lunes, 8 de junio de 2015

TAMIKI HARA [16.212] Poeta de Japón


Tamiki Hara

Hiroshima, 1905 - Tokio, 1951

Tamiki Hara nació en Hiroshima en noviembre de 1905. Hijo de una familia numerosa, de posición acomodada, se interesó desde muy joven por las letras.
Se licenció en Literatura Inglesa en la prestigiosa Universidad de Keio, donde empezó a escribir poesía, muy influenciado por autores como Saisei Murou y Paul Verlaine. De personalidad sensible y tímida, aunque dado al dandismo y a frecuentar casas de prostitutas, se comprometió políticamente con los movimientos de izquierda. Abandonaría toda militancia política a principios de los años treinta, tras dar en varias ocasiones con sus huesos en la cárcel. Se casó en 1933, un año después de una tentativa fallida de suicidio. Consagrado a escribir poesía y nouvelles, se trasladó a Funabashi para dar clases de inglés. Su mujer murió de tuberculosis en 1944, tras un largo periodo de enfermedad. Un año más tarde decidió volver a Hiroshima, justo para vivir en primera persona la explosión de la bomba atómica en casa de sus padres, y sobrevivir a ella. Estas dos traumáticas experiencias constituyeron el eje central de su producción literaria. Flores de verano (Natsu no Hana), su obra más conocida, galardonada con el Premio Takitaro Minakami, fue escrita en el mes de agosto de 1946, pero no fue publicada hasta junio de 1947. Tamiki Hara cerraría su famoso ciclo dedicado a la bomba de Hiroshima con De las ruinas (Haikyou kara, 1947) y Preludio a la aniquilación (Kaimetsu no joukyoku, 1949), obras, todas ellas, incluidas en el presente volumen. Tamiki Hara escribió gran cantidad de poemas sobre el mismo tema, por los que se hizo tremendamente célebre en Japón. Su obra final, El país que mi corazón desea (Shingan no kuni, 1951), puede considerarse su testamento literario, así como su nota de suicidio. Efectivamente, poco después de escribirla, Tamiki Hara se lanzó a las vías del tren en Tokio. Era el 13 de marzo de 1951, diez meses después del inicio de la guerra de Corea. Sus amigos sufragaron la construcción de un monumento junto al lugar donde se alzaba originariamente la ciudadela de Hiroshima, pero pronto el memorial tuvo que ser trasladado de sitio, puesto que la gente se dedicaba a jugar al tiro al blanco con él, lo que hizo que resultara dañado en varias ocasiones. Actualmente se encuentra junto al Genbaku Dom, la cúpula conmemorativa del lanzamiento de la primera bomba atómica.


"Tamiki Hara es el más extraordinario de los autores que sobrevivieron a la bomba atómica." [Kenzaburō Ōe]


Tamiki Hara llevaba una vida desgraciada antes del 6 de agosto de 1945. Había visto morir a su padre, a su madre y a varios de sus hermanos. Escribió poesía, deambuló por burdeles e intentó suicidarse —sin éxito— hasta que encontró el amor y se casó. La felicidad duró poco. Su mujer enfermó de tuberculosis y sufrió hasta el día de su muerte. Tamiki Hara pensó que la vida no podía ofrecerle una peor cara. Y claro, se equivocaba medio a medio. 

Hara se convirtió en uno de los más celebrados escritores del movimiento que se conoció como Genbaku Bungaku y que aglutinó a los autores que narraron el holocausto japonés provocado por la caída de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945.

La mayor parte de los textos que dieron cuerpo a la Genbaku Bungaku fueron escritos por los hibakusha —como se les llama a los sobrevivientes de la bomba atómica—, quienes contaron de primera fuente el horror desencadenado por el Enola Gay y el Bockscar. En la mayoría de los casos fueron ciudadanos comunes y corrientes que, echando mano a cuentos, novelas, poesías o ensayos, volcaron sobre las líneas el horror vivido. 

La Genbaku Bungaku debió enfrentar dos grandes problemas iniciales. Por un lado la censura impuesta por las fuerzas de ocupación, las que prohibieron los textos relacionados con la tragedia. Y en segundo término, ni la crítica ni los escritores consagrados vieron con buenos ojos el tipo de literatura que proponían los hibakusha, cercano a un registro más propio del periodismo que de la ficción pura. Fue recién a partir de los ’60 —cuando otros escritores de la talla de Kenzaburo Oé o Masuji Ibuse escribieron acerca de la tragedia— que la Genbaku Bungaku comenzó a ser valorada de otra forma. 

En esa línea, títulos como Flores de verano, de Tamiki Hara, o Una ciudad de cadáveres, de Yoko Ota, pasaron a ser las banderas más visibles del movimiento. Luego se sumaron los libros de Oé, Cuadernos de Hiroshima, y de Ibuse, Lluvia negra. A eso se sumó una larga lista de haiku —breves poemas que tienen una tradición milenaria en Japón—, compilados en antologías, que consiguieron rescatar versos luminosos donde había muerte y dolor, como estos dos haiku de Masuda Misako: “Cuando veo el cadáver de un muchacho, acerco mi rostro por si llega a ser mi hijo, lo miro de frente y sigo”. Y: “Si fuese en este momento una hora más temprano y si mi mano pudiese tocar débilmente lo que queda de tibieza en su piel…”.

Flores de verano acaba de ser editado por Impedimenta, la premiada editorial española, independiente y casi boutique. Es el testimonio directo más sobrecogedor de lo que vivieron los japoneses el 6 de agosto de 1945. Tamiki Hara había regresado a Hiroshima devastado por la muerte de su mujer. Pensaba que la vida se había ensañado con él. Creía que sus ojos ya lo habían visto todo. 



Ese día se levantó cerca de las 8 de la mañana —la bomba cayó exactamente a las 08.15—. No podía imaginar lo que vendría. Así lo cuenta en Flores de verano: “Cuando me levanté, solo llevaba puestos los calzoncillos. Al verme, mi hermana comenzó a refunfuñar, pues a su entender me quedaba en la cama hasta demasiado tarde. Sin decir palabra ni tener en cuenta sus reproches me dirigí al baño. No sabría decir cuántos segundos pasaron hasta que ocurrió todo; súbitamente una especie de ola sónica retumbó en mi cabeza y luego todo se oscureció. Grité instintivamente y me levanté cubriéndome la cara con las manos. Los objetos se estrellaban unos contra otros, como azotados por una tempestad. Todo estaba oscuro como la boca de un lobo. Angustiado, en medio del estruendo alcancé a escuchar con claridad mis propios aullidos de agonía, pero era incapaz de ver nada. Sin embargo, en cuanto logré salir, pude ver cómo se iban perfilando rápidamente, bajo aquella luz desmayada, los contornos de una escena de destrucción”.

Lo que vio Hara fue un infierno. Nada había quedado en pie, y lo que aún se levantaba del suelo ardía en llamas. Los compatriotas que fue encontrando a su paso le pedían ayuda a los gritos. A algunos la bomba los había quemado por dentro e imploraban por un poco de agua. “¿Qué clase de gente era aquella?”, se pregunta Hara. “Tenían la cara tan hinchada y deforme que resultaba imposible distinguir quién era un hombre y quién era una mujer; sus ojos se reducían a una delgada línea inflamada; sus labios estaban cubiertos de llagas terribles. Sus cuerpos, prácticamente desnudos, quedaban a la vista mostrando espantosas heridas y quemaduras en los brazos y las piernas. Muchos de ellos parecían más muertos que vivos”.

Tamiki Hara, quien terminara suicidándose, dejó un testimonio poético sobre las víctimas humanas de las bombas atómicas:



Esto es un ser humano

Esto es un ser humano.
Mirad en lo que la bomba atómica lo ha convertido
y cómo hombres y mujeres son reducidos
a una sola forma.
"¡Auxilio!" quiere decir ese grito apagado
que se escapa de los labios hinchados.
Este horrible y calcinado caos que supura
es un ser humano,
esto es el rostro de un hombre.







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