Santa Teresa de Jesús
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila (Gotarrendura, o Ávila, 28 de marzo de 1515 – Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (o carmelitas), mística y escritora española. Doctora de la Iglesia católica. Junto con san Juan de la Cruz, se considera a santa Teresa de Jesús la cumbre de la mística experimental cristiana,6 7 y una de las grandes maestras de la vida espiritual en la historia de la Iglesia.
Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, aunque generalmente usó el nombre de Teresa de Ahumada hasta que comenzó la reforma, cambiando entonces su nombre por Teresa de Jesús.
El padre de Teresa era Alonso Sánchez de Cepeda, hijodalgo a fuero de España, que se encontraba en la Suertes de los Fielazgos en la Cuadrilla de Blasco Jimeno o de San Juan, de la ciudad de Ávila. Algunas teorías apuntan a una hipotética descendencia de una familia judía conversa avecindada por un tiempo en Toledo, aunque procedente de Tordesillas.
Alonso casó dos veces. La primera, con doña Catalina del Peso y Henao, tuvo dos hijos: doña María y el capitán Juan Vázquez de Cepeda. Con su segunda esposa, doña Beatriz Dávila y Ahumada, pariente de la anterior, que murió cuando Teresa contaba unos 13 años, tuvo otros diez: Hernando, Rodrigo, Teresa, Juan (de Ahumada), Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín y Juana.
Infancia
Estatua de Santa Teresa al lado de la Puerta del Alcázar de la muralla de Ávila.
Según relata la propia Teresa en los escritos destinados a su confesor y reunidos en el libro Vida de Santa Teresa de Jesús, desde sus primeros años mostró Teresa una imaginación vehemente y apasionada. Su padre, aficionado a la lectura, tenía algunos romanceros; esta lectura y las prácticas piadosas comenzaron a despertar el corazón y la inteligencia de la pequeña Teresa con seis o siete años de edad.
En dicho tiempo pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y uno de sus hermanos, Rodrigo, un año mayor, trataron de ir a las «tierras de infieles», es decir, tierras ocupadas por los musulmanes, pidiendo limosna, para que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a casa. Convencidos de que su proyecto era irrealizable, los dos hermanos acordaron ser ermitaños. Teresa escribe:
En una huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecitas, que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo... Hacía (yo) limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario... Gustaba (yo) mucho cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas.
Parece que perdió a su madre hacia 1527, o sea a los 12 años de edad. Ya en aquel tiempo su vocación religiosa había sido continuamente demostrada. Aficionada a la lectura de libros de caballerías,
Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, un mucho cuidado de manos y cabello y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa... Tenía primos hermanos algunos... eran casi de mi edad, poco mayores que yo; andábamos siempre juntos, teníanme gran amor y en todas las cosas que les daba contento, los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y niñerías, no nada buenas... Tomé todo el daño de una parienta (se cree que una prima), que trataba mucho en casa... Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo, que yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus conversaciones y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años... no me parece había dejado a Dios por culpa mortal.
Mudanza física y espiritual
Afectada por una grave enfermedad, volvió a casa de su padre, y ya curada, la llevaron al lado de su hermana María de Cepeda, que con su marido, don Martín de Guzmán y Barrientos, vivía en Castellanos de la Cañada, alquería de la dehesa que lleva dicho nombre, hoy sita en el término municipal de Zapardiel de la Cañada (Ávila). Luchando consigo misma, llegó a decir a su padre que deseaba ser monja, pues creía ella, dado su carácter, que el haberlo dicho bastaría para no volverse atrás. Su padre contestó que no lo consentiría mientras él viviera. Sin embargo, Teresa dejó la casa paterna, y entró el 2 de noviembre de 1533 en el convento de la Encarnación, en Ávila, y allí profesó el día 3 de noviembre de 1534.
Tras entrar al convento su estado de salud empeoró. Padeció desmayos, una cardiopatía no definida y otras molestias. Así pasó el primer año. Para curarla, su padre la llevó en (1535) a Castellanos de la Cañada, con su hermana. En dicha aldea permaneció Teresa hasta la primavera de 1536. En Castellanos de la Cañada habría logrado la conversión de un clérigo concubinario. Entonces pasó a Becedas (Ávila). De vuelta en Ávila, el Domingo de Ramos de 1537, sufrió un paroxismo de cuatro días en casa de su padre, quedando paralítica por más de dos años. Antes y después del parasismo, sus padecimientos físicos fueron horribles.
Favores espirituales
Santa Teresa de Jesús. Pintura al óleo de Alonso del Arco, siglo XVII.
A mediados de 1539 Teresa recuperó la salud; según la tradición ello fue debido a la intercesión de san José. Con la salud Teresa recuperó las aficiones mundanas, fáciles de satisfacer, puesto que la clausura sólo se impuso como obligatoria a todas las religiosas a partir de 1563. En esa época Teresa de Ávila vivió nuevamente en el convento de la Encarnación, donde recibía frecuentes visitas.
Poco después, Teresa abandonó la oración (1541). Según su testimonio se le apareció Jesucristo (1542) en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar con seglares. No obstante, la monja no cambió su estilo de vida por varios años, hasta que optó por el camio tras la vista de una imagen de Jesús crucificado (en el año 1555).
El padre de Teresa falleció en 1541. El sacerdote que lo había asistido en sus últimos momentos, el dominico Vicente Barón, se encargó de dirigir la conciencia de Teresa rememorando las últimas palabras del padre de ésta. Posteriormente, impresionada por estas palabras, Teresa enmendó su conducta y estuvo dispuesta a corregir sus faltas. Al cabo, Teresa se confortó con la lectura de las Confesiones, de San Agustín.
Por aquellos años, los jesuitas Juan de Prádanos y Baltasar Álvarez fundaron en Ávila un colegio de la Compañía (1555). Teresa confesó con Prádanos; al año siguiente (1556) comenzó a sentir grandes favores espirituales y poco después se vio animada (1557) por San Francisco de Borja. Tuvo en 1558 su primer rapto y la visión del infierno. Tomó por confesor (1559) a Baltasar Álvarez, que dirigió su conciencia durante unos seis años, y disfrutó, dice, de grandes favores celestiales, entre los que se contó la visión de Jesús resucitado. Hizo voto (1560) de aspirar siempre a lo más perfecto. San Pedro de Alcántara aprobó su espíritu y San Luis Beltrán la animó a llevar adelante su proyecto de reformar la Orden del Carmen, concebido hacia dicho año.
Teresa quería fundar en Ávila un monasterio para la estricta observancia de la regla de su orden, que comprendía la obligación de la pobreza, de la soledad y del silencio. Por mandato de su confesor, el dominico Pedro Ibáñez, escribió su vida (1561), trabajo que terminó hacia junio de 1562; añadió, por orden de fray García de Toledo, la fundación de San José; y por consejo de Soto volvió a escribir su vida en 1566.
Aquí es oportuno copiar al biógrafo francés Pierre Boudot:
En todas las páginas (del libro de su vida) se ven las huellas de una pasión viva, de una franqueza conmovedora, y de un iluminismo consagrado por la fe de fieles. Todas sus revelaciones atestiguan que creía firmemente en una unión espiritual entre ella y Jesucristo; veía a Dios, la Virgen, los santos y los ángeles en todo su esplendor, y de lo alto recibía inspiraciones que aprovechaba para la disciplina de su vida interior. En su juventud las aspiraciones que tuvo fueron raras y parecen confusas; sólo en plena edad madura se hicieron más distintas, más numerosas y también más extraordinarias. Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio (1559–1561). Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir. En este estado singular tuvo en varias ocasiones la visión que dio origen al establecimiento de una fiesta particular en la Orden del Carmelo.
El biógrafo francés alude al suceso (1559) que refiere la santa en estas líneas:
Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.
Vida de Santa Teresa, cap. XXIX
Para perpetuar la memoria de dicha misteriosa herida, el Papa Benedicto XIII, a petición de los Carmelitas de España e Italia, estableció (1726) la fiesta de la transverberación del corazón de Santa Teresa. El biógrafo francés agrega:
Hasta exhalar el último suspiro Teresa gozó la dicha de conversar con las personas divinas, que la consolaban o revelaban ciertos secretos del cielo; la de ser transportada al infierno o al purgatorio, y aun la de presentir lo venidero.
Inicio de las fundaciones a lo largo de España
El Convento de San José en Ávila.
A fines de 1561 recibió Teresa cierta cantidad de dinero que le remitió desde el Perú uno de sus hermanos, y con ella se ayudó para continuar la proyectada fundación del Convento de San José. Para la misma obra contó con el concurso de su hermana Juana, a cuyo hijo Gonzalo se dice que resucitó la Santa.[cita requerida] Esta, a principios de 1562, marchó a Toledo a casa de doña Luisa de la Cerda, en donde estuvo hasta junio. En el mismo año conoció al padre Báñez, que fue luego su principal director, y a fray García de Toledo, ambos dominicos.
Descontenta con la «relajación» de las normas que en 1432 habían sido mitigadas por Eugenio IV, Teresa decidió reformar la orden para volver a la austeridad, la pobreza y la clausura que consideraba el auténtico espíritu carmelitano. Pidió consejo a Francisco de Borja y a Pedro de Alcántara que aprobaron su espíritu y su doctrina.
Después de dos años de luchas llegó a sus manos la bula de Pío IV para la erección del convento de San José, en Ávila, ciudad a la que había regresado Teresa. Se abrió el monasterio de San José (24 de agosto de 1562); tomaron el hábito cuatro novicias en la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas de San José; hubo alborotos en Ávila; se obligó a la Santa a regresar al convento de la Encarnación, y, calmados los ánimos, vivió Teresa cuatro años en el convento de San José con gran austeridad. Las religiosas adictas a la reforma de Teresa, dormían sobre un jergón de paja; llevaban sandalias de cuero o madera; consagraban ocho meses del año a los rigores del ayuno y se abstenían por completo de comer carne. Teresa no quiso para ella ninguna distinción, antes bien siguió confundida con las demás religiosas no pocos años.
La reforma propugnada por Teresa junto a San Juan de la Cruz, que, como se verá, comprendió también a los hombres, se llamó de los Carmelitas Descalzos, y progresó rápidamente, no obstante los escasos recursos de que disponía la santa. El padre Rossi, general del Carmen, visitó (1567) el convento de San José, lo aprobó, y dio permiso a Teresa para fundar otros de mujeres y dos de hombres. La santa, en aquel año, marchó a Medina del Campo para posesionarse de otro convento; estuvo en Madrid, y en Alcalá de Henares arregló el convento de descalzas fundado por su amiga María de Jesús. Por entonces se empezó a tratar de la reforma para hombres. En 1562 llegó a Malagón y fundó otro monasterio de la reforma. El monasterio fue bendecido en su inauguración el día de Ramos (11 de abril) de 1568. Como anécdota y dato curioso cabe decir que en la celda del monasterio que ocupó Santa Teresa hay una imagen suya sentada escribiendo en una pequeña mesa y que sólo se expone una vez cada 100 años en esa iglesia. Actualmente, en el monasterio viven carmelitas de clausura.
De Malagón se trasladó Teresa a Toledo, a donde llegó enferma (1568), y tras una corta residencia en Escalona, regresó a la ciudad de Ávila. De ella salió para Valladolid; allí dejó establecido otro convento, y por Medina y Duruelo de Blascomillán (Ávila), volvió al de Ávila (1569). Pasó a Toledo y Madrid; de aquí otra vez a Toledo, ciudad en la que experimentó muchas dificultades para la fundación de un convento, la cual quedó hecha a 13 de mayo, y vencidos otros obstáculos, tomó posesión del Convento de la Concepción Francisca de Pastrana (9 de julio). De vuelta en Toledo, allí permaneció un año, durante el cual hizo algunas breves excursiones a Medina, Valladolid y Pastrana. En Duruelo de Blascomillan (Ávila) se había fundado el primer convento de hombres (1568). Se afirma que vio Teresa milagrosamente el martirio del Padre Acevedo y otros 40 Jesuitas asesinados (1570) por el pirata protestante Jacobo Soria. Tras una visita a Pastrana, de donde regresó a Toledo, entró en Ávila (agosto).
Poco después se fundaba en Alcalá el tercer convento de descalzos, y en Salamanca, ciudad en que estuvo la santa, el séptimo de descalzas, al que siguió otro de mujeres en Alba de Tormes (25 de enero de 1571). De Alba volvió Teresa a Salamanca, siendo hospedada en el palacio de los condes de Monterrey; pasó a Medina, y de vuelta en Ávila, aceptó el priorato del convento de la Encarnación, cuya reforma consiguió. El priorato duró tres años. Se fundaron varios conventos más de descalzos; algunos en Andalucía abrazaron la reforma, y comenzó la discordia entre calzados y descalzos, todo ello en 1572, año en que Teresa recibió muchos favores espirituales en el convento de la Encarnación: tales fueron su desposorio místico con Jesucristo y un éxtasis en el locutorio cuando conversaba con San Juan de la Cruz. Teresa, que en el transcurso de su vida escribió muchas cartas, estuvo en Salamanca en 1573. Allí, obedeciendo a su director, el jesuita Ripalda, redactó el libro de sus fundaciones.
Resultados de la reforma carmelitana y tribulaciones de Teresa
El éxtasis de Santa Teresa. Escultura de Gian Lorenzo Bernini.
Vivió después en Alba (1574), de la que, a pesar de hallarse enferma y muy atribulada, pasó por Medina del Campo y Ávila a Segovia. En esta ciudad fundó otro convento, al que pasaron las religiosas del monasterio de Pastrana que fue abandonado debido al intento de doña Ana de Mendoza de la Cerda, la princesa de Éboli, de convertirse en religiosa bajo el nombre de sor Ana de la Madre de Dios, siguiendo un estilo de vida desapegado a la norma de la orden.
En dicho año se denunció a la Inquisición por primera vez la autobiografía de Teresa, que, de regreso en Ávila, terminado (6 de octubre) su priorato en la Encarnación, volvió a su convento de San José. A fines de año marchó a Valladolid. En principios de enero de 1575 por Medina del Campo, llegó a Ávila, y deteniéndose en Fontiveros, fue a Beas de Segura (Jaén) invitada por Catalina Godínez para funda allí. El camino lo hizo por Toledo, Malagón y Torre de Juan Abad, donde tomó ceniza el día 16 de febrero, en el trayecto se perdió en Sierra Morena, llegando esa misma tarde para la fundación del décimo convento de Carmelitas Descalzas (Beas de Segura), el 24 de febrero de 1575. En abril conoció al P. Jerónimo Gracián que estaba en Sevilla como visitador de la Orden, salió camino de la Corte, y enterado que estaba la santa en Beas desvió su camino, fue un encuentro gratificante para ambos. En Beas recibió una denuncia que puso la princesa de Éboli a la Inquisición española por el Libro de su Vida. Después se trasladó Teresa a Sevilla el 18 de mayo, estando enferma, y pasó grandes incomodidades en el viaje. Sufrió también grandes contradicciones en Sevilla, aunque logró fundar en ella el undécimo convento de descalzas.
Estalló la discordia entre carmelitas calzados y descalzos en el capítulo general celebrado por aquellos días en Plasencia; en virtud de las bulas pontificias se acordó tratar con rigor a los descalzos, que se habían extralimitado en sus fundaciones, y como fuera el padre Gracián (21 de noviembre), por comisión del nuncio, a visitar a los carmelitas calzados de Sevilla, estos resistieron la visita con gran alboroto. El padre Salazar, provincial de Castilla, intimó a Teresa que no hiciera más fundaciones y que se retirase a un convento sin salir de él. Trató la santa de retirarse a Valladolid, pero se opuso Gracián. En Sevilla estaba Teresa al fundarse en Caravaca (1 de enero de 1576) el duodécimo convento de descalzas. Delatada a la Inquisición por una religiosa salida del convento, eligió para su residencia el convento de Toledo. Dejó Sevilla (4 de junio), llegó a Malagón (11 de junio), y de allí a Toledo, donde ya estaba a principios de julio. Antes de establecerse, marchó al convento de Ávila para arreglar varios asuntos; pero regresó rápidamente a Toledo en compañía de Ana de San Bartolomé, a la que había tomado por secretaria. Allí concluyó el libro de Las fundaciones, las cuales se suspendieron en los cuatro años que duraron las persecuciones y conflictos entre calzados y descalzos. Eligió en Toledo por confesor a Velázquez.
Propaladas muchas calumnias contra Teresa, se trató de enviarla a un convento americano. Hizo la santa un viaje de Toledo a Ávila (julio de 1577), para someter a la Orden del Carmen el convento de San José, antes sujeto al ordinario. Miguel de la Columna y Baltasar de Jesús, desertores de la reforma, extendieron las calumnias contra los descalzos, a los que con tal motivo persiguió el nuncio Felipe Sega. Acudió Teresa al rey, que tomó en sus manos el asunto. Las monjas de la Encarnación, en Ávila, la eligieron priora, a pesar de las censuras del padre Valdemoro (octubre de 1577). La santa escribió (julio a noviembre) el libro de Las moradas. Sostuvo luego (1578) una polémica con el padre Suárez, provincial de los Jesuitas, y el nuncio redobló sus persecuciones hasta el punto de pretender destruir la reforma, desterrando a los principales descalzos y confinando a Toledo a Teresa, por él calificada de «fémina inquieta y andariega». En Sevilla un confesor delató a la Inquisición las supuestas faltas de la priora de las descalzas y de Teresa misma, sobre lo cual se formó un ruidoso expediente que puso en claro la inocencia de ambas.
Aquel año de (1578) la santa lo pasó en Ávila, y fue el más triste para Teresa, pues en una de sus cartas decía que le hacían guerra todos los demonios. Por entonces se hizo otra denuncia del Libro de su Vida. Desde principios de 1579 comenzó a calmarse la tempestad contra Teresa y su reforma. La santa escribió en Ávila (6 de junio) los cuatro avisos que dijo haber recibido del mismo Dios para aumento y conservación de su orden, los cuales publicó Fray Luis de León al fin del libro de la Vida. De Ávila salió (25 de junio) para visitar sus conventos. Sucesivamente estuvo en Medina del Campo, Valladolid, otra vez en Medina, en Alba de Tormes y Salamanca. De regreso en Ávila (noviembre), salió para Malagón, a pesar de estar enferma, y llegó a dicho pueblo (día 19) pasando por Toledo. En Villanueva de la Jara asistió a la fundación (21 de febrero de 1580) del decimotercer convento de descalzas. Regresó a Toledo, a pesar del mal estado de su salud y de los dolores de un brazo que se había roto (1577) resultado de una caída. En Toledo tuvo una parálisis y fallas cardíacas, que la pusieron a las puertas de la muerte. De allí pasó a Segovia y volvió a la ciudad de Ávila. Por aquellos días Gregorio XIII expidió las bulas (22 de junio) para la formación de provincia aparte para los descalzos. Teresa visitó Medina y Valladolid, donde cayó gravemente enferma. En Palencia fundó otro convento, al que siguieron dos de descalzos, uno en Valladolid y otro en Salamanca, ambos fundados en 1581. El decimoquinto de descalzas quedó fundado por la santa en Soria (3 de junio de 1581). Luego Teresa pasó por el Burgo de Osma, Segovia y Villacastín a la ciudad de Ávila, en la que las monjas del convento de San José la eligieron priora, cargo que hubo de aceptar. Después estuvo (1582) en Medina del Campo, Valladolid, Palencia y Burgos, casi siempre enferma.
Últimas fundaciones y muerte
Vidriera del Convento de Santa Teresa.
Supo que en Granada se había fundado el decimosexto convento de carmelitas, y uno de descalzos en Lisboa. El decimoséptimo de descalzas lo fundó ella en Burgos, donde escribió sus últimas fundaciones, incluyendo la de dicha ciudad. Saliendo de Burgos pasó por Palencia, Valladolid, cuya priora la echó del convento, Medina del Campo, cuya priora también la despreció, y Peñaranda. Al llegar a Alba de Tormes (20 de septiembre) su estado empeoró. Recibido el viático y confesada, murió en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de octubre de 1582 (día en que el calendario juliano fue sustituido por el calendario gregoriano en España, por lo que ese día pasó a ser, viernes, 15 de octubre). Su cuerpo fue enterrado en el convento de la Anunciación de esta localidad, con grandes precauciones para evitar un robo. Exhumado el 25 de noviembre de 1585, quedó allí un brazo y se llevó el resto del cuerpo a Ávila, donde se colocó en la sala capitular; pero el cadáver, por mandato del Papa, fue devuelto al pueblo de Alba, habiéndose hallado incorrupto (1586). Se elevó su sepulcro en 1598; se colocó su cuerpo en la capilla Nueva en 1616, y en 1670, todavía incorrupto, en una caja de plata.
Reconocimientos
Beatificada Teresa en 1614 por Paulo V, e incluida entre las santas por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, fue designada (1627) para patrona de España por Urbano VIII. En 1626 las Cortes de Castilla la nombraron copatrona de los Reinos de España, pero los partidarios de Santiago Apóstol lograron revocar el acuerdo. Fue nombrada Doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca y posteriormente fue designada patrona de los escritores.
Con todo, la Iglesia institución no reconocía oficialmente el magisterio de la vida espiritual realizado por santa Teresa de Jesús, ni su doctorado en la Iglesia. Se hicieron varias tentativas al respecto, la última en 1923. La razón que se alegaba para el rechazo era siempre la misma: «obstat sexus».
Finalmente en 1970, santa Teresa de Jesús se convirtió (junto con Santa Catalina de Siena) en la primera mujer elevada por la Iglesia Católica a la condición de Doctora de la Iglesia, bajo el pontificado de Pablo VI. La Iglesia Católica celebra su fiesta el 15 de octubre.
Obra literaria
Cultivó además Teresa la poesía lírico-religiosa. Llevada de su entusiasmo, se sujetó menos que cuantos cultivaron dicho género a la imitación de los libros sagrados, apareciendo, por tanto, más original. Sus versos son fáciles, de estilo ardiente y apasionado, como nacido del amor ideal en que se abrasaba Teresa, amor que era en ella fuente inagotable de mística poesía.
Las obras místicas de carácter didáctico más importantes de cuantas escribió la santa se titulan: Camino de perfección (1562–1564); Conceptos del amor de Dios y El castillo interior (o Las moradas). Además de estas tres, pertenecen a dicho género las tituladas: Vida de Santa Teresa de Jesús (1562–1565) escrita por ella misma y cuyos originales se encuentran en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del El Escorial; Libro de las relaciones; Libro de las fundaciones (1573–1582); Libro de las constituciones (1563); Avisos de Santa Teresa; Modo de visitar los conventos de religiosas; Exclamaciones del alma a su Dios; Meditaciones sobre los cantares; Visita de descalzas; Avisos; Ordenanzas de una cofradía; Apuntaciones; Desafío espiritual y Vejamen.
También escribió poesías, escritos breves y escritos sueltos sin considerar una serie de obras que se le atribuyen. Teresa escribió también 409 Cartas, publicadas en distintos epistolarios. Los escritos de la santa se han traducido a varios idiomas. El nombre de Santa Teresa de Jesús figura en el Catálogo de autoridades de la lengua publicado por la Real Academia Española.
Características físicas
El retrato más fiel a su apariencia. Es una copia de un original pintado de ella en 1576 a la edad de 61 años. Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa sobre lienzo, que es el cuadro más parecido al aspecto original, por realizarlo con la protagonista delante de sus ojos, y con los pinceles en la mano. (Retrato principal del artículo).
Su confesor, Francisco de Ribera, trazó así el retrato de Teresa:
Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible; el cabello, negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes muy buenos; la barba bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes; la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente aplacía mucho.
Enseñanzas
Teresa transmite con espontaneidad su experiencia personal. Primero más de 20 años de oración estéril (sequedad o acedía), coincidiendo con enfermedades por las que padece tremendos sufrimientos. Después, a partir de los 41 años, fuertes y vivas experiencias místicas, a las que sus confesores califican como imaginarias o incluso como obra del demonio, aunque Teresa confía en su origen divino por el efecto que dejan de paz, refuerzo de las virtudes (especialmente de la humildad) y anhelo de servir a Dios y a los otros. La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir la reforma iniciada ya en Europa. Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo esta vigilancia. Su manuscrito "Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares" fue quemado por ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance. La experiencia vivida y transmitida por Teresa en todos sus escritos se basa en la oración como el modo por excelencia de relación y comunicación con Dios.
Grados de oración
Los capítulos 11 a 23 del libro de La Vida son un tratado de oración clásico y único, donde compara los niveles de oración con cuatro formas de regar un huerto. Las flores que este dará son las virtudes:
1. Riego acarreando el agua con cubos desde un pozo.
Corresponde con la oración mental, interior o meditativa, que es un discurso intelectual sin repetición de oraciones aprendidas. Se trata de recoger el pensamiento en el silencio, y evitar las continuas distracciones. La definición de Teresa de oración mental está recogida en el Catecismo de la Iglesia católica: «[…] que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida, 8, 5). Es la etapa que más esfuerzo personal requiere para tomar la decisión de iniciar este camino.
2. Riego trasegándola con una noria.
Oración de quietud: también llamada contemplativa. La memoria, la imaginación y razón experimentan un recogimiento grande, aunque persisten las distracciones ahonda la concentración y la serenidad. El esfuerzo sigue siendo personal, se comienza a gustar de los frutos de la oración, lo que nos anima a perseverar.
3. Riego con canales desde una acequia.
Oración de unión: el esfuerzo personal del orante es ya muy pequeño: memoria, imaginación y razón son absorbidas por un intenso sentimiento de amor y sosiego: «el gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado» (Vida 16,1).
4. Riego con la lluvia que viene del cielo.
Éxtasis o arrobamiento: se pierde el contacto con el mundo por los sentimientos. «Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza» (Vida 18, 1), se pierde incluso la sensación de estar en el cuerpo y cualquier posible control sobre lo que nos acontece. Corresponden con las descripciones de levitación.
En el libro Camino de Perfección (también llamado el Castillo Interior o Las Moradas) detalla las etapas de la oración en 7 pasos. Describiendo el alma como un castillo de cristal o diamante al que se entra por medio de la oración y en el que se van recorriendo diversas moradas.
Teresa insiste en perseverar en la oración con humildad frente a Dios sin exigir o buscar experiencias sobrenaturales: «[…] importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino; y, por ventura, el que le pareciere va por muy más bajo está más alto […]» (Camino de Perfección 27,2).
O dicho de otra forma: «el verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor» (Camino de Perfección 15, 2).
Reliquias y traslados
Nueve meses después de su muerte abrieron el ataúd y comprobaron que el cuerpo estaba entero y los vestidos podridos. Antes de devolver el cuerpo al cofre de enterramiento le diseccionaron una mano que envolvieron en una toquilla y la llevaron a Ávila. De esa mano cortó el padre Gracián el dedo meñique y, según su propio relato, lo mantuvo con él hasta que fue hecho prisionero por los turcos. Lo rescató a cambio de unas sortijas y 20 reales de la época.
Reliquia del corazón de Santa Teresa. Carmelitas de Alba de Tormes.
Reunido el capítulo de los descalzos, acordó que el cuerpo de Teresa debía volver a Ávila y ser custodiado en el convento de san José. Se hizo el traslado un sábado de noviembre de 1585, casi en secreto. Las monjas del convento de Alba de Tormes pidieron quedarse con un brazo como reliquia. Cuando el duque de Alba se enteró del traslado, envió sus quejas a Roma e hizo negociaciones para recuperarlo. El cuerpo volvió de nuevo a Alba de Tormes.
Después de estos hechos no la volvieron a trasladar más, pero se sacaron varias reliquias:
El pie derecho y parte de la mandíbula superior están en Roma.
La mano izquierda, en Lisboa.
El ojo izquierdo y la mano derecha, en Ronda (España). Esta es la famosa mano que Francisco Franco conservó hasta su muerte, tras recuperarla las tropas franquistas de manos republicanas durante la Guerra Civil Española.
El brazo izquierdo y el corazón, en sendos relicarios en el museo de la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes. Y el cuerpo incorrupto de la santa en el altar mayor, en un arca de mármol jaspeado custodiado por dos angelitos, en dicha iglesia.
Un dedo, en la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París.
Otro dedo en Sanlúcar de Barrameda.
Dedos y otros restos santos, esparcidos por España y toda la cristiandad.
Alma, buscarte has de mí...
Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.
De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.
Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en mí.
Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás,
viéndote tan bien pintada.
Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a mí buscarme has en ti.
Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.
Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a mí buscarme has en ti.
Aquellas palabras
Ya toda me entregué y di
y de tal suerte he trocado,
que es mi amado para mí,
y yo soy para mi amado.
Cuando el dulce cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó caída.
Y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado
que es mi amado para mí,
y yo soy para mi amado.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedo hecha
una con su Criador,
ya no quiero otro amor
pues a mi Dios me he entregado,
y mi amado es para mi,
y yo soy para mi amado.
Ayes del destierro...
Ayes del destierro
¡Cuán triste es, Dios mío;
La vida sin ti!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Carrera muy larga
Es la de este suelo,
Morada penosa,
Muy duro destierro.
¡Oh dueño adorado,
Sácame de aquí!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Lúgubre es la vida,
Amarga en estremo;
Que no vive el alma
Que está de ti lejos.
¡Oh dulce bien mío,
Que soy infeliz!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
iOh muerte benigna,
Socorre mis penas!
Tus golpes son dulces,
Que el alma libertan.
iQue dicha, oh mi amado,
Estar junto a Ti!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
El amor mundano
Apega a esta vida;
El amor divino
Por la otra suspira.
Sin ti, Dios eterno,
¿Quien puede vivir?
Ansiosa de verte
Deseo morir.
La vida terrena
Es continuo duelo;
Vida verdadera
La hay sólo en el cielo.
Permite, Dios mío,
Que viva yo allí.
Ansiosa de verte
Deseo morir.
¿Quien es el que teme
La muerte del cuerpo,
Si con ella logra
Un placer inmenso?
¡Oh, sí, el de amarte,
Dios mío, sin fin!
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Mi alma afligida
Gime y desfallece.
iAy! ¿Quien de su amado
Puede estar ausente?
Acabe ya, acabe
Aqueste sufrir.
Ansiosa de verte
Deseo morir.
El barbo cogido
En doloso anzuelo
Encuentra en la muerte
El fin del tormento.
iAy!, también yo sufro,
Bien mío, sin ti.
Y Ansiosa de verte
Deseo morir.
En vano mi alma
Te busca, ioh mi dueño!;
Tu siempre invisible
No alivias su anhelo.
iAy!, esto la inflama
Hasta prorrumpir:
Ansiosa de verte
Deseo morir.
iAy!, cuando te dignas
Entrar en mí pecho,
Dios mío, al instante
El perderte temo.
Tal pena me aflige
Y me hace decir:
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Haz, Señor, que acabe
Tan larga agonía,
Socorre a tu sierva
Que por ti suspira.
Rompe aquestos hierros
Y sea feliz.
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Mas no, dueño amado,
Que es justo padezca;
Que expíe mis yerros,
Mis culpas inmensas.
iAy!, logren mis lágrimas
Te dignes oír
Ansiosa de verte
Deseo morir.
Caminemos para el cielo
La pobreza es el camino
el mismo por donde vino
nuestro Emperador al suelo,
hijos del Carmelo.
Caminemos, caminemos,
Caminemos para el cielo
Hijos del Carmelo
Caminemos caminemos
para el cielo
No dejar de nos amar
nuestro Dios y nos llamar,
sigámosle sin recelo,
hijos del Carmelo.
Vámonos a enriquecer
a donde nunca ha de haber
pobreza ni desconsuelo,
hijos del Carmelo.
Hermanos, si así lo hacemos
los contrarios venceremos
y a la fin descansaremos
con el que hizo tierra y cielo,
hijos del Carmelo.
Coloquio amoroso
Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
-Alma, ¿qué quieres de mí?
-Dios mío, no más que verte.
-Y ¿qué temes más de ti?
-Lo que más temo es perderte.
Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?
Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.
Dichoso el corazón enamorado...
Dichoso el corazón enamorado
que en sólo Dios ha puesto el pensamiento,
por Él renuncia todo lo criado,
y en Él halla su gloria y su contento.
Aún de sí mismo vive descuidado,
porque en su Dios está todo su intento,
y así alegre pasa y muy gozoso
las ondas de este mar tempestuoso.
Dilectus Meus Mihi
Ya toda me entregué y di
y de tal suerte he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor,
mi alma quedó caída.
Y cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Tiróme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedo hecha
una con su Criador.
Yo ya no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí,
y yo soy para mi Amado.
En Cristo mi confianza
Sea mi gozo el llanto,
sobresalto mi reposo,
mi sosiego doloroso
y mi bonanza el quebranto.
Entre borrascas mi amor
y mi regalo en la herida,
esté en la muerte mi vida
y en desprecios mi favor.
En Cristo mi confianza
en su imitación mi holganza
en Cristo mi confianza
y en su imitación mi holganza.
Mis tesoros en pobreza
y mi triunfo en pelear,
mi descanso en trabajar
y mi contento en tristeza.
En oscuridad mi luz,
mi grandeza en puesto bajo,
de mi camino el atajo
mi gloria sea la cruz.
En olvido mi memoria,
mi alteza humillación,
en bajeza mi opinión,
en afrenta mi victoria.
Mi lauro está en el desprecio,
en las penas mi afición,
mi dignidad el rincón
y la soledad mi aprecio.
En la cruz está la vida...
En la cruz está la vida...
y el consuelo
y ella sola es el camino
para el cielo.
En la cruz está el Señor
de cielo y tierra
y el gozar de mucha paz
aunque haya guerra.
Todos los males destierra
en este suelo
y ella sola es el camino
para el cielo.
De la cruz dice la esposa
a su querido
que es una palma preciosa
donde ha subido.
Y su fruto le ha sabido
a Dios del cielo
y ella sola es el camino
para el cielo.
Es una oliva preciosa
la santa cruz
que con su aceite nos unta
y nos da luz.
Toma, alma mía, la cruz
con gran consuelo
porque ella sola es el camino
para el cielo.
Después que se puso en cruz
el Salvador,
en la cruz está la gloria
y el honor,
y el padecer dolor
vida y consuelo
y el camino más seguro
para el cielo.
Navidad
Pues el amor
nos ha dado Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.
Danos el Padre
a su único Hijo:
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.
¡Oh gran regocijo,
que ya el hombre es Dios!
no hay que temer,
muramos los dos.
Mira, Llorente
qué fuerte amorío,
viene el inocente
a padecer frío;
deja un señorío
en fin, como Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.
Pues ¿cómo, Pascual,
hizo esa franqueza,
que toma un sayal
dejando riqueza?
Mas quiere pobreza,
sigámosle nos;
pues ya viene hombre,
muramos los dos.
Pues ¿qué le darán
por esta grandeza?
Grandes azotes
con mucha crudeza.
Oh, qué gran tristeza
será para nos:
si esto es verdad
muramos los dos.
Pues ¿cómo se atreven
siendo Omnipotente?
¿Ha de ser muerto
de una mala gente?
Pues si eso es, Llorente,
hurtémosle nos.
¿No ves que El lo quiere?
muramos los dos.
Oración
Nada te turbe;
nada te espante;
Todo se pasa;
Dios no se muda;
la pacïencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.
Gloria a Dios Padre,
gloria a Dios Hijo,
igual por siempre
gloria al Espíritu.
Amén
Véante mis ojos, dulce Jesús bueno...
Véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.
Vea quién quisiere rosas y jazmines,
que si yo te viere, veré mil jardines,
flor de serafines; Jesús Nazareno,
véante mis ojos, muérame yo luego.
No quiero contento, mi Jesús ausente,
que todo es tormento a quien esto siente;
sólo me sustente su amor y deseo;
Véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.
Siéntome cautiva sin tal compañía,
muerte es la que vivo sin Vos, Vida mía,
cuándo será el día que alcéis mi destierro,
veante mis ojos, muérame yo luego.
Dulce Jesús mío, aquí estáis presente,
las tinieblas huyen, Luz resplandeciente,
oh, Sol refulgente, Jesús Nazareno,
veante mis ojos, muérame yo luego.
¿Quién te habrá ocultado bajo pan y vino?
¿Quién te ha disfrazado, oh, Dueño divino ?
¡Ay que amor tan fino se encierra en mi pecho!
veante mis ojos, muérame yo luego.
Gloria, gloria al Padre, gloria, gloria al Hijo,
gloria para siempre igual al Espíritu.
Gloria de la tierra suba hasta los cielos.
Véante mis ojos, muérame yo luego. Amén.
Vivo sin vivir en mí...
(Versos nacidos del fuego del amor
de Dios que en sí tenía)
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Vuestra soy, para Vos nací...
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
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