miércoles, 3 de junio de 2015

SANTIAGO CASTELO [16.183]


José Miguel Santiago Castelo

José Miguel Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 11 de septiembre de 1948-Madrid, 29 de mayo de 2015) fue un escritor y periodista español, director de la Real Academia de Extremadura y subdirector del diario ABC.

Tras estudiar periodismo, ingresó en ABC, en el que fue nombrado subdirector en 1988. Además de periodista, ha destacado por su obra literaria, la mayoría libros de poemas. Su primer poemario apareció en 1976, Tierra en la carne. En 1982, su obra Memorial de ausencias obtuvo el Premio Fastenrath de la Real Academia Española, publicado en 1978.

Del resto de su obra destacan Monólogo de Lisboa, La sierra desvelada, Cruz de Guía, Cuaderno del Verano, Cuerpo cierto, La huella del aire, Quilombo, La hermana muerta, Esta luz sin contorno, y la antología Como disponga el olvido.

Además de miembro numerario y director de la Real Academia de Extremadura, fue miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y de la Academia Cubana de la Lengua.

Fue distinguido con la Medalla de Extremadura y recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural, de manos de sus directores Fernando Rodríguez Lafuente y Ramón Pernas. Además le fueron concedidos, entre otros, los premios Hispanidad y Gredos de poesía y los premios Julio Camba y Martín Descalzo de periodismo y fue Hijo Adoptivo de Fontiveros e Hijo Predilecto de Granja de Torrehermosa.


"Sombra, FUERZA, pasión, quebrada tierra...
el paisaje es un viento sorprendido,
una marca sin nombre, un altibajo,
un verdugón de fuego paralelo
que sabe a tierra y tiene
nostalgia de la muerte en desamparo"


"YA NO HAY MIRADAS que devolver.
No queda luz para entornar los ojos.
Si acaso en la penumbra de la duda
atizar esas brasas que humeaban
por si aún es posible una candela." 




TROPEL DE SANGRE

¿Por qué este calor de espiga entre los labios
y esta savia de forraje entre las carnes?
¿Por qué la piel se me abre poro a poro
ante el chorro misterioso de tu lengua?
¿Por qué este ardor de aliento entre los dientes
y este morder el cielo trozo a trozo
y este beber despacio las estrellas
en un claro clavel de los rocíos?
¿Por qué este despertar la madrugada
para verme desnudo en la ventana
fresca de lágrimas y ansiosa de geranios?
¿Por qué este suspirar por la verdura
tibia y sencilla de las eras dulces?
¿Por qué este desear y esta locura
de marcharme, hecho fuego, en el Pegaso
de tu cuerpo despierto por los aires…?




BARCO

Nos salva la nostalgia. Cada día 
hay un trozo de ayer que nos recuerda 
un vivir. Desde el fondo de los años 
se alza ese barco sobre el mar antiguo 
para bogar desnudo en nuestra sangre. 
Y así navega, entre suspiro y ola, 
cáliz de la memoria perseguida, 
con una encina, un beso, una palabra 
y tanta soledad. Se fue perdiendo 
el amor, la esperanza, los deseos 
y se secó la boca enamorada… 
Queda tan sólo la ceniza. Queda 
el barco de cristal que cada tarde 
cruza el pecho. ¡Con cuánta fantasía 
el viento y la memoria se sublevan 
y hacen reverdecer todo lo huido…!





NOCHE OSCURA DEL ALMA

A veces tengo miedo a la espesura 
y a veces la deseo. Se me asoma 
el miedo al alma en quiebro de paloma 
y a veces ese miedo es calentura

que quisiera asfixiarme. La ternura 
del corazón el pecho me desploma 
en un fuego de amor que al alma toma 
y la convierte en presa de locura.

A veces tengo miedo. No sabría 
decir de qué. Pero es un miedo ciego. 
Miedo a la soledad, a la agonía,

miedo a perder mi parte de alegría 
y a dudar de un cariño que no niego… 
Tengo miedo, Señor. Y ya es de día.


Manuscrito de Santiago Castelo


La soledad desierta

Ya tengo el corazón hablando a solas 
-la casa entera descorazonada-, 
ya tengo en mi sentir la puñalada 
de tus labios de sangre y amapolas. 

Ya tengo todo tu desdén callando 
en esta tarde de la primavera... 
y se han muerto las rosas de la espera 
en el jarrón que fuimos modelando. 

Ya se ha muerto mi voz que por oirte 
en otro tiempo abrió ventana y puerta. 
Sólo puedo si acaso maldecirte 

pero me siento la saliva muerta... 
Y no me queda, amor, sino decirte
que hasta mi soledad está desierta.




QUIEBRO

Has roto el aire y todo está quebrado. 
El mar se ha desmayado en la bahía. 
Sólo tú en ti. La luz tiembla a porfía 
al filo de tu cuerpo destemplado.

En el vientre del cielo te has tronchado 
y has seguido ascendiendo en arquería 
de seguir siendo tú. ¡Quién doblaría 
el talle así a fuer de enamorado!

Ni rotura ni mimbre desnortado, 
cintura en vuelo, clavel enfebrecido, 
quién pudiera tenerte, en muerte herido,

así, muerto de amor, firme y helado, 
así, muerto de ti, dulce y transido, 
así, muerto de danza, acuchillado.





DUERMEVELA

Me turba este presente.
Ya no sé dónde empieza 
a limitarse el sueño ni si esta realidad 
es un bosque que acecha al hilo de tu beso. 
Quiero arrancar de nuevo, aprender las palabras, 
llenarme de ese aire de locura y misterio 
y poder recostarme desnudo en tu mejilla 
mientras la sangre entera busca su nacimiento.

Me turba este presente.
Ya no sé dónde tengo 
aquel verano antiguo de soles castellanos 
con coronas de espigas. ¿Qué queda de aquel beso? 
Busco en un laberinto de cipreses y olivos 
la suave mano tuya que todo lo allanaba 
y siento que no quiero dormirme y, entre brumas, 
entro en una nostalgia serena y agridulce.




MEDIODÍA

Me llega tu palabra.
Cada día me llega desde lejos tu palabra. 
¡Qué azul melancolía!
Atrás nos vive el pueblo,
la lejana pasión de un sueño en lance de ternura. 
¡Nos quedan tantas cosas!
Yo querría
recoger el olivo que cortaron, la casa tuya aquella,
mi soneto primero 
y aquel encuentro nuestro junto al Mediterráneo. 
Quisiera unirlo todo y ponerlo esta tarde 
-en que estoy tan cansado de vida y de ilusiones-
al pie de aquella foto 
de abril en mediodía
con una primavera de piedras berroqueñas 
donde brillaba el fuego de tu cabello rubio 
sobre un haz amoroso de morados cantuesos. 
Me llega tu palabra.
Al par de tanta loca
locura que me azota, me llega tu palabra.

Y eso es lo que nos queda.




DON ALFONSO

A don Alfonso Ortega Carmena, 
veneración y cariño.

Siempre discreta la palabra.
Exacta
la medida de las cosas. Y ese pensar
la hondura de los siglos
como una flor que no se marchitase.
Tan cálida la voz que se diría
que hay un temblor de fuego en las ideas.
Y por encima de todos los misterios
esa estrella
-tu estrella-
que, mágica, señala
la apuesta que Dios hizo
signando por tu nombre a Salamanca.








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