ANTONIO MARTS
Guadalajara, MÉXICO 1976. Director de la editorial Paraíso Perdido. Edita(ba) la revista de literatura La Voz de la Esfinge. De pronto escribe cuento. También poemas (un poco más seguido).
Alguna vez hizo traducciones. Gusta de manejar en carretera y sacar la mano por la ventanilla, del cine, la música, la fotografía, la pintura (que no pintar), estar en una alberca, de la playa, un buen vino blanco (frío, sin lugar a dudas), discutir y conversar. Observa. Ahh y es parte del proyecto musical "Leonidas y sus 300".
Autor de los libros Antes de estar, La memoria, el eco y Árbol rojo sobre la colina.
Pont des Arts
Ya fue mucho Pont des Arts
noche, día, atardeceres y pasos
mucha fotografía y postales
mucho de ¿encontraría a la Maga?
La Maga no estaba ya en el corazón.
Seguí buscándola.
La Maga, yo, no en París.
Pero seguí buscándola.
Y Yiann Tiersen puede seguir tocando sus notas más parisinas
sus notas más melancólicas
mientras el Sena avanza
y esta luz perpetua de 9-10 de la mañana.
Permanecer en el barandal,
de lo alto de la torre
una luz comienza a buscar lo inasible
en algún recoveco de la gran ciudad.
La noche comienza a calar los huesos.
Los ojos encandilados.
La garganta deshecha por el nudo
porque nunca apareció en el Quai de Conti.
Japonesa y luz indirecta
I
Ella mira ajena hacia la nebulosa de la habitación
a su espalda la luz atraviesa por la ventana y somos testigos de la tarde.
Hay gracia en su mirada, en su estar de pie con una mano en la cintura y tensión en el cuerpo que revela expectativas
esa tensión la he visto en algunos felinos antes de saltar sobre su presa,
en el instante en que el francotirador presiona el gatillo
o el fotógrafo el obturador de la cámara.
La luz juega a envolverla y transparenta su vestido, lo evapora.
La mirada sigue estática se vuelve irreal y fantasma,
la tarde es la vida vuelta instante repetitivo.
Antes de la fotografía la luz ya estaba,
y en esas horas las minúsculas partículas que nos conforman
salen disparadas al vacío.
II
Se ha movido: las manos acarician su cabello líquido, pantalla, moaré, imagen difuminada del pleno movimiento.
Rota la mirada hacia el interior de la nebulosa perdida, la habitación, nos mira ahora franca, directa. Sonríe.
Del otro lado nosotros, nadie, alguien invisible, la observamos.
Sonrisa cómplice, pero de quién,
acaso sabemos quién es ella ¿de sus sueños? ¿De los ecos, las palabras, sus momentos?
El vestido también ha cambiado, en su agitarse es un ente vivo con la piel de flores o palabras japonesas.
La desaparición gradual de los objetos, de su rostro, por un instante capturado
y pegado a la memoria con alfiler profundo
la próxima vez que mire, si es que mira, habrá de preguntarse qué fue de la felicidad de entonces
III
La joven desnuda de espaldas a nosotros
mira por la ventana, hacia fuera de la casa, de la habitación, del poema, de la línea de este verso…
IV
Apenas la luz indirecta de una vela o una lámpara con pantalla que alarga las sombras
de la noche
Ella pasea desnuda (o intuimos que pasea) por la habitación, su sombra esbelta sigue los pasos de una danza complacida
Felina satisfecha tras el sabor de miel de sus andanzas nocturnas
en el cuerpo desvanecido aromas frutales y a madera
La luz vespertina desaparece mientras la sonrisa
y el temblor en las piernas y el frío en la punta de los pies también.
Alguien destapa una botella y sirve vino, beben,
se miran desnudos, sin sueños ya
mientras la tarde se diluye en una lágrima
o en una gota de sudor que escurre
y anochece.
Para mauxi y sus desvarios fotográficos
Instantáneas
I
La mirada penetrante. Un par de ojos incandescentes y en el iris el miedo, las preguntas. Al primer momento es una mirada firme, segura de sí misma y los ojos que la miran, si se escapa, se quedan con este recuerdo en la memoria. Después de unos minutos el rostro es más que la mirada. Son unos labios cerrados a fuerza de no dejar escapar a la palabra. Es una nariz que tiembla. Son los rizos que enmarcan. El temblor va más allá. Es la ausencia. Miraba el futuro y en él se consumía. El frío: nada funciona contra el ardor del cuerpo. Las paredes de cemento la envuelven sin respuestas.
II
Recostada sobre su brazo. Una mirada triste, perdida en pensamientos, ilegible, distante. El tiempo de la espera y las promesas, de los planes y la entrega. Ese día estuvieron abrazados junto al enorme ventanal del edificio. La eternidad. La luz que muere.
III
La luz directa encandila. Las palabras encuentran el reposo. Antes que la historia comenzara su cronología diversa. Siempre la luz es la que escribe.
IV
Instantes después todo ha variado. Luz difusa. El silencio nuevamente, temblor nervioso. Miedo. La luz es río. Nos baña, siempre. Rectángulo construido por ella, apenas recuerdo de su paso. Incompleto. La totalidad nunca se alcanza.
V
Los ojos tiemblan: tea encendida para iluminar la tarde. La noche. Los dedos reposan en los labios. Mantienen el silencio. Las palabras matan. Sólo mira perderse en la negrura de unos pasos. Cuando cierre los ojos todo habrá concluido.
Campos Elíseos
Los Campos Elíseos son un boulevard extenso
Si visitas el Arco del Triunfo
(hay una estación del metro bajo él)
y desciendes por la avenida
custodiada por cines y grandes almacenes
verás entonces La Tienda
y adentro lo que tanto amas
Quería llamarte
decir lo maravilloso que era estar
Ahí
Compré una tarjeta telefónica
en una oficina de correo
Y después busqué busqué una cabina
en los Campos Elíseos sin ver ninguna
hasta que la avenida Roosevelt
un jardín frente al Gran Palacio...
Poco más de mediodía
—allá temprano en la mañana—
sonó el timbre un par de veces
tu voz a tantos kilómetros
se escuchó en el auricular
No supe que pasó
mis ojos se tornaron llanto
no podía hablar
extrañaba
los sueños rotos y los vivos
Estar en ese jardín en el centro del mundo
vacío
y la ciudad sin tregua
Y te hablé de todo eso
de ellos
recién comprados
en La Tienda
Y tu voz, firme, serena
—en contraste con la mía
hasta que la tarjeta se agotó —no mucho tiempo
realmente.
Y en esa esquina
supe que la felicidad
es a veces un dolor tan delicioso
tan delicioso.
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