CASIMIRO DEL COLLADO
Casimiro del Collado y Albo (Santander, Cantabria, 4 de marzo de 1822 - Ciudad de México, 28 de marzo de 1898) fue un periodista, poeta y académico español que se estableció en México. Utilizó el seudónimo de Fabricio Núñez. Fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua.
Realizó sus estudios en el valle de Liendo, Villacarriedo y Burgos. En 1836 viajó a México. Conoció a José María Lafragua, junto con él furndó y codirigió el semanario El Apuntador, colaboró además con el Liceo, el Ateneo y el Museo, de esta forma dio a conocer su poesía y se integró al romanticismo mexicano. Utilizó el seudónimo de Fabricio Núñez.
Durante la invasión estadounidense trató de salvar la vida del periodista y capitán Luis Martínez de Castro, quien fue herido de muerte en la batalla de Churubusco. Es después de estos acontecimientos cuando cambió su estilo romántico por un estilo neoclásico en su obra y cuando escribió su "Oda a Méjico", la cual, está dedicada a José María Roa Bárcena. Asimismo, su obra refleja los sucesos históricos del momento: la agitación política, la peste, y las amenazas exteriores de la política internacional hacia México.
Viajó a España en dos ocasiones, en 1871 y en 1875. Conoció a Marcelino Menéndez Pelayo quien escribió el prólogo la segunda edición de su libro de Poesías. Fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua y fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua, en la cual, ocupó la silla IV. Fue amigo de Francisco Sosa Escalante, quien lo convenció para publicar su libro Últimas poesías. Murió en la Ciudad de México del 28 de marzo de 1898, fue sepultado en el Panteón Español.1
Obras publicadas
Entre sus obras principales se encuentran "Gelmira", "Canto a Santander", "En la muerte de mi hermano", "A Chapultepec", "La oda a Sabino Oapatía", "Liendo ó el valle paterno", "A la primavera", "Adiós España, y "Oda a Méjico". Sus libros fueron publicados con los títulos de:2
Poesías
Últimas poesías
decid si acariciasteis
su tersa frente pálida,
y besasteis sus labios
que la púrpura esmalta.
Así de Abril las flores
sus cálices entreabran ,
meciendo sobre el tallo
la pompa de sus galas.
Así de vuestros besos
goce azucena casta ,^
y os dé blandos olores
en premio á pasión tanta.
Si la hallareis por dicha
entre las flores varias,
6 entre juncias y yerbas
la hallareis reclinada;
decidle á mi querida...
Mas no le digáis nada ;
llevadle mis suspiros
y con ellos el alma.
I.
¿Por qué recuerda sin cesar la mente
aparición de mágica memoria;
mujer que humilla ante el Señor la frente ,
ángel que llora su perdida gloría;
sílfide envuelta en trasparente velo,
que de la tierra entre el fragor y el lloro,
armonías suavísimas del cielo
me revela en su cántico sonoro?
Ángel, mujer ó sílñde flotante,
en cánticos ó en lágrimas, contino
de mi trémulo paso va delante ,
celeste guía en terrenal camino.
Y esta visión de espléndidos colores ,
quizá Uusion que en mi memoria anida ,
siembra y esmalta de risueñas flores
la margen del torrente de mi vida.
II.
Ebúrneo Crucifijo, antiguo lienzo
de la Virgen y Madre sin mancilla,
medio alumbra una lámpara amarilla
con tenue oscilación.
Del cortinaje bajo el albo pliegue
ella cerca del lecho está de hinojos;
clava en la Virgen los serenos ojos
y dirige á los cielos su oración.
El éxtasis fulgura en su mirada
y del labio entreabierto en la belleza:
divino amor, angélica pureza
sus formas todas revelando están.
Grave el recogimiento é invisible
la contempla: el compás con que respira,
la suavidad con que tal vez suspira,
mudo el silencio escucha con afán.
SU ORACIÓN.
Vedla elevar á Dios el pensamiento
en medio de la noche solitaria,
y en el fervor de mística plegaria
derramar el ingenuo corazón.
Contemplad, al través del rostro hermoso,
cuánto acrece del alma la hermosura
la fe, que dicta á terrenal criatura
sincera devoción.
III.
¡Ya el laúd su mano toca!
En él preludios evoca
de las arpas de Slon ;
y en su rostro macilento
se refleja el movimiento
de la interna inspiración.
Brota el himno en su garganta:
el aura tm eco levanta
batiendo el ala sutil ;
pero á tan sacra armonía
ninguna otra voz sombría
se mezcla de tierra vil.
No llega á su absorto oído
el escéptico gemido
del ignoto ¿qué será?
Porque hora su casto seno
á todo acento terreno
sellado, cual tiunba , está.
Y sus sagradas canciones,
y los armónicos sones
de su modesto laúd,
dispiertan eco sonoro,
cual suele lejano coro
en la nocturna quietud.
Acaso en dorado ensueño
mira el aspecto risueño
de la alma divinidad;
ángeles que en tomo vuelan,
espíritus que la velan
del mundo la realidad.
No de rosas virginales
ni de rizos en raudales
toca la nevada sien;
la inocencia que la escuda,
de todo ornato desnuda,
la hace más digna de Edén.
SU ORACIÓN.
Como una mística idea
la imaginación recrea
y enaltece el corazón :
el mio la diviniza
y en su culto simboliza
la dicha, la religión.
IV.
Cual bálsamo espira
viola solitaria,
así tu plegaria
el alma exhaló:
la luna de Mayo
entonces su rayo
naciente, en desmayo
de Ajusco apartó.
El aura se agita ;
tus preces ya sube
al éter, en nube
de tenue color :
las arpas pulsando
querubes, cantando,
las van elevando
al pié del Señor.
Y esparcen en tomo
tan suaves olores,
que envidia á las flores
de los campos dan;
y tales concentos,
tan dulces acentos,
que los elementos
absortos están.
V.
Astro de mi oscura vida,
imán de mis ilusiones ,
palma en la margen crecida
del torrente de mi amor;
en tu oración, como tu alma
y cual mi cariño pura,
no olvides mi desventura ,
ruega por mí al Creador.
Que cuando un ángel entona
sacros himnos, le oye el cielo.
porque sus preces abona
la inocencia primordial:
y ángeles cual tú, Dios ama,
porque su frente sencilla ,
casi despojada brilla
de la mancha original.
Mientras yo con la fiereza
de orgullo y duda marchito,
frágil vaso de impureza,
no soy más que im pecador.
Por eso, si tu plegaria
elevas en noche oscura,
no olvides mi desventura
y ruega por mí al Señor.
Recuerda el rudo combate
en que al fin mi fe se acendra;
pero que en el alma engendra
frutos de acerba inquietud.
Recuerda que á todo esquivo
y á tu culto consagrado,
vivi tibio ó descuidado
del culto de la virtud.
Y aun hoy, en horas de llanto,
dado al arrepentimiento
no el alma al ciélo levanto,
vuelvo los ojos á tí:
á tí , dulce intercesora ,
tanto en caridad ardiente»
que pides para tu frente
el rayo que merecí.
¡Ancora de mi esperanza!
¿qué fuera ya de mi vida,
de mi eternidad perdida
por la duda y el error;
si en el silencio nocturno
tus místicas oraciones,
tus sinceras oblaciones
no alzaras por mí al Señor?
VI.
Vision celeste con terrenas galas,
ven tu oración á dividir conmigo;
ven, que las plumas de tus blancas alas
me den á un tiempo dirección y abrigo.
Ven á calmar este febril ensueño
que está rompiendo mi abrasada sien :
ven á velar del moribundo el sueño,
dulce ilusión de mis sentidos, ven.
Ven en las ondas del callado viento,
del arpa en la encantada vibración ,
para calmar mi loco pensamiento
con la voz de tu mística oración.
Ven ; uniré á la tuya mi plegaría ,
puesto en la tierra cabe tí de hinojos :
Dios la oirá en la noche solitaria ,
y el triste llanto secará en mis ojos.
Vision celeste con terrenas galas,
ven tu oración á dividir conmigo :
ven , que las plumas de tus blancas alas
me den á un tiempo dirección y abrigo.
Julio 1841.
ESPERANZA PERDIDA.
FANTASÍA.
I.
PRELUDIO.
Flor de balsámico aroma
que alegraste con tus galas
de mi niñez el pensil;
amilladora paloma
que abrías las tiernas alas
á los céfiros de Abril:
perla de orientales mares
que el hado impulsó perdida
á la playa de mi amor;
musa de aquellos cantares,
primicias de voz movida
de deseo y de temor...
¿ Qué se hicieron tus olores
y aquel tu sentido arrullo,
expresión de un dulce afán ?
¿Dónde los claros albores
que eran del golfo el orgullo?
Mis cánticos ¿dónde están?
La ventisca bramadora ,
trozando el tallo, de galas
despojó la linda flor;
y del ave arrulladora
rompió las sonantes alas
con que volaba á mi amor.
Corvos se alzaron los mares
la perla hundiendo en el cieno
con ronco espantable son ;
y el genio de mis cantares
apagó al fragor del trueno
la luz de mi inspiración.
Hoy recuerdo inmortal de aquellos donde
se alza del corazón en lo profundo ,
de mis horas fatídicas , impías ,
el lentísimo curso iluminar.
Así , pendiente de artesón dorado ,
frente al altar de fúnebre capilla,
escasa luz de lámpara amarilla
suele las sombras trémula alumbrar.
Hoy, en la redondez del orbe aislado
como arbusto en la arena del desierto,
vivo á la pena y al deleite muerto,
no volverá mi labio á sonreir.
Aun si me doy á sueños de esperanza
para engomar del alma la tristeza,
viene el dolor mi lánguida cabeza
con su brazo de bronce á sacudir.
Hoy la soberbia lira abandonada
en las amargas ramas de los sauces,
el curso de los ríos en sus cauces
no detendrá con canto halagador :
y la ambición ardiente del poeta ,
sos delirios de fama y de ventura
serán en su presente de amargura
lo que un ayer sin lágrimas de amor.
¡Adiós, sueños de paz y bienandanza:
rosas fuisteis del huerto de la vida,
que la brisa aduló de una esperanza
ya para mí perdida!
ESPERANZA PERDIDA.
II.
ALEGORÍA.
La noche era densa, oscura,
y con voz enronquecida
bramaba la mar herida
del soplo del vendaval:
y pobre nave fluctuando
entre combatidas olas,
bogaba en el mar á solas ,
sin estrella ni fanal.
Las anclas de la esperanza ,
las velas de los deseos
eran deshechos trofeos
del huracán mugidor.
No via el bajel el norte,
ni via playa arenosa ;
porque es la playa una hermosa ,
porque es el norte un amor.
Y hay bajeles en los mares
que en las noches tempestuosas
buscan amores y hermosas ,
norte y playa sin hallar:
cuando hay otros fortunados
que, siguiendo rumbo incierto,
hallan un amor y un puerto ,
norte y playa sin buscar.
La noche era densa, oscura
y con voz enronquecida
bramaba la mar herida
del soplo del vendaval.
Bogaba el bajel perdido,
cuando columbra á lo lejos
de blanca luz los reflejos
que era una estrella ó fanal
La orilla estaba cercana,
que está el fanal en la orilla,
y entonces con rauda quilla
el mar la nave cortó.
Y la luz iba creciendo ,
como crece la esperanza
cuando ya cerca se alcanza
la dicha que se soñó.
La brújula antes giraba
como los vientos movible.
y hora trémulo, apacible
marcó la luz el imán:
se estremeció como suele
un corazón en la ausencia
con la súbita presencia
del objeto de su afán.
Corre el bajel: ronco el viento
preña su frágil entena,
y toca la blanda arena
donde le aguarda un amor:
donde halla un puerto y un norte ,
y una calma que no altera
del ponto que ruge afuera
el estruendoso rumor.
Mas súbito desatado ,
el torbellino recrece ,
y azota bronco y remece
las blancas olas del mar ;
que inmensas, como montañas,
queriendo escalar el cielo ,
descubren el hondo suelo
do se vuelven, á estrellar.
Y tornan a levantarse
con resoplante rugido,
como el atleta caído
del suelo en que resbaló ;
y arrancan ¡ ay ! de la orilla
la barca , cual leve pluma ,
y blancos montes de espuma
en tomo la mar alzó.
¡Pobre bajel! ¿Dónde, dónde
hallará seguro un puerto ,
y en medio del mar desierto
cuál su destino será?
¡Quién sabe !... Negra es la noche ;
la tormenta aterradora,
el mar sin playas... ahora
el frágil batel ¿qué hará?
Irá surcando los revueltos golfos
azotado del ronco torbellino ,
y quedará ignorado su destino
del polo entre las nieblas ;
ó si escollo de hielo en rudo empuje
al seno del abismo le derrumba ,
caerán sobre él para cubrir su tumba
las ondas, las tinieblas.
DON CASIMIRO DEL COLLADO
CUENTA Esteban de Garibay en sus Memorias , que hablando en cierta ocasión con el cronista Pedro de Alcocer, díjole éste con orgullo toledano: «No pensé yo que en Vizcaya había letras, sino armas», a lo cual, digna y reposadamente, contestó el historiador de Mondragón: «Háylas, señor: húbolas siempre, y yo soy el mínimo de ellas.»
Si no fuera tan feo pecado la vanidad, aun la de patria y linaje, algo por el estilo, y quizá con mejor razón, debiéramos contestar los montañeses a los que tienen a nuestra gente por ruda y de pocas letras, aunque ladina y cautelosa. Decir, como cuentan que dijo Lista, que «del Duero allá no nacen poetas», no pasa de ser injuria gratuita, y absoluto olvido de nuestra historia literaria. Dejemos que asturianos, gallegos y vascongados se defiendan por sí: en cuanto a nosotros, ¿cómo olvidar que montañés era el Pedro de Riaño, autor del Romance del Conde Alarcos , superior en bellezas de sentimiento a todos los de nuestra poesía popular y semipopular y adorado y admirado por Madama Stael: que Rodrigo de Reinosa se llamaba el maligno juglar que aderezó el Romance de la Infantina , tan agudo y picante como un fabliau francés y más sobrio que ninguno; y que desenfadadamente trazó los cuadroscasi aretinescos de las Coplas de las comadres y en infinitos pliegos sueltos derramó los rasgos de su fecunda y maleante vena, no menos que los dos escolares Juan de Trasmiera y Jorge de Bustamante, autor este último de la comedia Gaulana y traductor de Ovidio, ¿Y nació, por ventura, a orillas del Tajo, del Betis o del Guadiana, el ingenioso autor de los Empeños del mentir, de El trato muda costumbre y de El montañés indiano , comedias imitadas por Molière y por Le Sage, don Antonio de Mendoza, a quien llamaron el Discreto de palacio y que en lo lírico brillaría más si sus discreciones conceptuosas no enturbiasen el fácil raudal de su vena en sonetos y romances?
Esto sin contar con que además de vencer reyes moros , engendramos quien los venciese, y del solar de la Vega salió aquella fiera y alentada rica-hembra, madre del marqués de Santillana; y del valle de Carriedo vinieron a Madrid, por cuestión de amor y celos, los padres de Lope; y del valle de Toranzo los de Quevedo, que de montañés se jactó siempre.
Y viniendo a tiempos más cercanos, al siglo en que vivimos, nadie negará el título de poetas, y de no vulgares dotes, al santanderino Trueba y Cosío, que manejó la lengua inglesa con mayor elegancia y brío que la suya propia, y enarboló, antes que ninguno, la enseñanza romántica, alcanzando en la novela histórica, al modo de Walter Scott, lauros todavía no marchitados; a Camporredondo, que, con trabas de escuela y rasgos no infrecuentes de prosaísmo, se levantó a veces de la medianía, en algunas de las rotundas y bien cinceladas octavas del canto de Las armas de Aragón, en Oriente y en la oda A los antiguos cántabros ; al melancólico y delicado Silió, honra de Santa Cruz de Iguña; al incorrecto y desmandado Velarde, de quien se ufana Hinojedo; al terso y clásico Laverde; al desenfadado y gallardísimo narrador de las aventuras del Jándalo y donoso y realista parodiador de la poesía bucólica en Los pastorcillos , don José María Pereda, poeta cómico asimismo de fácil y abundante vena; a Juan García (Amós de Escalante), imcomparable maestro de lengua, así en prosa como en verso; a Adolfo de la Fuente, traductor dichoso de Víctor Hugo y a tantos más, de quienes fuera prolijo hacer memoria.
Montañés es también, aunque no todos lo saben, el señor Collado (cuyos versos va a saborear el lector), y paisano mío dos o tres veces, como nacido en mi provincia, en mi ciudad y hasta en mi barrio y calle. ¡Imagínese el pío leyente si le tendré afición y cariño! Pero no han de ser éstos parte a torcer lo recto y riguroso de mi justicia y pienso que mis elogios antes han de parecer fríos y mezquinos que hiperbólicos o dictados por la amistad y el paisanaje. Tal y tal grande es el mérito de los versos del señor Collado, de cuyas circunstancias voy a informar al público, ya que alejado casi siempre de la Península mi amigo, su nombre no ha alcanzado hasta ahora en España toda la notoriedad y fama que merece.
Nacido y educado en Santander el señor Collado, fué a demandar, como tanto y tantos otros montañeses, el secreto de la tortura al Nuevo Mundo, y la fortuna se le mostró risueña y propicia; pero nunca, auna en medio de los azares de la vida mercantil e industrial, le hizo olvidar el sereno culto de las Gracias que por primera vez acariciaron su mente en el trasmerano valle de Liendo, al sonar en sus oídos la voz
del docto sacerdote, a cuyo celo
debí entender los que el glorioso Lacio
dió a las humanas letras por modelo.
Marón y Livio, Cicerón y Horacio.
Quiere esto decir, que la educación literaria del señor Collado fué severa y rigurosamente clásica y que en tal concepto se parece poco a otros poetas del Norte de España: a pesar de lo cual, hay en su vida una larga época independiente y revolucionaria y aun puede decirse que fué en Méjico uno de los corifeos del romanticismo. Nótese que hay versos entre los suyos, fechados en 1840 y 41: en el período álgido de aquella calentura poética.
No condeno yo las tendencias que entonces siguió mi paisano, ni habrá quien tenga valor, si es artista, para condenar aquel movimiento que devolvió a nuestra poesía su independencia, plenitud, gala y generoso abandono, perdidos casi desde los tiempos de Calderón, y sembró como rastros de luz a su paso, la amplia y vigorosa concepción de Don Alvaro , las pompas de la Inmortalidad , de Espronceda, y los Romances Históricos , del duque de Rivas, y El Cristo de la Vega y El Capitán Montoya , de Zorrilla. ¿Cómo resistir a tales esplendores un mozo de aquellas calendas, y más si (como el señor Collado) era docto en lenguas extrañas y conocía otros romanticismos, y podía embriagarse de color y de música en las Orientales y en las Hojas del Otoño , y escuchar absorto las penetrantes y desusadas armonías de Childe-Harold , del Pirata, de Lara y de la Novia de Abydos?
Pero no ha de negarse que lo que aquí llamábamos romanticismo, sirvió de pasaporte a una literatura tan falsa, amanerada y convencional como las Arcadias y el bucolismo del siglo XVIII, y fué una calamidad en manos de los poetas mediocres. El toque estuvo en prescindir de ciertas formas e invocaciones mitológicas, en preferir asuntos de la Edad Media y en variar mucho de metros, en no hacer anacreónticas o églogas, sino orientales, fantasías, pensamientos o fragmentos , donosa invención este última para disimular lo vacío o incoherente de la idea y del plan. Y a vueltas de todos, siguió estudiándose la naturaleza no en sí misma, sino en los libros y la expresión de los afectos continuó reducida a vana y ampulosa palabrería, ya la Edad Media diósele un colorido que nunca tuvo, y el convencionalismo y los versos del troquel lo inundaron todo, y del Extremo Oriente, y de los oasis y de los harenes, dijéronse tales cosas que la gente, hastiada de falsos idealismos, ya de pastores, ya de moros y cristianos, acabó por echarse en brazos de un naturalismo más o menos sano que, vario e inmenso como la naturaleza misma, abarca infinitos grados desde la candorosa descripción de costumbres rústicas hasta las postreras heces de la realidad.
Fué el señor Collado poeta romántico, pero de los buenos e inspirados, y libre, generalmente, de los vicios de la escuela. Bastante prueba dan de ello los pocos versos de su primera época, que ha querido conservar en esta segunda edición. Porque es de saber que con exquisito gusto, y cual si no se tratara de hijos propios, ha cercenado cuanto le pareció endeble, y aun las mismas composiciones salvadas se presentan hoy muy otras de como en la impresión de Méjico se leían.
Estas primeras poesías, todas ellas agradables y amenas, están, con todo eso, muy lejanas de anunciar al acicalado hablista, al maravilloso versificador, al espléndido poeta descriptivo que veremos después. Siempre vienen las flores antes que el fruto, y no madurará éste en un momento. Antes de volar el poeta con alas propias, antes de contemplar cara a cara aquella opulenta naturaleza americana y hacer poesía de veras, hizo poesía de artificio: orientales y leyendas, géneros radicalmente falsos, en que siguió las huellas de Zorrilla. Casos hay en que el imitador no se queda muy a la zaga del modelo, superándole, por de contado, en limpieza y relativa correción de estilo y lengua, cualidades de que nunca prescindió Collado; pero más que estos ensayos agradarán de fijo al lector, por los espontáneos y bien sentidos, los versos de amores, tristezas y afectos personales, que hacia el mismo tiempo compuso el poeta. Laura en el templo, El ave sola, En la iglesia de... y algunas otras, tanto mejores cuanto más breves, porque el verdadero sentimiento lírico no se aviene con amplificaciones y desleimientos, se apartan de las rutinas de escuela, y entran algo más en la genialidad artística de nuestro poeta.
La cual se va acentuando más y más en los que pudiéramos llamar versos de su segunda manera : en las octavas Al amor , v, g.; en la Indiferencia , donde ya la descripción es arrancada de la realidad y no imitada de los autores favoritos; en la Meditación y en el Paisaje , donde además de la tersura de estilo, asoma ya la tendencia meditabunda y moralizadora que domina sin rival en los últimos versos de Collado. Indudablemente su estilo y gusto se iban modificando con los años: otros estudios, otras costumbres, otro mundo pedían cantos nuevos. Collado lo entendió así, y tuvo el valor, si no de quemar lo que había adorado (porque fuera excesiva crueldad pedir de un hombre que absolutamente renunciara a las dulces memorias de la infancia y de la primera juventud), a lo menos el de arrojarse resueltamente por nuevos derroteros, hacer con pensamientos nuevos versos de hermosura antigua, expresar clara y sencillamente lo que sentía y lo que veía, y amamantar su musa en los pechos inexhaustados de la madre común Naturaleza. Entonces brilló en su frente la luz de los elegidos, y sonó en sus labios el único canto digno de estos tiempos:
El himno de la fuerza y de la vida.
Y desde entonces (no dudo en asegurarlo) púsose mi conterráneo al nivel de los primeros líricos españoles, y encontró acentos propios y vigorosos para toda idea y toda pasión, colores y formas para todo espectáculo de la naturaleza. La lengua estudiada por él con amor más que filial, le abrió sus más recónditos tesoros y camarines, y derramó sobre sus cantos lluvia de perlas y de flores, no de las postizas y contrahechas, sino de las que reserva para sus vencedores. No encontró rima indócil, ni estrofa reacia: el pensamiento y la palabra no fueron en él como el cuerpo y la vestidura, sino como el cuerpo y el alma: la estrofa salió alada y vibrante del taller de la idea, y el estilo tuvo, en los mejores momentos del poeta, una trasparencia y perfección, que hubieran enviado Pesado y Carpio, lumbreras del clasicismo en Méjico. La poesía descriptiva fué para Collado el campo predilecto. El mismo Andrés Bello, autor de la incomparable Silva a la agricultura en la zona tórrida , miraría con celos la Oda a Méjico , donde, con más briosa y pujante entonación que en la suya, hay el mismo amor y esmero en la descripción de pormenores y en lo peregrino y bien adecuado de los epítetos: obra maestra, a la cual sólo daña el excesivo empleo de los recursos onomatopéyicos.
Collado ha recorrido con igual fortuna todos los tonos de la lírica castellana, desde la entonación cuasi épica de las octavas a Chapultepec y de la oda Al sabino de Popotla , hasta el hondo sentimiento elegíaco, que palpita en Liendo o el valle paterno , más inspirada y no menos elegante composición que la de Gray Al cementerio de mi aldea : desde la apacible serenidad, al modo de Fray Luis de León, de las liras A la Primavera , hasta la acerada y juvenalesca indignación del Adiós a España , modelo de sátira política.
La variedad de asuntos y la flexibilidad de ingenio, son dotes de las más características de Collado. Pero el elemento descriptivo predomina en él sobre todo. Pocos, muy pocos vates castellanos han poseído como él el sentimiento de la naturaleza, en todas sus variedades y matices. Así, la contemplación reposada y la íntima fruición en la oda Desde el Retiro , contrastan con la brillante, aunque un tanto didáctica, exposición de las evoluciones geológicas en Ciencia y creencia , donde (si he de decir lo que siento) fuera de desear más claridad y menos dudas.
En el manejo de la lengua y en el arte de la versificación, ya he dicho que el señor Collado es maestro: si de algo se le puede tachar es de exceso de artificio y de buscar dificultades por el placer de superarlas. Numerosas, rotundas y llenas son sus estancias: felices sus inversiones y latinismos: variadas y nunca vulgares sus rimas y aplicados con horaciana novedad sus epítetos. Véase una ligera muestra de la manera cómo versifica y describe:
En las regiones donde eterno estío
el vigor de su aliento desparrama.
y apenas el ajófar del rocío
consiente el alba en la menuda grama,
con ardoroso arrullo
las auras lisonjeras
halagan el orgullo
de plátanos y cocos y palmeras:
allí por entre ovales
hojas, blanco algodón rompe el capullo
en copos desiguales:
encorvados nopales
los insectos preciosos atesoran,
que de Tiro la púrpura mejoran;
del café más allá verdes arbustos
las habas insomníferas despliegan,
de copudos naranjos a la sombra
que en azahar y aroma el campo anegan;
y más lejos, más lejos los manglares
do alimañas innúmeras se esconden,
con solemne murmurio corresponden
al compasado estruendo de los mares.
(Oda a México.)
Y así está escrita toda esta inmensa silva, sin que se detenga un punto el raudal descriptivo, que ora resbala entre flores, ora ruge con la voz de las tempestades y de los volcanes. El poeta lo recorre todo, desde el inquieto hervor sañudo
del eléctrico incendio, que aún trabaja
las vísceras gigantes de la tierra,
hasta el diamante de los lagos, engarzado en cerco de verdura ,
donde Natura reservarse quiso
tálamo a sus deleites prodigioso,
cuyo cielo arrancó del Paraíso.
(Desde el Retiro.)
Mientras viva la lengua castellana han de vivir tales composiciones, y cuando apagados los entusiasmos y odios contemporáneos, se juzguen las cosas por su valor absoluto y no por el aplauso y boga de un día, aprenderán de memoria nuestros nietos en las antologías y ramilletes poéticos, la pintura del camino de Puebla a Méjico.
Atrás fueron quedando
de Tepeyác el risco milagroso,
tanto al devoto pecho venerando:
las que erigió el Tolteca
pirámides egipcias, tumba o ara:
el hondo valle do el mayor caudillo
la rota de fatal noche repara
con victoria y laurel de eterno brillo:
Tlaxcala, que entre cerros el encono
y el probado ardimiento disimula:
al pie de informe, verdinegro cono,
la sagrada Cholula:
granjas, aldeas, lomas y planicies,
en agave inebriante y miés opimas,
y en sucesión de extensos panoramas,
campos que el Cáncer agostara en llamas,
sin el frescor de las nevadas cimas.
Collado encuentra casi siempre la frase única y feliz, la que no se borra nunca de la memoria: v.g.:
En rudos tronos, cual dictando leyes,
rígidas momias de los indios reyes.
(A Chapultepec.)
Un Niágara de luz , la toga glacial de los volcanes, la Ilion de los lagos , son frases que bastan para acreditar a un poeta.
Imposible parece que un vate de tan robusta entonación y arranque y de tanto lujo descriptivo, haya conseguido asimilarse el espíritu de Fray Luis de León, hasta el grado de pureza y tersura, que se admira, por ejemplo, en estas gallardas liras:
¡Beato el que se aleja
de las flores de abril, que el deleite abre,
y cual próbida abeja,
con las que el juicio entreabre,
panal de ciencia y de virtud se labre!
Tú que del alma mía
eres íntimo afán, ansia primera,
a quien prudente guía
materna consejera
por los pensiles de la edad ligera,
atenta sigue el blando
eco y ejemplo de la madre amada,
y en virtudes medrando,
y en buen saber lograda,
házte a la seria edad aparejada.
(La Primavera.)
Los afectos suaves, ya de familia, como en esta oda y en la verdaderamente conmovedora Elegía , de la página 257, ya de patria, como en Liendo o el valle paterno (que es para mí las más simpática de todas las joyas que van en este tomo, y tiene pasajes de una hermosura y sencillez homéricas), ya de religión, como el hermoso himno
Rompa mi voz en cántico sonoro...
encuentran en Collado un delicadísimo intérprete. El poeta de sentimiento vale en él tanto como el poeta descriptivo. ¡Feliz quien sabe hermanar los afectos y las imágenes, porque ésta es la poesía! Y feliz yo, que puedo revelar hoy a España un verdadero poeta, y decir con orgullo que es de mi tierra y amigo mío.
[1] Nota del Colector .-Prólogo a la 2.ª edición del libro Poesías de don Casimiro del Collado. Madrid, Fortanet, 1880.
Se colecciona por primera vez en Estudios de Crítica Literaria .
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