Frank Collymore
Poeta, narrador, actor y dibujante barbadiense, nacido en Woodville Cottage (en Chelsea Road, localidad de la isla antillana de Barbados, perteneciente entonces a la Corona británica) el 7 de enero de 1893, y fallecido en su lugar de origen el 17 de julio de 1980. Figura cimera de la cultura y la intelectualidad barbadienses del siglo XX, desplegó una intensa labor de promoción artística y literaria, lo que le granjeó en su país el título honorífico de "Barbadian Man of the Arts" ("El Hombre de las Artes de Barbados).
Vino al mundo en el seno de una familia afroamericana de clase media, formada por el empleado de aduanas Joseph Appleton Collymore y su esposa Rebeca. Pronto tomó consciencia de su pertenencia a un ámbito geográfico, una herencia cultural y unas formas de vida que jamás llegó a abandonar, pues durante toda su longeva existencia permaneció ligado a su isla natal, sin apenas moverse del paisaje en el que había transcurrido su infancia. Eventualmente, realizó algún viaje a Inglaterra y a los Estados Unidos de América, así como esporádicas visitas a otras islas caribeñas vecinas; pero su apego a la tierra que le había visto nacer le mantuvo firmemente unido al instituto de enseñanza media Combermere School, al que regresó en calidad de profesor de lengua inglesa y francesa, tras haber cursado allí sus estudios de bachillerato, para ejercer la docencia durante más de medio siglo.
En efecto, el joven Frank Collymore cursó sus estudios secundarios en dicho liceo masculino entre los diez y los diecisiete años de edad (1903-1910). Poco después, se incorporó a su plantilla de profesores para emprender una brillante trayectoria docente que fue decisiva en la formación de numerosas generaciones de humanistas barbadienses. Collymore llegó a ser director de dicho Centro, en el que impartió clases, oficialmente, hasta que se le obligó a jubilarse en 1958 (aunque, en realidad, continuó ejerciendo allí la docencia, en calidad de profesor emérito, hasta 1963).
Durante buena parte de su vida, Collymore compaginó esta intensa dedicación a la enseñanza con su excelente trabajo como actor. En esta faceta de su personalidad artística, brilló sobremanera en el escenario del Barbados Green Room Theatre, donde cosechó los aplausos del público y los elogios de la crítica durante dos décadas. Su afición al Arte de Talía era un legado que le había transmitido su padre, quien, cuando el futuro escritor era aún un muchacho, le llevó al Empire Theatre, donde quedó fascinado por el mundo de la escena. Consiguió un empleo como acomodador, y en calidad de empleado de la compañía de dicho teatro cruzó el Atlántico por vez primera en su vida y conoció, in situ, el trabajo de las grandes figuras de la dramaturgia inglesa. Años después, ya en Barbados, se incorporó al colectivo teatral del liceo donde daba clases (la "Combermere School's Dramatic Society"), y partir de entonces comenzó a desplegar una brillante campaña de actor amateur que acabaría convirtiéndole en uno de los intérpretes profesionales más aplaudidos de su país.
En la década de los años cuarenta, Frank Collymore se incorporó a la compañía teatral The Bridgetown Players, fundada en 1942 por el ciudadano inglés Miles Wood. Bajo la dirección de este experto conocedor de las artes escénicas, Collymore se reveló como un intérprete sumamente versátil, capaz de encarnar sobre las tablas los personajes más diversos. Veinte años después, el propio Collymore co-fundó, junto con Alfred Pragnell, la compañía The Green Room Theatre Club, con la que alcanzó algunos de sus mayores éxitos en los escenarios de Barbados. Ya en su vejez, tras casi cincuenta años como actor teatral y más de cuarenta actuaciones en otras tantas obras, Collymore abandonó el mundo de las tablas para pasarse a la televisión, donde volvió a alcanzar un relevante éxito nacional.
Pero la presencia relevante de Frank Collymore en el panorama cultural antillano de mediados del siglo XX fue mucho más allá de su meritoria carrera como actor. En 1942, sus amigos E. L. [Jimmy] Cozier, Hal Evelyn, W. Therold Barnes y Dick Stokes editaron la revista Bim, una publicación literaria de frecuencia semestral, que de inmediato se erigió en la revista cultural más importante del ámbito antillano. En 1943, tras la marcha de Jimmy Cozier a Trinidad, Frank Collymore se hizo cargo de la edición del número 3 de la revista, sin sospechar que su relevante papel al frente de este auténtico hito en la literatura anglófona del Caribe se habría de prolongar durante más de treinta años.
En efecto, Collymore editó Bim -cuyo nombre reproduce la denominación con que popularmente se conoce a los barbadienses dentro del entorno antillano- desde 1943 hasta 1975, circunstancia que le convirtió en uno de los principales impulsores y divulgadores de la literatura producida en su tierra natal y en otras islas antillanas en las que el inglés es lengua oficial. Gracias a su brillante labor editorial pudieron darse a conocer casi todos los autores barbadienses que habrían de desempeñar un papel destacado en las generaciones literarias posteriores a las de Collymore, como Edward Brathwaite, George Lamming, Clarke, Austin Chesterfield y, entre otros, Timothy Callender. Durante esa larga treintena de años, Collymore se enfrentó a numerosas dificultades para poder lanzar, cada semestre, el número correspondiente de Bim; y consiguió, gracias a su brillantez y tenacidad, traspasar las fronteras geográficas de su ámbito antillano para llegar hasta el Viejo Continente, donde su prestigiosa publicación suministró, durante mucho tiempo, abundante información literaria a lectores, editores, críticos y periodistas interesados en la literatura caribeña anglófona (la cadena televisiva BBC recurrió a Collymore y a Bim en decenas de ocasiones para preparar su espacio "Caribbean Voices" ["Voces caribeñas"]).
Frank Collymore se consagró, así, como el gran patriarca de las Letras barbadienses, a las que dio un impulso decisivo no sólo con su abnegada labor al frente de la revista Bim, sino también en sus clases de literatura. En esta su faceta docente, divulgó entre sus alumnos las obras más recientes de esos grandes autores que, como los ya citados Brathwaite, Lamming y Clarke, se dieron a conocer a partir de los años cincuenta; e hizo comparecer en sus aulas, en calidad de profesores y conferenciantes invitados, a casi todos estos escritores noveles, anticipándose así a su posterior consagración como figuras destacadas del panorama cultural antillano. Además, tanto en las páginas de Bim como en sus clases dio cabida o otras personalidades cimeras de la literatura caribeña escrita en lengua inglesa, como el genial poeta de Santa Lucía Derek Walcott -cuya obra habría de ser reconocida universalmente, en 1992, con el Premio Nobel de Literatura- y el no menos brillante novelista guyanés Edgar Mittelholzer.
Casado en dos ocasiones y padre de cuatro hijas, Frank Collymore falleció en su amada isla a mediados de 1980, cuando, ya casi nonagenario, continuaba siendo una de las figuras más respetadas e influyentes de la literatura anglófona antillana (téngase en cuenta que, a los ochenta y dos años de edad, aún había tenido ánimo y lucidez para poner en circulación el último número de Bim que editó).
Obra
Collymore reflejó, en su breve pero intensa producción poética, su particular forma de entender la vida desde la apacible quietud de su ámbito natural. Su innata curiosidad intelectual, plasmada en todas sus composiciones, se sirve de un lenguaje aparentemente sencillo para describir el mundo que rodea al poeta; pero, tras esta inicial sensación de calma y quietud -tan representativa, en cierto modo, de la idiosincrasia caribeña-, late una tensa agitación que el poeta ha sabido domeñar merced a esa naturalidad expresiva trabajosamente alcanzada.
En cierto modo, el Collymore poeta inicia el tránsito desde el romanticismo retórico de los autores barbadienses anteriores -herederos de la vieja tradición anglófona- hasta una poesía mucho más moderna y reflexiva, que indaga en el alma de la población caribeña sin omitir ciertos atisbos de preocupación social. La belleza inmarcesible del paisaje antillano -con la presencia recurrente del mar, símbolo omnipresente de la libertad- empuja al poeta hacia una acusada complacencia en el sentimiento amoroso, al que ensalza con gozo exultante; pero también contagia a veces un poso de amargura que algunos críticos han identificado con esa sensación de insularidad que se apodera de tantos poetas antillanos.
En cualquier caso, el apacible hedonismo del espíritu caribeño acaba triunfando en la mayor parte de los versos de Collymore, y especialmente en sus famosos poemas protagonizados por unos animales imaginarios a los que el poeta barbadiense denominó colly-beasts ("colly-bestias") o colly-creatures ("colly-criaturas"). Se trata de locuaces seres fantásticos, surgidos de su risueña y zumbona imaginación, que dan pie a unos poemas de extraordinaria belleza, dominados por la inseguridad evanescente de lo absurdo.
Collymore hizo gala de sus grandes dotes como artista plástico al publicar sus poemas sobre colly-beasts en la revista Bim, donde solía acompañarlos con expresivos dibujos realizados por él mismo, que ilustraban gráficamente sus criaturas fantásticas. El escritor barbadiense recogió sus poemas en una serie de colecciones de versos que fue publicando a lo largo de toda su larga trayectoria literaria; entre ellas, cabe recordar las tituladas Thirty Poems (Bridgetown, 1944), Flotsam: Poems 1942-1948 (Bridgetown, 1948), Collected Poems (Bridgetown, 1959) y Selected Poems (Bridgetown, 1971).
En su faceta de narrador, Frank Collymore se erigió como una de las figuras colosales de la prosa de ficción antillana en lengua inglesa, aunque el hecho de no haber escrito ninguna novela limitó notablemente su proyección internacional. Pero la perfección magistral de sus relatos le sitúa entre los grandes maestros universales del género cuentístico, al lado de algunas figuras colosales que, como el norteamericano Poe, el francés Maupassant, el británico Maugham, influyeron decisivamente -según confesiones del propio Collymore- en su dedicación al cultivo de la narrativa breve.
Sus relatos, escritos con un lenguaje de claridad y precisión extremas, revelan su perfecto domino de las técnicas constructivas más depuradas, con las que Collymore consigue crear un ritmo asombrosamente adecuado a la tensión de la situación insólita que, por lo común, sirve de base argumental. En muchas ocasiones, el escritor barbadiense explora en estos cuentos el lado más oscuro y misterioso de la mente humana, adentrándose en el mundo tortuoso de unos personajes psicópatas caracterizados por su rareza y su soledad -así, v. gr., en sus famosos relatos "Some people ara meant to live alone" ("Hay gente destinada a vivir sola" y "The man who loved attending funerals" ("El hombre al que le gustaba asistir a funerales")-; y otras veces, Collymore acentúa la personalidad psicótica y atormentada de sus personajes situándolos en un mundo sombrío y fantasmal -como ocurre en otro de sus relatos más conocidos, "Shadows" (Sombras"), donde las vanas y misteriosas presencias que vagan por la casa del protagonista se van apoderando de su mente hasta forzarle a cometer las mayores atrocidades.
Otra vertiente temática en la narrativa breve de Frank Collymore es la que explora ese ámbito caribeño que resultaba tan caro al escritor, en relación con el rico y sugerente mundo de la infancia -tal es el caso de sus cuentos "The sang" ("El obstáculo") y "Mark learns another lesson" ("Mark aprende otra lección"), ambos protagonizados por Mark, personaje representativo del muchacho criollo antillano-, o con los prejuicios sociales de la escasa población anglófila que aún se empecina en mantener residuos del pasado colonial en las Antillas -así, v. gr., en su relato "R.S.V.P. to Mrs. Bush-Hall" (R.S.V.P. a la señora Bush-Hall". Gran parte de estos relatos de Collymore, publicados originariamente en las páginas de la revista Bim, quedaron recopilados en un valioso libro póstumo titulado The Man who Loved Attending Funerals and Other Stories (Nueva York y Londres: Heinemann Educational, 1993).
Al margen de estas obras de ficción, Frank Collymore dio a la imprenta un interesantísimo estudio sobre el habla popular de Barbados, publicado bajo el título de Notes for a Glossary of Words and Phrases of Barbadian Dialect (Bridgetown, 1992). Otras obras suyas no citadas en parágrafos anteriores son las tituladas Beneath the Casuarinas (Bridgetown, 1945) y Rhymed Ruminations on the Fauna of Barbados (Bridgetown, 1968),
OBRAS:
BIM (1942–75)
Thirty Poems (1944)
Beneath the Casuarinas (1945)
Flotsam (1948)
Collected Poems (1959)
Rhymed Ruminations on the Fauna of Barbados (1968)
Notes for a Glossary of Words and Phrases of Barbadian Dialect (1970)
Selected Poems (1971)
The Man Who Loved Attending Funerals and Other Stories (1993) (published posthumously)
Day's End (year unknown)
Tríptico
Veo a estos antepasados nuestros:
mercaderes, aventureros, hijos de algún terrateniente,
saliendo de la ciudad, de los condados y de los puertos,
ansiosos de establecer un hogar temporal y hacer fortuna
en las nuevas tierras más allá del Oeste; quizás empeñando
la vieja finca familiar o su subsistencia asegurada;
tenaces, realistas, ansiosos de sacarle ganancias a esta isla de Barbados
y construir, comerciar, colonizar, rendirle pleitesía a su Rey
y cumplir con los ritos y doctrinas de la Iglesia anglicana.
Veo a estos antepasados nuestros
arrancados de las colinas y los valles de su tierra natal,
sollozando con la esperanza de algún día regresar
a las granjas y propiedades, al telar y a la lanzadera, regresar,
con nieve, lluvia o sol, a casas humildes, a sus propios hogares;
maldiciendo el día en que fueron engañados por estandartes rebeldes
o traicionados por el honor de su país; temerosos
de la tierra desconocida, de la fiebre y el huracán,
del pantano y la jungla: todo lo que cuentan los viajeros.
Los veo, veo a estos antepasados nuestros;
hijos de la tribu, ignorantes de su hado, inocentes
como ganado, vendidos, capturados, golpeados, herrados,
ganado en el barco de esclavos, peor que ganado;
subastados en la plaza al yugo de la servidumbre;
animales, heridos y doblegados, pero aún con fuerza suficiente para arar y
multiplicarse,
a quienes se les ha prometido el cielo de los blancos donde cantan,
llenan candiles con aceite y no sólo esperan la venida del Salvador;
sus voces se elevan al unísono en el himno de alabanza.
Traducción de Leonardo Martínez Vega
Triptych
I see these ancestor of ours:
The merchants, the adventurers, the youngest son s of squires,
Leaving the city and the shires and the seaports,
Eager to establish a temporary home and make a fortune
In the new lands beyond the West, pawning perhaps
The old familiar acres or the assured competence;
Sturdy, realist, eager to wring wealth from these Barbadoes
And to build, trade, colonize, pay homage to their King,
And worship according to the doctrines of the Church of England.
I see these ancestors of ours
Torn from the hills and dales of their motherIand,
Weeping, hoping in the mercy oftime to return
To farm and holding, shuttle and 100m, to return
In snow or rain or shine to humble homes, their own;
Cursing the day they were cheated by rebel standard s,
Or betrayed for their country's honour; fearing
The unknown land, the fever and the hurricane,
The swamp and jungle-all the travellers' tales.
I see them, these ancestors of ours;
Children of the tribe, ignorant of their doom, innocent
As cattle, bartered for, captured, beaten, penned,
Cattle ofthe slave-ship, less than cattle;
Sold in the market-place, yoked to servitude;
Cattle, bruised and broken, but strong enough to plough and breed,
And promised white man's heaven where they sing,
Fill lamps with oil nor wait the Bridegroom 's coming;
Raise chorused voices in the hymn of praise.
Days End
Here in this remote corner,
This neglected fringe of a fishing village,
Bare with the sea-blast, where only
Cactus flaunt their flagpoles in the sun,
And the scorched grass seeks precarious tenure
Of the sharp-toothed cliffs of clay,
I saw her one evening: an old woman,
An old peasant woman, barefooted,
Clad in a faded gown, her head
Wrapped in a dingy cloth. She walked
Slowly up the hill; her face
Shrivelled with age, skin and bone
Only, the dark living skin
Drawn taut upon the bone that soon
Would claim identity with clay and rock.
She walked with regal dignity,
With stark unconscious pride that well
A player-queen might envy,
The dignity that springs from toil and age.
Her face, moulded by poverty and resignation,
Hoping for nothing, desiring nothing,
A symbol of this bare and rocky fringe
Carved on a human face, beyond
Either the fears or cares of time.
Yet deep within the budding skull
Lingered the tenderness of eyes,
Eyes to reflect the setting sun,
To gaze across the darkening sea
Beyond the memories of her womanhood
To spy another lover, Death;
The meeting sure. But unafraid
And proud; proud and regal, unafraid,
A queen waiting to greet her king,
To grasp his hand and go with him
Down to her marriage-bed within the earth
Where bone shall bloom to everlastingness.
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