Jorge Isaacs
Jorge Ricardo Isaacs Ferrer, (Cali, República de Nueva Granada, COLOMBIA abril 1 de 1837 - Ibagué, abril 17 de 1895). Fue un novelista y poeta colombiano del género romántico. Jorge Isaacs vivió durante la consolidación de la República.
Su padre fue George Henry Isaacs, un judío inglés procedente de Jamaica, que se instaló primero en el Chocó, donde se enriqueció con la explotación minera aurífera y el comercio con Jamaica, y después en Cali, donde era dueño de 12.500 hectáreas. Allí, tras convertirse al cristianismo y obtener la ciudadanía colombiana, se casó con Manuela Ferrer Scarpetta, hija de un oficial de la Marina española llamado Carlos Ferrer. Jorge nació en 1837. Su padre fue propietario de tres haciendas cerca de Cali, llamadas "La Manuelita", "Santa Rita" y "El Paraíso" o la casa de la sierra. La última, propiedad de la familia entre 1855 y 1858, será el escenario de la obra más importante del escritor, su novela María. "El Paraíso" está conservado hoy día como museo y es legado histórico y literario vallecaucano, con numerosas referencias a esta novela.
Se sabe poco de su infancia. Se sabe que estudió primero en Cali, luego en Popayán, y por último en Bogotá, entre 1848 y 1852, durante el gobierno de José Hilario López. En su poesía, Isaacs evoca el Valle del Cauca como el espacio idílico en que transcurrió su infancia, y la marcha a Bogotá debió suponer para él un paso difícil. Regresó a Cali en 1852, sin haber terminado el Bachillerato. En 1854, luchó en las campañas del Cauca contra la dictadura del general José María Melo, por 7 meses. Su familia atravesó por entonces una difícil situación económica a causa de la guerra civil. En 1856 se casó con Felisa González Umaña, que contaba por entonces catorce años, y que le daría abundante descendencia y perseverancia para que se escudara de ellos fue un famosísimo escritor que atravesó Europa, Asia y África.
Intentó dedicarse al comercio, sin mucho éxito, y probó suerte con la literatura. Sus primeros poemas datan de los años 1859-1860; en la misma época, emprende la escritura de varios dramas históricos. En 1860 tomó de nuevo las armas para combatir al general Tomás Cipriano de Mosquera, que se había levantado contra el gobierno central, y combatió en la batalla de Manizales. En 1861 murió su padre; terminada la guerra, Isaacs regresó a Cali para encargarse de los negocios paternos, llenos de deudas. Tuvo que desprenderse de las haciendas "La Rita" y "La Manuelita". Sus desventuras económicas le llevaron en busca de abogados a Bogotá, donde encontró eco su actividad literaria. Leyó sus poemas a los miembros de la tertulia "El Mosaico", quienes decidieron costear su publicación (Poesías, 1864). En 1864 supervisó los trabajos del camino de herradura entre Buenaventura y Cali; durante el año en que desempeñó este trabajo, comenzó a escribir su novela María. En esta época también, debido a lo insalubre del clima, contrajo el paludismo, enfermedad de la que terminaría por morir a los 58 años de edad.
Militó al principio en el partido conservador, pero después se unió al partido radical y, en 1870, fue nombrado cónsul general en Chile. A su regreso, intervino activamente en la política del Cauca, tanto como editor de periódicos como representando a su departamento en la Cámara de Representantes. Intervino de nuevo en las luchas políticas de 1876, en las que tomó de nuevo las armas. Fue expulsado de la Cámara de Representantes en 1879, a raíz de un incidente en que Isaacs, ante una sublevación conservadora, se proclamó jefe político y militar de Antioquia.
Tras este incidente, se retiró de la política, y publicó, en 1881, el primer canto de un extenso poema que no llegó a concluir, titulado Saulo. Nombrado secretario de la Comisión Científica, exploró el departamento de Magdalena, en el norte de Colombia, hallando importantes yacimientos de carbón, petróleo y hulla. Los últimos años de su vida los pasó retirado en la ciudad de Ibagué (donde había dejado alojada su familia años antes), en el departamento del Tolima, proyectando una novela histórica que habría de ser su obra maestra y que jamás llegó a escribir. Murió en Ibagué el 17 de abril de 1895, siendo su última voluntad que su cadáver fuera enterrado en Medellín; no obstante, siempre expresó su amor por el Cauca (Su querido "País Vallecaucano"): «¡Sí, mucho amo al Cauca, aunque es tan ingrato con sus propios hijos!».
Obra
La obra literaria de Isaacs se reduce al libro de poemas que publicó en 1864 y a su única novela, María (1867), considerada una de las obras más destacadas de la literatura hispanoamericana del siglo XIX. La novela, basada en experiencias
románticas, tiene un tono elegíaco, y narra la historia de los amores trágicos de María y su primo Efraín, en el Valle del Cauca. Como el propio autor, Efraín debe abandonar el Cauca para seguir estudios en Bogotá. Deja en el Cauca a su prima María, de la que está enamorado, y con la que vive un romance a su regreso, seis años después. Efraín y María están juntos durante meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde. Algunos autores afirman que el personaje de María fue inspirada por María Mercedes Cabal quien vivió en la hacienda "El Paraíso" y luego sería esposa del Presidente Manuel María Mallarino.
La obra se ha relacionado con Chateaubriand, pero puede encontrarse también en ella un sentimiento ominoso de la existencia que recuerda a Edgar Allan Poe. La novela destaca por el sentimiento del paisaje, así como por la calidad artística de su prosa. Puede considerarse precursora de la novela criollista de las décadas de 1920 y 1930.
María se publicó en 1867 y tuvo un éxito inmediato. Fue traducida a 31 idiomas. Tanto en Colombia como en otros países de Latinoamérica Isaacs se convirtió en una figura muy conocida, lo que dio inicio a una dilatada carrera periodística y política. Como periodista, Isaacs dirigió en 1867 el diario La República, de orientación conservadora moderada, donde publicaba artículos de índole político.
DESPUÉS DE LA VICTORIA
I
Con albas ropas, lívida, impalpable,
en alta noche se acercó a mi lecho:
estremecido, la esperé en los brazos;
inmóvil, sorda, me miró en silencio.
Hirióme su mirada negra y fría...
sentí en la frente como helado aliento;
y las manos de mármol en mis sienes,
a los míos juntó sus labios yertos.
II
La hoguera del vivac agonizante:
olor de sangre... Fatigados duermen:
infla las lonas de la tienda el viento:
de centinelas, voces a los lejos...
¡Largo vivir!... La gloria!... ¿Quién laureles
y caricias tendrá para mí en premio?
¿Gloria sin ti?... ¡Dichosos los que yacen
en la llanura ensangrentada muertos!
DUERME
-No duermas, suplicante me decía escúchame..., despierta-.
Cuando haciendo cojín de su regazo,
soñándome besarla, me dormía.
Más tarde, ¡horror! En convulsivo abrazo
la oprimí al corazón... rígida y yerta!
En vano la besé – no sonreía;
En vano la llamaba – no me oía;
La llamo en su sepulcro y no despierta!
LAS HADAS
Soñé vagar por bosques de palmeras
cuyos blondos plumajes, al hundir
su disco el Sol en las lejanas sierras,
cruzaban resplandores de rubí.
Del terso lago se tiñó de rosa
la superficie límpida y azul,
y a sus orillas garzas y palomas
posábanse en los sauces y bambús.
Muda la tarde ante la noche muda
las gasas de su manto recogió;
del indo mar dormido en las espumas
la luna hallóla y a sus pies el sol.
Ven conmigo a vagar bajo las selvas
donde las Hadas templan mi laúd;
ellas me han dicho que conmigo sueñas,
que me harán inmortal si me amas tú.
TEN PIEDAD DE MI
¡Señor! si en sus miradas encendiste
Este fuego inmortal que me devora
Y en su boca fragante y seductora
Sonrisas de tus ángeles pusiste;
Si de tez de azucena la vestiste
Y negros bucles; si su voz canora,
De los sueños de mi alma arrulladora,
Ni a las palomas de tu selva diste,
Perdóna el gran dolor de mi agonía
Y déjame también buscar olvido
En las tinieblas de la tumba fría.
Olvidarla en la tierra no he podido.
¿Cómo esperar podré si ya no es mía?
¿Cómo vivir, Señor, si la he perdido?
La tumba de Belisario
Y dejamos su tumba para siempre
En el jaral de la marina selva,
Sola con los mugidos de los vientos
Y el fragor de la mar en la ribera!
Aquel postrer adiós que no responden
Los mudos labios ni las manos yertas,
Ahogó mis sollozos... y la fosa
Lentamente colmó la extraña tierra.
Después, envueltos en nocturnas sombras,
Infló el terral las temblorosas velas,
Y al fulgor de los pálidos relámpagos
Hicimos rumbo hacia la mar inmensa.
¡Cómo responden al gemir del alma
Ecos y gritos de las olas negras
Que al viento arrojan sus penachos níveos
Y en las rompientes iracundas truenan!
¡Cuán distantes las cumbres de los montes
En los albores de la luna llena!...
¡Qué lejano el desierto pavoroso
Donde su tumba solitaria queda!
¡Compañero leal, valiente amigo!...
¿Qué dar en galardón y recompensa
De tu heroico y terrible sacrificio
A los seres amados que te esperan?
Ahora ostentará plácida noche.
En las verdes llanuras del Combeima
La veste salpicada de vampiros,
Su nimbo azul de fúlgidas estrellas.
Las brisas jugarán en los follajes
Que tu cabaña en el otero cercan...
Allí del hijo amado hablan gozosos...
Son sus pasos... Es él, que salvo llega!...
Y duermes ya en la tumba que te dimos
En el jaral de la marina selva,
Sólo con los mugidos de los vientos
Y el retumbo del mar en la ribera!
La tumba del soldado
El vencedor ejército la cumbre
Salvó de la montaña,
Y en el ya solitario campamento
Que de vívida luz la tarde baña,
Del negro terranova,
Compañero jovial del regimiento
Resuenan los aullidos
Por los ecos del valle repetidos.
Llora sobre la tumba del soldado,
Y bajo aquella cruz de tosco leño
Lame el césped aún ensangrentado
Y aguarda el fin de tan profundo sueño.
Meses después, los buitres de la sierra
Rondaban todavía
El valle, campo de batalla un día.
Las cruces de las tumbas ya por tierra…
Ni un recuerdo ni un nombre...
Oh! no: sobre la tumba del soldado,
Del negro terranova
Cesaron los aullidos,
Mas del noble animal allí han quedado
Los huesos sobre el césped esparcidos.
Río Moro
Tu incesante rumor vine escuchando
Desde la cumbre de lejana sierra;
Los ecos de los montes repetían
Tu trueno en sus recónditas cavernas.
Juzgué por ellos tu raudal, fingíme
Tras vaporoso velo tu belleza,
Y ya sobre tu espuma suspendido,
Gozo en ahogar mi voz en tu bramido.
¡Qué mísera ficción! Quizá en mis sueños
He recorrido tus hermosas playas,
En esas horas en que el cuerpo muere
Y adora á Dios en su creación el alma;
Que sólo dejan en la mente débil
Pálidas tintas y memorias vagas
Pero te encuentro grande y majestuoso,
Rey ponderado del desierto hermoso.
Bajo el techo de musgos y de pancas,
Abrigo del viajero solitario,
El rudo y fatigoso movimiento
De tus ondas veloces contemplando,
Del fondo de las selvas me traían
Las auras tus perfumes ignorados,
Mezcla del azahar y del canelo,
Gratos aromas de mi patrio suelo.
Entonces una lágrima rebelde
Humedeció mi pálida mejilla,
Dulce como esas que á los ojos piden
Caros recuerdos de felices días
Elocuente, si hay lágrimas que encierren
La historia dolorosa de una vida;
Aquí llevóla indiferente el río,
Murió como las gotas de rocío.
Eres hermoso en tu furor: del monte
Lanzado en tu carrera tortuosa,
Vas sacudiendo la melena cana
Que los peñascos de granito azota;
Y detenido, de coraje tiemblas,
Columpiando al pasar la selva añosa.
Las nieblas del abismo son tu aliento
Que en leyes copos despedaza el viento.
¿ De dó vienes así desconocido
Con tu lujo y misterios? ¿ Gente indiana
Hacia el Oriente tus orillas puebla
En verdes bosques y llanuras vastas,
Cuyo límite azul borran las nubes
Que en el confín del horizonte vagan?
Dime, ¿ esas tribus que do naces moran,
Viven felices ó miseria lloran?
Pienso que á orillas del raudal velado
Por grupos de jazmines y palmeras,
Púdica virgen de esmeraldas ciñe
Su negra y abundante cabellera;
Y acaso el homicidio sangre humana
A los cristales de tus linfas mezcla,
Y al odio y al amor indiferente
Confunde sus despojos tu corriente.
Vi al pescador de los lejanos valles
Tus peñas escalando silencioso,
La guarida buscando de la nutria
Y el pez luciente con escamas de oro
Contóme hazañas de su vida errante
Sentado de mi hoguera sobre el tronco;
Le vi dormir el sueño de la cuna,
Y envidié su inocencia y su fortuna.
La fúnebre viragua repetía
Sus trinos que saludan al invierno,
Y luces de topacio y de diamante
Te daba del relámpago el reflejo;
En las cavernas tu rumor ahogando
Tristes gemidos modulaba el viento
Así admiré tu pompa y hermosura
Entre las sombras de la noche oscura.
Viajero de regiones ignoradas,
Ay! ni una sola de tus ondas crespas
A encontrar volveré, ni de mis pasos
En tus orillas durará la huella.
Más celosa que el tiempo que convierte
Ricas ciudades en llanuras yermas,
Guarda natura su secreto al hombre
Y do escribirle osó, borra su nombre.
Como burbujas en tu manto llevas,
Irán los soles sobre ti pasando,
Y te hallarán los de futuros siglos
Como hoy- undoso, trasparente y raudo.
No existirá ni la ceniza entonces
De mí, que rey de la creación me llamo,
Y si guarda mi nombre el mármol frío,
Lo hollará con desdén el hombre impío.
Más felices las flores de tu orilla,
Nacen, al aire su perfume exhalan,
Marchitas ya, se mecen en la espuma,
Y mil, más bellas, sus capullos rasgan
Más felices tus ondas, al Oceano
Van á gemir en extranjeras playas;
Y yo con mi ambición pobre y proscrito,
De mi raza...infeliz purgo el delito.
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