miércoles, 20 de agosto de 2014

ISMAEL CERNA [12.963] Poeta de Guatemala


ISMAEL CERNA


Ismael Cerna Sandoval (3 de julio de 1856 - 8 de abril de 1901) fue un poeta originario de Chiquimula, Guatemala, sobrino del expresidente de Guatemala, Vicente Cerna. Fue perseguido por el presidente Justo Rufino Barrios hasta ser encarcelado, para después ser liberado y emigrar a El Salvador, desde donde se convirtió en uno de los precursores del teatro guatemalteco.





AUTORRETRATO

De un terso espejo ante la plancha clara
contemplándome estoy, y estoy tan fiero,
que a no ser por lo mucho que me quiero
lleno de indignación me abofeteara.

Una cara más larga que una vara,
cuerpo maltrecho, canillas que hacen cero,
un conato de frente, un ojo huero
y una nariz más larga que la cara.

Conjunto ruin, fealdad tan insolente;
al contemplar mi bárbara escultura
se me desgarra el corazón cruelmente;

mas al ver tan horrible desventura
tengo un consuelo y, pásmese la gente,
soy de mi pueblo la mejor figura.






A GUATEMALA

Ni gritos de dolor, ni acentos de ira
hallo en mi corazón. Al contemplarte
desfallece mi voz, mi canto expira.
¿Dónde el numen hallar para cantarte
la ardiente inspiración que al despertarte
haga estallar las cuerdas de mi lira?

El estro audaz, la inspiración bendita,
ambiente y luz y espacio necesita
en su noble y febril desasosiego;
necesita en la gran naturaleza
ejemplos de virtud y de grandeza
que arrebatar en su órbita de fuego.

Aquí donde se extiende asoladora,
como incendio voraz, la tiranía
implacable, feroz, aterradora;
donde cubre a la ardiente fantasía
cual fúnebre sudario ¡patria mía!
Atmósfera letal y abrumadora.

Aquí donde cobarde y sin aliento
se oye no más el mísero lamento
que alza un pueblo infeliz y envilecido;
donde, en vez del estruendo de la lucha,
solamente se escucha
del infamante látigo el crujido.

No es posible cantar: la mente inquieta
de sacudir aquí no encuentra modo
la oprobiosa estrechez que la sujeta;
aquí, encerrado en círculo de lodo,
en vez de inspiración siente el poeta
vergüenza de los hombre y de todo.

No, no es aquí donde de luz sediento
de espacio y libertad el pensamiento
pueda ensayar el vuelo soberano;
sólo desde las cumbres de los Andes
se atreve a desplegar sus alas grandes
el altivo Cóndor americano.

No es aquí donde el alma soñadora
puede saciar la sed que la devora
de santa libertad y de poesía;
no es aquí donde en estro levantado
puede hablar el poeta acostumbrado
a pensar y sentir con osadía.

No es aquí ¡vive Dios! El noble anhelo
de levantarse y escalar el cielo
en pro de un astro que esplendente asoma,
el ansia de la gloria sacrosanta
del corazón de un pueblo se levanta,
y no del fango en que se hundió Sodoma.

¡Ah! ¿y es esto verdad, Patria querida?
¿Es verdad que a los pies de quien te abate
te arrastrarás por siempre envilecida?
¿Ya ese tu joven corazón no late,
que dejas ¡ay! sin ira y sin combate
"que te arranquen los déspotas la vida?".

¿Es verdad ¡oh mi Patria! Que en tu suelo,
americano edén, pensil de flores
se haya extinguido todo noble anhelo;
que estás agonizando de dolores,
y no bajan mil rayos de tu cielo
a confundir a siervos y opresores?

Morirás, morirás sin que en tu oído
suene nunca un acento enardecido
en patriótico ardor, una voz fuerte
que altiva y poderosa se levante,
tus cadenas quebrante
y a la vida del siglo te despierte.

Esclava morirás. ¡Ah! Si pudiera
convertir mi cerebro en una hoguera,
y arder de inspiración como ardo en saña;
si hallar pudiera en esta tierra esclava
la tempestuosa voz con que atronaba
el sublime Dantón en la montaña.

¡Si yo tuviera sangre de espartanos
para dártela toda, toda, y luego
para herir en la frente a tus tiranos,
en rayos convertir este ardor ciego,
esta lira que estalla entre mis manos
y estas férvidas lágrimas de fuego!

Yo quisiera tener la soberana
furia del huracán o de los mares
la voz, aquella voz del gran Quintana
para agitar las iras populares,
como azota las selvas seculares
la horrorosa tormenta americana.

Yo quisiera, no sé; siento en el pecho
dolor, mucho dolor; siento un inmensa
agitación, un numen muy estrecho
para cantar lo que mi mente piensa.
Siento que lloro de ira y de despecho,
Y siento que este llanto me avergüenza.

Siento ¡oh Patria! Que te amo, y que no puedo
infundirte el aliento poderoso
del alma libertad, darte denuedo;
porque enfrente del yugo bochornoso,
veo en tus hijos llanto vergonzoso
y los veo temblar, temblar de miedo.

¡Oh! Malditos los déspotas que hirieron
tu hermosa juventud, los impostores
que al carro de los déspotas te uncieron…
malditos los soeces rimadores
que corona de burlas te pusieron
poniendo en el pavés a los traidores.

Malditos los que ven las hondas penas
en que tu hermosa juventud expira,
y no osan arrancarte las cadenas.
Maldito también yo, que ardiendo en ira,
No he roto contra el déspota mi lira
para darte la sangre de mis venas.







EN LA CÁRCEL

¿Y qué! Ya ves que ni moverme puedo
y aún puedo desafiar tu orgullo vano.
¡A mí no logras infundirme miedo
con tus iras imbéciles, tirano!

Soy joven, fuerte soy, soy inocente
y ni el suplicio ni la lucha esquivo;
me ha dado Dios un alma independiente,
pecho viril y pensamiento altivo.

Que tiemblen ante ti los que han nacido
para vivir de infamia y servidumbre,
los que nunca en su espíritu han sentido
ningún rayo de luz que los alumbre;

los que al infame yugo acostumbrados
cobardemente tu piedad imploran;
los que no temen verse deshonrados
porque hasta el nombre del honor ignoran.

Yo llevo entre mi espíritu encendida
la hermosa luz del entusiasmo ardiente;
amo la libertad más que la vida
y no nací para doblar la frente.

Por esto estoy aquí do altivo y fuerte
tu fallo espero con serena calma;
porque si puedes decretar mi muerte,
nunca podrás envilecerme el alma.

¡Hiere! Yo tengo en la prisión impía
la honradez de mi nombre por consuelo.
¿Qué me importa no ver la luz del día
sin tengo en mi conciencia la del cielo?

¿Qué importa que entre muros y cerrojos
la luz del sol, la libertad me vedes,
si ven celeste claridad mis ojos,
si hay algo en mí que encadenar no puedes?

Sí; hay algo en mí más fuerte que tu yugo,
algo que sabe despreciar tus iras
y que no puedes sujetar, verdugo,
al terror que a los débiles inspiras.

¡Hiere…! Bajo tu látigo implacable,
débil acaso ante el dolor impío,
podrá flaquear el cuerpo miserable,
pero jamás el pensamiento mío.

Más fuerte se alzará, más arrogante
mostrará al golpe del dolor sus galas:
el pensamiento es águila triunfante
cuando sacude el huracán sus alas.

Nada me importas tú, furia impotente,
víctima del placer, señor de un día;
si todos ante ti doblan la frente
yo siento orgullo en levantar la mía.

Y te apellidas liberal ¡bandido!
tú que a las fieras en crueldad igualas,
tú que a la juventud has corrompido
con tu aliento de víbora que exhalas.

Tú, que llevas veneno en las entrañas,
que en medio de tus báquicos placeres,
cobarde, ruin y criminal te ensañas
en indefensos niños y mujeres.

Tú, que el crimen ensalzas, y escarneces
al hombre del hogar, al hombre honrado;
tú, asesino, ladrón, tú que mil veces
has merecido la horca por malvado.

¡Tú, liberal…! Mañana que a tu oído
con impotente furia acusadora
llegue la voz del pueblo escarnecido
tronando en tu conciencia pecadora…

Mañana que la patria se presente
a reclamar sus muertas libertades
y que la fama pregonera cuente
al asombrado mundo tus maldades;

al tiempo que maldiga tu memoria
el mismo pueblo que hoy tus plantas lame,
el dedo inexorable de la historia
te marcará como a Nerón, ¡infame!

Entonces de esos antros tenebrosos
donde el honor y la inocencia gimen;
donde velan siniestros y espantosos
los inicuos esbirros de tu crimen;

de esos antros sin luz y estremecidos
por tanto ayes de amargura y duelo;
donde se oye entre llantos y gemidos
el trueno de la cólera del cielo,

con aterrante voz, con prolongada
voz, que estremezca tu infernal caverna,
se alzará cada víctima inmolada
para lanzarte maldicion eterna.

En tanto, hiere déspota, arrebata
la honra, la fe, la libertad, la vida;
tu misión es matar: ¡sáciate, mata,
mata y báñate en sangre fratricida!

Mata, Caín, la sangre que derrames
entre gemidos de dolor prolijos
¡oh! infame, el mayor de los infames,
irá a manchar la frente de tus hijos.

Aquí tienes también la sangre mía,
sangre de un corazón joven y bravo,
no quiero tu perdón, me infamaría…
Mártir prefiero ser, a ser esclavo.

¡Hiéreme a mí que te aborresco, impío!
a ti que con crueldades inhumanas
mandaste a asesinar al padre mío
sin respetar sus años, ni sus canas.

Quiero que veas que tu furia arrostro
y sin temblar que agonizar me veas,
para lanzarte una escupida al rostro
y decirte al morir: maldito seas.





EL PERDÓN

No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,
no llega mi palabra vengadora
ni a la viuda, ni al huérfano que llora,
ni a los fríos despojos de la muerte.

Ya no puedes herir ni defenderte,
ya tu saña pasó, pasó tu hora;
solamente la historia tiene ahora
derecho a condenarte o absolverte.

Yo que de tu implacable tiranía
una víctima fui, yo que en mi encono
quisiera maldecirte todavía,

no olvido que un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la Patria mía.
Y en nombre de esa Patria te perdono.



Ante la tumba de Barrios

No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,
no llega mi palabra vengadora
ni a la viuda, ni al huérfano que llora
ni a los fríos despojos de la muerte.

Ya no puedes herir ni defenderte,
ya tu saña pasó, pasó tu hora;
solamente la historia tiene ahora
derecho a condenarte o absolverte.

Yo que de tu implacable tiranía
una víctima fui, yo que en mi encono
quisiera maldecirte todavía.

No olvido que en un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la Patria mía,
¡y en nombre de esa Patria te perdono...!







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