DAIANA HENDERSON
Paraná, Entre Ríos, ARGENTINA 1988.
Actualmente vive en Rosario, donde es estudiante de Comunicación Social. En noviembre de 2011 publicó Colectivo maquinario por Ediciones Diatriba. En octubre de este año saldrá publicado A través del liso por la editorial digital Determinado Rumor. Desde principios de 2012 dirige, junto a amigos de Paraná, el fanzine de poesía Pegaláctico.
Los chicos siempre nos dejaban de lado
y se iban a cazar en la camioneta.
Nosotras quedábamos hablando al pedo.
Las anécdotas que traían después eran siempre iguales.
El flaco me contó que una de las noches
vieron dos ojos brillando, Facu apuntó
y le dio a un gatito en medio de la frente.
Fue a verlo, lo mostró levantándolo de la cola
y lo dejó despacio, a un lado del camino.
Me dijo que Franco, que es el más macho de todos,
lloró.
No contaron nada, y nosotras
no lo notamos porque en los cuentos
de caza no había ninguna diferencia:
siempre era de noche y hacía frío,
un nudo exagerado en el medio
y un desenlace sin sal.
Pero ahora sé que esa vez
volvían los tres callados en la camioneta
mientras nosotras nos pintábamos
para salir.
Llegamos y está amaneciendo
en la esquina del mar y la punta de rocas
del morro sobre el que están las cabañas.
El sol, que es un tubérculo debajo del horizonte,
se prepara para saltar como un jugador de la NBA
en la cámara lenta del replay
y empieza a incendiar con un naranja furioso
toda el mar como si fuera
una superficie de querosén.
Nosotros, que estamos en la arena
desde el lado opuesto
ponemos el pecho y esperamos que el fuego
nos llegue como un disparo, de todas maneras
iríamos a morir de sueño dentro de poco
compoteras
Si me vieras
toda encogida
en el
pulmón
canceroso
del edificio
de tanto aspirar
las porquerías
de los otros.
Las discusiones
en las cocinas
se caen por las ventanas
y aterrizan acá,
en el patio del primer
piso.
Nadie las viene a buscar,
después,
como a las compoteras.
El gran dorado
Desde la butaca de la barranca,
una excelente vista al río.
El sol exculpe su textura
con pequeñas espátulas,
una superficie de diamantes
triturados y esparcidos
sobre el raso o
sobre la nata.
Entre ellos, el brillante más hermoso,
el pescador,
aunque sus formas geométricas
se pierden por la distancia.
Él sabe pero no sabe
la velocidad en que lo veo
desplazarse en su quietud.
Las piernas separadas para mantener el equilibrio,
los pies trabados con la madera,
la postura para no cansarse
y que nos agarre la noche.
La fuerza de los brazos puesta en desterrar
un tesoro que pueda comer
o vender.
Desde acá se ve
como si se agarrara de una soga
clavada en el agua, un pasamanos,
avanzando con cada tirón en la corriente.
Me pregunto dónde estará atada
la otra punta,
¿en una piedra del Iguazú?,
¿en el sol?,
¿en la pata de un elefante en África?
Debería tener cuidado,
las piedras se desbarrancan
y los negros van a comérselo crudo
al diamante si aparece entre las aguas.
Mejor el sol.
El sol le sienta bien, capaz
que porque es un gran
dorado.
(de: "El gran dorado",
Ed.Iván Rosado, 2012)
Ciber
lagrimear en un ciber
leyendo un poema
tener escamas
saber respirar el aire
dentro del aire alquilado
filtrar los desinfectantes
y contadores de minutos
el mundo es un ciber, casi
y nosotros,
surfeadores,
aunque más bien buceamos
y escribimos mientras vivimos,
o viceversa.
y lagrimeamos teclas
forradas de mugre
de gente que no se lava las manos
tan fácilmente.
lagrimeamos
y escribimos
y vivimos
y damos vida a la mugre
¡tenemos poderes!
de un sólo lado de la pantalla.
la vida nuestra es un ciber,
casi
17
En casa nunca se pudo fumar.
Es raro porque siempre hubo tíos
y primos que lo hacían en las reuniones
y los demás lugares,
y mamá fumaba de pendeja
según lo que me contó.
Creo que es culpa de mi hermano mayor,
debió haber roto con la no costumbre
de arranque.
Igual es evidente, el olor del pelo es indiscimulable,
compartimos las carteras y ahí habitan
algunos encendedores.
Yo me he acostumbrado a vivir sola y cuando quiero
salir al balcón, porque no queremos que en el departamento
quede el olor a tapita de cerveza convertida en cenicero
de un sábado lleno de gente.
Es la noche anterior a nochebuena en casa
todos duermen y voy a fumarme un cigarrillo al fondo,
pero en vez de fumarlo, es como si lo estuviera respirando.
Supongo que nos volvemos a encontrar, chica de los 17,
estoy más rubia que entonces, y tengo otros amigos,
por suerte mejores que los de antes.
Me da frío y voy a la churrasquera
a tirar el humo adentro de la chimenea
para que se reúna con el resto.
Me encuentro con lo que todavía quedó
de lo que prendí fuego la semana pasada, el contenido
de toda una caja de recuerdos de papel.
Ahora todo es gris y negro, algunos metalizados,
supongo que serán las fotos.
Lo único que sobrevivió es la tarjeta de un boliche
de San Bernardo, recuerdo bien ese verano.
Supongo que nos volvemos a encontrar,
chica de los 17, y que tenés algo para decirme.
Lo lógico sería que yo esté acá parada
haciendo bailar una mano,
dándote un consejo por la experiencia,
pero aparentemente tenés algo que decir vos
y yo necesito escucharlo.
¿En qué momento perdí las cosas que no sabía tener?
¿Y cuándo las cosas que vivimos pasaron a ser
parte de una lista, lista para ser carbonizada?
¿Cuántas y cuán pocas cosas habrán muerto
en ese último incendio?
Supongo que tenés algo para decir
pero aparentemente
has perdido la voz o nunca aprendiste a hablar,
no sabés mantener tus principios,
ni sostener tus opiniones,
supongo que todavía tenemos algo en común.
¿Es que vos me abandonaste o yo te dejé
con una risa malévola, como si estuviera
clavándonte un alambre entre las vértebras?
Hemos crecido en familias diferentes,
hemos creído en gente diferente,
hemos escuchado distintas cosas
y entendido otras cantidades.
No se sabe qué es mejor,
si fundirse en una cola de gente que se empuja
para ser normal, esquivando con los pies
los tacos agujas de las niñas incautas
y poniendo la cara de mayor de 18,
o fundirse en la cola de gente que se empuja
para dejarse ser rara.
Supongo que eso también pasa en los 17 de hoy,
donde uno puede expresar su autenticidad
a través de un estado de Facebook.
Uno nunca está preparado para dejar de tener esa edad
y a nosotras,
a nosotras dos, por lo visto,
ni la ingenuidad ni la reflexión
nos ha llevado a ninguna calma,
por lo visto, ninguna de las dos hemos sabido
dejarnos querer.
Supongo que nos volvemos a encontrar,
chica de los 17,
ojalá pudieras abrazarme,
ojalá pudiera prepararte un café con leche,
o vos a mí,
ojalá pudieramos compartir un cigarrillo
aunque en el paquete queden 19, mientras miramos
los capítulos viejos de los Simpsons y esas cosas
que nunca cambian, como los colores de las botas de goma
y casi dejarnos reir con el capítulo de Halloween
en que Bart tiene un gemelo malvado en el altillo
y simular que no nos da miedo,
simular que nos da gracia,
que está todo bien.
Ojalá volvamos a vernos, ahora debes irte, supongo,
hasta las 3 las mujeres entran gratis
en las vidas de otros.
Quisiera preguntarte si es que olfateabas
ciertas tragedias, o simplemente
las esperabas,
supongo que la poesía ya estaba golpeando
la piel del abdomen. Claro, no se puede escribir
desde un galpón lleno de ruido, al salir sí,
pero siempre estabas entrando, ¿no?
Mañana es noche buena, a tu edad yo esperaba
que no lloviera
y los fuegos artificiales eran una guerra entre mi tío
y el vecino.
Vivimos en la misma casa y aún no sabemos su nombre.
Me aturdían.
Siempre me aturdieron, pero antes
me aturdían los oídos,
ahora me aturden los recuerdos y me quedo mirando
las explosiones de chispas de colores que Kerouac
supo describir como arañas entre las estrellas,
ay,
no conociste a Jack, qué lástima, tenía tanto por decirte,
te hubieras enamorado de todo su precipicio,
pero te hubieras asustado, también,
así que mejor,
somos tan distintas.
Perdón.
No quisiera adelantarte nada, nunca lo creí bueno,
hay que dejar que las cosas sean
y no estoy pensando en el efecto mariposa,
vi esa peli a tu edad, me pareció una buena película
de ciencia ficción, pero después me hicieron verla
en psicología, como ejemplo de un caso de esquizofrenia,
entonces era otro género, no era ciencia ficción
y creo que la interpretación hubiera cambiado
al leer la sinopsis, nunca lo hice,
bueno, vos debes acordarte, debe haberte sucedido
hace poco.
En serio,
no quisiera adelantarte nada, no quiero arruinarlo,
no quisiera responsabilizarme de los habría,
son un pésimo tiempo verbal, ¿sabés?
realmente pésimo, deberían prohibirlos
y sancionar su uso con años de encierro
adentro de un galpón, con techo de chapa y
paredes de hormigón, sin música.
No quisieras meterte ahí adentro,
sos muy chica todavía, pensás que la tenés muy clara.
No.
No pensás que la tenés muy clara, sólo te haces,
para eludir la idea de que la vida pueda ser
un poco más cableada de lo que puede verse
en el diseño urbano.
Las cosas irán siendo más inalámbricas,
eso puedo decirte, aunque te lo imaginarás,
pero eso no quita el cablerío que hay de fondo,
por más invisible que sea.
Muchas,
muchas veces he preguntando a la gente si alguna vez
se han dicho a sí mismos que nunca hubiesen imaginado
que la vida era esto.
No recuerdo ninguna respuesta, lo que significa
que nadie me dijo nada, a lo sumo habrán hablado.
Quisiera preguntártelo, pero para hacerlo
debería mostrarte lo que es la vida hoy
y no sería justo,
merecés seguir liberándote adentro de un galpón
y en navidad salir a bailar a lugares abiertos
y aprovechar que vivís en una ciudad de río,
ver cómo el mundo se espeja en el agua marrón,
no sabés lo que vas a extrañar esa agua,
no sabés lo que va a gustarte,
vas a querer estar más de aquél lado que de este,
la tierra es aburrida
o demasiado divertida, un exceso de cable.
Quisiera decirte una cosa,
sólo una y espero no arrepentirme:
dejáte envolver pero no atrapar,
andá al galpón, hacé tu baile, no el del videoclip
de chicos jugando voleyball en la playa
esos chicos no existen,
queré mucho, dá sin cuestionar,
no te preguntes demasiado todavía,
ya habrá tiempo para eso en otra edad
y espero que en alguna haya tiempo para respuestas,
quizás sea en los 17,
quizás eso has venido a decirme,
quizás si prendieras un cigarrillo esta noche buena
frente a toda la familia
yo hoy no tendría necesidad de fumar
y de escribir luego por encontrarme
con el resto de un deseo pirómano de prender fuego,
cada tanto, lo que queda de vos,
y a la vez, es como si te estuviera invocando.
Hacé deportes, leé por placer,
preguntá cosas que parezcan obvias,
después no vas a animarte.
No escribas mucho, no te quemes, no pierdas tiempo con eso,
ya va a llegarte.
No apuestes,
no te saques demasiadas fotos, después terminarán
la mayoría con hongos y pegadas entre sí o prendidas fuego.
Sacá fotos de lo que hay a tu alrededor,
acostate a la hora que quieras
y escuchá música.
Preguntate qué querés y por favor, haceme el favor
de responderte de vez en cuando,
mirá los Simpsons, algún día vas a necesitar un capítulo
para ejemplificar lo que querés decir.
No confíes en todos, pero si confiás, confiá.
Y no fumes,
hace mal a la piel y te deja olor,
es un hábito horrible.
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