Vicente García Hernández
(Molina de Segura, Murcia, 1935)
Es sacerdote católico, poeta y escritor. Estudió en los Seminarios de San José y San Fulgencio de Murcia y se ordenó sacerdote el 20 de junio de 1957. En su larga vida sacerdotal, ha desarrollado su labor pastoral en Pliego, Casas Nuevas de Mula, Archena, Las Torres de Cotillas, El Puntal, Javalí Viejo, San Pedro del Pinatar, Los Alcázares y en San Blas ahora, Santiago de la Ribera. Pasiones suyas, junto a la literatura, son la arqueología y la música. En Murcia fue profesor del Instituto "Infante don Juan Manuel" y colaborador en Radio Nacional del Sureste.
El autor y su obra
Sus primeros trabajos aparecidos en diversas revistas literarias, como «Uriel», «Poesía española», «Caracola», «Ínsula», no tuvieron mucho eco y pasaron desapercibidos. Aunque, debido a sus publicaciones en «Uriel», fue seleccionado para formar parte, siendo todavía estudiante, en la antología Poesía sacerdotal contemporánea (Uriel, 1957). En 1963, obtiene el premio «Polo de Medina» de poesía, que otorgaba la Diputación de Murcia, con su obra Dios se llama forastero, su primera obra poética importante; y poco después, con su libro Los pájaros, ganó un «accésit» al Premio «Adonais» 1965. Con Los vidrios rotos consigue, en 1975, el Premio de novela corta, de la Diputación de Murcia, y en 1978, el de teatro «Andrés Baquero» por su obra Las arañas. Su obra poética se amliaría con Introducción a una selva incipiente, 1975; Creo en la tierra, 1977; Labios en la Vía Láctea, 1982; Los pájaros hablados, 1990; Casi amor o cántico, 1993; Si quieres ser mi diálogo (Libro para la oración), 1993; y Navidad poética, 1997. Además de en Poesía sacerdotal contemporánea (Uriel, 1957), ha sido incluido en las antologías Última poesía religiosa, Barcelona, 1967, y Nuevo mester de clerecía, de Florencio Martínez Ruiz, 1978. Premio “Andrés Salom” de poesía 2011, al poema, publicado en Ágora, Materia elemental.
De su poesía, en general, dice el crítico Florencio Martínez Ruiz: «García Hernández juega únicamente con la palabra, con su valor léxico, con sus signos imaginísticos, con su relevo sintáctico, con su valor proteico –en cambiante valoración de significados– para levantar sobre su textura y esquematismo un nuevo código de comunicación y de belleza». García Hernández tiene publicados, además, Los barcos de papel, año 1995, colección de 10 relatos breves, en los que con un lenguaje poético y surrealista, e irónico, a veces, trata temas en los que el bien y el mal se disputan ser hegemónicos en el día a día de la vida del ser humano, perdiendo el bien, alguna vez; pero sin estruendo. El otro libro de relatos El bosque apócrifo, contiene 9 relatos, en los que el misterio y una ironía más amarga y trágica que la del anterior libro, expone ensoñaciones y fantasmagorías del autor, por las que, preguntado, aún dice sentirse perseguido. Últimamente, en 2006, ha publicado la novela, inspirada en un hecho histórico, pero no histórica, La santa herejía, de la que se dice ser obra de “prosa llamativa, repleta de hermosas metáforas, de situaciones originales, con un lenguaje acorde con la época que pinta”, y en la que “ocupa un lugar privilegiado la ironía y el humor, sin que falte un fondo filosófico que nos invita a la meditación”. En su lectura, una actitud complaciente con los persona-jes, conduce a que no deje de fluir de nuestros labios una sonrisa cómplice, y aun corrosiva, que nos hace amar y hallar correcto incluso lo que parece heterodoxo, y lo es, en algún caso; y todo debido a que vemos esta heterodoxia sólo como peldaño indispensable para la libertad.
Ha publicado, además, los ensayos Un punto de luz (1991), sobre la Navidad; La palabra, las miradas, el amor (2008), ensayo en el que se analiza el valor de la imagen en la manifestación (sin palabras, a veces) de los sentimientos; y El mar y su estrella (2008), estudio e historia de la poesía carmelitana en nuestra literatura.
Obra
Poesía
▪ Poesía sacerdotal contemporánea. Antología. Uriel. 1957.
▪ Dios se llama forastero. Excma. Diputación de Murcia. 1964. Premio “Polo de Medina”.
▪ Los pájaros. Ediciones Rialp. 1966. Accésit Premio “Adonais”.
▪ Última poesía religiosa. (Antología) Apostolado seglar. 1967.
▪ Introducción a una selva incipiente. Ediciones 23-27. 1975.
▪ Creo en la tierra. Galayo. 1977.
▪ Nuevo mester de clerecía. (Antología). Editora Nacional. 1978.
▪ A modo de canciones. Monteagudo. Universidad de Murcia. 1978.
▪ Labios en la Vía Láctea. Galayo 16. 1982.
▪ Los pájaros hablados. Fondo editorial Ayuntamiento San Pedro del Pinatar. 1990.
▪ Casi amor o cántico. Fondo Editorial Caja Murcia. 1993.
▪ Si quieres ser mi diálogo (Libro para la oración). Espiritualidad. 1993.
▪ Navidad poética. Colección Pliego. 1997.
▪ Materia elemental. Editorial Azarbe. 2012.
Relatos
▪ Los barcos de papel. Galayo 95. 1995.
▪ El bosque apócrifo. Fondo Editorial Caja Murcia. 1996.
Novela y teatro
▪ Los vidrios rotos. Excma. Diputación de Murcia. 1975. Premio “Andrés Baquero” de novela corta.
▪ La santa herejía. Novela. Edición Cuadrado. 2006.
▪ Las arañas. Comedia en 3 actos. Excma. Diputación de Murcia. 1980. Premio “Andrés Baquero” de Teatro.
▪ El pez pescado. Comedia en 1 acto. Monteagudo. 1981.
▪ Retablo del Portal Iluminado. Auto de Navidad en 1 acto. Parroquia de la Purí-sima. Javalí Viejo. 1984.
Ensayos
▪ Un punto de luz. Asociación de Belenistas. Murcia. 1992.
▪ La palabra, las miradas, el amor. Cabildo Semana Santa. San Pedro del Pinatar. 2008.
▪ El mar y su estrella. Hermandad del Carmen. San Pedro del Pinatar. 2008.
Antología
(Madre puntual)
Su vientre en pleamar, en mar muy llena.
Siempre el oído atento a la movida;
dulce la palma de la mano, asida
al rumor que le cruza por la vena.
Ya el último eslabón de la cadena,
el nueve mes abierto a la crecida,
la última y postrer clara embestida
del ser que se debate por su arena.
Madurados los senos de cebada,
campo lleno y arado, río listo
para el sorbo frutal, miel cincelada
por el amor a punta de navaja,
el sol ha roto el vidrio ya previsto
y una rama del árbol se desgaja.
(Mordedura de Dios)
Voy de paso a romperme contra el aire
que viene de tu reino, a dar contigo,
en tu mesa, en tu arroyo. Ya me tienes
cogido, perro y cuerda y lobo herido.
Te miro bajo párpados de sombra.
Ya no sé si te quiero o estoy desnudo.
Sólo sé que te sigo a todas partes,
al asfalto que hierve, a la tormenta
de tenerte que amar aunque lo sufra.
Ya descanso caliente en tu regazo,
me aprieto a tu cintura, contra el muro
natural de tu seno ya en simiente.
Soy parte de tu seno. Por su rama
me subo hasta tu labio y lo destruyo.
Quiero cegarme en carne de tu carne.
Morderte por las venas hasta el lago
que forman tus pupilas y tu hueso.
Morderte todo el hombro, el hueso río,
la palidez del hombro. ¿Dónde tienes
el vaso que me moje la sed, dónde
la jarra de cristal, dónde tu gota?
¡Te busco! De tu pie saltan los días.
Tu cuchillo se clava en mi esperanza,
y así bebo la gota que le cuelga
de haberme herido a muerte, y así vivo.
Es terrible tu daga y es hermosa.
Cuando te miro, si es que puedo, me
inundas la mirada, me la ciegas,
te sales de la órbita del ojo,
dejas señal certera de tu furia.
¿Qué día más fatal puede anunciarse?
¿Qué soga más cerrada que tu mano
apretando el limón de mi esperanza?
Ya me tienes, oh Dios, pendiente
de tu hilo, de tu viento, como un ave
que vuela y ve tu nido, y allí canta.
15-12-63
(Arribo de la carne)
Si me llega su pasto hasta la frente,
hasta el río del ojo y su ventana...
y su arcilloso ser de porcelana
me apunta por la sed, tan evidente.
Si un río se me enreda en mi corriente,
y en mi cintura cruje y se desgrana...
Si es posible una tierra lisa y llana
donde echar el aliento y la simiente...
Si en mi vena se enciende... si recorre
su cierva los pasillos de mi pecho
y con fragor se tiende y me reclama...
la paz, Señor, y el temple de mi torre
pierdo y la lluvia llama en mi barbecho
y, al más inmóvil soplo, cae la llama.
20-9-63
(Aviso de esperanza)
Os aviso mi día de mañana
y el cierzo que os dure cuando pase.
Mañana es claro que no existe nunca;
pero el hoy, sí es el toro por lo vida;
la emboscada y el salto por la espalda,
la cierva que ha perdido al ciervo, y muge,
el dolor derramado por el mundo
como un oscuro vicio de los hombres
¡Me quejo a la esperanza! ¿Por qué huye?
¿Por qué su quebradizo barro, su
lenta fiebre por casas y paredes?
¿Dónde está ahora que nos hace falta?
La noche nos persigue los andamios
que llegan hasta Dios y su pradera,
nos enluta el rocío por la yerba
y no hay mano que a tiempo la desgarre.
Me lío la esperanza a la cabeza
como un turbante que me turba el pulso,
y pido la esperanza para todos
los que quieran tenerla como un río.
Mañana no será una playa donde
el sol mine los huesos por la espalda
mientras arde en la arena todo el pecho.
Mañana será tierra, y no costumbre
de beso para el labio. No amanece
mañana, y es un llanto lo que viene,
una amarga caída hacia el ocaso.
Mañana morirán las rosas. Luego,
partirá el amor, libre como un soplo
que pudo hacer la jarra donde el vino
se tiende para el gusto. ¿Dónde está
la esperanza y su clave para abrirla?
Mañana esperaremos, por si el sol
se descalza y nos entra de puntillas
por las cuatro paredes que nos tapian.
Mañana esperaremos, como siempre,
que nada ocurra, que haya un ave muerta,
o un hombre, que es lo mismo, que nos llame.
El mar está de luto, y los almendros.
Los puños de la rabia se amontonan
mientras todos miramos caer la lluvia.
(La sana verdad)
Sonaba tu voz breve por el río,
me alargabas la mano y yo bebía
su roce, y era bello, y era nuestro
el amor como un sueño que nos tienta.
Ahora, pienso que fuiste tú la estrella,
la dorada simiente de la dicha;
que hubo un tiempo, un año de cebada
y de cosecha, un aire casi niño
que nos sopló en el pecho, y hoja a hoja,
como sucede a un libro, para siempre
nos separó de cuajo. Y Dios sin sitio,
entonces. Fue después. Después del fuego
que por la herida ardía y la sajaba.
(Entonces, tú te hiciste tan pequeña,
que a nada o casi nada me sabías.)
Y Dios era la vid, el vino rojo
que a una con mi sangre, como un viento
que sube las paredes de una torre
—las envuelve, las deja, las castiga—
a mi boca subió, y noté su gusto.
Y el gusto de Dios era una cascada,
una insufrible yerba ya crecida,
enraizada en mi ser a puro golpe.
Pero, ahora, estoy de pie, árbol o espada.
Me siento surco y guerra para todos.
El mar tiene su entraña hecha de peces.
Me doy. ¿Hay alguien que quiera mi polvo,
si es que vale y no estorba, para el año
de mieses, mi razón y mi alegría?
Si para el surco valgo y, no es muy pronto,
echadme en él, y habré puesto mi parte.
21-8-63
(Llorar sobre desierto)
Yo he roto el mar, la cuna de los peces
de cristal. Subo, bajo mi montaña,
luego, le echo, a los peces muertos, caña
y ganas de pescar. Luego. Y a veces,
con la mar, rompo a un hombre: no mereces
que diga nada más. El sol regaña
con las moscas tapiadas por la araña:
el mundo está combada hasta las heces.
Y Dios, tan puntual, enciende el cielo;
anuncia: la función va a comenzar.
y un ángel triste, grave, corre el velo:
el mundo se desploma como un muerto,
no hay nadie que lo quiera apuntalar.
Y Dios vuelve a llorar sobre desierto.
15-X-63
( La tierra removida)
Mi tierra ha sido removida, vuelta
para el oreo del viento que renace
por las peñas, abierta y preparada.
La mano que la abrió siente la lluvia
venir, su trote diminuto, el ala
refrescante que el aire empuja a junio.
Yo soy la tierra blanda que recorre
el sol; yo soy el surco y su aventura.
¿Queréis de mí más sangre que mi tierra?
Aquí nace el laurel del gozo limpio,
el chopo de la paz, la casa nueva
que cobija el amor y las ventanas.
Cuando siento la reja hender mi suelo,
aprieto el corazón y echo una mano.
El trigo tiene nuevos tallos verdes,
amapolas en trance de encenderse
y menudos silencios que apaciguan
la sed del que se viene aquí a soñar.
Mi luz es este árbol y este hombre
que han parado su triunfo por mi gleba,
a ellos me destino y soy testigo
de su crecer. Caliente estoy de vino,
de guerra por sacar la espiga llena,
por levantar el gozo que os llegue
hasta el cuello del día, y no se acabe.
En mi tierra no hay muro que divida,
se vive al aire libre y en paz muere
el que tiene los años para el cambio
de patria. El vivir es lo que vale,
lo que cuesta, lo mal pagado a veces.
No interesa decir que estamos muertos
cuando la vida empuja y es hermosa.
Si hay tierra, si hay valor y no es muy triste,
volvamos a la vida para andarla,
levantemos el brazo por el aire
en señal de poder y de ternura.
Salga la luz al valle, y clara, nueva,
como una voz muy fuerte por el viento,
por los ojos, nos llame y nos inunde
desde el hombro a la tierra donde estamos.
1-3-63
(Casa de todos)
Se sube por mi mano la sed viva
de tu mano y revuelve todo el pecho;
tu corazón me viene tan derecho
que acierta a la primera tentativa.
Herido de ti, ave fugitiva,
me voy cayendo a pulso en el estrecho
abrazo que nos pone bajo techo
de paz, mientras Dios calla por arriba.
El corazón me rueda hasta tu llano,
y, allí, prende amistad y se hace brasa
donde el amor se instala y nos conmueve.
Si el amor se desvela por la mano,
es preciso que alcemos una casa
donde todos vengamos, por si llueve.
17-X-63
(Hallazgo de Dios)
Sólo basta, con paz, doblar la esquina,
doblar el aire en paz y con firmeza,
llenar de amor y rosas la cabeza
hasta llegar al fondo de la mina.
Sólo, tocar la fuente repentina,
rozar el sol que aroma la corteza
del monte, y con la paz de la certeza,
llamar a Dios que va por la retina.
Sólo basta ser hierba humilde, viento
humilde que alce un pétalo vencido
por el barro; tan sólo dar un paso
por el desnudo bosque del aliento,
para encontrar a Dios, estremecido,
bebiendo, junto a ti, del mismo vaso.
31-XI-63
(Razón de Dios)
Montó su amor sobre unas brasas. Ciego,
chupó el amor más tibio en los manteles
del pecho, bebió ríos de claveles,
le fue poniendo látigos al fuego
de la sangre. Mordió la vida, y luego,
se acostó sobre un nudo de cordeles,
de horcas azuladas, de lebreles
mordiéndole las uñas y el sosiego.
Entre el amor y el barro, repitiendo
su ternura por brasas apagadas,
fue dejando una huella de ir muriendo.
Ahora, la voz de Dios crece a su lado:
"Bendito de mi Padre, tus heladas
sombras da, y ven a mí, porque has amado".
2-XI-63
(Crecida del amor)
Sólo tú sabes el dolor del día,
lo amargo de la almendra y la saliva
del odio. Un corazón a la deriva
es el mundo, un rubor de sangre fría.
Pero el mundo es hermoso todavía.
Muerto por los pies, vivo por arriba,
el mundo rompe el muro de tu viva
ausencia, y te ve, como te veía.
Goteada de amor, la tierra brota
con su poder maduro para herirte:
árbol grito, te busca por la altura,
y en tu amor va cayendo gota a gota,
para herirte, Señor, para sufrirte,
para sufrir amando tu hermosura.
5-XI-63
(Las lenguas)
En una estantería, el libro.
“San Pablo”. Tapas grises, polvo viejo
dorándole las sienes como a un hombre
entrado en años; sabio, viejo y siempre
nuevo, como los vinos más añejos.
Abrí sus páginas, sus senos llenos
de verdad hasta el cuello, y leí.
“Si hablara de los hombres toda lengua...”
La lengua de los jueces, los prelados;
la lengua de los ángeles de barro:
los sensatos, los nimios, los perfectos
de figura y sonrisa, los prudentes,
los que anuncian la paz tras las cortinas
del lujo y los festines, sabias lenguas
propicias al buen vino y al mejor
beso...
“Si toda lengua...”
mas no el amor hablara, salpicara
de gozo las esquinas, los manteles
donde el hombre rebana su ternura,
las casas con goteras y almanaques
con desnudo y estampa de la Virgen
soltando por sus manos la pureza,
las oficinas puestas al servicio
del que llega y pregunta por las rosas
y se le dice el último partido
de fútbol y no el día de su amor,
los andamios por donde cruzan hombres,
estrellas enredadas y algún pájaro,
el gozo salpicando, goteando
las manos del dentista y el ladrón,
las manos de las madres y los guardias,
los bancos y las flores de los parques
donde el amor se esconde como en tierra
y florece más tarde hasta llorarse...
¡El amor! ¡El amor! Si el amor no
preside por las calles y desnuda
la risa y la costumbre del saludo,
si se cierra su párpado y se esconde,
se le pone un sayal negro y se encierra
y le rezan el último saludo...
—perdón, perdón, amor, nadie lo entiende...—,
si le tiran pedradas desde el odio
y lo dejan de noche de la mano,
si se pierde su rastro entre burdeles
pagado con pesetas o con dólares,
lo mismo da, ¡oh amor!, si lo detienen
en la frontera de los pueblos, mira
y no lleva carné de identidad,
si le ponen murallas de vergüenza
y de dolor, si grita por las fábricas
y el ruido de las máquinas lo ahoga,
si se le clava el póstumo puñal
y su sangre lo envuelve y nos envuelve,
seremos como bronce que retiñe
y el mundo una total concavidad.
4-11-63
(Las palabras)
Seguemos las palabras falsas como
los brotes malos en el árbol. ¡Cuánta
luz retorcida y hueca en las palabras,
cuánto cántaro frío, cuánta nada!
Yo pregono que el sol está muy alto,
que las espigas rezan su rosario
apretado de granos cuando mayo,
que le falta un dolor al mundo, limpio,
el que nosotros ahora damos verde,
que le falta una nube al mundo, para
crecer en vilo y don hacia los hombres
y darles la verdad de su milagro.
¿Crecerá el mundo! Pero las palabras
deben abrir su seno y darse llenas,
abrir su vaso virginal, su parto
matinal de esperanza y no de duelo.
¡Ved el mundo doblarse de sonoro!
¿No son ésos los pasos de los libres,
que vienen, que nos llegan a la boca,
que ahogan la mentira y la injusticia,
que escupen las palabras y hacen patria?
Doblemos la rodilla y la soberbia.
A veces, nuestro grito es una rana
que florece en los roncos pedregales,
que grita por gritar, que ara la noche:
«¡Justicia, más justicia!», pero ¿dónde
están los justos, dónde los labriegos
que planten su cebada y sea de todos,
dónde los troncos secos que arden largo
en la hoguera redonda del amor?
Yo no grito. Tan sólo digo «buenos
días», buen pan, mejor cosecha, y luego
las palabras las mato y doy mi fruto,
el que puedo con sangre levantarme.
Perdón. No soy yo el que habla, el que os dice
la buena sombra de los días, soy
tú que vienes a mí y me saludas.
Me cubro con tu piel y soy tu lucha,
tu paso hermosamente repetido,
tu mirar por los anchos horizontes.
Yo sufro tu bocado y como junto
al rito cotidiano del trabajo,
enciendo tu cigarro, luego miro
cómo me miras y está todo dicho,
todo hablado en el día soleado.
18-XI-63
HIMNO DE REBELDÍA
Ya soy sublevación
(¡ya soy!)
(¡ya soy!)
He pasado de ser
rosa ritual, costumbre,
a ser rosa en azul
(que no se estila).
El río de mi sangre
(cifra de ansias)
corre al revés,
al labio de su fuente
donde una uña de pureza
abrió
sus manantiales de hebra.
Y ahora vuelve roto, camisa sin botones, de-
dal sin dedo, madre sin jarcias, sin estan-
ques de vuelo en la mirada, sus espumas.
Raíces de yedra afloran en mis sueños
donde la púa
de la sublevación
teje sus mimbres, rueda,
y
porque amo, porque soplo en el mar y lo des-
nudo, lo desgajo, lo agrieto en vuelos blancos,
levanto al hombre contra el hombre para lan-
zarlo contra su mediocridad, limo
de oro sin engarces de esperanza
que recubran
su beso como joya,
la yema de su origen
amoroso.
Oh guerra, ¿dónde tus vendimias,
no
tus tanques; dónde el mar,
el arpa,
el cirro aquel censado entre las aves?
Guerra, ámame pronto,
ámame
en diluvio novial, en novia
y cima,
en montículo tibio,
desnuda el velo
de tu velera ira
y penétrame
de amor y no de baches y colmenas;
no te vistas
de obús
sino de garza,
de labio de payaso: roba un circo y échalo
a andar (prestidigitador y mimo) delante
de tus héroes para que lloren menos los co-
bardes y se rían un poco (sólo un poco de
rayuela y cartón) los que aún aman.
Al revés, al revés río:
deseo
(y lloro)
introducirme en piedras
de desorden
para salirme así de los letargos, las cofias
y las mitras, los cendales de lo blanco. No
hay cielo para un libre pensador asediado
por la liebre de la enrejada
(cruda)
militancia.
(Militar es morir
un poco de ave,
de signo, de palabra.)
Échome vientos y plumas en la boca para decir
el vuelo y extenuarlo y destruir la inercia
de no irme. ¿O sí mi iré? Celebraré mi huida
de siglos, los que llevo al hombro de ser hom-
bre,
como hazaña floral
e inteligente,
sublevándome todo, sublevándome siempre con-
tra mi poderosa furia
de ser mortal,
isla de llanto y larva
de creación, larva,
larva en la milésima cifra
de los insectos.
ESPEJISMO
(...)la pintura comienza su forma donde
el lenguaje concluye y se contrae, como
un resorte, sobre su mudez(...)
–ORTEGA Y GASSET: Velázquez–
Quiero desdibujar aquel dibujo,
aquel verdor lineal,
aquella fiebre
rosa que en el pincel
dejó la vida:
desdibujar la vida con un trozo
de carbón
no es violencia
ni tortura del lienzo, sino llanto
que se dobla
como una ancianidad cansada
y breve.
Ando borrándome el amor
en manchas,
en lagos de ira, en vientos;
(por piedad
te odio,
amor,
pintura,
cansancio de las alas).
No hay lugar para un cielo en este azul
que emerge de tus ojos
como un pez
del mar partido.
(¡Rompe, rompe el lápiz
del dibujo!)
Pintor, amor, derrama
la pintura en el cuerpo que se anuncia:
no permitas que se malogre
un ruido
de tanta cercanía y esperanza.
Desdibujar aquel dibujo, aquel
remblor
de la belleza que sonaba
en el lienzo
–cuerpo de la mujer e itinerario–
sonaba y se quemaba
como una llama en pira
de sí misma.
¡Magnitud del dibujo ardido,
signo
de rebeldía o copa
de dolor
de labio a labio amada,
desposeída!
Velázquez del perfecto ritmo,
Greco
de la ascensión,
Picasso roto, mío,
Goya del aquelarre y brujería,
desdibujad aquel dibujo de odio
y dejad que la danza
se origine,
la no tenida aún:
la simple nada
en vuelo de rumor por los pinceles.
¡Amor, pintor, no pintes:
quédate ileso y habla!
Desde la orilla de Ítaca
Hay un lugar de de safecto
Tiempo antes y tiempo después.
–T. S. ELIOT–.
La noche, que es vendimia con sus límites
morados, ceja de agua,
borrón, cerco
de arcos sin abertura, vibra y roza:
(es un cuello naciendo
de la nieve, es un ave
–música–
manando por el canto.)
Y en la noche, su trono,
su cerámica negra,
envuelvo
mi casa de tertulia,
la humillo de esperanza, la germino
pura.
Y tú vienes, y me alegro como
perro que dice su amistad
con una reverencia,
con un gesto de cola
como espiral del gozo.
(No hay mandato
de amor
sin casa donde recibirlo,
sin vino en las palabras,
sin miradas; el vino
se arrodilla
por los labios
como el beso, la voz o el viento
que unge,
y no hay decoración, sólo la silla
de humilde anea, el gato
y su ovillado
ronquido manantial, la paz
y el vaso,
y el eco de los tactos amorosos).
Ven, ven, forma,
ven a mi casa, pasa
despacio a la tertulia que te ofrezco:
forma,
hélice del beso;
mar de ondas,
ondea tus dobleces en mis sales,
riza el ritmo, la tela de tus velos
y desnuda
la danza que mi cuerpo espera
(no hay amor
que no gotee
si lo exprimen
–limón de gajos de oro–
unas manos de roce y de lagar,
heridas).
No declines
mi oblación
de vino, que es tu día de aventura;
ven a mis soliloquios, roza el silbo
que silabea el mundo,
enlabia el canto
que yo pongo en tu labio
y hazlo monte,
ovación de las aves cuando emigran,
piedras y raptos, limos
de ríos creadores, Nilos y ubres,
y odres para el enigma de vivir.
Ven, crea conmigo,
azul,
vestigio de hombre, salmo
del dedo que acaricia insomne
sin encontrar un musgo, una respuesta
blanda, un latido
hermoso, una paloma
zureando su cálamo de amor.
Ven, posesión, poséeme de golpe
como anzuelo caído en el relámpago,
como gota de lluvia
concluyéndose en el mar:
su musgo, su temblor logrado,
su ahogo
querido.
Ven, palpante,
y pon tu tacto
donde le mío se puso ebrio, cosas
en lento cotidiano uso:
(mesa,
pan cordial, alacena del aceite,
cuchillo de la partición, del tajo
palpitante,
como vena
de la sien donde el miedo palpa).
Ven, espuma, sola impura,
cazadora
del sueño allá en el cerro de los astros,
el reino mineral
de las deidades
donde una lanza de dominio alcanza
al hombre en su dolor
de vidrio roto, de ira.
Te he visto, soledad,
junto a mi puerta,
melena, soledad, himno del agua,
forma, hélice del beso,
salmo azul,
palpante ciega,
sola impura, espectro;
soledad, te he llamado y no has sabido
acompañarme,
y me has dejado en soledad;
otra vez
entre cenizas de ángeles,
quebrados aleteos,
leves láminas
de aullido entre los labios,
nunca beso,
nunca golpe de labio pronunciando
la grieta de su amor,
su acorde,
el salmo,
Ulises.
Labios en la Vía Láctea o Libro de Duelo
(Enigma y luces)
Arde mi corazón,
mi lava herida, mi armonía
de pizarra
como un canto de números que suman
la alegría primera del amor.
¡Dos, dos! Hombre y amor, como la boda
del cielo
-sol y luna-
y una rosa tendida - el mar-,
cabrilleando siempre
por pura vocación de gozo. Arde,
arde mi corazón, su lira herética,
su forma de laúd
giboso y dulce
y sus pájaros sueltos que yo escancio.
Mi corazón: mi vida engalanada
como un seno de novia
alto de asombros,
encumbrado de vuelos que no saltan,
que quedan en amago sólo,
en aria fatigada, y anidando.
Alto mi corazón
y en redención continua, falto
de nieves a veces en las cumbres
para formar un río que descienda
por el cuerpo y lo riegue
con sus dedos,
sus tintas vivas, su temblor de sombra.
¡Mi corazón:
mi lujo rojo, rosa
bendita de los sueños y algún lirio,
mi ruido del sufrir y alegre, y salto
que por las venas vive
como un ave de nieve o alga,
como taza de fuente goteando
las aguas y el silencio, goteando!
Oíd. Su música es un solo de ira
con notas que se sueltan y hacen otra
música más compacta, más urdida,
no música
con tanta soledad y un agrio de hombre,
sino acorde de amor y sus encinas;
oíd, oíd la vida,
su mar y sus espejos, sus espadas
que en el dolor se bañan,
don,
don crecido de estragos y cerezos,
de palabras con lumbre boreal
y otras tinieblas
que en el llanto
amargan lo que es vida o ascensión
creciendo por el labio o la palabra,
creciendo enigma y luz,
y eco
de amor por alas derramado.
LO QUE EN LA PALABRA PONGO
Todas mis furias son así, llamadas
más o menos solares,
tibias, de aves
cayéndose en el llanto para el hombre,
mi hermano de estatura ante la muerte.
¿O no hay muerte en la lámpara del pájaro
cuando nutre
los aires con su idilio?
¿O sí hay muerte y las furias son mis signos
rústicos de aproximación?
Te canto,
hombre,
efemérides de sangre y cedro,
caso único de sueño y de dolor
sabido, como un niño que temblara
en cueros de la nada,
por el frío:
porque hay alas y vítores que viven
en tus ojos lo pongo en la palabra,
y lo digo con vuelos,
con colores de insecto,
con un poco de ruina
en el discurso del amor transido;
medido y contenido, digo que ardes,
que el corazón te puebla,
que es un tallo
de amor prendido al fuego que lo vive;
te digo mar y pétalo de agua,
y clámide de luna por los hombros
donde resbala el tiempo como un templo,
como un Dios aterido, sin palabras;
te digo aromas de aventura
y creces por los pasos hasta el sueño,
que es un orbe que gira en tu esperanza;
digo
y no digo
muerte, por no herirte,
por no dejar en sombra a tus palomas,
las de tu gozo,
y su marea de alba,
con árboles y nubes como adorno.
No creas en mis furias como anillos
o cercados de enemistad,
no creas,
cree sólo en la tertulia
que el amor
invoca
junto al vino,
como grito
a veces, como grito que es el hombre,
y el vino, su lugar de olvidos.
Pon olvido en mi furia
como un niño
que cerrara los ojos
ante el vaho
inmediato del beso
que lo vence;
sin embargo, mis álgebras de luz
recuerda, mis laureles
en tus manos, temblando,
cuando el saludo bulla, o mane, o alee.
PALABRA PURA
Si no dices con mucha nieve, padre,
amor, hijo, niñez, abrázame,
desde la sombra o la tiniebla; nieve
en las palabras, es decir, inocencia o clara
liberación del blanco -ala de un párpado-,
¡nada dices!,
sino una torpe garza
con el cuello postrado, sin la gracia
libre de su columna o chorro, como
resurrección ilógica que huyera.
Así es la faz de la palabra que obra,
así su sed que mana por el fuego
y luego pone el labio para un sorbo
que en el agua se besa, se consume,
y es palabra de amor
en una rosa ardida
de misterios.
Si no dices
con perfección de hoja o de susurro,
madre, casa, dolor lento de un duelo
universal, y sauce con tristeza;
si no hay un signo de pureza
que perdure en la incensación del alba,
con sus leyes de pájaros y euforias,
se quemará la rosa en la palabra
y habrá cenizas de una y otra luz
para un declive inexorable y gris
de lo más bello.
No te rompas, niebla
-palabra que entre teas nocturnas se desnuda-,
niebla,
orfebrería umbrosa,
fino vaso de línea quebradiza
o simple arquitectura de palabra:
como mar, eucalipto, sistro, leña,
que, como barcos de deseo, ánades,
pueblan el corazón con sus encinas
de púdica corteza, aunque amantes.
Sólo es palabra pura
la que vence
a la armonía
y dice cantos de agua,
escalofríos de un invierno herido
por la nieve apenas lobo o tristeza quieta,
o una mano posada en la ternura.
¡Oh gota
de amor, palabra pura que en los pájaros bulle,
se prolonga, se asusta allí,
y, en la boca, se llena de humildad,
y, en el asombro, canta!
CREDO DEL AMOR O PÁJAROS
Abro mi obra, el amor,
y se hace el alba: ¡creo!
Abro también el haz de las espadas
y veo que la muerte es una injuria
que no debía de andar
entre los hombres.
Y se me nubla el ver,
y el ser se me ahuma,
y hay un violín brumoso que no afina.
Y creo no creer,
como si Dios
se hiciera tiara
y no pardal,
sólo emoción entre los dedos rotos.
¿Dios es así, quizá una reliquia
vieja que en mí respira
para oírse él
vecino
de los árboles
y el hombre?
¿Oírse él respirar y oírse
vida?
Todos los astros giran en un verso
que con hiedras de amor
yo voy haciendo;
o con hilos de huida de la araña
del tiempo.
Verso que tiembla,
gime,
vive,
aunque haya pájaros sin beso, huidos;
y muere así
la claridad del credo
de los pájaros,
su esperanza, su lirio volador.
Busco algo más que una palabra,
un libro de alas, catedral de címbalos
como una amanecida con trompetas:
todo un nombre y clamor busco,
todo amor
o cercanía de un incendio
para saciarme en tactos de su fuego,
como la tarde en el ocaso,
cierva que pisa sin romper, ágape
de oro, murmullo de luz que sueña,
que hace crujir sus ejes
y se cae
por la lid del color
hasta las sombras,
donde pronuncia el grito de la noche
la soledad de todos los mortales.
Busco el labio,
el amor,
la rosa,
(¡creo!)
para dejar a Dios
que viva en mis espumas
y me llene de nombres la mirada,
de cenicientas lágrimas los nombres,
de acacias como ojos
la esperanza
o la niñez que no batalla;
y, en los pájaros,
sus dedos de amor deje,
de rumor,
de orfebrería o interrogantes puros.
Y crea así creer,
aunque haya abecedarios de ira
y un nudo a veces
de sed en la garganta, que te ahoga.
(¡Oh, amor, oh racha!)
El amor no persigue la luz, sino
la puebla, le coloca sus vihuelas,
sus azules gemidos
(o milagros),
y la rosa
se va ofreciendo obra,
coloquial obra que hablara.
¿Quién arde,
qué pajaro? ¡Mi amor, mi amor que tiembla
en la resurrección del mar,
y crea!
Si yo no amara ¿habría poema, crédulos,
ondulaciones, fiebre para un copo?,
¿habría parpadeo para un vuelo,
para un brillo o esbeltez de la palabra
(que se hizo hombre y habitó en mi boca)?
¿Qué pirámide habría
para un sueño: tranvía,
resbalar por la risa del payaso,
creerse ser Rimbaud
y luego ser un niño, un ave rota,
sólo?
¡Se opone a ser fragilidad mi amor,
como pura tragedia! Fragilidad
de vaso que se quiebra en beso o tallo.
¿Ser amor?
Y van saltando, leves,
con su queja,
su aquelarre lúdico,
los pájaros del alma, como flores.
Y el amor
se persigue
en estos pájaros,
y se dice en su lengua, joven, roja,
y, al concluir,
es una brasa, un brote
sumiso de otro fuego. ¡Oh amor, oh racha!
Sólo el amor me ciñe, como nudo,
como aire que en mi cuerpo moldeara
su apariencia de lumbre,
de aspaviento gozoso
o pura resurrección.
¿Resurrección mi amor?
¿También su objeto, tú, palabra?
(Petición de indulto)
Dejadme, digo,
y se disponen mis cancelas
a encerrarme en su ayer solo, de yerba.
¡Niñez! ¡Niñez!
¿O es rosa ya perdida que a mí vuelve:
golpe de luz
donde los sueños
oh -redención del miedo-
hablan?
Descalzo el sueño por el mar
llamea;
como nieve que ardiera en copos,
aros,
ojos de rana y bien,
espumas de ojos
que en la emoción se posen como un pájaro
y lo hagan
canto
de esperanza, río.
Todos los astros
en mi boca
hierven, se dicen órbita,
salterio que él mismo se canta,
y lo sé por su nombre,
aunque no me oigan,
aunque mi ignoren si los amo,
como el hombre al que llamo amigo
y no contesta y se hace pobre:
libro de versos,
mas sin lunas.
¡Dejadme aquí temblando!,
y no me dejan, no me indultan
de la niñez que imploro, que ya huyo:
naranjo noble que en la boca brilla.
Pues no quiero ser
niño,
sino verso,
redención de algo
mayor que una injusticia,
mayor que un templo de oro
donde sus dioses giman por estar solos;
no niño,
sino espiga,
gota de agua
para una sed de hombre hermosa,
como una cruz
que floreciera ríos
y no clavos,
y no noches, y sí vendimias:
saludo,
risa,
amor que late a pino
desde la flora de tu cuerpo
y trenza.
Dejadme, digo,
y me abrazáis en llamas
que escriben tactos,
líneas de fe muy altas
para hacerme vecino vuestro
y canto,
y hombre y traspié por todo el viento,
por todos los pecados
de la jungla;
dejadme, oh Dios,
cercano huido.
(Es duna, recital)
A mi madre, duna y recital.
En mis ojos,
tus párpados de luz, cimas, renuevos,
tu cuerpo todo recitando salmos,
agujas de ciprés, risas de niño,
de nido, de amapola que no sabe
su hermosura, y lo es, hermosa,
como tu voz
que termina alabando lo que toca.
Alabanza de aire también tu
cuerpo, donde el amor
hace palabras, música de estrellas
que en el agua se aman, se definen
luz, luz interior, hebra.
Oh, mujer que te peinas
como el mar,
con nardos y oleaje, y gracia
de maíz, liberando
recuerdos, suspirando penas y arias.
¡Cómo te veo atardecida y triste,
aunque gloriosa, viva,
dejando que la paz siga a tus pasos!
Con tu peso
de vuelo, de caricia
blanquísima que arde,
la juventud te ciñe la cintura,
la ancianidad te teje,
otoño que sus árboles se inclina.
Aún tu seno hecho
de ramas, de reliquias
de sol ciñéndose a la hierba, haciéndola
prado de gracia, abeto
y sorbo de abundancia,
late, late piedad, y mansedumbre,
y leche para un sueño.
Yo te bendigo, duna,
recital vivo de árboles con sombra,
con bonanza de sombra y fresco,
y mano que me enseña a andar,
todavía, mirando sólo, sólo
balbuciendo caminos y miradas.
En mis ojos,
tus cirios, tus cenizas,
que bajan a tus años como noche
de lluvia, como invierno
que se enfría en las venas y se muere.
Mas ten fe, madre, tenla alta,
y volarán los pájaros tu huerto,
se irán de ti las aguas y habrá ríos
que se quieran llenar de ti,
de tus flores,
tus arpas,
tu corazón posado en la esperanza
pájaro, pájaro, temblor.
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