jueves, 30 de agosto de 2012

TIFFANY ATKINSON [7.639] Poeta de Gales




TIFFANY ATKINSON 

Berlín, Alemania, 1972. Reside en Gales

Es profesora de Literatura Inglesa en la Universidad de Aberystwyth, en Gales, donde vive desde 1993. En 2000 ganó el concurso nacional de poesía de Ottakar and Faber y en 2001 el Cardiff Academi International. Sus poemas se publicaron en diarios y antologías y su primer volumen de poesía reunida, Kink and Particle (2006) recibió la recomendación de la Poetry Book Society y ganó el premio Jerwood Aldeburgh First Collection Prize. Su segunda recopilación, Catulla et al, fue publicada por Bloodaxe in 2011 e ingresó en la lista corta de los libros del año 2012 de Gales. Realiza con regularidad lecturas y talleres en el Reino Unido y el extranjero y es editora de poesía de The New Welsh Review .





Pensamiento adulto

Toma, por ejemplo, esta playa: más bien una lonja de cuero de chancho
empapada de moscas, y difícilmente el lugar para saborear tu helado
o tus papas fritas, mucho menos para ponerte seria con un amante, menos aún
para traer a los niños; el mar mismo un disco de lata magullada
con olor a cadáver y un filo oxidado y letal; pero la verdad
es que es tarde, tienes un dolor en la base de tu espalda,
y sin nadie para aconsejarte, casi no te importa
que las moscas no te distingan de la carroña, si la roca ésta
tiene justo la forma de tu columna y boca arriba
recibes una panorámica de cielo abierto, y si el sol saliera,
bueno, estarías acá para tomarlo; así que se te ocurre
mientras enciendes uno de los cigarrillos que dejaste la semana pasada
que en estos días te estás conformando con menos, que, al mismo tiempo,
hay cosas peores, no, cosas infinitamente peores. 

Traducción de Inés Garland



Adult thinking

Take, for example, this beach: more a stretch of pigskin
swabbed with flies, and scarcely the place to savour your ice-cream
or chips, much less knuckle down with a lover, less still
to bring your kids; the sea itself a disc of hammered tin
with a corpsy tang and rusting, lethal edge; but the truth
is it’s late, there’s an ache in the pan of your back,
and with no one to tell you better, you barely care
that the flies don’t know you from carrion, not when this rock here
has just the curve of your spine so your upturned face
gets a widescreen gape of sky, and if the sun were to come round,
well, you’d be here for the taking; so it strikes you
as you spark one of the cigarettes you quit last week
that you’re settling for less these days, that, at the same time,
there are worse, no, infinitely worse things.



Querida Kate:

Las veredas de fin de semana son para las chicas pálidas. Todas esas hijas
alimentadas con leche de nuestro pueblo salen, sus párpados de neón
brillan. Están asustando a los gatos
y haciendo sonar las alarmas —

descaradas con sus cigarrillos y sus tampones,
pasándose brillo en los labios, con tiras de pastillas diminutas.
Absurdamente desenvueltas al besar. Siempre 
besando, oh, a alguien —

y Rufus, paseando por la costanera, dice
hola, Kirsty. Jess, te ves impresionante. ¡Sam!
Casi no… ¿cuando te volviste tan…?
Qué culto de histéricas.

Pero más tarde, cuando chapalean pasadas de lágrimas, o
llevan a casa gaviotas heridas en envases de cartón
o comparten una colilla en la fiesta de graduación, no puedo
dejar de pensar en ellas

a nuestra edad: engordando en el callejón sin salida
de matrimonios destartalados —peor— disecándose
sobre hojas de cálculo. ¿De qué lado estamos ahora, Kate?
Pd. ¿Café? ¿Pronto?

Traducción de Silvia Camerotto



Dear Kate

Weekend pavements are for pale girls. All the milkfed
daughters of our town are out, their neon
eyelids flashing. They are scaring cats
and setting off alarms –

are brazen with their cigarettes and tampons,
passing lip-gloss round with strips of teeny pills.
Absurdly fluent in their kissing. Always
kissing, oh, someone –

and Rufus, strolling on the promenade, says
hello, Kirsty. Jess, you’re looking stunning. Sam!
I almost didn’t…when did you become so…?
What a cult of shrieks.

But later, when they clatter past in tears, or
carry injured seagulls home in chip-cartons
or share a fag-end on the prom, I cannot
stop to think of them

at our age: thickening in the cul-de-sacs
of clapped-out marriages – worse – dessicating
over spreadsheets. Which side are we on now, Kate?

P.S. Coffee? Soon?





Sin aviso

estamos ferozmente borrachos, y las crueldades crepitan
como rosas viejas. Cama de espinas. Qué poco
se necesita para derribar las maleables geometrías
del sexo, para perder el valor de amar. No

el amor en sí. El valor necesario. El elástico empuje
del salmón contra el río-músculo, la fe
loca del pimpollo. Todas las cosas que empujan contra
lo privado y lo singular. Es el camino
de botas usadas, tu partida; pero no te

quiero menos por eso. La luna toma un punto de vista
objetivo, manda comunicados a través
de la cama. Y la madrugada es pura boca. Vuelve,
y transplantemos los viejos resentimientos. Elaboremos
vinos de mala calidad en el otoño. Riamos. Engordemos.

Kink and Particle, Seren, 2006
Traducción de Inés Garland 



No Warning

we are fiercely drunk, and cruelties crackle
like old roses. Bed of thorns. How little
it takes to overturn the pliant geometries
of sex, to lose the nerve of loving. Not

the love itself. The nerve of it. The salmon’s
flex against the river-muscle, the insane
faith of the bud. All things that push against
the private and particular. It’s the tread
of borrowed boots, your leaving; but I do

not love you less for that.The moon takes
the objective view, posts bulletins across
the bed. And dawn is all mouth. Come back,
and we’ll plant the old resentments out. Brew
dodgy wines come autumn. Laugh. Grow fat.




MADRE EN SUEÑOS

Mi madre en sueños, vestida
como una refugiada con estampillas raras
donde van los ojos, dice con voz televisiva
bueno, muchacha, ¿por qué tardaste? Su frente
franqueada por el dolor cuando lamo sus párpados
para cerrarlos y la devuelvo por la ranura
de la casa de dos pisos
donde mi madrastra cruje con la estática,
las piernas cruzadas, purificada y al borde del inminente
parto. Tengo que devolver la piel de mi madre,
el lento cirílico de su mano iletrada.
Despertar enredada en ese cordón, o ahogarme
con las palabras que no lo van a cortar.



ACTOS DE DEVOCIÓN

Frances lava los autos de los maestros
para la semana de Ayuda Cristiana. Con los nudillos blancos
y entumecidos acarrea el balde al MG rojo
que maneja Robert—Rob, el técnico de laboratorio,
elegido por las monjas, sin dudas, por sus dientes de conejo   
y su timidez: Rob, para quien Frances es una vela
que arde por los dos lados. Las rodillas esmeradas se hincan
en la grava, y ella refriega las manchas que nadie
nunca soñó refregar hasta que el agua corre ferrosa.

Detrás del seto en los jardines del Rosario
una hermana silba. Frances piensa en una tarde
después de misa cuando, con la comezón del pecado, se deslizó
a través del portón a la zona de las monjas. Y ahí,
la monja vieja y loca que escupía tierra y discutía con los arbustos,
la que, se rumoreaba, estaba atada con una soga larga
a las canillas de la cocina, estaba posada como un barrilete roto
sobre la montaña de abono, capturada por un instante
en la mira del crucifijo de la colina vecina.
Cuando su mano alzada bendijo a Frances
estaba abriendo las piernas para mear, una curva dorada y sólida
como las que hacía el padre de Frances al costado de la cabaña el último verano:
el olor a cobre caliente, a hojas secas.

Frances escurre la esponja, los dedos le arden
con el encaje del jabón. Ahora ve el corte
que el óxido le hizo a su mano: las dos, tres, ahora cuatro,
gotas, como semillas de granada, atrapadas
en el puño de tela y retenidas para regocijo de la trama.


PRIMERAS MASCOTAS

Alguien comienza un juego que nos da
a cada uno un nom-de-guerre de estrella porno. El juego exige
los nombres de soltera de las madres, implica a las primeras
mascotas. Como paperas, casi todos las tuvimos.
Cómo rogué, y cuando por fin la tuve, el desamparo
de mi cachorrita me horrorizó. Pobre incontinente
a la que no pude amar —qué parecida a mí— acobardada, bruta,
siempre pegada a los talones de las cosas—

            —los perros me asustan todavía, como las babosas,
como los niños; el mismo conocimiento incierto de la especie.
Los sueños me liberan de camadas de cachorritos ñatos
que lloriquean y que yo no puedo alimentar, y llevo puerta
a puerta arrastrándolos en sus placentas—

y ‘Mitzi Farmer’ vive su vida de estrella porno
en cul-de-sacs como estos, duda casi siempre
entre qué es sexo, qué es pelea.
Se acuesta tarde con bichos peludos
Mínimamente cosidos para un abrazo. Su madre no llama
casi nunca. Mitzi se da maña con los animales.


De El hombre cuya mano izquierda pensaba que era un pollo (Ediciones Gog y Magog). Traducciones de Inés Garland




El hombre cuya mano izquierda
pensaba que era un pollo

hizo algunas cosas notablemente bien, como
cazar moscas y encontrar aros perdidos
o lentes de contacto. Otras –hacer omelettes
digamos– aprendió a hacerlas con la mano izquierda
hundida en un bolsillo con maíz. Meros detalles
si tu brazo se hace el pollo desde el codo para abajo.
A veces, seguro, puro gallo: levantado mucho antes
que él, especialmente si su esposa estaba en la ciudad,
a mano de gallo lo conocían por provocar a desconocidos en el pub
o por cogerse objetos blandos. Comprar fruta con mano de gallo
no era broma. Pero también estaba mano de gallina,
que buscaba calor, llena de leves compulsiones. Este pájaro
sabía una o dos cosas de los frutos secretos de
la piel de su amante, del desierto de su espalda. Y
descubría las bellota que crecía en su pecho, y le revoloteaba
por las mejillas hasta que ella se dormía. Luego solo para
los niños, la loca mano de gallina de veo-veo
quién-es. Y aun así. Decir que el juego del sol a través de
sus dedos formaba la cresta más brillante, decir que
cruzaba la ruta más seguido de lo necesario, decir
que solo manejaba con cambios automáticos, que nunca fue ascendido
y que lo fotografiaron más de lo que le gustaba, decir
que casi se saca el ojo unas cien veces
no es decir que el hombre no se las arreglara solo. No. Era
una bandada de tangentes y sorpresas. Y sin
él hemos perdido toda memoria, toda posibilidad de volar.

(Traducción de Inés Garland)





The Man Whose Left Hand 
Thought It Was a Chicken

did some things remarkably well, like
catching flies and finding dropped earrings
or contact lenses. Others –making omelettes
say– he learned to perform with his left hand
deep in a pocketful of seed. Mere incidentals
if your arm does chicken from the elbow down.
At times, for sure, sheer cock: up well before
he was, especially if his woman was in town,
cock-hand was known to arc at strangers in the pub
or jump soft objects. Shopping for fruit with cock-
hand was no joke. But there was hen-hand too,
heat-seeking, full of mild compulsions. These birds
knew a thing or two about the secret berries of
his lover’s flesh, the dust-bowl of her back. And
rumbled the acorn growing in her breast, and fluttered
at her cheekbones till she slept. Then for the kids
alone, the crazy bantam-hand of knock-knocks,
now-you-see-its. Still. To say the sun’s play through
his fingers made the brightest comb, to say he
crossed the road more often than required, to say
he only ever drove an automatic, never got promoted
and was photographed more often than he liked, to
say he almost had his own eye out a hundred times
is not to say the man was not his own man. No. He
was a flock of tangents and surprises. And without
him we have lost all memory, all possibility of flight.





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