martes, 10 de febrero de 2015

CLAUDIO GUERRERO [14.798]


CLAUDIO GUERRERO VALENZUELA

(Santiago de Chile 1975) 
Poeta. Académico del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje.




El hondo parentesco entre las cosas

Abrimos la ventana en la mañana
el sol ilumina todo lo ignorado.

Los niños corren al almacén
a comprar los dulces que descansan
en viejos frascos de vidrio.

Pasa a mediodía un cortejo fúnebre
una anciana se persigna
y le pide a Dios no estar sola en los días de la muerte.

En los boliches se habla del tiempo
de fútbol y mujeres
y de la última pelea de Martín Vargas.

La vida transcurre como un paisaje detenido.

En algunas casas
los hijos todavía tratan de Usted a sus padres
y las viudas visten riguroso luto.
Una musiquilla de radio pobre
nos hace recordar al organillero
que cada sábado musicaliza la melancolía
de la tarde tras las cortinas.

Todo esto será motivo para pensar
en el hondo parentesco entre las cosas.

Llega la noche
un desconocido nos saluda
cerramos los postigos
todas las cosas que se ignoran
se envuelven en un sueño fantasmal.




Un día de lluvia

Un día de lluvia
la madre seca la ropa mojada
en la vieja estufa a parafina.
La abuela prepara en la cocina
una torta de castañas.
Los niños aún no saben nada
de metas en la vida
sólo quieren salir a la calle
a correr bajo la lluvia.

El padre llega agobiado del trabajo
pero trae dulces para regalar
la radio anuncia nuevos crímenes
se murmura en el sillón un hasta cuándo
el invierno se expande en la ciudad sitiada
los niños sólo piensan
en jugar bajo la lluvia.




EL SILENCIO DE ESTA CASA

En medio de esto está tu mirada turbia por el recuerdo
tu sonrisa apagada
el gesto agobiado y silencioso.

Existen espacios que nunca han sido acariciados por un rayo de luz
rincones que mutilan tu presencia 
que absorben las historias jamás contadas a los hijos.

Sólo los ventanales escuchan tus pasos quietos.

En medio de todo esto está nuestra costumbre 
de permanecer juntos en la cocina cada sábado por la tarde.
La casa está impregnada de un profundo silencio
la casa está atravesada por tu sabiduría, 
yo te hablo de mi tristeza y tú callas tiernamente,
tú preparas el almuerzo del domingo
y yo voy a comprar tus cigarros a la esquina.

Cada sábado vemos el mismo partido de fútbol
saboreamos la misma sopa.
Las paredes transparentan tu surcado rostro
la tarde cae y su sombra se junta con tu sombra.

Ocultas tu cansancio, quisieras sonreír
nada ha cambiado, nada
sólo que te vas a acostar
y busco en mi mente la imagen
de la última vez que tu risa
iluminó esta casa silenciosa.





Pequeños Migratorios, de  Claudio Guerrero
Ediciones Inubicalistas 2014

Por Cristián Cruz


Escapando de la ciudad para instalarse en la provincia, aunque Viña del Mar es una  provincia de proporciones, Claudio Guerrero (Santiago 1975) continúa con su escritura y su poética, desde los umbrales de la casa interior. Desde su primer libro “El Silencio de esta casa” 2000, se han aparecido y abierto, un sin número de ventanas motivacionales en sus poemas.  Sin abandonar la profundidad y la esencia contemplativa,  sus poemas abarcan otros espacios, otros dramas humanos. Digamos que Guerrero  asume un desencanto endémico para la poesía Chilena, la tristeza  de lo imposible. Más que denuncias, son pequeños arponazos de la memoria, sutiles hallazgos bajo el fondo marino del corazón. Este embajador del desencanto (poético), trata de salir a flote con un puñado de joyas refulgentes que no son más que señales inequívocas de que el olvido, la modorra y la desidia, apagan y descabezan todo intento. Asumamos la decadencia reinante, la decadencia occidental que amarra toda forma de espiritualidad, y de eso no se escapa la poesía. Claudio Guerrero no claudica, no baja la bandera y realiza uno de sus mejores momentos poéticos,  encarna uno de esos espacios abandonados por el discurso, la poesía personalísima que analiza y recrea el tono humano que nos ha abandonado. No se debe dejar de mencionar la nueva faceta minimalista del poema, lo preciso, lo justo para entregar una gran significancia:

Ten cuidado 
-te dijeron-
todo lo que esa mujer toca
lo vuelve higuera
pantano.


Los niños hacen fuego.
Las letras de los diarios de vida chillan y callan.
Algunas hojas se reniegan y vuelan a ninguna parte.
Es de madrugada y todos duermen
Como la quejosa escalera de madera.

Con estos pequeños guiños, Claudio ha trabajado el poema en su máxima expresividad y  acento en los finales. No se puede dejar de mencionar la segunda parte de este libro, segmento que nos devuelve hacia un mundo escondido, malamente silenciado, el bajo mundo de la tortura.  Personajes que alguna vez estuvieron y que fueron arrebatados, desde sus íntimas convicciones hasta sus despojos humanos, de su trayectoria de vida; familia, hijos, empleo, barrio, y el Yo  destruido. Guerrero alcanza vuelo máximo en esta sección titulada “Villa de las Ánimas” un símil a Villa Grimaldi, la odiosa  muerte que nos visita de vez en cuando;

Estuve en Villa de las Ánimas
alrededor de cinco meses
me colgaron de las manos y los pies.
Sentí ratones mordiendo mi vagina.
Tengo mis pezones amoratados.
Me duele la espalda al caminar
                                           M.U 



Estuve en Villa de las Ánimas
un mes.
Mis hijos nada saben.
Tampoco mi nuevo esposo.
A veces me preguntan por qué lloro.
Les digo
porque estoy feliz
de tenerlos a mi lado.
                             J.D

De manera directa, abandonando los eternos recovecos o recodos del lenguaje, algo que suele enmarañar el poema, Guerrero, heredero sin lugar a dudas de la tradición literaria chilena, se asoma nuevamente a la barda para darnos estos poemas,  pequeñas luciérnagas en el verano de nuestras vidas. Como un emisario regresado de un remoto tiempo, quien se quedó bajo un pueblo distante, abre la gran casa de la poesía para que seamos uno más dentro de la cofradía. Un poeta es una cosa fulgurante en la casa, por lo demás, no es un adorno, Claudio Guerrero ha generado su luz propia en estos Pequeños Migratorios, luz que comparte entre todos nosotros.

Entonces sucede hermano
de pronto entras a la iglesia
y ves a todas  esas jóvenes rezando
cabizbajas
sentadas en el suelo
te enamoras
y deseas
los blancos pies asomados bajo las túnicas
los dedos  de los pies apenas empolvados por la tierra.
Es eso 
lo que pasa hermano
es que quisieras acariciar esos sagrados pies
desenfundar la capucha que cubre el rostro
encontrarse con una mirada de lluvia
y descubrir que bajo las telas celestes
se enciende
un cuerpo enclaustrado.






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