medusa 
suprimida de escozores y supinada de brillos hasta emulante 
cósmico reverbero.
Manadas que dan cuerpo a los prados y los hacen extensión de sabanas
y tiempo de llanuras, cardúmenes que prestan con su rumiar
submarino profundidad a las abras y densidad de hipocampos al
sistema de las grutas.
La idea de la fratría en el hato de escamas que despunta en ramo, peces
dorados y plateados florecidos a sus colores con los brotes de
magníficos pétalos y no menos recipientes sépalos.
Se arrebañan vuestras aletas carneras y becerran piadosas e ingenuas
trashumando las serranías submarinas, buscando los mejores pastos
en un empecer los pasos por una sonrisa esbozada en alguna onda
de valle.
Como corderillos de plata tachonados en el inmenso y celeste techo 
del cielo, bajo las tingladas tejas del mar que se enturbian en
apretados rebaños, que se sueltan sin romper sus ligamentos
turbiones de nimbos.
Cardúmenes sois de cirros peinados por el viento, nubes de caballas 
que dan su rayo como una flor de lis tejida a chorros en las fuentes de
solidarias gotas y anchoas.
Nunca perdidos, no, sino siempre ganados de borregos que están más 
allá de las tontas órdenes cumplidas por desidia y más acá de la
voluntad que desviste el traje de luces para mostrar la cicatriz
identitaria, el propio serse para la muerte.
Rebaños de aleteos recogidos en pobladas cejas que se arquean o
desenarcan, sus pilosos tramados como las plumas prestas al vuelo
para dar bóvedas a miradas o parpadeos del mar,
ascendéis y descendéis cumbres como la bien astada cabra montesa o 
la oveja que amerina sus lanas y no hay pastos impelentes, no bucolos
que os renuncien a vuestros remanso y su ingénito bucolismo que es
más un huerto de no imaginados narvales y de bien logradas
mercedes cívicas.
Viento cuyas esclusas libradas entre dos colinas, corréis como una
serpiente boa por el valle para asediar alguna de sus resguardadas y
sólidas cumbres;
riáis en hordas hasta las murallas portando el estandarte de vuestra 
causa como si barrierais con los peines de las escamas toda
resistencia de un solo latigazo, tropas con las frentes estampadas de
cívicas consignas que hilan más apretadas las tramas para las
victorias celebradas en la batalla o en las plazas vitoriantes;
atravesáis el mar portando por sus estepas el sello de sus arenas en
vuestros cascos y las atilas fierezas que saltan y chispean como
manantiales de generosa burbuja.
Pues no hay fortaleza que os ponga escollos ni almena que se os 
encumbre inalcanzable ni roca que golpeada no dé su chorro quebrando 
la dureza de la indiferencia a vuestras presiones.
Ninguna mies que se resista a vuestro funesto soplo de escualos que la
doblega cuando hacéis escuadras y el civismo se ha izado maligno
en galones militares de obediencia y disciplina.
Guerreros de vestidas defensas en toda la extensión que un acuático
zopilote o que un ñandú submarino cruza en un trizar de los dedos
para trozar las contravenidas intenciones enemigas?
¿Es el hilo que teje vuestras sólidas fratrías origen del canuto ofensivo 
que diseña diagonales adversativas y convulsivas respuestas o telos de
la madeja que no se hace sino para protegerse de los fríos que os
desescaman y filetean luego de haberos descubierto el vulnerable
flanco, el talón de programada flecha?
¡Sol que relumbra en las mieles de vuestros trabajos, cardúmenes,
haciéndose del dorado que vuestras abejas han destilado para todos
los brillos mañaneros, la maravilla de la luz llevada al más exigente
paladar!
Enjambres de estrellas hacendosas que corréis como una banda de seda
terciada sobre el pecho del día, como un compacto árbol cuyas
hojas intercaladas en el exacto tiempo de vuestro musical seseo.
Moradores de la dulzura haciendo dulzura vecinal, cuartos comunales 
que compartís en patios de eminentes traspatios marinos, levantados
ladrillo a ladrillo por albañiles de la cera que argamasa fratrías.
Colmenas de anillos continuos que la piedra del amanecer hace ondas
rondas en las aguas para revelarse vuestro lugar de laboreo, las
oficinas donde tanta aleta persiste en sus escamas y branquias.
¿Panópticos de mirada total sobre cada una de las celdas que moran
vuestros peces, sobre cada una de las burbujas que hacen el aliento
de cada aleteo libre de bárbulas y costras?
¿El precio inmanente a ese tejido que se endulza de mieles, riza vuestros
cabellos con el peine más lacio y extenso y os viste con el perfecto
y alado overall para los más elásticos movimientos y los vadeos
confortables?
Paseáis los jardines del mar sembrados de anémonas y corales, de
surtidores hipocampos, de atentos erizos y estiradas estrellas
ofreciendo la flor nectarina y ambrosaica en vuestros enjambres que
son el jazmín sustraído de sus dulces pigmentos y las cucardas
visitadas en sus dulcísimos pistilos.
Multitudes que asomáis el rostro a las terrazas de los océanos y os
asambleáis en las plazas de las grutas cuando el día filtra sus pitazos
relumbrantes y convocatorios.
Os traéis desde las esquinas de la tarde que ha retrocedido hasta su
mediodía y portáis la escarapela del municipio que os alberga y las
señas de las corrientes que os adomicilian.
Cardúmenes que arribáis cívicos y encabellados de trenzas para celebrar
la elasticidad de los mimbres, la acogida de las canastas que
vuestras fratrías tejen y retejen y os hacen de pertenencias marinas;
¿sois sólo la bandera regional que adereza la propia infancia cuyos 
astiles han flameado torno al pueblerino geranio sin darle atención 
a los cartuchos vecinos o a las púrpuras cárdenas de acullá?;
¿hay un íntimo hilo que se mezcla imperceptible en el trenzado de las
más propias hebras con los colores que saltan por encima de la más
cercana municipalidad y sus ordenazas ediles?
Vuestras escamas os sientan en los sillones de las ondas y no son sólo el
cojín para dormir en el regazo materno provincial ni las alfombras
de victorias nacionales para el estulticio desfile luego de las
pruebas:
Escamas de toda identidad que salta los escollos de algas y sargazos 
y está más allá del estrecho istmo y las prisiones lacustres,
¿os izan ellas, cardúmenes, como un sol a mediodía que es estandarte 
de la fratría de las fratrías abrazando con sus sonrisas a todas las
sombras posibles de esa luz unificante?;
¿o los gorriones se desvisten de sus pequeñez y humildad y corren a
atarse como firmes mieses que siniestran en su hato y petate labores
que malignas las desmerecen?
Gavillas de ocultas raíces y no menos mentidas sombrillas que no quitan
reverbero o insolación sino esconden los malos alientos y el mal de
ojo y la luz desde el lado de sus retorcidos nudos,
¿son vuestras colmenas y cardúmenes, hormigueros donde se prepara el
aguijón mortal o la irremediable picadura que quita los sólidos
anillos del ébano?;
vuestras escamas de plata, dijes de luna sustraídos a las altas mareas
cuando la reventazón abre una sonrisa de dientes picados, son las
canas sabidurías de viejo y no de sabio que de una sola mirada tasan
a sus víctimas posibles;
la hermandad de branquias y la fratría de aletas para respirar oxígenos
ajenos en los extramuros de las algas deshiladas a los arrecifes
hospitalarios.
Más que grutas con sus interioridades de civismo y sus sueños atlántidas,
las cuevas de apenas escapadas burbujas y veladas entradas suman
sus cuarenta hurtos a un alibabado plan que tramáis para sorprender
hasta cormoranes volando desprevenidos.
Peces que os juntáis y no izáis asamblea, bandadas que os enracimáis y el
hilo sólo alcanza hasta la banda, manadas de pezuñas lobuladas que
rompéis tejido a las praderas y no dejáis del prado sino el esqueleto
de unos terrones deshechos y los huesos de un sonoro y perverso
regüeldo;
¿o salís, cardúmenes, sigilosos –el meneo mudo de la cola del gato, para
hacer que vuestra cauda aleta no os denuncie– y pinceláis sobre
paredes las erizas consignas, el calamar llamado a las rebeliones
de las olas?
Jaurías que se engalanan a la búsqueda de las liebres adversarias, el
cincho templado y los belfos cultivando cansancios y babas, la
frente encintada de parcos lemas, la bandera flameando con los
colores de esa cazadora gavilla.
Arrojáis guijarros pulidos por las iras y una cólera os da la dentellada 
del escualo, las salivas rabiosas de los chacales que ironizan, la tintura
subversiva del octopus que escribe en todas las pieles a la mano su
pico de enojo.
Sois los canes que ladrando muerden doblemente abarricados en las
cruces de las arterias submarinas, la bolsa explosiva bajo el brazo,
la burbuja de regüeldo y el tiempo tictacndo amenazante, luto
como una fuente que iníciase con un omnipotente disparo de agua:
¿No ascienden hasta el firmamento, como los finos e infinitos aljófares
del desierto, todas estas gotas y pueblan el cosmos de estrellas que
no son sino el brillo de un segundo iluminado de ladrillos furiosos?
Murenas que hacéis, murañas, los cerrojos que siempre pueden bostezar 
dar el número de sus dientes saltados desde las más fieles y rosadas
encías para desencajar la sonrisa.
Lebreles arribados a las más pías costas a ponerle pezuña impertinente
y míseros destinos a la fronda que saca la pauta de vuestra envidia
en el roedor que se os atraviesa infeliz y premiado con la suerte de
vuestro ladrido.
Racimo de pétalos suculentos y marqueteras escamas como las piezas 
de un mosaico que construyen, todas, el rostro de las viñas y relatan
sus leyendas de vendimia.
Apretadas moras que desmienten solitarias esperas cuando amanece 
y el cojín de las olas ha velado por las sienes en un reposante y
adventero sueño de largas promesas.
Como piñatas que cuelgan llenas de sol de los pinos y sostiénense de
innúmeros sépalos, definidas pináceas en toda la extensión de su
pertenencia al árbol y éste al persistente bosque de brillantes
inviernos y gustosos veranos.
No se toma un hilo y se arriba a la falsa profundidad del canuto, de la
desnuda madeja, pasando las yemas de los dedos por toda la
extensión del cabo hasta una inexistente áncora, pues más que
filamento trama maroma.
Peripecia de navíos hecha mapa de ruta hacia las frondas de solidarios
verdes, hacia el diligente hormigueo de comunes anhelos que
termitan sonrientes una melita colmena.
Entretramado cósmico de tanta aireada y fresca celda cuyas puertas
siempre batientes y las ventanas líberas, inscritas luminosas
en el firmamento que cartografía vuestro movimiento.
Archipiélagos que corréis por el mar como núbiles jóvenes que se
aprontan llenas del sueño de las perlas en su preclara maternidad
de clámide y llevan consigo las islas de no holladas arenas, las
costas de puerto a inaugurar y las aguas clarísimas hasta la
transparencia de pensamientos.
Cardúmenes, dibujáis en vuestros vadeos la fratría de las uvas con un
pincel que retrata las vides, dais muestras de grosellas que estánse
juntas como aéreas grullas, como atados de bananos y levantáis un
estandarte cívico con pretensiones ecuménicas.

Peces (Tsé Tsé, 2008)







Orquídeas


1

Tersa de fragilidad en sus pétalos,
que sus alas parvas para horizonte,
escamas cuyas en desnudas ramas,
la orquídea, aún niéguela su frío.

Piara futil un quiebre de corola,
sus fungidos colores superpuestos,
obstada begonia virgen del polvo
pues su firmeza desnúbil campea:

ignara de empeño, menester, medro
por negar abigeato del dicho,
que compartidas edades supinas:

soles y lunas soñados en ella,
mareas, nubes, playas, pues albora:
transcurre muda en día de días.


4

Otra vez enrumba el silencio por veredas
a traer lo no asido es su pena y quiebre.
Es la orquídea que practica sus pecas
en la hojosa altura de temblantes ramas:
voluntad de moras buscando apretura.
Lago en bostezo y bostezo en su corola:
garra prisa que no logra las raíces.
Las lluvias, no el granizo, talante suyo;
no los prados, sotos, ni cimacios, copos.
Anhelos suyos hierven, desean plumas,
vuelo, los lúcumos fluires en escamas;
pero quiebre puro en soledad sus cálices,
genealogía descombrada sin pepas
y helado toque en su anhelante hervor.


9

¡Eclosionada orquídea en los trances previos!
Enfatizan las noches tu albura cultivada
en grecas y rosetas, rosetón de ningunos.
Edificas tus peldaños en copas, cimacio.
¿Qué trizará los dedos para el cese del viento!

¡Milimetrada orquídea cuya pecosa albura!
Tu pureza tiene apenas palpitar de sangre,
afecciones arriadas a las hojas y ramas,
obstado empuje de los límites del horizonte
en un vuelo que quisieras nave entre tus pétalos.

¿A dónde tu corola cuando quiera corales?
¿De dónde traerán lluvias labor seminal
para tu pronta y feliz renovación en lo albo?
Viento: añoranza y posible trote peligroso:
sépalas gaviotas espantadas por espumas.

Oceánidas (San Marcos, 2006)






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