JACOB GLATSTEIN
20 de agosto 1896 - 19 de noviembre de 1971.
Glatstein nació 20 de agosto 1896, en Lublin, Polonia. Aunque su familia se identificaba con el Jewish Enlightenment movement, recibió una educación tradicional hasta la edad de 16 y una introducción a la literatura yiddish moderna. En 1914, debido al creciente antisemitismo en Lublin, emigró a la ciudad de Nueva York, donde vivía su tío. Trabajó en talleres clandestinos, mientras estudiaba Inglés. Empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Nueva York en 1918. Trabajó brevemente en la enseñanza antes de cambiar al periodismo. Se casó en 1919.
En 1920, junto con Aarón Glanz-Leyles (1889-1966) y NB Minkoff (1898-1958), estableció la Glatstein (Introspectivist) movimiento literario Inzikhist y fundó el órgano literario En Sich. El credo Inzikhist rechazaba el verso medido y declaró que los temas no judíos eran un tema válido para la poesía yiddish. Sus libros de poesía incluyen Jacob Glatshteyn (1921) and A Jew from Lublin (1966). También fue colaborador habitual de The New York Yiddish diario Morgen-Zhurnal y la yiddisher Kemfer en la que publica una columna semanal titulada "En Tokh Genumen" (El Corazón de la Materia).
Glatstein estaba interesado en temas exóticos, y en los poemas que hacían hincapié en el sonido de las palabras. Viajó a Lublin en 1934 y este viaje le dio una idea de la creciente posibilidad de una guerra en Europa. Después de este viaje, sus escritos volvieron a temas judíos y escribió obras pre-Holocausto que misteriosamente anunciaban los próximos acontecimientos. Después de la Segunda Guerra Mundial, se hizo conocido por apasionados poemas escritos en respuesta al Holocausto, pero muchos de sus poemas también evocan recuerdos y pensamientos.
Glatstein murió el 19 de noviembre de 1971, en la ciudad de Nueva York.
Obras Escogidas
Untitled book of poems in Yiddish, 1921;
Free Verse (Freie Fersen, 1926);
When Yash Set Out (Venn Yash Is Gefuhrn, 1938) resulted from his 1934 trip to Lublin;
Homecoming at Twilight (Venn Yash Is Gekumen, 1940), another work reflecting his 1934 trip to Lublin;
Emil un Karl , a book published in 1940 and written for children. The book is about two boys in pre-WWII Vienna: Karl, a Christian from a Socialist family, and his friend Emil, a Jew. Glatstein wanted children to understand the changes taking place in Europe, where Vienna was no longer the same Vienna ("vienn is shoyn nisht di aygene vienn fun amol").;
The Joy of the Yiddish Word (Die Freid fun Yiddishen Vort, 1961); and
A Jew of Lublin (A Yid fun Lublin, 1966)
Obstinado
Si un hombre se obstina
puede vivir casi nada;
conformarse con apenas
un trozo de si mismo
Conocí hace tiempo a un hombre orgulloso
erguido sobre altas piernas.
Hoy lo conducen en una silla,
vacías las mangas de los pantalones.
Pero aun se muestran orgullosos sus lentes
y severa la orden
al que conduce su sillón.
Ha encogido
y decidido vivir por la mitad:
después de todo, piernas son solo una comodidad
y la sucia vida
puede más que un par de piernas.
No le habléis de Job;
se ríe de él
y no filosofa.
En el camino
Aterrorizado me detuve
cuando ví
que calculadamente grande te habías vuelto;
como habías derrochado por el camino
nuestras maravillosas pequeñeces;
como habías dejado caer en el barro
los amuletos de nuestra soledad.
Envié tras de ti duendes y sirenas
a encantarte el alma con añoranzas
de nuestra bendita pobreza,
de nuestra escasez feliz,
nuestro pan y sal.
Peor ya eras rey de una turba
y decapitabas a todos mis emisarios.
Ante la entrada del bosque
El guardián del bosque custodia enormes riquezas;
pero no vigila armado, sino que duerme:
que se escurra dentro el que quiera.
Entre sombras, el camino
se entrega entero, abierto ante ti;
el intruso permanece impune.
Marchas a solas contigo, en silencio.
Lo que importa
es cuanto temor eres capaz de soportar,
cuantas pesadillas logras ahuyentar.
Vas a necesitar de tu coraje.
La noche del bosque es agria y dentada.
Cuanto hayas traído ha de resultarte escaso:
la provisión ha de agotarse; la cantimplora, secarse;
tu ropa, deshacerse; tu espinazo, quebrarse.
No te aprestes a luchar,
no tiendas siquiera el brazo.
Solo protege tu mente contra el último temblor.
Vejez
Delgado y frágil
es el amor de la vejez.
Te mueves inseguro
tanto sobre la piel como sobre el suelo.
Comienzas a administrar con avaricia tus energías;
sientes lo incisivo de cada día que te esta destinado.
Te lamentas de no haber advertido
tantos crepúsculos.
Flores, árboles, hierbas,
graban en tí canciones con espinas.
Caminas por la vida como por sobre vidrio.
Las sombras cobran para ti profundo sentido.
Celebras una sonrisa fresca como un obsequio
y te tornas avaro de la Divina abundancia de tiempo.
Canción oscura
Nunca te he visto
cuando bañas a tus hijos;
cuando sentada a la orilla del agua
arrojas tu triste red
sobre tus alegres panecillos;
cómo permaneces sentada, adormecida,
nostálgica.
Alguna vez ha de pasar,
tenderte la mano
y ayudarte a cargar con el yugo
de tu alegría hogareña.
Sones
¡si la muchacha rubia del arpa
es un ladrón disfrazado!
Con un puñal de vidrio
cercana las cabezas azules de los sones
y los deja debatiéndose
moribundos por el aire.
Y tu y yo,
que toda la noche, dentro nuestro,
hemos trocado besos
el llanto de nuestras entrañas,
mira como ríe de nosotros
la muchacha rubia del arpa
y nos dedica una canción burlona
hasta bien entrado el día,
hasta las profundidades del día.
A una hermana en la lejanía
Te envío, presurosas, unas palabras…
Tus asustadas trenzas
son más jóvenes que tus ojos,
que tus mejillas enfermas.
Me escribes mil cartas con el pensamiento
y las borras con una sonrisa.
Creces día a día con el césped
pero para mí eres siempre todavía,
un medallón sobre el cuello,
que recuerda.
Y yo, incomprensiblemente,
ni estoy de ti lejos ni cerca;
solo separado, desdichadamente separado.
La hora
Querida mía, la hora de la redención
nos agobia.
Nos faltan fuerzas
para resistir las pruebas.
Hurgamos en tratados.
Recordamos citas y proverbios.
Los profetas también callan
conteniendo el aliento.
Nos enceguece el resplandor
del amanecer que se hace día.
No se oye apostrofar ni maldecír.
Y nosotros, tú y yo, sobrepongámonos al cansancio;
no nos vaya a sorprender dormidos
la hora de la redención.
Tu partícula de santidad
(fragmento)
La mañana te despierta
con un interrogante cacareo:
—¿Judío?
Todo el día persigue
tu mente adormilada la respuesta
Desde que pones el primer bocado en tu boca
hasta que te descalzas para echarte a dormir.
Nadie imagina
como desmenuzas el día enero
en busca de respuesta.
Eres mas devoto que tu abuelo;
tu devoción te hiende las carnes con mas rigor
que las más tajantes correas de sus filacterias.
De nuevo
(fragmento)
Vendrás y de nuevo has de evaluar tu infancia,
la obstinación de tus pequeños ojos y oídos;
cesarás de acunar tus años;
has de liberarte por primera vez
del abrigo de tu herencia.
No temas,
nadie ha de quitarte lo tuyo.
Tan solo se trata de comenzar de nuevo
desde tu primerísimo dolor;
de introducir en ti,
como a través de una herida,
el amor de tu tribu,
dolorosamente.
Decir la plegaria de la tarde
de “El rabí de Bratzlav a su escriba”
Voy a revelarte un secreto, Natán:
la Plegaria de la Tarde hay que saber decirla.
En una oración sabrosa.
Te andas por la hierba,
nadie te urge, nada te apremia;
andad delante del Creador
con ofrendas en manos desnudas, limpias;
las palabras son oro,
su sentido, transparente,
y tú las cargas de intención
como si por primera vez afloran a tu boca.
Decir la Plegaria de la Tarde…
¡Casi nada! ¡La Plegaria de la Tarde…!
Natán, si no te sientes crecer ante ti mismo,
es que no la pronunciaste.
La melodía es toda sencillez,
pero, ¿quién sino tu pone su mano
en el declinar del día?
Tu espalda carga una gran responsabilidad:
tomas un día creado
y lo conduces al arca
donde reposan todos nuestros días vividos:
El día se hunde calladamente, con un beso;
se tiende a tus pies
erguidos para pronunciar las Dieciocho Bendiciones7
.
No está en tus manos crear nada;
pero tú, judío de la Plegaria de la Tarde,
puedes conducir un día hasta su mismo desenlace
y percibir la sonrisa del palpable ocaso.
Penetras lo cabal de todos:
envejeces con días que se siguen de continuo
y subsisten sin que falte un segundo.
Traes un día vivido,
una ofrenda para la eternidad.
¿Qué hacías acaso nuestros padres
cuando salían
a pasear una plegaria?
Hubo un tiempo, Natán,
en que me flagelaba con ayunos;
en que celebraba penitencias.
Cierta vez, durante la Plegaria de la Tarde,
Se alzo dentro de mi una voz burlona.
Era la voz del abuelo
(¿es posible confundirla acaso?):
—“¿Qué te diste a ayunar de esta manera?
¿Por qué te martirizas el cuerpo de ese modo?
¿Por si alguna vez te obsequió una partícula de gozo?
¿Qué hiciste de tu apariencia humana?
¡Si un cadáver tuve más rozagante…!
¿Qué actos pecaminosos cometiste, al fin de cuentas,
y a quien causaste daño con tus faltas?
Te torturas tanto
que ni te restan fuerzas
para un pensamiento de contrición,
mi gran arrepentido…
Un santo cabal, fuerte y sano,
puede derribarte con un estornudo”
apenas terminada la Plegaria de la Tarde, Natán,
probé bocado,
y me dije:
—Sobre lo que voy a necesitar
ponerme de acuerdo con los cielos
es sobre el valor de mis buenas obras:
obra más, obra menos,
regateo de centavos.
Pero de mis pequeños pecados
no debo jactarme.
Hay que ser humano,
ser capaz de perdonarlos
incluso a uno mismo.
Fieles pecados
Fieles pecados míos,
nunca os pequé de veras.
Nunca os he cometido
como se ejecutan obras buenas.
Siempre os he farfullado como quien apura un deber;
nunca me habéis atrapado entero,
excitado hasta los huesos
como el buen vino de un versículo,
como un mandamiento cuyo sentido
vive en el recuerdo.
Benditas sean las pupilas queridas
que han tornado para mí virtuosos
trozos de vida inerte, campos de hierba
sobre los que ahora descansa mi cabeza
mientras sueñas intensos sueños.
Me sois benditos.
Me estabais predestinados.
De un padre a su hijo
Hijo mío, guié tus dedos ciegos
por sobre letras judías, como por sobre braille;
te di a beber, a escondidas,
cucharadas de judaísmo.
Te debatías
como si fuera aceite de ricino.
Nunca comprendiste mi intención.
Hijo mío, te vacuné
para protegerte del exterior.
Te judaizaba día a día:
hendía tus entrañas con apego y ternura.
Te asombrabas siempre
de que un padre pudiera ser tan cruel;
de que pudiera ensañarse con la llaga de su hijo
para hacerla mas amplia y mas profunda.
Volqué dentro tuyo, hijo
sustancia y obstinación judías.
Ahora te alejas, te vas a la deriva,
te atrapó y te arrastra lo ajeno.
Te atrae el monte, te tira al valle.
Huyes. Se evaporó la paterna enseñanza.
Sin embargo ¡Shmá Israel!18
gritan nostálgicas tus entrañas.
Buenas noches, mundo
Abril, 1938
Buenas noches, mundo;
ancho, pestilente mundo.
No eres tú: soy yo quien da el portazo.
Puesto el largo talego
con el llameante remiendo amarillo19,
orgulloso el paso,
Por mi propio mandato vuelvo al gueto.
Borro, pisoteo todas las huellas conversas.
Me revuelvo en tu lodo,
alabada seas, alabada seas, contrahecha vida judía.
Anatema, mundo, sobre tus sucias culturas.
Aún cuando todo este en ruinas
me hago polvo de tu polvo,
triste vida judía.
Puerco alemán, polaco hostil,
amalequita
ladrón, tierra de borrachera y gula;
fofa democracias, con tus frías
compresas de simpatía;
buenas noches, prepotente mundo eléctrico,
vuelvo al querosén, al resplandor de mis cirios
al eterno octubre, a las diminutas estrellas,
a mi giboso farol, a mis torcidas callejuelas,
a los restos venerados de mis sagrados textos,
a mis profetas, a mi Talmud y a sus arduos párrafos,
al luminoso ídish,
al profundo sentido, a la ley judía, al deber, a la justicia;
hacia la silenciosa lumbre del gueto
marcho, mundo, con regocijo.
Buenas noches, mundo. Te obsequio
todos mis libertadores;
toma los jesusmarxes, atragántate con su coraje;
revienta por una gota bautizada de nuestra sangre.
Y yo confío en que aún cuando demore,
habrá de fructificar mi espera, temprano o tarde;
han de susurrar aún hojas verdes sobre nuestro árbol seco.
No necesito consuelo.
Vuelvo a mis cuatro paredes;
de la música idolatra de Wagner
a la melodía jasídica, al canturreo.
Desgreñada vida judía, te beso;
llora en mi alegría de volver.
Cantos
A
Mi vieja tierra se entibia.
Borbotones de sol se tienden sobre ella.
Mi vieja tierra se torna
Mi santa cabecera.
El cuerpo martirizado,
Yazgo y escucho
Como va volviéndose mío cada palmo
Yo, el tallador de lapidas,
Me torno hacendado.
Ellos pronuncian tierra;
Ellos dicen fábricas,
Naves, aviones, prados;
Y aún no siendo todo mío,
Todo es tengo; todo para mi creado.
B
¿Sabes como huelen huesecillos jóvenes
de chiquitos recién nacidos?
¿Conoces el aroma madrugador
de masa recién horneada?
Así huele la joven historia judía;
así sabe cada página recién escrita.
Y tú estás en cada palabra,
eres joven con una juventud
que conquistó el llanto de tus ojos.
Como una flecha huyó tu vejez.
Ahora bebes la copa del consuelo.
Te invitan al púlpito,
Te está permitido inscribir una letra.
Olvidas hasta tu nombre.
Y haces un brindis por tu juventud,
Joven como la historia judía.
C
Entre los refugiados de la necesidad y el cansancio,
los últimos en acudir
han de ser los refugiados de la abundancia.
Vendrán a adelgazar hasta el hueso judío.
Han de ser os que aguardan,
los que obran con tino.
Enviarán espías al Estado judío,
y hasta que no les sean dadas, negro sobre blanco,
las pruebas por escrito
de que leche y miel ya se ha echado a mamar,
han de aguardar.
Plegaria
El significado de mis palabras más hermosas
vuelve necia mi plegaria a ti.
Mis alabanzas impregnan el aire de olor a idolatría.
Te rezo desde un libro de plegarias mudo,
mi triste Dios.
La flor más diminuta te brinda más satisfacciones
que todo lo creado en los seis días.
La rutina de nuestra vida destructora
es tu preocupación menor.
Nos otorgas chance por milenios
y ocultas tu rostro de nosotros.
Los muros de nuestras casas rezuman estupidez.
No conocemos siquiera el alfabeto de la santidad.
¿Cuántos miles de vidas hacen falta
para concebir siquiera
el posapiés20 de una sonrisa tuya?
Te rezo desde un libro de plegarias mudo,
mi triste Dios.
No eres de temer ni estas airado.
Permaneces simplemente lejos de nosotros
cuando mancillamos cada instante de vida.
Cuántos destellos de inmortalidad
hayamos aspirado por nuestras narices,
no son mas que ruina asegurada.
Te rezo desde un libro de plegarias mudo,
mi triste Dios.
El regocijo de la palabra en ídish
Con que tristeza se traducen las palabras
a la hora de la conciencia plena.
La orden es rigurosa;
las letras inclinan sus cabezas
El milagro se apaga en tus ojos.
Hasta la piel se estremece.
El canto brota como hierba nueva,
pero tú la pisoteas despóticamente
y el verdor sucumbe con un grito.
Condenas al horizonte entero a traducción.
En la mano del maestro, un látigo de plomo.
Y esclavizado así
suspira el paisaje de palabras todos.
Nunca enfermaron vocablos tan jóvenes.
Tú, freno de tanta belleza salvaje,
tumbas la cabeza de un tigre, de un león.
Envejeces, te inclinas,
tú, solitario, triste vencedor.
Vamos
Guarezcámonos
tras un pequeño cerco.
No un gueto, Dios guarde;
tan solo un muro silencioso.
Sentémonos entre nosotros
y con entendimiento
veamos como fortificar
nuestras debilitadas manos.
Lo transitorio nuestro,
armado como una cabaña de juncos,
se desmorona
torcido, raído y viejo.
No queremos aún adormecernos
pero a la fuerza nos acunan
Agucemos pues la inteligencia;
ingeniémonos.
Felices fiestas
Nuestra tierra floreció
en cientos de preocupaciones
pero las banderas de la alegría
flamean seguras.
Shalom judíos
en el país de los propios desvelos.
Tan real como el sol es la alegría.
La fiesta es nuestra
porque la común, fraternal pobreza
está plantada sobre los cimientos de hierro.
Esta gran hora
comienza con esto,
mira: existe.
Pueblo errante,
pueblo prodigioso,
quizás valió la pena la dispersión.
La redención deambuló,
se extendió, abrazó, iluminó, entibió,
se apiadó de un pueblo
de antiguos, innumerables días de duelo.
Quien podía sospechar
que nos estuvieran predestinadas aún
jóvenes festividades.
Sobre el viejo árbol torcido,
azotado por las lluvias,
brota asombrado y primerizo
un tallo: dieciocho años.
Por un milenio
ha de volverse leyenda todo lo sucedido
y tornarse más luminoso
que la realidad misma.
De la fuerza brotó dulzura.
Del fin broto principio.
Nuestros primeros años sin lágrimas
lloran de regocijo.
Pero todas las lágrimas son fructíferas,
redimidas, consoladoras.
Para viejos corazones judíos
jóvenes años de primicias,
como un Pentateuco recién recibido.
Todas las preocupaciones nacieron
de la alegría de las primicias.
Son preocupaciones repletas de bendición,
propias, benditas de lluvia;
no son preocupaciones gemidas sino previsoras,
inscriptas en las jóvenes escrituras.
La alegría logró vencer al suspiro judío.
A un pueblo torturado le resulta difícil
confesarlo,
peor cárgate de amor y dí:
fueron años primerizos
con penas luminosas.
¡Felices fiestas, judíos;
shalom en el país
de las propias, valiosas
y fuertes preocupaciones!
1966
Antología de la poesía
ídish del siglo XX
Selección y versión de
ELIAHU TOKER
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