miércoles, 1 de agosto de 2012

7359.- OLIVER GLAVE


Oliver Glave: Nació en Lima, Perú, un 9 de octubre. Es autor de los poemarios Pleodrina (Editorial Corza Frágil, 2003) y La idea era irnos aún niños (Editorial Estruendomudo, 2008). Textos y creaciones suyas han aparecido en publicaciones como Freak Out! (Lima), Le Monde Diplomatique (edición peruana), y en revistas virtuales como Los Noveles (Miami) y El Malhechor Exhausto (Lima), entre otras.







CONTEMPLACIÓN DEL VÍNCULO

Los conozco. La soledad les brota por los poros, sin asco. Un sudor frío, grasa y cuerpo en la mirada. Se mantienen erguidos a la tenue luz del albergue esperando que algo cambie el arduo tiempo. Se mantienen callados, incapaces de decir lo que sienten o amados pero siempre de otra manera. Sus ojos ruegan piedad al escuchar el murmullo del grupo o el grito de un abrazo, y se ocultan secos, humillados, y si les tocan la mejilla expresan total entrega, total acatamiento, llenos de nausea y emoción. Sus corazones se hinchan como vejigas inflamadas y sueltan besos, euforia, revienta el cariño en un río de orines, los he visto además lamer narices con el alma colmada al no ser rechazados. Escriben sobre soledad y decepción y sus piernas se tuercen sin importar la gruesa piel que las cubre; fuman con nosotros y sus palabras son mal entendidas, desechadas, llegan a hastiar y las personas escapan silenciosamente y con el rostro escondido esperando no volverse a cruzar con ellos. Arrastran una inútil cola y esperan una sonrisa amigable antes de partir, pues presienten el frío de la calle y los pensamientos fulminan al caminar si no se guarda un recuerdo grato, golpean peor aún si no se está acompañado al ver vitrinas, vidas y gestos amables. Sólo una sonrisa basta para hacerlos soñar con hijos, nietos y abuelos que habrían estado orgullosos, pero todos cerramos las puertas y los obligamos a dormir para que no sigan cayendo, y si no les negamos la piel entonces ganan confianza y nos miran sin miedo, con expresión de vaca bruta, y piensan en nosotros y nos desean, siempre repitiendo que la miseria humana no puede llegar a niveles más patéticos.
¡Cómo esperas una boca observando a través de esa agotada ventana! Los autos en la pista brillan como gotas y te das cuenta de que no eres quizás la única criatura que llora tanto y que la ciudad es también un rostro hinchado y carne congestionada, un cadáver mediocre con insectos en la piel que a diferencia de ellos puede comprender el vacío, pero la duda otra vez corrompe los músculos y las muecas empiezan a nacer simulando flores, razón suficiente para acabar con toda fe antes de que las personas descubran que no deben ni siquiera rozarte.

(De “Pleodrina”, editorial Corza Frágil, 2003)






IMÁGENES DE BRUNEI

Nos sentamos a beber un café bajo el sol de pleno invierno.
Sin recelos, ni hambreados.
Apenas terraplenes y vientos a la luz de calles
en serena conmoción.
Me dijiste que te ibas,
que lo dejabas todo por una promesa hecha a ti misma.

Conozco el adiós;
es caminar a tu lado.

Pero un hosco recelo desgasta hasta reventar aquel fértil globo.
Sí, arrastra con ciegas manos mi corazón, hasta ya no poder.

Días han pasado sin saber de ti. Días que parecen la distancia
entre el carácter y su desolación.

A Helena Paulsson

(De “La idea era irnos aún niños”, editorial Estruendomudo, 2008)






HAY MÁS QUE VER

Todos regresan a estas tierras por fiestas, para enterarse si es que aún no estamos muertos o para evocar la entraña familiar, con mayor lástima cada vez. E inevitablemente surgen las comparaciones, y todos hemos hecho el bien, y hemos seguido nuestro sendero trazado intensamente comprometidos hasta despedirnos y todavía perdernos, cautivos en el recuerdo del amor.

Cada año regresas.

(De “La idea era irnos aún niños”, editorial Estruendomudo, 2008)







RECAPITULACIÓN

Yo no sé porque mi padre se mete en negocios
si la guerra se perdió hace funerales;
la idea era irnos aún niños,
escapar del caos que nos doblega
todavía en gritos,
te lo digo, pues
día a día regresábamos en tu auto, callados,
velando la pista adelante
como quien intuye el choque en la garúa

y a pesar de conocer tu destierro
estuvimos dispuestos a avezarnos más
y a seguir a nuestro corazón
como piedra al fondo del estanque.

Yo no sé por que hoy regreso
a la vieja ruina deshabitada
pero entiendo tu vida aquí, padre,
convulso en la pista,
vacío de aire,
reventando la vereda
con pocas lágrimas.

El tatuaje en la espalda es sobre ti.
Quisiera mostrártelo.

(De “La idea era irnos aún niños”, editorial Estruendomudo, 2008)






I

Y siento amor por cada uno de tus cabellos durmiendo en mi garganta, nutriéndose en el sol de una ola delirante y besada dentro del corazón, buscando el anhelo hasta en los más cálidos recodos. Mi corazón está dentro de tu boca caliente, la que habla ahora frente a la horda enaltecida, lo digo porque eres mi hermano, la sangre que nunca tuve y aún deseo incendiada. Siento amor ya que conozco tus ojos primeros, los albores que jamás llegué a besar; en mis sueños me faltan los brazos y ansío tu crianza plena de sierpes e intensos ocasos. Sí, tu niñez desesperada euforia, y no tengo que culparte de nada aunque la angustia me amenace y vengan ellos con su ternura a enterrarme más. ¿Cuántas veces te habrán herido el rostro delante de tus hijos y humillado, avergonzado habrás huido dando cualquier excusa para hacer más llevadero el sueño, para que sigan creyendo en ti, dulce padre, lo importante es que nos quieras sin importar nada? Sangre mía en vertiginosa forma, le sonrío a la memoria de tus brazos, a la voz que tiernamente ardía en el horizonte mientras tus hijos otra vez fantaseaban tu nombre con orgullo.
¿Recuerdas cómo nos veíamos nacer?, ¿no te alzabas en el crepúsculo a cada golpe de ternura, tan solo ligeramente evocado?
Acaso espero que regreses.

(De “Pleodrina”, editorial Corza Frágil, 2003)









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