Carlos Jiménez de Parga
(Murcia, 1974). Allí vive en la casa bohemia de su abuelo hasta que se traslada a Valencia para cursar Ingeniería Informática en la Universidad Politécnica. Tras un exhausto año de estudio regresa a su tierra para continuar con el segundo curso de la carrera. Actualmente es Ingeniero Técnico de Sistemas y Superior en Informática y con una maestría en Investigación en Ingeniería de Software por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Vive en Murcia, simultaneando su labor docente como profesor de Lógica y Matemática Discreta en la UNED de Cartagena con el desarrollo de un doctorado sobre representación ontológica de nubes atmosféricas por ordenador en tiempo real mediante realidad virtual.
Ha publicado un libro sobre Ingeniería de Software (UML) en el que aborda la construcción del mismo desde un prisma arquitectónico. Ha formado parte del movimiento de software libre y código fuente abierto con la exitosa publicación en Internet de varias aplicaciones C++ sobre música y gráficos. También ha trabajado en varias empresas informáticas del sector, especialmente en una nave industrial a las afueras de la ciudad donde programaba a cero grados centígrados en invierno y cuarenta en verano.
Ha viajado por varios países, pero sobre todo por España, donde ha conocido la diversidad y riqueza de su cultura y sus gentes. Ha peregrinado varias veces en solitario en el Camino de Santiago, realizando completamente el Camino Iniciático que transcurre desde Saint Jean Pied de Port hasta Finisterre.
Es aficionado al arte antiguo y medieval, por lo que realiza frecuentes viajes para dedicarse a estudiar la importancia y transcendencia de su simbología. Es lector empedernido de literatura universal, tanto moderna como antigua, y un enamorado de la poesía de todos los tiempos, encontrando en ella la respuesta a los anhelos, sueños y sentimientos más profundos de la historia del ser humano.
En la inmensidad del camino celeste
EDITORIAL CUADERNOS DEL LABERINTO —ANAQUEL DE POESÍA, nº66—
MADRID • MMXVII
Prólogo: Albert Viciano Vives
PRÓLOGO
«Nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto
hasta que repose en Ti»
(AGUSTÍN, Confesiones 1,1,1)
En el núcleo de este hermoso poemario, En la inmensidad del camino celeste, se cobija un enamoramiento que marca la vida de una persona —en este caso, del poeta Carlos Jiménez de Parga— para el resto de sus días. Mientras el estudiante de ingeniería informática, nacido en Murcia,
recorría con espíritu de retiro y concentración el Camino de Santiago (agosto de 2002), se encontró con una joven peregrina madrileña, de nombre Celia, de quien se enamoró enseguida.
Aunque las circunstancias del itinerario de cada uno los obligaron a mantener un fugaz trato, los breves pero intensos momentos vividos juntos causaron tanta mella en el ánimo de Carlos, que desde entonces la figura de Celia se convirtió para él en uno de los luceros que iluminan su vida como si fuera una de las muchas estrellas que configuran la Vía Láctea alumbrando desde la transcendencia la realidad terrena y llenándola de pleno sentido. En la mayoría de los poemas late ese amor de Carlos por Celia, que recuerda, salvadas las distancias, el de Dante por Beatriz o el del Quijote por Dulcinea.
Los 50 sonetos, 2 casidas, 1 serventesio, 1 elegía y 16 versos libres estimulan al lector a alejarse de la predominante tendencia, presente en la sociedad actual, de priorizar aspectos materialistas y de asegurar negocios exitosos, para por el contrario adentrarse con valiente osadía en una vivencia espiritual rica en valores propios de la vida interior.
La transcendencia se palpa en la intimidad del corazón del poeta, que se abre al lector como si de una confesión se tratara, para contagiarlo de su enamoramiento por lo celeste:
«Pues por ti crucé los extensos mares, / por ti escalé las más remotas estrellas, / por ti conquisté los inalcanzables sueños, / por ti cedí mi amor al cruel destino, / y por ti, en fin, debo toda mi vida» (Descensus ad inferos).
La vida interior del poeta se mueve entre crisis o sacudidas espirituales y momentos de paz o tranquilidad. Carlos, tras su encuentro con Celia en el Camino Jacobeo, experimentó una transformación íntima, fruto de la cual es la elaboración del poemario que ahora se presenta. Pero esa transformación ha abarcado otros aspectos aún más importantes para su vida, como es el abandono de planteamientos superficiales de comportamiento, por mucho que algunos de ellos gocen del falso prestigio de lo «políticamente correcto». A partir de aquel encuentro, nuestro autor se interesó intensamente por la lectura de escritores clásicos de la literatura universal, gracias a los cuales aprendió a «desvelar» lo que la sociedad circundante le tapaba: encontró el amor a la sabiduría en vez de la trivialidad, encontró el afán por la belleza en vez del brillo social, encontró la justicia social en vez del éxito económico. La palabra griega
«aletheia», que equivale a «verdad», etimológicamente significa «lo desvelado»: la verdad se descubre eliminando los velos de las apariencias. Y sobre la base de la verdad se fundamenta la felicidad personal. Conocimiento de la realidad y ética de la felicidad se comunican, pues, intrínsecamente.
Los poemas de Carlos se sitúan, pues, en las antípodas de lo que recientemente se ha denominado la «postverdad». El neologismo post-truth, que el diccionario de Oxford, además de incorporarlo en su elenco de entradas, considera la palabra más representativa del año 2016, significa que al hombre contemporáneo le ha dejado de interesar la verdad como valor absoluto porque prioriza sus emociones o sus visiones personales sin importarle que sus conceptos coincidan con la realidad. Esto se ha puesto en evidencia en 2016 con el éxito de los populismos en distintos contextos políticos del planeta. En los discursos postverdaderos no importa si algo es cierto o no: la autenticidad pasa a ser secundaria, lo que interesa es transmitir mensajes que convenzan
a la gente, apelando a las emociones, al margen de si los mensajes son verdaderos o falsos. Ahora bien, la postverdad jamás producirá la anhelada felicidad ni solucionará problemas, sino que acrecentará aún más el desengaño y la frustración, además de retardar la solución de los problemas, justo aquello de lo que Carlos ha aprendido a huir. Podría contraponerse la «postverdad» al saludo «ultreia» (del latín ultra, más allá, y eia, interjección que exhorta a mover), con el que los peregrinos compostelanos se desean ánimos esperanzadores de cara al futuro, porque el más allá del saludo «ultreia» no es el embauco alienante de la «postverdad», sino que apunta hacia la Verdad misma.
Las fuentes principales de los presentes poemas son no sólo autores clásicos grecolatinos (Homero, Platón, Virgilio, Horacio, Ovidio) y autores tardoantiguos como Agustín, sino también poetas medievales del amor cortés, humanistas como Dante o Petrarca y autores modernos
como Cervantes, Garcilaso, Shakespeare o Milton, sin dejar de lado escritores contemporáneos como Keats o Neruda.
Además, la Biblia también subyace en el transfondo del pensamiento de Carlos. Han sido unas lecturas tan aprovechadas en estos últimos diez años, que a la hora de componer los versos el autor ha sabido conjugar en armónica inspiración pensamientos bíblicos con retazos de la mitología grecorromana, aires cervantinos con evocaciones dantescas o miltonianas, sentimientos del amor cortesano con estética romántica. Un ingeniero en informática ha enriquecido así su cultura tecnológica con la adquisición de un humanismo de raíces clásicas y cristianas: un comportamiento ejemplar.
La combinación de mentalidad ingeniera y de inspiración poética clásica se constata también en el rigor de la versificación. Carlos se mantiene fiel al esquema métrico del soneto, que desde Petrarca es considerado la estructura más apta para la expresión del enamoramiento, y de los demás versos medidos. En lo que al soneto se refiere, Carlos se atiene a las exigencias rítmicas de la acentuación silábica en los endecasílabos, al esquema estrófico de dos cuartetos y dos tercetos, a la rima predominantemente asonante y a figuras retóricas como el encadenamiento, la aliteración, la metáfora, el clímax y otras. A decir verdad, la rima del soneto tendría que ser consonante, según establece el canon clásico establecido en el Renacimiento; sin embargo, nuestro poeta ha decidido introducir un toque de modernidad optando por que sus sonetos sigan una rima asonante, lo cual aporta una frescura literaria al lenguaje poético. El estilo clasicista, adornado de elegante vocabulario, se nos presenta joven porque en todo momento aletea una sinceridad de lo más profunda, alejada del pastiche hipócrita que embauca con disimulo la mentira. Aquí la palabraes bella porque es veraz.
ALBERT VICIANO VIVES
Facultat d’Història, Arqueologia i Arts Cristianes
«Antoni Gaudí». Barcelona
No conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad.
LUDWIG VAN BEETHOVEN
Feliz el sabio que ha podido averiguar las causas de las cosas y somete al miedo y al inexorable destino evitando a todos tropezar en importunos errores pese al estrépito del codicioso Aqueronte.
VIRGILIO (Geórgicas, II 490-492)
El vuelo del espíritu de amor refulgente se eleva más que el del vano laurel terrenal cuando ansía reunirse, en un solo instante, en el celeste centro imaginario donde pervive su recuerdo incansablemente.
CARLOS JIMÉNEZ DE PARGA
CANTO IV
[…]
Y Beatriz me miró, llenos su ojos
de amorosas centellas tan divinas,
que, vencida, mi fuerza dio la espalda, 141
casi perdido con la vista en tierra.
CANTO V
Si te deslumbro en el fuego de amor
más que del modo que veis en la tierra,
tal que venzo la fuerza de tus ojos, 3
no debes asombrarte; pues procede
de un ver perfecto, que, como comprende,
así en pos de aquel bien mueve los pasos. 6
Bien veo de qué forma resplandece
la sempiterna luz en tu intelecto,
que, una vez vista, amor por siempre enciende; 9
[...]
DANTE ALIGHIERI. (Divina Comedia. Paraíso)
Soneto I
Si alguna vez te viera te diría
que eres tan bella como flor del cielo
y cuando el viento cruza tu cabello
eres bandera de la poesía.
Llevo en mi cicatriz tu sonrisa
mas tu figura olvidar no puedo
cuando derrotado miro al firmamento
y veo tus ojos brillar arriba.
El destino nos separó por siempre
en una encrucijada de la vida
mas tu recuerdo me es indeleble.
Rabia sentí por perderte aquel día
pues mi mayor dicha fue conocerte
y pensar que eres feliz mi alegría.
Soneto II
Cuando el invierno consuma tu belleza
y la fría noche hiele tu postrera juventud
allí estaré yo para recordarte
los dichosos días de tu rebelde primavera.
No puedo olvidar el resplandor de tus ojos:
luz de otoño y calor de una candela.
Las caídas hojas secas coronan tu cabeza
bajo el atardecer de las calles del amor.
El viento susurra tu nombre
en cada esquina de la infinita ciudad
donde tus pasos se perdieron en el olvido.
Jamás entenderé el cómo y el porqué
de buscarte en los recodos vacíos del ayer
pero si algo hay cierto, es que te quiero.
Soneto III
Te imagino, niña de gran ciudad,
entre la metrópoli escondida
caminando en las calles infinitas
buscando en alguien la felicidad.
Una lágrima brota en tu mirar
dulcemente acaricia tu mejilla
como un ave vuela en la brisa
y al caer rompe en un inmenso mar.
Querías evadirte en un sueño
y de estrellas de una constelación
tus pupilas llenar con mil reflejos.
Siento aquel verano de dos mil dos
cuando bailabas al compás del cielo,
mas todo aquello, en qué se quedó.
Soneto IV
Eres una estela en el raso cielo
que el excelso viento quiso trazar,
eres una cometa sin soltar
que quedó perdida por un destello.
Eres un azulado firmamento
que los poetas quisieron soñar,
eres una estrella sobre la mar
que guió a un derrotado velero.
Mi vida es un camino a la utopía,
tu vida un camino sobre mi noche
que se han de cruzar un eterno día.
No me quedarán así más razones
para verter contigo mi alegría
que en un instante unir los corazones.
Soneto VIII
El amor, que me mueve en tu mirada
y resplandece al ritmo del latido
de una trémula gota en tu infinito,
no es amor, si el sutil corazón calla.
Y si el viento tu oscuro pelo abraza
en una algarabía de sigilo,
que esconde la belleza de un sonido
al que sólo acarician tus palabras,
allí, en el septentrión del pensamiento
en el que te persigo sin descanso,
eres una afamada y fugaz Dafne.
Mas si el amor conmueve el universo,
ya no existe mayor fuerza de lo alto
que detenga este mundo en un instante.
Soneto XIV
Es por aquella joven descubierta
caminando en la brisa de las playas,
tan hermosa nereida en ella innata,
que celosas las solas la contemplan.
Anclada mi alma estaba de tormentas
en amainadas costas de templanza
al encontrar mis ojos su mirada
y perderme en su ingenua sutileza.
Largos días separan a infelices
de un injusto destino en esta vida,
mas en el corazón ella me infunde
fuego hacia los incógnitos confines
en ciudades de estética infinita
allí donde las penas se consumen.
Soneto XXIII
Engañado en el mundo del frágil hombre;
Castigados por Zeus el Prometeo;
sumido en la materia y desenfreno
avanza el sano enfermo en el desorden.
Políticos que siembran divisiones
y dictan con violencia lo correcto
manipulando jóvenes ingenuos
para ser vitalicios regidores.
¿Qué clase de criterio nos gobierna
si lo aparente un día fue triunfante
y al otro, la miseria más corrupta?
La duda a la dormida inteligencia
apelar a resolver este desastre
qué indigna al ser humano en su conducta.
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