viernes, 22 de agosto de 2014

CARLOS FERNANDO ORTIZ ZÚÑIGA [12.996]



Carlos Fernando Ortiz Zúñiga

(Guerrero, México)
Su trabajo ha sido publicado en las antologías Ríos interiores, poetas de Guerrero, editado por el Ayuntamiento de Chilpancingo (1999), la Antología de poetas jóvenes editado por CONACULTA (1999), Poetas y narradores de la selva cafetalera editado por Fábrica de letras (2000). La Universidad Autónoma de Guerrero le publicó el libro Sueños prosaicos, también presenta el libro Poebrio, editado por La Tarántula Dormida (2000), aparece en la antología de poesía Más vale sollozar afilando la navaja (2004), en la Recopilación de poetas jóvenes del Fondo Mexicano de Escritores (2004), y en las revistas Tierra Adentro, Mala Vida, Pasto Verde, Cuiria, Lenguaraz, Fronteras entre otras. En 1999 ganó el primer lugar en el Concurso Estatal de Poesía del estado de Guerrero, obtuvo mención honorífica en el concurso nacional Para cantar en las barcas de Tabasco en el 2000, en el 2003 recibe mención honorífica en el área de cuento en el concurso de poesía y cuento María Luisa Ocampo, en el 2005 y 2007 recibe mención honorífica en el área de poesía en el concurso de poesía y cuento María Luisa Ocampo. Es editor de la revisa Atrás de la raya que estoy escribiendo, de Chilpancingo; Guerrero, y coordinados del grupo cultural La Tarántula Dormida.





(Poemas del libro Trenes para armar la nostagia)



Trenes para armar la soledad

              Cruje entonces el tren 
              Se hace un insecto mínimo 
              A tientas 
              avanzando 
                  (Efraín Bartolomé) 



Nos quedamos solos 
en espera del último durmiente, 
la velocidad juguetona del humo 
escapando de la locomotora. 

No llegó el tren, 
como nunca su canto. 

Nos hemos quedado aquí 
como niños aguardando la noche. 

El sueño no se cumplió. 
Es por el silencio que lo sé. 

Nos hemos quedado solos 
siempre con lenta quietud 
de pájaros que emigran al sur. 

Queda aún el recuerdo, 
las vías derruidas partiendo 
la geografía del planeta, 
hasta el pueblecillo triste de las Dos vías. 

Quedan las máquinas quejumbrosas 
llenas de herrumbre y hollín, 
a mitad del día cascarones carcomidos 
que derrotados mueren. 

Llega a la memoria una canción infantil 
que al ritmo del chu-chu 
llena la tarde de nostalgia, 
de recuerdos, 
de trenes de latón, 
que junto con mi hermano 
debamos cuerda a mitad del patio. 





El hombre que miraba pasar los trenes

Qué extraña la noche 
trae memoria 
nocturna locomotora 
asume la condición descarrilada de hombre 
que en la tranquilidad observa 
como el viento viste la sombra 
leve el cuerpo ardiendo 
valdrá la pena – pregunta - valdrá la noche 

se apaga la luz, 
el último hilo de luz 
se hace boca ahorcada la palabra 
el garfio que es olvido 
metal relamido 
asume la caída
el hombre ladra desvalido 
el lento irse del tren 
y la muerte se cuelga 
en la tiniebla de sus ropas mortecinas. 






¿A qué hora el tren? 

¿A qué hora llega el tren? 
Pregunta el niño 
tomado de la mano de su madre. 

No hay respuesta. 
Sólo el sol que cae cortante 
sobre el rostro del pequeño 
que sujeta la mano de su madre 
mientras pregunta sobre la llegada 
del ferrocarril. 

Por momentos el infante suelta la mano, 
ve a lo lejos una vieja locomotora que atrasa su llegada. 
Escucho, dice a su madre, el canto mecánico del tren, 
suena como una estampida de búfalos, 
una manada de lobos hambrientos. 
Es el tren, grita. 

La madre vuelve a sujetar la mano del pequeño, 
y agitada aprieta fuerte, 
lastima al niño, 
que no sabe que en esa vieja ciudad 
las vías del tren no llegaron a acostarse, 
y que a lo lejos lo que oye, 
es el ruido del silencio. 




11:25 la muerte se descarrila

En la diáspora hilada la palabra
vagón desmontado del verso
sostiene la irrepetible
boca de acero
a la sombra de la noche.
Minúsculo el animal a la distancia
es una serpiente, un opuesto, inasible
en la onda prisión del humo.
Descarrila la vértebra el mundo
entre las luces fugaces
y el semáforo ciego
su destino de luciérnaga
hambrienta la muerte.
Queda el vuelo
solitario de los murciélagos,
el coro de ángeles oscurecidos
por el romántico verso de la melancolía.
Diatriba del hombre
que dibuja sobre la arena
el casi destino de lo inimaginable,
en esa solitaria orilla donde se recuerda
la posibilidad del viaje entre los rieles de la negra máquina.


Existía el tren

“La vía férrea, sin balaste, se movía como un cuero de víbora. Al paso del tren el polvo se levantó arrastrado por el torbellino, se le metió en los ojos y le nubló aún más la visión.”

Ignacio Trejo


A veces es el recuerdo lo que habita en tus ojos,
un poco de polvo arrastrado por el viento,
el laúd salaz de la locomotora nublando la vista.
La muerte espera del otro lado, vestida de gato,
espera sobre la venta el azul abstracto,
el fin de la carrera tras su cola gatuna.

Existía anhelante la flecha de metal,
la serpie redimida,
el carbón calentando la tristeza,
la guitarra incurable afilando el aire,
cortando la plaza,
con su conmovedor canto primigenio.

El tren pasó tarde,
a decir por el sol,
por los amores cortados en racimos,
por la exactitud de las hormigas
que detienen su trajín.
La vastedad del mundo no rinde
para ordenar por catálogos las líneas del tren,
las risas de los niños que corren persiguiendo sus caireles negros.



Nostalgia

No hay dioses, sólo hombres,
tan comunes hombres como bestias mirando el atardecer,
adormilados por el canto de las máquinas,
por la idiota idea imaginaria
Suben a los vagones y se descarrilan en la noche,
el vapor baña sus rostros,
es el hollín de la tarde entre las uñas,
la falta de la pitanza de vitualla.
No hay hombres, sino hay dioses,
tan terribles como la nostalgia del tren.



Sólo la mirada

“La partida es la mirada de alguien que se despide.”
Elvia Navarro Jurado

La mano dibuja un adiós
en la estación el vapor,
los rieles desnudos
el movimiento de la mano en silencio.
Se desplaza la máquina
hasta convertirse en un punto
una coma, un vacío,
un aparte, una despedida
la trampa fatal de la certeza.




Mirándola dormir

Estás tan cerca, curiosa brasa tu carne,
eterno paisaje lleno de preguntas tu cuerpo
tanto tren tus piernas, boca tan tuya un tren.
Remota lluvia guardas como finísimos dardos en tus dedos
gracia plácida en el catástrofe duermes,
como pequeña niña que guardo en mi memoria.




Otras voces, otras palabras

Tanto tren con tu cuerpo,
tanto tren; tanto tren con tu boca,
tanto tren; tanto tren con su ojo,
tanto tren. (1)
tanta ceniza de la hoguera,
tanta palabra imposible,
marejada de voces tu boca,
después, tal vez,
debas de regresar a casa,
sabes
siempre estoy por llegar
a la estación del tren,
al embarcadero,
a la montura del caballo. (2)
cerca de tu nombre,
de diáfano corazón,
la amargura inevitable,
entre las hojas del libro
un viejo boleto de tren.
Siguen los trenes solos rodando con la lluvia (3)
persistente la gota golpea el cristal,
incurable el silencio arropa,
la noche no es más una boca,
la sombra duda de tu cuerpo,
… tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería. (4)
es el olvido la tierra que nombras
alegato persistente de la suavidad,
patria extinta de la fragilidad de tu piel;
caballito de feria, dulces de algodón
pólvora que se hace bala
sangre iracunda,
solos en el anden
un tren por la gran vía.
Mi corazón es una tarjeta postal…, un túnel sin tren,
un fin de mes; todo eso es mi corazón (5)
pero también una aguja sin dolor
una mujer escribiéndote una carta en el desayuno,
exiliado cuerpo esperando la sentencia,
indocumentado hombre en acecho de la muerte.

(1) Nicolás Guillen
(2) León Guillermo Gutiérrez
(3) Pablo Neruda
(4) Ramón López Velarde
(5)Armando Alanís Pulido





(Fragmentos del libro Hombre mirando desde su ventana)

3

No hay forma.
No existe la formalidad.
La caída no cesa,
el grito no para
los trancazos persisten
la sangre escurre
la lágrima acaricia el rostro
el cadáver sobre el pavimento
la noche se hace ruido de luces rojas,
la madre se tira para abrazar el cuerpo.
Dos hombres la sujetan
de los brazos
mientras en el suelo
anónima se encuentra la muerte.


6

Siempre será mejor estar de este lado.
Tengo la seguridad que llueve,
afuera hay tristezas.
Gotas pequeñas que golpean el vidrio.
Es mejor estar de este lado
una delgada capa de ceguera invade la ventana.
con la palidez del cuarto ignorando el burdel de enfrente,
calles interminables, muchachas con rostros de peces,
cíclopes nocturnos bebiendo sol por la tarde
puentes donde los amantes ponen el punto final al amor.
Escribo con el dedo solitud, una y otra vez.
El vaho comienza a borrar la imagen de la ciudad.
Seguro de este lado llueve nunca.


10

Ahí entre la hierba escondido,
tras el poste de palo,
el pequeño David.
Se oculta del abuelo
que arrastra sus pies,
apoyándose siempre en sus muletas.
El callejón es sucio,
con olor a orín a soledad.
El perro ladra,
dice, aquí tras el poste entre la hierba
se encuentra David,
que corre y no para,
no para y se pierde
quizá para siempre
Para más tarde.


Las preguntas del que mira tras la ventana

¿Existe el hombre tras la ventana?
¿Qué observa?
¿Cabría preguntar si acaso también existe la ventana?
¿Porqué hay una venta y un hombre?
Seguramente esto se cuestiona el conductor del auto
que pasa por el edificio
a gran velocidad.
Tras la ventana alguien corre las cortinas,
la oscuridad disipa las dudas,
no hay dudas,
no hay hombre,
sólo la ventana ciega


No hay comentarios:

Publicar un comentario