Joaquín Soto Suazo
Nació en Comayagua, Honduras en 1897. En 1915, se graduó de Maestro en la Escuela Normal de Varones, de Tegucigalpa. En 1916, a escasos 19 años, publicó su poemario "El resplandor de la aurora", que gozó de buenos comentarios del bardo colombiano Porfirio Barba Jacob, que vivía por entonces en La Ceiba, entre bohemia y trasnoche. Soto decidió estudiar Medicina en El Salvador, obteniendo su título en 1923, cuya Tesis, presentamos hoy, como una recuperación histórica para nuestra literatura y sus creadores. Murió el Poeta, a la temprana edad de 29 años, en 1926, en Guatemala, a donde se había trasladado a trabajar en su profesión. Nunca volvió a su pueblo natal.
Estudios
Obtuvo el título de maestro de Instrucción Primaria en la Escuela Normal de Tegucigalpa. Bachillerada, después de ejercer su vocación por algunos años, se trasladó a San Salvador para estudiar medicina, pero se graduó de doctor en México. Luego pasó a la ciudad de Guatemala.
Trayectoria
Convencional poeta, exaltó a Morazán y cantó al pino hondureño; además, evocó su infancia y dio muestras de un pesimismo romántico.
Muerte
Falleció a los veintinueve años el 7 de enero de 1926 en Guatemala.
Obras
Poesía
El resplandor de la aurora (1916).
Lámparas trémulas (1960).
EL ADIÓS A MI PUEBLO
Adiós a mis montañas y mis ríos
salvajes donde vi cosas tan puras,
montañas y torrentes que son míos
porque en ellos dejé mis amarguras.
Porque en ellos sentí la vida nueva,
lejos de la ciudad hastiada y triste,
y en ellos encontré la luz que lleva
mi corazón que por su savia existe.
Adiós a la montaña poderosa
donde muerde su presa la alimaña
y donde el pie del hombre no se posa.
¡Adiós a la Montaña!
¡Quién jamás en su vida se alejara
de estos pinos gigantes donde el viento
modula su canción sencilla y clara
que tiene la ternura de un lamento!
¡Quién viviera su vida entre el agreste
rumor de las quebradas espumosas;
quién viviera su vida siempre en este
rincón donde he aprendido tantas cosas!
Adiós al clarinero de los montes,
y a los pájaros de alas de cenicientas;
adiós a las bandadas de sinzontes
que vi en las espesuras opulentas,
cuando bajo una lámina de fuego,
en los días quemantes del verano,
iba yo soñador y loco y ciego
y errante por el bosque y por el llano.
Adiós al bosque y al escarpe rudo,
y a la playa del río en cuya arena,
como los cisnes me tendí desnudo,
soñando que saldría una sirena.
Adiós a los senderos, los senderos
que tantas veces viéronme errabundo,
cuando el blando temblor de los luceros
en las noches temblaba sobre el mundo.
Adiós a los caminos extraviados
que conocen mis pasos peregrinos;
adiós a los collados
coronados de pinos.
Adiós también al viejo pueblecillo
lleno de santidad, libre de engaño,
donde un día un crepúsculo amarillo
me dio un ensueño, y el ensueño un daño.
Adiós a las campanas, porque ellas
dieron locura a lo que tuve cuerdo,
alborotando estrellas
en la noche polar de mi recuerdo.
Y el árbol, porque todo es muy pequeño
y apagado, y él es llama discreta.
Adiós al árbol, príncipe del sueño
y hermano silencioso del poeta.
Adiós al monte, al valle y al amigo;
adiós a todo aquello triste y bello,
que de lejos bendigo.
¡Adiós a todo aquello!...
NOCTURNO
En el silencio de la noche
alza mi corazón un vago canto…
suspiro por la amada que está lejos
y me pongo a pensar: ¿Hasta qué día
vendrá? ¿Por qué no viene?...
¿En qué estrella remota vuela su alma?
¿Cuándo habrá de encenderse su sonrisa?
… Del jardín se alza un lánguido perfume;
el viento hace sonar las hojas secas;
reposa la ciudad; calla la vida…
Estoy solo. En los rincones de la estancia
muere la luz. De pronto se acelera
mi corazón. Y en el silencio
de la noche, sueña con la amada
¡que ya tarda en venir! Sueña y solloza.
¿La vida? ¿El Porvenir? ¿La Muerte? ¿El Canto?
¿Quién hallará el enigma pavoroso
del más allá, de lo que no miramos
con nuestros pobres ojos pensativos?
¡Se cansa el pensamiento!
Y del jardín sombrío se levanta
una tenue fragancia… Escucho el grito
de mi corazón y me figuro
que mi alma se desprende y va al encuentro
del alma que ha esperado y que palpita
en el alma de luz de las estrellas.
MI CORAZÓN
A Rosa María
Mi corazón, mi triste corazón de poeta
va por el mundo, lleno de celeste armonía,
con la angustia incurable de una pena secreta
y la vaga ternura de una dulce alegría.
De niño me hice hermano de la melancolía;
así dolor y llanto mi espíritu interpreta,
y no tengo en el mundo más que una alegría
y es la santa alegría de sentirme poeta.
Toda amargura, toda tristeza y todo llanto,
la angustia de la vida, sin un afecto y cuanto
de duro hay, lo recibo con alma noble y quieta,
pues por todo ese cúmulo de momentos adversos
va formando un rosario de románticos versos
mi corazón, mi pobre corazón de poeta.
La senda pura
La mañana está llena de sol. Es tibio el día.
Yo gozo la armonía de un ensueño lejano,
y percibo en las cosas una dulce alegría
y de todo el que pasa me voy sintiendo hermano.
Sé que hay almas que lloran. Llora también la mía.
Sé que hay hombres que ríen. Río y me siento sano.
Y esta es la impenetrable senda de la armonía
donde las rosas puras arranca nuestra mano.
Alma meditabunda, alma fugaz e inquieta,
la mañana está llena de sol. Una secreta
angustia indefinible que es mi propia amargura
da un matiz de tristeza a la emoción lejana…
¡Alma que eres a modo de una humilde campana,
pues eres triste a veces y a veces clara y pura!
MIENTRAS LLUEVE
Solloza la lluvia afuera,
suspira el viento sonoro,
y evoco la cabellera
que para mis sueños era
un crepúsculo de oro.
Surge su voz del pasado,
y me parece que existe.
Todo está triste a mi lado,
y al verlo todo angustiado
yo también me pongo triste.
¿Dónde está la niña santa
que fue como estrella o flor?
Mi tristeza se agiganta
y el alma solloza y canta
un canto lleno de amor…
Cae la lluvia. Resuena
en el viento un vago son,
y en esa noche mi pena
se abre lánguida y serena
sobre mi propia canción.
Las viejas melancolías
vibran en mi alma otra vez.
¡Oh, sus ojeras sombrías,
sus manos blancas y frías
y la seda de su tez!
¡Cuánto la quise y me quiso!
Era mi amor taciturno,
y hoy mi espíritu sumiso
llora un anhelo impreciso
bajo el silencio nocturno.
¿Dónde hallaré su mirada?
¿En la luz de alguna estrella?
Busco su boca dorada,
su sonrisa sonrosada
y su alma pálida y bella,
Y es en vano. No he de hallarla,
pues en el mundo no existe…
¿Podré tal vez olvidarla?
No sé… Pero al recordarla,
mi corazón es más triste.
MISTERIO ETERNO
¿Qué habrá tras de la sombra donde acaba la vida,
donde el beso concluye tras la muda partida,
que agota de las almas el misterioso aliento
en un fugaz martirio de ignorado tormento?
¿Qué habrá tras la sombra indefinible y larga,
después de aquella hora supremamente amarga?
¡Acaso en el aroma de extrañas emociones
el alma vuela al mundo de las constelaciones!
O tal vez en la fosa nuestra ascensión se trunca
y el alma, de su polvo, no se levanta nunca…
NADA SOMOS NOSOTROS
A Porfirio Barba Jacob
No es posible matar al ancestro…
Algo vive de mí que no es mío!
Estoy meditabundo y es una tristeza de mil años,
es un hastío
que no he recogido al pasar por el mundo. Es ajeno.
Hora de inconsciente meditación
en que atisbo, sin quererlo,
a un personaje extraño,
que me parece amigo,
que me parece enemigo,
que a veces es huraño,
y otras, tal vez, alegre;
pero siempre nebuloso dentro del corazón.
No es posible huir del ancestro…
¿Qué pecado he cometido,
tan grande,
tan inicuo?
Ningún pecado tuve;
sino el afán de ser Yo mismo siempre.
Y, sin embargo,
pesa sobre mis hombros un cansancio
tan doloroso
y hay en mis mejores ímpetus o en mis empresas
siempre un gesto que puede traducirse:
“Todo tiene poca importancia…”
que me pregunto ahora:
Dios mío, mi señor, Dios misericorde,
¿Qué pecado he cometido,
tan horrible y tan triste,
para que esté la línea de mi horizonte
llena de un inquietante presentimiento?
No se puede huir del ancestro…
Un día,
vestida de gala
vino a mí la felicidad.
No hubo cita. Yo presentí que venía,
adivine el roce de su ala,
y lleno de unción sacerdotal
tímido,
tembloroso,
la esperé. Era otoño en el campo y en el cielo
su ojo de luz abrían las estrellas.
Ella vino a mí silenciosa,
y me tomó de la mano. Crepúsculo muriente del Otoño
que puso en el temblor del horizonte
la realidad de amar. Ya el amor era mío…
¿Quién lo mató después?, ¿pero matarlo
para siempre,
sacarlo de mi alma?¿Que desconocido
ser me sustituyó en aquel instante,
para que mi mano, mi propia suave mano,
que antes acariciara sus bucles de oro puro,
se me volviera tosca,
y, mi lengua torpe,
y, mi presencia contradictoria
a lo que yo, dentro de mí sentía?
No es posible luchar contra el ancestro…
Dolor de una verdad que no comprendo…
Cuántos rubios cabellos, cuántos rostros de rosa,
cuánta ternura,
estaba para mí… Mi propio impulso
siempre fue mi ilusión, no de amargura,
pero en el solemne momento
de entrar al reino de lo Azul… la idea,
la torva idea, que todo lo razona
desconfía de todo… Pero una idea que no es fruto
de mi sangre, ni es vibración
de mis células, ni es calor
de mis músculos, sino que es algo imbuído a mí por un extraño
soplo que viene del Misterio. Personaje desconocido,
abuelo, antepasado, eres tu quien enturbias mi alegre vino claro.
¡Dolor de una verdad que si comprendo…!
No se puede matar al ancestro…
La Alta Poesía,
besó una vez mi frente… Era claro el destino. Un poeta,
Ya estaba el dolor compensado.
Ya estaba el amor encendido. No el amor de mujeres, antes marchito
sino el supremo amor a lo creado;
sino el supremo amor a lo destruido,
¿Qué ala de murciélago, mucilaginosa, fría
golpeó sobre mi alma?
¿Qué mano de uñas largas y lívidas, en unos dedos
de continuo movimiento, rayó mi ojo, como a Peer
Gynt en la cueva de los Enanos?
Se oscureció un destino…
No se puede luchar contra el ancestro…
Ha de existir sobre nuestras cabezas,
y alrededor de nuestras cabezas,
y aún dentro de ellas una Onda
de universal poder incomprendido… Justicia, Injusticia,
No lo sabemos. Yo no lo comprendo, apenas imagino
la punzante insistencia del ancestro…
Oh amigo… Tú, el Andrógino, el Dios Nuevo, Gran Poeta;
tú, que en tu vorágine tremenda,
te has hallado a Tí mismo,
y sientes que eres Tú, sin ninguna amalgama,
dime: cuando las tempestades de la carne,
alzan su marea hasta tu alma,
y lívido en la noche, en tu propio ardor rendido,
y en el ardor ajeno, entras en el sopor de tu Silencio,
cansado y sin sentido, ¿no sientes elevarte, elevarse de
tu carne un fantasma,
que aun ruge de lujuria?
Tu triste carne entonces cesó en su luz y en su alegría.
Y tú, pues si eres Tú, ¿por qué te rindes?
Oh, amigo… ¿Conoces al ancestro?
No podemos luchar contra el ancestro…
Nadad somos nosotros. El lo es todo.
HORA DE ANGUSTIA
Para Amado Nervo
Esta esperanza triste que me dio tu mirada.
Este cansancio enorme de mi alma fatigada
que ya no siento anhelos, ni ilusiones, ni nada....
¡Esta esperanza triste que me dio tu mirada!
Esta impaciencia trágica que encendió mi ternura.
Este odio por la vida, esta horrible amargura
de no hallar en el mundo ninguna cosa pura....
¡Esta impaciencia trágica que encendió mi ternura!
¡Ay! Este pesimismo que corre mi vida....
Ni un afecto piadoso, ni una aurora encendida;
mi ilusión deshojada, mi esperanza perdida....
¡Quien tuviera el remedio, el divino remedio
que librara mi espíritu de esta constante asedio,
de esta amargura inmensa, de este incurable tedio!
CANTO A LA NOCHE
Suavidad del silencio, perfume de la noche,
misterio de los astros que giran sin cesar;
siento en mi propia sangre un íntimo reproche
y tiemblo como si alguien me fuera interrogar...
¡Oh la niebla del alma y el enigma silente
de ignorar lo que somos y lo que hemos de ser!
Fluye de la Armonía del Mundo, eternamente,
ese río de sombras que no podemos ver.
¿Quién en la tierra muda nuestra existencia dicta?
¿Quién guiá nuestros pasos hacia el paso final?
¿Y quien a nuestra carne le dio la ley estricta
de convertirse en polvo, tras la lucha fatal?
¿Y el alma, nuestro soplo de ensueño y de ternura
libre de la materia, a dónde habrá de ir?
¿Se quedará sin alas en la oquedad obscura,
o volará buscando regiones de zafir?
Nadie lo sabe. Nadie descifrará la duda
tremenda, en que, fantasmas, giramos sin cesar;
hallo en la noche el ceño de mi tristeza muda
y tiemblo como si alguien me fuera a interrogar.
HOLOCAUSTO
He de volver al sitio donde juntos lloramos,
donde lloramos juntos de amor, amada mía.
De nuevo estarán verdes los florecidos ramos
de los almendros próximos, al igual que en aquel día
¿Recuerdas?... De los cielos cenicientos caía
un velo de tristeza que nunca desgarramos...
¡Ah! ¡las cosas del mundo y mi melancolía!
Una alfombra de césped... Y tú dijiste: vamos
Y fuimos. Nunca supe con mi ternura loca
hastiarme de las mieles que me ofreció tu boca.
Aquella vez el río casi no murmuraba
Su cuerpo entre mis brazos se desmayó. Los ramos
de los almendros próximos vieron cuando lloramos.
La tarde, como un blanco jazmín se deshojaba
SIGNO
Tórnase el ojo sabio y la mano piadosa
cuando por el tumulto de la vida ligera
cruza una idea a modo de sutil mariposa.
(La esfinge tiene alas... Sangra la Primavera).
La verdad viene a veces cuando nadie la espera;
luego algun corazón abre la vaporosa
urna en que duerme inquieta la terrible Quimera.
Y el milagro está hecho. Y ha brotado una rosa.
Almas que aún no encontrasteis el secreto, yo os digo
que en la cáscara marga y en las miles del higo
el sabor sólo es uno es el labio el destino...
No encontraréis el agua lejos de las cisternas...
Con los ojos adentro, desde vuestro recinto
podéis mirar el mar de las aguas eternas.
SALMOS A MARÍA
¡Mater Purísima! ¡Consolatrix aflictorum!
clamo en mis tremendas amarguras...
Tiende hacia mí tus blancas manos puras
y se como en los salmos: Refugium pecatorum.
¡Turris eburnea! ¡Stella matutina!
Madre de las ovejas descarriadas,
vuelve hacia mí la luz de tus miradas
y sálvame del Mal, ¡Madre Divina!...
A Ti clamó Verlaine desesperado,
y en su hospital, cuando por fin moría,
tuvo sobre la llama del pecado
el agua de tu amor, ¡Sancta María!
Mi corazón, ardiente, es una brasa,
y en su fuego mi carne se extasía...
La brasa del dolor mi pecho abrasa
y me devora siempre, ¡Madre mía!
Aparta a Satanás de mi sendero.
Tiende tu mano hacia mi frente. Mira
que de la sangre santa del Cordero
brotó una rosa, una cruz y una lira...
Yo de la rosa consumí el perfume...
La cruz pesa en mi vida su tormento...
¡Y la lira en mi cántico resume
el dolor de mi propio pensamiento!
Señora, las palabras de tu hijo
me hacen buscar refugio en tu piedad:
¡Lux et Veritas et Vita!... Con su boca lo dijo.
¡Y Él es la Luz, la Vida y la Verdad!...
¡Alzame hacia Él, Sancta María!
Mi alma es ahora una sangrienta flor.
Dame, Señora, la inmortal alegría.
Tiende a mí tu mirada sin rencor.
¡Ampárame en tu manto, Madre mía,
y entre mi noche rasgarse el Día,
y en mi Dolor florecerá tu Amor!
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