Aída Moreno Lagos
Nació en Talca en 1896. Hizo estudios en la escuela normal hasta lograr el título de maestra. Después de haber servido en varios establecimientos de educación, fue designada secretaria de la Escuela Normal Nº 1 de Mujeres de Santiago.
Falleció en Santiago el 28 de diciembre de 1943.
¡Y ES BUENA LA VIDA ASÍ!
En el meditar doliente
de la tarde que se va,
hay algo triste y silente
que está en todo y que no está
en ti, no obstante mi empeño
de hallarlo en tu corazón ...
Haz que despierte el ensueño
repicando tu emoción.
La vida es mala, ¿verdad?
Pues buena es la vida así:
sobre la fatalidad
luz de arriba y desde aquí
humos de ensueño... Después
sobre una pena algún llanto ...
y así una vez y otra vez
alegría y desencanto ...
¡Y es buena la vida así!
¡COMO OLVIDARLE! ...
¡Cómo olvidarle si dejó en mi vida
todo el encanto del primer amor
si él me dejó la senda florecida,
si sus besos menguaron mi dolor!
¡Cómo olvidarle cuando el alma pena
por la mirada de sus negros ojos;
cuando aún el eco de su voz resuena
rememorando prístinos sonrojos!
¡Imposible olvidarle! Su sereno
mirar será en la eternidad mi historia ...
¡Amar, sufrir!... Que vierta su veneno
la vida en mi existencia transitoria,
¡mis manos mustias, al finir mi éxodo:
han de alargarse a perdonarlo todo!
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1944-08-06. AUTOR:
CARLOS RENÉ CORREA
El espíritu de Aída Moreno Lagos a través de su poesía está con nosotros; la verdadera poesía envuelve el secreto de la eternidad, de la permanencia que no está condenada a la contingencia de la materia. Ella alentó en sus versos un divino ensalmo, una poderosa visión de la ternura, de la tristeza, de la soledad. Fue siempre peregrina y viajó ilusionada en busca de la serenidad que le negaban los hombres. Su poesía nos trae el mensaje de un alma que conoció el cilicio de la desventura y que a pesar de ello venció a la sombra con la luz de su lámpara que desafió tantos vientos.
Solo nos queda de ella un libro de poemas; “Dolidamente”, publicado en Montevideo en 1925. Es lamentable que su obra posterior no la reuniese en un volumen, porque quedará condenada al olvido y a una muerte aparente. Tal vez ella así lo quiso por un humilde deseo de permanecer solitaria, desconocida, rodeada de sus cantos que fueron los únicos lazarillos en el viaje.
Aída Moreno Lagos entregó su vida a dos grandes y sublimes menesteres: la poesía y la enseñanza de los niños. Fue maestra como Gabriela Mistral y en la escuela se engrandeció su espíritu. El cansancio de la vida la llevó a la soledad, a cierto retraimiento que solo tuvo término en una muerte también silenciosa.
En la poesía de Aída Moreno Lagos no debe buscarse nada extraño, porque ella es la expresión de una sencilla mujer que amó la belleza, la ternura más honda, el canto que se pierde en recintos anímicos y cósmicos.
Iba por la vida poseída de temores inauditos; una inquietud permanente la perturbaba; para ella la alegría estaba siempre distante, pero en cambio tenía a su hermana la tristeza, junto al camino, habitando en su misma casa. Por eso nos dirá en “Dolidamente”:
“Pensativa, doliente
me acerco hasta el frescor de la vertiente
y me miro temblando en la corriente.
Como inextinta pira
mi conturbado corazón suspira.
Gimen las frondas y la tarde expira.
Vuela desorientada
sobre la tarde inmaterializada
y ungida de tristeza, la bandada
de mis sueños errantes.
¡Oh, las trémulas alas anhelantes
que en la inquietud mancharon los instantes
en que el amor fluía
como rayo celeste y me decía
su clave misteriosa y sonreía!
¡Oh, mis alas heridas
que en el silencio de la tarde cruzan
zonas desconocidas
y plúmulas de ensueño desmenuzan!”
Se convirtió su vida en un ala herida y para ella fueron todas las zonas de sombra. Este hecho no es extraño en la vida de los verdaderos poetas, cuyos caminos siempre cruzan por inciertas regiones. De lo desconocido ellos extraen milagrosamente la raíz de su emoción, de su adivinación de la belleza. Y por eso, ciertamente, la poesía suele ser para algunos oscura, inaudible; suele estar transitada por unos personajes extraños. En Aída Moreno Lagos encontramos siempre al alma que sufre la desolación del amor; si ella nos pinta la naturaleza, si ella penetra en lo subjetivo, si ahonda en lejanas reminiscencias espirituales y humanas, habrá una tortura a flor de labios, una desencadenada furia de viento iracundo que sacude su casa; es el amor que llega:
“Amor llamó a mi puerta dolorido…
Fui hasta mi puerta para abrirle yo,
y se quedó mi corazón dormido
oyendo cómo habló”.
Caminaron juntos; hubo hermandad entre la poetisa y el amor; reverdeció el sendero; tras el pinar se adivinaba la paz serena, pero había también un anillo de espinas que la llagaban. Vino hasta ella el amor dolorido y sus ojos alcanzaron la montaña.
La lectura de sus versos nos regala el placer de conocer la sinceridad de su espíritu y de poder apreciar cierta sutil elegancia de versificación y una fuerza poderosa para coger el símbolo, la imagen de múltiples facetas.
La poetisa quiebra su sollozo de amor frente a la soledad; él no la ha oído, acaso, y ella en medio de su angustia, entrega su canto atormentado y tiene palabras de absolución:
“Porque iba ilusionado, perdónale Señor…
Llevaba en sus pupilas sortilegios de luz…
Porque iba ilusionada, perdónale, Señor…
Si él me dejó sus rosas, ¿qué ha de pesar mi cruz?”
Para ella la vida entera fue esa cruz misteriosa de que nos habla el poema; gracias al canto y a la ilusión no extinguida, fue una cruz ligera, pero a pesar de ello, de agonía. La poetisa llenó entonces de interrogaciones el camino y salió a la inmensidad con su voz enloquecida, pero sin vana estridencia. Era muy humana y soñadora; la visión se engrandecía como sus lunas y sus océanos; el viento llegaba incansable hasta su huerto y estremecía sus árboles. Es el mismo viento de que habla en su delicado poema “Momento Fraterno”:
“Tengo sed, madre mía. Estoy cansada.
Me hace falta beber en la cisterna
de tu blanda mirada.
La vida es breve y la inquietud eterna
en las almas sonámbulas.
El viento
de negra tempestad me ha sorprendido
en el camino, madre. Y de tu acento
llega hasta mí el mensaje conmovido!”
El aria del viento, la voz que se ha quedado suspensa, las rosas que caían en sus manos, la harán exclamar:
“Hermano mío, viento,
sé mi hermano y mi amante:
quiebra en las soledades mi tormento
y arrástrame como a una adelfa errante!”
Fue Aída Moreno Lagos una “adelfa errante” que un día se quedó marchita, el día de su muerte. Se cerró la ventan de su corazón, enmudeció la voz, se trizó la simbólica campana de su amanecida.
Después de este breve peregrinar por sus caminos de poesía, cómo podemos compenetrarnos del profundo sentido artístico que en ella vibraba; no buscó la gloria humana, porque sabía que es perecedera; en cambio cómo procuró entregar todo su espíritu en cada verso, humana y mística expresión de su pasión, de su noble emoción, de su ritual ofrenda a los hermanos viajeros.
La poetisa se ha ido sobre el mar y su navío todavía nos hace señas desde la otra orilla.
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