miércoles, 5 de abril de 2017

NATHALIE CRUZ-MORA [20.070]


NATHALIE CRUZ-MORA 

Nathalie Cruz Mora. (Costa Rica, 1987). Ingeniera Biotecnóloga (ITCR), empresaria y gestora cultural. Dirigió el Festival La Poesía Vive (2015), como estudiante universitaria dirigió el Festival Rana Dorada (2008), actualmente desarrolla proyectos literarios, y apoya a diferentes artistas en sus proyectos individuales. Además, gesta proyectos el tema ambiental y pedagógico.

Ha participado de varios talleres poesía, actualmente frecuenta el Anti-Taller-Anti dirigido por Melvyn Aguilar y Cristian Marcelo, algunos de sus trabajos fueron publicados en el blog y en la Antología de este taller (2014-2015).
La mayoría de su obra poética permanece inédita.



Insectívoro

De un lado las mantis fallecen,
del otro sobreviven cucarachas.
Los grillos resuenan esperanzas
-si no ellos ¿quién?-.
Las mandíbulas de las langostas
comen lo que no les corresponde,
Escarabajos doloridos
niegan a sus muertos.
Hormigas obreras cortan hojas
que otros roban.
Algunos tienen las mejores flores,
otros ni un centímetro
donde caer patas arriba.
Y los demás,
solo ostentan su espíritu,
su trillito del aire.
Es la ley de la selva
en el jardín insectívoro.



Caballo de guerra

"Como el caballo se alimentaba de jardines, 
tenía todos los colores de las flores que se comía". 
Aquiles Nazoa.

El agua para beber debería
ser transparente,
sublimarse angélica 
si un rayo la calienta.

En tu pueblo una guitarra rasgaba
y rasgaba su calor de morada.

Hasta que de la llaga más podrida
brotaron gusanos y asesinos,
radiactivos líquidos de bombas
tiñeron pieles, blancas y oscuras,
 no dejaron ni una limpia.

¿De dónde provino el agua pura que nos diste 
mientras cantabas?
¿de los ojos infantiles de un caballo asesinado?

Ojalá la muerte fuera 
como en aquel cuento,
 y niños  y equs 
renacieran, intactos, en los dibujos
 florales de las carretas. 



Equilibrista

¿Cuál sol quemará
la cera de estas alas?
Dentro del abismo,
en ausencia de redes,
huyo de mi hastío,
en nombre de la rosa,
de otros montes,
del dinosaurio
y las lapas.
Avecino una nubosidad,
tenso la cuerda agitada
entre dos mundos,
mi pie ante otro pie
resbala.
  



SUJETO

Quiero caber en una caja
de madera,
aceitar mis articulaciones
y tuercas,
medito como podría
ser menos material,
más efímera o gaseosa,

desencajo mi esqueleto,
las uniones se dan vuelta,

la espina debe doblarse en ángulos
obtusos,
estrechar el ligamento a los músculos,
inclusive el hierro de mi pierna.

Debo ser flexible,
cual el algodón de la tela
o del campo,
el líquido viscoso y maleable de un metal
fundido,

contener la forma aproximada del objeto,
ajustarme a esa des-identidad
de cara “en blanco”,
de sentimientos “en blanco”,
al antojo del titiritero,

-que la sonrisa no parezca macabra-,

y los sueños no me manchen el vestido,
el número,
el talento de la voz que habla detrás
de mí.

Lo más importante es que yo pueda
caber en esa caja,

luego colorearán mis mejillas
con carmín-achiote,
peinarán mis cabellos de plástico,
desenredarán de día los nudos
tejidos de noche.

-que la sonrisa no parezca macabra-.

Si lograra meterme en esa caja,
llorar sin lágrimas,
o danzar por mí misma sin asustar
al público.

Lo cierto es que nunca podré entrar
ahí,
por eso me he separado
en partes,

ya quiero ver el rostro de mi amo
será un momento feliz:

sus ojos asomados por la hendija de luz,

se abrirá la tapa

y yo estaré
en partes,

con mi sonrisa macabra,
adentro.




EPSILON

Recorro lugares pasados

estampas y texturas,
esto es un abrigo o un aroma,

el lápiz con punta filosa que rodó
debajo de la mesa.

Entre muros extraños
perdí los rostros

(mis rostros)

a los que di una linterna
para la clave Morse.

Me cuesta aprender
direcciones de memoria,
me cuesta volver y ser la misma,
recorrer con el mismo plumaje
los tejados,
bailar con similitud el 3X4.

Bajo las tormentas
deseo ser la placa
que inmóvil aguarda un empuje
orogénico.

Las tormentas se componen
de rutas inciertas,
y la improbabilidad abunda
en este plano.

Aún hebras de negros cabellos
en mis dedos,
huellas de lo impuro en mi cara,

a la botella de vidrio
le crecieron algas en su base,
en el agua flotan
dañinas criaturas invisibles.

Miro fantasmas florecer
en los salones donde hay bailes,
pesados candelabros,
mujeres con enormes vestidos.

Estática
es la matriz del tiempo,
y quizá hasta yo,
si escarbo en las tumbas,
también sea la misma.

Recorro dimensiones pasadas
el Péndulo

da una vuelta de carnero
completa.
“Otra vuelta de tuerca”
ante mis ojos.



TRÓPICO

Levemente desvanece el cielo entre los dedos de un hombre, llora su miseria humana, se pregunta si la muerte dará fin a su naufragio, las brújulas no siempre señalan hacia el norte. Presume que al caer la lluvia se lavará su lamento, o las golondrinas se llevarán entre alas al meridiano. El hombre sabe que anda descalzo entre los charcos, donde los renacuajos le golpean los tobillos mientras buscan convertirse en sapos. Se mira la sombra en el espejo, sabe que está siempre ante la cuerda floja del final, y su mortalidad subyace en la aguja de un zancudo chupasangre. El hombre decide quitarse los zapatos y correr, correr de vuelta al abismo de donde ha salido. Tal vez de los huevos dejados en el fango surjan unos peces.



Re-sonancia

Esta zozobra es un estado de alegría límbica, de ligero sobresalto hacia el porvenir, la batería como banda sonora de este instante, un corazón de cristal que me pongo en la solapa; risa temerosa hacia el paso siguiente, casi caer, casi volar, meter cabeza en la hendija que abre paso a otro mundo, estaciones que se suceden rápidamente, sin pensar elijo el viento, y si no fuese el viento, sería el mar, o un volcán donde viven criaturas imposibles, el centro de la lava donde nada me quema.



Viento eléctrico

No hay otro sur que la amplitud del aire
aquel camino que se dirija hacia cadenas
será de otro.
El mar incontenible
destrucción expansiva en un intento.
Tabla a tabla
hacia el otro lado del precipicio:
un puente se desploma.
Practico volar
aunque algunos pájaros nunca sabrán
expandir sus alas.
Alzo la frente para buscar una aguja en el horizonte,
se ha vuelto costumbre herirme las pupilas
con la intensidad vocal de los relámpagos.
El ejercicio de partir es magro
y el silicio me aprieta la cavidad torácica.
Alguna vez el árbol que camina echará sus raíces,
y, solo entonces, podré quedarme.



Cataclismo

Lo peligroso se escondía en las escamas
en la pluma desprendida
salientes en lo liso del paisaje
que con su punta metálica rajaban la carcasa:
mostraban sus partes. 

Estaba en el viento
en el torbellino que nos saturó la garganta
y constipaba el pulmón, los alveolos.

Surgió del peñasco
y vertió sobre nosotros una nube de polvo
la mano se incineró
dinamitó el labio
explotó el sexo. 

Lo peligroso tenía varias caras
varios aguijones que se dejaban las tripas. 

No era el grito sobre el oído
ni el puñetazo que presionaba el esternón
lo peligroso era ser devorada por lo imposible:

avanzar en línea recta hacia el eje del mar
abastecer de piezas lo eterno
ser el leño que combustiona espontáneo
los 21 gramos de los muertos
permanecer en el muelle
y enjuagarse con gasolina la cara
luego acercarse a una hoguera tierna
y, por voluntad propia, ofrendar los ojos.








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