jueves, 26 de febrero de 2015

JORGE REYES [15.069] Poeta de Ecuador


JORGE REYES 

(Quito, Ecuador  1905-1977)

La calle camina junto al monasterio, 
las piedras se alborotan cuando pasa un ocho,
los balcones miran los letreros
escritos con carbón
en la muralla del convento.
("La cruz verde")

Poeta y periodista. Dirigió la sección literaria del periódico socialista La tierra; por muchos años fue editorialista del diario El Comercio de Quito. Ya en la década del 20 del siglo pasado, Reyes toma a la ciudad (Quito) como fondo y trasfondo de su escritura. Para el ensayista Augusto Arias, "La poesía de Reyes tiene intención social, pero por sobre todo recoge la emocionada figura de la ciudad, en sus gestos más reveladores. Dijérase que esa poesía, sin esfuerzo de parecer, prescindió de oropeles retóricos, acercándose a la sencilla expresión."

BIBLIOGRAFÍA

Verso: Treinta poemas de mi tierra (Quito, 1926); Quito, arrabal del cielo (Quito, 1930); El gusto de la tierra (Quito, 1977). Ensayo: Apostilla (Quito, 1997). Consta en las antologías: Indice de la poesía ecuatoriana contemporánea (Santiago de Chile, 1937); Antología poética de Quito (Quito, 1977); Quito: del arrabal a la paradoja (Quito, 1985); Poesía viva del Ecuador (Quito, 1990).




SEBASTIÁN DE BENALCÁZAR

Sebastián de Benalcázar, 
uno de los gemelos 
echados bajo la cruz negra de Castilla 
al encuentro sin nombre del mundo, 
la mollera empapada de cielo, 
rudos como una blasfemia, 
alegres como el pueblo, 
no podía emplear todavía la honda 
ni correr tras las cabras cuando ya era huérfano.

Creció a coscorrones, 
volteando los pájaros a pedradas 
y gastando salud como el pan bazo. 
Cuando se quiebra el alba 
y el viento golpea el bosque como un hacha, 
corta leña viva de los árboles 
y por la tarde, oliendo a bosque, la acarrea 
sobre el borrico caído en una zanja 
estira un buen día la pata como un hombre.

Andando de vagar desemboca en Sevilla 
con el vientre en un hilo y una barba de lego 
y engancha su destino de juerguista a Pedrarias 
con el gesto de quien escupiera en el suelo.

Después, de aquí a allá, como cualquier granuja. 
Le crece a la intemperie pelambre en las tetillas 
y Pedrarias medita "mozo de pelo en pecho". 
Por la noche, silbando como un ladrón, saquea. 
Su nombre es gallardete de las lanzas 
que van quebrando los oscuros pechos. 
Enciende como un puro las viviendas 
para su regocijo de sembrador de miedos.

En el indio que sabe morir como los pumas 
se abre camino su espada de torero. 
Y en esta tierra de selvas milenarias 
y cúspides enhiestas coronadas de nubes 
donde las aves topan sin querer con el cielo, 
donde se encuentran hojas que hacen soñar 
y hierbas que ablandan los colmillos de las fieras 
y el viento es como un potro
que aturden los picachos y los ríos, 
por un solo tejón de metales 
el hombre de Castilla raspa como los perros 
y para violentar a las mujeres indias 
besa el escapulario y se santigua. 
Así, Sebastián de Benalcázar, granuja, 
se hizo conquistador en lugar de torero.





ARRABAL DEL CIELO

Quito, arrabal del cielo, con ángeles que ordeñan 
en los establos húmedos del alba, 
niñas despiertas en los zaguanes
con los pechos crecidos en las manos, 
frailes de bruces en sus noches solitarias, 
mientras los campanarios apuntalan los cielos, 
cenicientas mujeres enlutadas 
pendientes de los confesonarios y las campanas, 
patios que comentan las noticias, 
cerros para orear las casas, 
ventanas que pinchan a los vecinos 
con las espinas de las miradas 
y en la algarabía de la calle 
soldados de aserrín y muñecas con música 
y una taberna desvelada.
Ah, y yo, adrede, silbando como un sastre 
para que se abra una ventana.





ELEGÍA DE LA CALLE DE LA RONDA

¿Dónde están los caballos, los jinetes, 
las prostitutas gordas, encaladas, 
las botas militares, el silbato 
con que ahuyenta su sueño el policía, 
las voces de cuchillo que se clavan 
en el pecho y la espalda de la noche, 
la casa del maestro de retórica, 
el patio azul donde moría el cielo 
y rondaba el sigilo con sus lutos, 
ese mural para marcar la fecha 
de la emancipación de los esclavos?

¿Dónde se halla la casa del poeta, 
la de Matilde que con su ternura, 
con su voz apacible de remanso, 
con su boca de extractos digitales, 
con su vientre tan libre y vigoroso, 
con la espuma compacta de sus muslos 
hacía zozobrar a los poetas?

Sólo queda en el fondo la pobreza. 
En las habitaciones sin ternura 
las palabras soeces se golpean. 
Cuatro niños dormidos. Una cama, 
un brasero, una olla, una cuchara. 
A los muros les duele esta miseria. 
Lloran los techos, lloran las paredes, 
lloran los esqueletos de los gatos, 
y de los perros de ojos ya pintados 
por la sombra del hambre y la tristeza.

Derrocarop la casa del poeta, 
la casa del maestro de retórica, 
la casa en que Matilde regalaba 
sus trabajados ocios con desvelo,
el mural para marcar la fecha 
de la emancipación de los esclavos, 
el patio azul en que moría el cielo 
coronado de rosas y de acantos, 
para tender un pobre betún negro 
y suprimir los hitos de la historia 
e ir desfigurando la ciudad 
sin conseguir borrarle la miseria.





VECINA

Ahora que está el patio de domingo 
y no hay ropa lavada
y en las vasijas no se quiebra el cielo 
y los niños, caracolas terrestres, 
danzan de lado a lado
con los trompos borrachos
y las bolas que guardan estrellas de colores, 
usted y yo, vecina, 
nos podemos fiar un gran cariño 
y decir, por ejemplo, deme un beso, 
usted, buena como un periódico en la mañana 
cuando es indispensable echar anda en la vida, 
yo, inquilino de una tristeza 
por esa mujer pálida como la palabra muerto.

La calle se ha vestido de pañolón de flecos.

Tiene usted unas manos 
dignas de atar el nudo de mi corbata, 
por la presencia de su boca 
ya no chisporrotean mis recuerdos, 
aparece usted conmigo en la conversaciones 
como los parientes en las fotografias 
con dedicatoria al amigo del alma, 
y detrás suyo hay una familia contenta

que conoce la utilidad del mondadientes 
y mira al cielo para hablar:
"ha muerto el Ambrosio como perro
sin siquiera una cruz entre las manos".
No sé hacer la alabanza de sus ojos,
pero estamos juntos en la tarde que se achica
y mi alegría sube y le muerde los pechos.
Junto a usted me olvido de las constelaciones
y estoy tan sólo aquí y en ninguna otra parte,
sin voz, como los muertos, porque tengo dos manos
y un deseo en el único sitio en que está el deseo.
Sin embargo, quiero que me encargue su corazón
para envolverlo en la esquina de mi pañuelo
y guardarlo en el fondo del bolsillo del pecho.

Así estaré tranquilo
como los toreros en las fotografías.

Los faroles en la tarde son como forasteros.




Las Apostillas De Jorge Reyes


Quito. 3 may 98.  Uno de los nombres menos conocidos por las nuevas generaciones, aun por quiénes se interesan en el hecho cultural, es el del escritor Jorge Reyes (Quito, 1905-1977), quizás debido a que su obra es más bien parva y se reduce en gran medida a los que publicó en los periódicos. Sin embargo, en su momento fue una figura destacada y si se quiere protagónica en el escenario nacional; editó revistas, colaboró en otras, su poesía -dedicada sobre todo a la ciudad de Quito- hizo que Augusto Arias se refiriera a él llamándolo "un poeta sin antecedentes", que proponía "una nueva actitud lírica". Sin embargo, un día declaró, urbi et orbi, que "la poesía no sirve para nada".

Su sentido del humor, rayano en el sarcasmo, le hizo en su momento más famoso que su literatura, y no era para menos a juzgar por dos o tres anécdotas que han sobrevivido. De otro lado sus inquietudes sociales le llevaron a militar en las filas del naciente socialismo, que él contribuyó a introducir en el Ecuador, contrariando la antigua tradición de su familia. 

Luchó y fue perseguido por los gobiernos represivos de su tiempo, Arroyo del Río y Velasco Ibarra, hasta que decidió marcharse a trabajar en la recién creada Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, de donde pasó después a Ginebra. Pero venía cada vez que le era posible, porque necesitaba tomar, de tiempo en tiempo, una provisión de aire de este "país único (felizmente), porque si los demás se le parecieran, el mundo andaría al revés".

De este hombre, que, como se ve, entendió perfectamente al Ecuador, el Banco Central acaba de publicar una selección de artículos aparecidos entre 1957 y 1977, en el diario El Comercio ("Apostillas", 1998). Los editores dicen de él que es "un crítico implacable de los defectos nacionales, que exaltó (que puso en evidencia) con un lenguaje apasionado y preciso los elementos constitutivos del ser ecuatoriano". Esos "elementos", esos factores, esa manera de ser, o sea esa cultura (la cultura del fracaso) que nos está llevando al colapso. Porque no podemos culpar a nadie más que a nosotros mismos, a lo que somos, lo que nos ocurre.

Por eso Jorge Reyes ya advertía que "solo un cambio radical en el pensamiento de los ecuatorianos podría salvar al país". Pero ese cambio que él reclamaba, no se ha dado, y por tanto su esperanza de salvación tampoco se vislumbra por ninguna parte. "Puedo decir que me siento cansado ya de repetir, desde hace tantos años, las mismas observaciones -escribía Reyes en 1960- (... ) no se me ocurre ninguna otra cosa, porque no puedo inventar la realidad ecuatoriana, que ya está inventada. La realidad ecuatoriana es prácticamente la misma desde hace muchísimos años, y la manera como tratan de solventar los problemas de esa realidad los políticos ecuatorianos de turno es también la misma".

¿Cabe agregar algo? Quizás, que a lo mejor no es casual la publicación de este libro; inspirada sin duda, desde el más allá por el espíritu inquieto de su autor. (DIARIO HOY) (P. 4-A)

Autor: Rodrigo Villacís - villacis@hoy.com.ec Ciudad Quito







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